miércoles, 20 de marzo de 2013

MANUEL DEL PALACIO [9495]




Manuel del Palacio
Manuel del Palacio y Simó (Lérida, 24 de diciembre de 18311 - Madrid, 1906), periodista y poeta satírico español.

Hijo de un militar que también cultivó las letras y peleó contra los ingleses, contra los franceses en la Guerra de la Independencia y contra los carlistas navarros, él también fue escritor. Su infancia fue soriana; en Valladolid se graduó de bachiller y luego pasó a Galicia, residiendo en Pontevedra y La Coruña y finalmente en Madrid; en esta ciudad se aficionó a la poesía y al establecerse en Granada esa afición se le volvió una pasión irremediable; allí tuvo su primera y desgraciada relación amorosa y en esa época falleció su padre; volvió a Madrid, donde vivió como empleado público, redactor de varios periódicos y arreglista de zarzuelas.
Fue un poeta muy popular en su época, de hábil versificación y tono festivo, y está considerado como uno de los grandes poetas burlones y satíricos del siglo XIX. En Granada (1851) perteneció a la tertulia de La Cuerda junto a Pedro Antonio de Alarcón, Moreno Nieto y otros. En Madrid trabajó en diarios como El Látigo, La Discusión, El Imparcial, Madrid Cómico, El Pueblo y Blanco y Negro, entre otros. Fue desterrado a Puerto Rico en 1867 a causa de sus sátiras políticas, entonces liberales. Entró después en la carrera diplomática y desempeñó puestos en Florencia y en Uruguay; fue jefe de sección del Archivo y biblioteca del Ministerio de Estado y Presidente de la sección de Literatura del Ateneo de Madrid. Posteriormente se hizo conservador. Fue nombrado académico de la Lengua Española en 1892. Cuando Clarín dijo que sólo había en España dos poetas y medio (Ramón de Campoamor, Gaspar Núñez de Arce y Palacio), le replicó con el folleto Clarín entre dos platos, 1889.

Obra

Manuel del Palacio sobresale como uno de los principales poetas y prosistas satíricos de la segunda mitad del siglo XIX, en especial en el terreno político. Con Luis Rivera fundó el periódico satírico Gil Blas (1864-1870). Escribió una serie de semblanzas caricaturescas de políticos y artistas, Cabezas y Calabazas (1863). Recogió sus artículos políticos en De Tetuán a Valencia, haciendo noche en Miraflores (1865). Publicó una colección de Cien sonetos políticos (1870). Escribió también leyendas al estilo romántico, influidas por las de José Zorrilla, en Veladas de otoño (1884). Otras obras suyas son Melodías íntimas (1884) y Chispas (1894), que incluye sátiras publicadas antes en El Imparcial.
Como dramaturgo destacan sus piezas Marta (zarzuela) 1861); El tío de Alcalá (juguete cómico de 1862); De Dios nos venga el remedio, zarzuela de 1866; Contra viento y marea, juguete lírico o Don Bucéfalo, zarzuela. Otras veces se limitó a adaptar piezas extranjeras a la escena española. Como poeta es original y es difícil adscribirlo a ninguna tendencia en particular, por más que en su renuncia a la retórica haya algo del lenguaje de Campoamor. Según José María de Cossío, Palacio es poeta con el que:
«Nunca ha de haber seguridad de su constancia en el tono que inicia que, sin llegar a los extremos de sus sonetos filosóficos, ha de ingerir en los momentos más graves el sarcasmo o la burla y en los más festivos e ingeniosos la admonición moral o la reflexión patética».

Obras

Verso

Cabezas y calabazas: retratos al vuelo de las notabilidades en política, en armas, en literatura, en artes, en toreo y en los demás ramos del saber y de la brutalidad humana (1863). Cabezas y calabazas: retratos al vuelo de las notabilidades en política, en armas, en literatura, en artes, en toreo y en los demás ramos del saber y de la brutalidad humana: seguidos de varios cuadros de costumbres más o menos políticas, y pintados al fresco.
Cien sonetos políticos, filosóficos, biográficos, amorosos, tristes y alegres (1870).
Veladas de otoño (1884).
Melodías íntimas (1884).
Chispas (1894).
El niño de nieve (cuento árabe), MAdrid: Fernando Fe, 1889.

Teatro

Marta (zarzuela) 1861)
El tío de Alcalá (juguete cómico de 1862)
De Dios nos venga el remedio, zarzuela, 1866
Contra viento y marea, juguete lírico
Don Bucéfalo, zarzuela.

Artículos

De Tetuán a Valencia, haciendo noche en Miraflores. Viaje cómico al interior de la política (1865).

Varios

Doce reales de prosa y algunos versos gratis: colección de cuentos, novelas, artículos varios y poesías
Museo cómico, ó, Tesoro de los chistes: colección, almacen, depósito, ó lo que ustedes quieran, de cuentos, fábulas, chistes, anécdotas, chascarrillos... cuanto se pueda inventar para hacer reír...
Museo cómico, o, Tesoro de los chistes, 2: colección, almacén, depósito, o lo que ustedes quieran de cuentos, fábulas, chistes, anécdotas, chascarrillos, dichos agudos y obtusos, epígramas, sentencias, flores y espinas...
Un liberal pasado por agua. Recuerdos de un viaje a Puerto Rico.





Mi lira

                  En cada corazón hay una lira
Cuya voz nos aflige o nos encanta;
Cuando la pulsa el entusiasmo, canta;
Cuando la hiere la maldad, suspira.
   Ruge al contacto de la vil mentira;
El choque de la duda la quebranta,
Y al soplo del amor y la fe santa,
Himnos entona, con que al mundo admira.
   Yo la mía probé, y estoy contento:
¡Bendito tú, Señor, que me la diste
Templada en la bondad y el sentimiento,
   Y las cuerdas en ella no pusiste
Del necio orgullo, del afán violento,
Del odio ruin y de la envidia triste!

1884



Amor oculto

                  Ya de mi amor la confesión sincera
Oyeron tus calladas celosías,
Y fue testigo de las ansias mías
La luna, de los tristes compañera.
   Tu nombre dice el ave placentera,
A quien visito yo todos los días,
Y alegran mis soñadas alegrías
El valle, el monte, la comarca entera.
   Sólo tú mi secreto no conoces,
Por más que el alma, con latido ardiente,
Sin yo quererlo, te lo diga a voces;
   Y acaso has de ignorarlo eternamente,
Como las ondas de la mar veloces
La ofrenda ignoran que les da la fuente.

1858.



Tristeza

                  Dentro de mí te escondes, enemiga,
Y mi aliento envenenas con tu aliento;
Tú conviertes en pena mi contento
Y mi reposo cambias en fatiga.
   Cual madre que rencor tan sólo abriga,
Nutres mi corazón de sentimiento;
Pero mi voluntad vence tu intento
Y tu constancia mi dolor mitiga.
   Cruel eres conmigo, y yo te amo;
Soy de ti tan celoso, que quisiera
Del mundo a las miradas esconderte;
Cuando de mí te ausentas, yo te llamo;
Sin ti mi vida el ocio consumiera,
Por ti pienso en la gloria y en la muerte.
1859.





A un amigo muerto

                  Rico, noble, feliz, enamorado,
Pródigo de talento y de alegría,
Amigo caro me llamaste un día,
Y placer y amistad hallé a tu lado.
   Del mundo por el piélago agitado,
Los dos corrimos sin timón ni guía,
Sin esperar de la tormenta impía
Pesadumbre, ni susto, ni cuidado.
   Luego, en vez del amor y la ventura,
Te dio el martirio su temida palma,
Siendo el sepulcro fin a tu amargura.
   ¡Duerme tranquilo en paz, cuerpo sin alma!
¡Dichoso aquel que encuentra en el altura,
Tras la deshecha tempestad, la calma!

1860





A una mujer

                  En balde jurarás que me aborreces
Y que fue mi ilusión delirio vano;
Yo diré que tu juicio no está sano.
O que a una infame cábala obedeces.
   ¿Aborrecerme tú? Cuenta las veces
Que tus cabellos destrenzó mi mano,
Las que de amor en el altar profano
Juntos bebimos del placer las heces.
   Cuenta las noches que arrullé tu sueño,
Las promesas que hiciste cada día,
De nuestro mutuo afán el loco empeño;
   Y si en odiarme insistes todavía,
Di que tu corazón es muy pequeño
Para encerrar un alma cual la mía.

1860.





¡A los treinta años!

                  Heme lanzado en la fatal pendiente
Donde a extinguirse va la vida humana,
Viendo la ancianidad en el mañana
Cuando aún la juventud está presente.
   No lloro las arrugas de mi frente
Ni me estremece la indiscreta cana;
Lloro los sueños de mi edad lozana,
Lloro la fe que el corazón no siente.
   Me estremece pensar cómo en un día
Trocóse el bien querido en humo vano
Y el alentado espíritu en cobarde:
   ¡Maldita edad, razonadora y fría,
En que para morir aún es temprano
Y para ser dichoso acaso es tarde!

1862.





En un calabozo

                  ¡Cuán triste debe ser y cuán amargo
Vivir en este sucio asilo estrecho,
Sintiendo sin cesar, dentro del pecho,
De la airada conciencia el justo cargo!
   ¡Cuántas horas de angustia y de letargo
Ofrecerá al culpable el duro lecho,
Y cuántas ¡ay!, en lágrimas deshecho,
De su existencia el fin hallará largo!
   Pero a mí, ¿qué me importa tu tristeza?
Como en almohada de caliente pluma
Reclino en tu tarima mi cabeza:
   La culpa, no el castigo, es lo que abruma,
Y rompe mi virtud toda vileza,
Como el alto bajel rompe la espuma.

Cárcel del Saladero, Mayo 1867.





En la Cartuja de Pavía

                  Del arte joya y del poder emblema,
Monumento no vi que te aventaje,
Que escrito está en tus pórticos de encaje
De las humanas glorias el poema.
   Ejemplo insigne de piedad suprema,
Impones a las almas vasallaje,
Y muere aquí del mundo el oleaje
Y callan el rencor y el anatema.
   ¡Ay!, cuando por tu claustro silencioso
La planta muevo al declinar el día,
Y en el pasado me sepulto ansioso,
   Más que con los laureles de Pavía,
Sueño con la ventura y el reposo
Del humilde cartujo que me guía.

Milán, 1879.






En la fuente de Valclusa

Al señor don Antonio Cánovas del Castillo, en cuya compañía visité estos lugares
                  Campos hoy yermos y montaña escueta,
Ayer feraz llanura y bosque umbrío,
A cuya sombra en dulce desvarío
De Laura el nombre eternizó el poeta.
   En vano el valladar que lo sujeta
Sigue rompiendo despeñado el río,
Y el torreón feudal, roto y vacío,
Yace en el polvo, cual vencido atleta.
   Nada del sueño aquel quedó presente:
La hiedra trepadora el muro viste
Y murmura el arroyo indiferente.
   ¡Ay! De la vida en el otoño triste,
¿Qué es el amor? Imagen de esa fuente:
El agua pasa; el manantial subsiste.

Avignon, 1870.






Nabucodonosor

                  De la Asiria monarca omnipotente,
Creyó del mundo antiguo ser el dueño,
Y por lograr su temerario empeño,
«¡No soy Rey, que soy Dios!», gritó demente.
   «¡Oh polvo que animé!-dijo doliente
El gran Jehová, mirándole con ceño-.
Pues más que humano te juzgaste en sueño,
Menos que humano te hallará la gente.»
   El regio manto que en sus hombros pesa
Cayó, dejando ver la piel oscura,
Donde el áspero vello hizo su presa;
   Inclinó la cerviz con amargura,
Y mordiendo, al pasar, la hierba espesa,
Bramando se alejó por la llanura.

1879.







En el lago de Thun

                  ¡Dos cielos a la vez! Uno en la altura
Que el Eiger y el Jungfrau visten de nieve;
Otro sobre el cristal que apenas mueve
La brisa que en los álamos murmura.
   Del recio torreón la mole oscura
Que de los siglos a triunfar se atreve,
Y el Alpe allí, donde se forja aleve
La tempestad que asorda la llanura.
   Más cerca, dominando el valle ameno,
Cerrado espacio en que el mortal reposa,
De luz, y flores, y cipreses lleno...
   Región no existe como tú dichosa:
Para soñar ¡qué lago tan sereno!
Para dormir ¡qué tumba tan hermosa!

Interlaken, 1870.






Una Eva

                  Nadie te niega el título de hermosa,
Pero el amor se aparta de tu lado,
Temiendo que la sombra del pecado
Pueda manchar tu frente pudorosa.
   En ti se estrella la calumnia odiosa
De amiga infiel o de galán burlado;
No pareces de carne: Dios te ha dado
La majestad sagrada de una diosa.
   Siempre serena y arrogante y fría,
Cualquiera, al verte descender del coche,
De Penélope imagen te creería;
   Y más siendo verdad, y no reproche,
Que la virtud que tejes por el día,
Vuelves a destejerla por la noche.

1880.






Autonomía

                  A Dios debí la voluntad que crea,
Y fuerte con su apoyo soberano,
Ni siervo he sido de ningún tirano,
Ni soy eunuco de ninguna idea.
   Cuanto mi corazón ama y desea
Defiendo con la mente y con la mano,
Y ni mi fe se rinde ante el arcano
Ni ante el absurdo mi razón flaquea.
   Nunca de la social hipocresía
Cómplice fuí, ni de lisonja vana
El humo ennegreció mi fantasía;
   La multitud por ídolos se afana,
Yo desprecio los ídolos del día,
Que nacen hoy para morir mañana.

1880.






Diálogo con un enterrador

                  -Muy profunda es la fosa, buen amigo:
¿Quién es el muerto que en su fondo advierto?
-Es un muerto, señor, y no es un muerto.
-¿Será muerta?
                        -Quizá.
                                   -¿Burlas conmigo?
   -Fue de nuestra nación genio y castigo,
Escollo fácil en difícil puerto...
-Y ¿cuál era su nombre?
                                      -¡Envidia!
                                                     -¿Es cierto
Dame la pala, y tu labor prosigo.
   -¡Os cansaréis en balde, mal pecado!
Por curtido que estéis en tales lizas,
Muerta es, señor, que os dejará asombrado.
   -¿Por qué, pues, su cadáver no haces trizas?
-Soy la Piedad, y cuando le he enterrado,
Le ayudo a renacer de sus cenizas.

1881.






A varios escritores portugueses enemigos de España

                  Sordo rumor el Tajo nos envía,
Que la injusticia y el error pregona,
Y quien de noble y de cortés blasona,
De lo errado y lo injusto se desvía.
   ¿Quién da campo a tan loca fantasía?
¿Qué plan la engendra, qué temor le abona,
Hoy que de las conquistas la corona
Quema la sien a que se ciñe un día?
   De hermanos cariñosos pruebas dimos,
Y, sin ver si ganamos o perdemos,
Fraternidad y amor sólo pedimos.
   Ni señores ni esclavos pretendemos:
Señores, porque nunca los quisimos,
Y esclavos, porque ya no los queremos.

1882.







En la muerte de un amigo de la juventud

                  ¡Él también! ¡Cómo pasan, y qué aprisa,
Los que vimos ayer a nuestro lado,
Ricos de ingenio, de ánimo esforzado,
Siempre al amor propicios y a la risa!
   Lodo que amasa el llanto sólo pisa
Quien, de la edad al término llegado,
Siente que a cada instante un ser amado
Con el ejemplo de su fin le avisa.
   ¡Ay! Para el alma que lo incierto espera
Y al ver la oscuridad gime y se asombra,
¡Qué dichosa estación otoño fuera,
   Si al suelo no arrojase por alfombra
Todo lo que en la verde primavera
Nos dio perfumes y frescura y sombra!

Madrid, 1882.







Al leer la sentencia de muerte de varios amigos políticos

                  ¿Y qué? Por mucho que la inicua saña
De la estúpida grey que nos desdora
Se atreva a discurrir, ¿podrá en mal hora
El crimen cometer, baldón de España?
   Antes el mar que nuestras costas baña
Su sangre teñirá, vil y traidora;
Antes el hierro que en su centro mora
Vomitará en puñales la montaña.
   Víctimas pide el irritado cielo,
Mas no son las que el bando parricida
Prepara de su furia en el desvelo;
   Cuando un pueblo se apresta a nueva vida.
¿Sabéis qué sangre le reclama el suelo?...
¡Del déspota la sangre corrompida!

Madrid, 1866.







La profecía

                  Víctima de sus vicios fue Sodoma,
Jerusalem de su impiedad insana,
De su ambición Cartago la africana,
De su avaricia y su soberbia Roma.
   Hoy por su propio peso se desploma
De Pelayo la herencia soberana,
Y hecho pedazos rodará mañana
El trono que de Dios su origen toma.
   Y nadie, de la edad en el misterio,
Buscará de esa ruina las razones,
De fácil comprensión al hombre serio:
   Lo que sí ha de asombrar a las naciones
Es cómo vivió siglos un imperio
Gobernado por monjas y bribones.

Madrid, 1868.






La libertad

                  ¡Celeste libertad! ¡Astro fecundo,
Que triste a veces su fulgor derrama,
Cuando al mirar su luz trocada en llama,
Mejor destruye que ilumina el mundo!
   Ya hundida del abismo en lo profundo,
Ya rica de poder, de gloria y fama,
Rival del hijo que su madre aclama,
Aclamo yo tu imperio sin segundo.
   Dentro del corazón tu nombre leo;
Antes que ausente de mi hogar te llore,
Antes que el hierro del esclavo muerda,
   De mi existencia el fin hallar deseo:
¡Maldito aquel que hipócrita te adore!
¡Maldito aquel que estúpido te pierda!

Madrid, 1873.






Sonetos traducidos o imitados

Al borde de la tumba
(imitación del portugués)
                  Pequé, Señor, mas no porque he pecado
De vuestra alta clemencia me despido,
Que cuanto más hubiere delinquido,
Os tengo a perdonar más empeñado.
   Si verme pecador os ha indignado,
Cederéis al mirarme arrepentido:
La misma culpa con que os he ofendido
Os tiene a la indulgencia preparado.
   Cuando vuelve al redil de sus amores
Una oveja perdida y recobrada,
En júbilo se inundan los pastores;
   Yo soy, Señor, oveja descarriada;
Mirad, Pastor divino, mis dolores,
Y recobradme al fin de la jornada.

1859.







Super fluminem...

(imitación del italiano)

                  Burlándose del piélago bravío
Y de joyas magníficas cargado,
Con viento en popa y pabellón izado,
Vi romper las espumas un navío.
   No lejos de él, inútil y vacío,
De cuatro tablas a lo más formado,
Débil esquife contemplé, llevado
Por un remero sin vigor ni brío.
   Súbito ruge el huracán furioso,
Y en la costa el esquife, ya a cubierto,
Mira estrellarse el buque poderoso:
   Tal es de la fortuna el fallo cierto;
El humilde se salva; el orgulloso
Tan sólo por milagro gana el puerto.

1869.







La bandera española

(imitación de Niccolini)

                  De rojo y amarillo está partida;
Dice el rojo del pueblo la fiereza;
El amarillo copia la riqueza
Con que su fértil suelo nos convida.
   Plegada alguna vez, jamás rendida,
Ningún borrón consiente su pureza,
Y aun al mirarla doblan la cabeza
Los que a su sombra fiel hallan cabida.
   Si hoy, como en otra edad, al mundo entero
Leyes no dicta desde polo a polo,
Ni el sol la manda su fulgor primero,
   Cuando con vil traición o torpe dolo
Pisarla intente audaz el extranjero,
¡Teñida la veréis de un color sólo!

1870.





Sobre un sepulcro de mujer

(de la antología griega)

                  Mira. Recién cavada está la fosa,
Y sobre el mármol funeral caída
Una guirnalda de ciprés tejida,
Ofrenda de una mano cariñosa.
   Los negros caracteres de la losa
Todo el secreto encierran de la vida;
Lee, y de un alma para el bien nacida
Aprenderás la historia dolorosa.
   «Antemia soy; en Gnido tuve cuna;
Esposa fuí de Eufrone, y dos gemelos
Le di para su gloria y mi fortuna:
   No faltarán a su vejez consuelos,
Que uno le queda, de su noche luna,
Y otro en mis brazos se elevó a los cielos.»

1870.






Poesías varias



La nave fantasma

EPISODIO
                  -¿Has oído, Joaquín? Del mar y el viento,
               Dominando el rumor,
Me pareció escuchar hace un momento
               El grito de «¡Babor!»
 
   ¿Qué será? De prudencia es el aviso,
               Y algo debe pasar:
Aún las Azores desde aquí diviso;
               ¿Si iremos a encallar?
 
   Sereno el cielo está; la mar desierta,
               Los astros copia fiel:
¿Qué significa la señal de alerta
               Que dan al timonel?
 
   ¿Nada ves?-Del Atlántico la alfombra,
               Sin principio ni fin...
-¡No! Yo distingo lejos una sombra...
               Ya sé lo que es, Joaquín.
 
   Mira: un bajel perdido y sin gobierno
               Entre las olas va;
La cólera lo empuja del Eterno:
               ¿Dónde lo llevará?
 
   En vano le hace señas nuestra nave,
               Truena en vano el cañón:
Sólo el profundo mar la historia sabe
              De su tripulación.
 
   ¿De qué puerto de América o de Europa
               Salió el roto bajel?
¿Qué nombre escrito llevará en la popa?
               ¿Cuántos iban en él?
 
   ¿Será tal vez la suya nuestra suerte?
               ¿Desecha tempestad,
Combate inútil, ignorada muerte,
               Silencio y soledad?
 
   Las doce son; acaso en este instante
               Alguno piensa en mí,
Y -Dios tenga piedad del navegante-
               Murmura para sí.
 
   Media noche, Joaquín; pues no hay remedio,
               Volvamos al cajón;
La vista de esas olas me da tedio;
               Huele a panteón.
EPÍLOGO
                  A la mañana del siguiente día,
               El sol al despuntar,
Un cadáver flotando se veía
               Sobre el tranquilo mar.
 
   Triste despojo de la nave sola,
               De ella flotaba en pos;
¡Un momento después barrió una ola
               El surco de los dos!






Foederis arca

A LEANDRO PÉREZ COSSÍO

                  Hay un asilo en mi pecho
Que las dudas no combaten,
Ni los placeres alegran,
Ni entristecen los pesares;
Oscuro como una tumba,
Invisible, inexpugnable,
Ni en él penetran las risas
Ni de él se escapan los ayes.
Dios y yo tenemos sólo
De ese sepulcro la llave,
Sepulcro que es paraíso
Con apariencias de cárcel,
Y Dios y yo solamente,
En señalados instantes,
Vemos lo que allí se oculta,
O, mejor, lo que allí yace.
 
   Una mujer no besada,
Una interrumpida frase,
La memoria de algún sueño,
El suspiro de algún ángel,
Hojas de flores marchitas,
Ecos de dulces cantares,
Brisas, estrellas, ardores,
Relámpagos, huracanes,
Todo lo que el alma crea
Y en el alma se deshace,
Tiene allí rumor y vida,
Cuerpo, sombra, espacio y aire;
Y flota en un océano
Sin escollos ni oleaje,
Con la eternidad por puerto
Y la esperanza por llave.
 
   Cuando, cansado o vencido,
El espíritu se abate;
Cuando del pesar la nube
Lluvia de lágrimas trae;
 
Cuando el rencor o la envidia
O la adulación cobarde
Por amigo me pretenden
O me señalan por mártir;
Cuando el sol de mi ventura
Pienso que puede eclipsarse,
Del asilo de mi pecho,
Donde no penetra nadie,
Abro la escondida puerta
Y en él me refugio amante,
Como se refugia un niño
En los brazos de su madre.

1874.







Problema

                  -Dos almas en una sola
Nuestras dos almas serán.-
Así me dijiste un día
En vísperas de marchar.
Ni te he visto desde entonces
Ni de ti supe jamás,
Ni pensando en nuestras almas
Puedo ya vivir en paz.
Si tú las dos te llevaste
Debes pasarlo muy mal;
Si sólo la tuya tienes,
La mía, ¿dónde estará?

1874.







Las dos islas

                  Yo he visto del Océano
En la inmensa soledad,
Dos islas que, siempre verdes,
Se reflejan en el mar.
Un abismo las divide
Que las engendró quizá;
Pero, a través de ese abismo,
Entre ellas vienen y van
Los besos que lleva el aire
En su carrera fugaz,
Y los cándidos efluvios
De su seno virginal.
Todo es común para entrambas:
La calma, la tempestad,
El sol, el viento, las olas,
La alegría y el pesar.
 
   ¡Ay!, esas islas remedan
En su consorcio ideal,
De nuestros dos corazones
El desesperado afán.
Semejante a su destino
Nuestro destino será:
Vernos siempre, amarnos siempre
Y no juntarnos jamás.

1874.






¡Yo pecador!

                  ¡Si es sagrado, Señor, el juramento,
         Apiádate de mí!
Perjuro soy, y aguardo tu castigo
         Doblada la cerviz.
 
   Juré amar a una pérfida, y esclavo
         Del juramento fuí;
Luego juré olvidarla y ¡oh flaqueza!
         No lo puedo cumplir.

1874.







Magdalena

                  No llores más; si siempre el llanto ha sido
         alivio del que gime,
Por una sola gota el ofendido
         Al ofensor redime.
 
   Un eterno combate es nuestra vida:
         Luchar no te avergüence,
Que la gloriosa palma apetecida
         No es sólo del que vence.
 
   ¡Levántate, mujer! Contempla el cielo
         Y tu dolor destierra.
¿Cuál será el ave que remonte el vuelo
         Sin tocar a la tierra?

1874.







Ella y yo

                  Muchos años han corrido,
Muchas memorias han muerto,
Y aún mi corazón palpita
Cuando alguna vez la veo.
Ella indiferente pasa
Con el semblante sereno,
Como estatua que abandona
Su pedestal un momento;
Y yo, bajando los ojos,
Callo, miro, dudo y tiemblo,
Como esclavo fugitivo
Que tropieza con su dueño.

1875.






Mi Nochebuena

A Ramón de Campoamor

                  Sentado ante la roja chimenea
      Y en las manos un libro,
He pasado la noche en que naciste
      Y en que nací, ¡Díos pío!
 
   Muchas recuerdo de entusiasmo loco
      Y atronador bullicio,
En que el placer, la gloria y la esperanza
      Llenaban mis sentidos.
 
   Alguna pasé lejos y muy triste
      Cuando, pobre proscrito,
Uní a la voz del viento y de las olas
      Mi voz y mis suspiros.
 
   Noches de gozo, de inquietud, de duelo,
      Por premio o por castigo,
Os arrastró veloz en su carrera
      Del tiempo el torbellino.
 
   ¡Cuán de ésta diferentes, en que sólo,
      Del hogar al abrigo,
He contado las horas junto al lecho
      De mis hermosos hijos!
 
   Las caras prendas de mi amor dormían,
      Y a su lado, encendidos,
Aún brillaban del tosco nacimiento
      Los diminutos cirios.
 
   Yo, suspendiendo a veces la lectura,
      Me alzaba con sigilo,
Y al matar una luz les daba un beso,
      Murmurando: «¡Hijos míos!»
 
   Cesaron en la calle los rumores
      De cantos y de gritos,
Apagóse la roja chimenea
      Y me quedé dormido.
 
   Otras noches vendrán de más fortuna,
      Que incierto es el destino;
Pero ¡ay! yo no tendré ni mayor dicha
      Ni sueño más tranquilo.

1875.






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