viernes, 22 de marzo de 2013

TOMÁS MORALES CASTELLANO [9508]


Tomás Morales Castellano
Tomás Morales Castellano (Moya (Gran Canaria), 10 de octubre de 1884 - Las Palmas de Gran Canaria, 15 de agosto de 1921) fue un poeta español, máximo representante del modernismo lírico insular e iniciador de la poesía canaria moderna, es considerado uno de los principales poetas del modernismo español. Autor del libro Las Rosas de Hércules, destaca entre su obra de poemas la Oda al Atlántico.

En 1893 inicia en el Colegio de San Agustín los estudios primarios que finalizará en 1898. En los dos años siguientes escribe sus primeros versos. Compartió generación con otros poetas grancanarios como Alonso Quesada y Saulo Torón. Coincidió en el colegio de San Agustín con Alonso Quesada y el pintor Néstor Martín Fernández de la Torre. Se traslada a Cádiz en 1900 para cursar los estudios de Medicina. En el periódico El Telégrafo (Las Palmas) se publicarán sus primeras poesías (1902-1903). Se marcha a Madrid en 1904 para ampliar estudios en la Facultad de San Carlos. En la capital entabla amistad con el escritor canario Luis Doreste Silva. Este último y el también escritor canario Ángel Guerra lo introducen en la vida madrileña, donde frecuenta los lugares de reunión de los escritores de la época: acude a las tertulias de Francisco Villaespesa, la del café Universal, y la de Carmen de Burgos, "Colombine", directora de la Revista Crítica. Su amistad con "Colombine" le permite darse a conocer entre la intelectualidad madrileña. Posiblemente en esa tertulia llegaría a conocer a Rubén Darío. Entre 1906 y 1908, aproximadamente, el poeta ya mantiene amistad con Fernando Fortún, Enrique Díez Canedo, Francisco Villaespesa, Ramón Gómez de la Serna, etc. En 1907 publica poemas y críticas en la Revista Latina fundada por Villaespesa este mismo año. Tras publicar su primer libro y acabar su carrera, de la que obtendría el título de Doctor al año siguiente, regresa en 1909 definitivamente a Gran Canaria. Es nombrado médico titular en Agaete en 1911 y permanece allí hasta 1919 cuando se traslada como médico a Las Palmas. Recibe en 1920 varios homenajes por la publicación del libro II de Las Rosas de Hércules. Planea por esta época la edición de la primera parte de su obra. En 1921 es elegido Vicepresidente del Cabildo insular de Gran Canaria. Su carrera política, no obstante, duraría poco, pues fallece en Las Palmas el 15 de agosto. No pudo ver realizado su sueño de publicar completas Las Rosas de Hércules.
Su prematura muerte tuvo lugar tras recibir el laurel del Ateneo de Madrid.
En la actualidad da nombre a un centro de infantil y primaria1 del Carrizal de Ingenio, a un instituto de secundaria y a una calle de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, además de a uno de los botes de vela latina históricos que regatean en la bahía capitalina.
Letras Canarias 2011. El Gobierno de Canarias dedica al poeta la edición del Día de las Letras Canarias 2011.

Obra

Tomás Morales sólo publicó dos obras en vida, Poemas de la gloria, del amor y del mar, editado en Madrid en 1908 por la imprenta Gutenberg-Castro y Cía; y Las Rosas de Hércules, libro II, en 1919 en la Librería Pueyo de Madrid. El libro I, que constituía una edición aumentada y revisada de los Poemas de la gloria, del amor y del mar, con prólogo de Enrique Díez-Canedo, se publicaría póstumamente en 1922.
Aunque también hizo pequeñas incursiones en la prosa crítica, la traducción y el teatro (La cena de Bethania, 1910), Las Rosas de Hércules es su obra cumbre, en la que se revela una perfecta asimilación de la estética del movimiento modernista. Se trata del gran proyecto literario (e inconcluso) del poeta, en el que pretendía registrar su visión del mundo de acuerdo con una estructura en la que los Elementos (mar, tierra, aire y fuego) ocupan un lugar primordial.
La mitología clásica, la reflexión sobre el arte y la poesía, el canto al mar, tanto en su versión portuaria como mitológica y la visión urbana y cosmopolita son algunos de los temas que trató mediante un verso de gran perfección formal y con un lenguaje de ascendencia simbolista. Algunos de sus poemas o conjuntos de poemas más célebres son: “Poemas del mar”, “Oda al Atlántico”, “Balada del niño arquero”, “Tarde en la selva”, “A Rubén Darío en su última peregrinación”, “Poemas de la ciudad comercial”, “A Néstor”, etc.

Ediciones modernas

A partir de 1956 los dos tomos de Las Rosas de Hércules se publican conjuntamente, con algunos añadidos como “Himno al volcán”, que supuestamente pertenecía a un libro tercero. En 2006 aparece la primera edición crítica de su obra, basada en los Libros de Autor preparados por el propio poeta y en las ediciones príncipe de sus respectivas publicaciones.

Las ediciones más destacadas son:

Las Rosas de Hércules, Las Palmas de Gran Canaria, El Museo Canario, 1956. [Primera edición conjunta de los dos tomos]
Oda al Atlántico, Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo Insular de Gran Canaria, 1971.
Vacaciones sentimentales, Las Palmas: Ayuntamiento de la Villa de Moya, 1971.
Poemas de la ciudad comercial, Las Palmas de Gran Canaria: Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, 1971.
Las Rosas de Hércules, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular de Gran Canaria, 1977.
Las Rosas de Hércules, Barcelona: Barral Editores, 1977.
Las Rosas de Hércules, La Cena de Bethania (Versiones de Leopardi). Santa Cruz de Tenerife: Interinsular Canaria, 1984.
Las Rosas de Hércules, (Libros I y II, dos volúmenes en edición facsimilar), Santa Cruz de Tenerife, Consejería de Cultura del Gobierno de Canarias, 1985.
Las Rosas de Hércules, lectura de Andrés Sánchez Robayna. Barcelona: Mondadori, 2000.
Las Rosas de Hércules, edición crítica de Oswaldo Guerra Sánchez, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo de Gran Canaria, 2006.
Poemas de la Gloria, del Amor y del Mar, texto introductorio de Oswaldo Guerra Sánchez. Reproducción facsímil de la edición: Madrid: Gutenberg-Castro y Compª, 1908. Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo Insular de Gran Canaria, 2008.
Las Rosas de Hércules, introducción y notas de Oswaldo Guerra Sánchez, Madrid, Cátedra, 2011.




Poemas del mar


I

   Puerto de Gran Canaria sobre el sonoro Atlántico,
con sus faroles rojos en la noche calina,
y el disco de la luna bajo el azul romántico,
rielando en la movible serenidad marina...

   Silencio de los muelles en la paz bochornosa,
lento compás de remos en el confín perdido,
y el leve chapoteo del agua verdinosa
lamiendo los sillares del malecón dormido;

   fingen en la penumbra fosfóricos trenzados
las mortecinas luces de los barcos anclados,
brillando entre las ondas muertas de la bahía...;

   y de pronto, rasgando la calma, sosegado,
un cantar marinero, monótono y cansado,
vierte en la noche el dejo de su melancolía...




II

   La taberna del muelle tiene mis atracciones
en esta silenciosa hora crepuscular.
Yo amo los juramentos de la conversaciones,
y el humo de las pipas de los hombres de mar.

   Es tarde de domingo, esta sencilla gente
la fiesta del descanso tradicional celebra;
son viejos marineros que apuran lentamente,
pensativos y graves, sus copas de ginebra.

   Uno muy viejo cuenta su historia: de grumete
hizo su primer viaje el año treinta y siete,  
en un patache blanco, fletado en Singapur...

   Y, contemplando el humo, relata conmovido
un cuento de piratas, de fijo sucedido
en las lejanas costas de América del Sur...




III

   Y volvieron de nuevo las febricientes horas;
el sol vertió su lumbre sobre la pleamar,
y resonó el aullido de las locomotoras
y el adiós de los buques dispuestos a zarpar.

   Jadean chirriantes en el trajín creciente
las poderosas grúas... y a remolque, tardías,
las disformes barcazas andan pesadamente
con sus hinchados vientres llenos de mercancías;

   nos saluda a lo lejos el blancor de una vela,
las hélices revuelven la luminosa estela...  
Y entre el sol de la tarde y el humo del carbón,

   la graciosa silueta de un bergantín latino
se aleja lentamente por el confín marino,
como una nube blanca sobre el azul plafón.




IV

   Llegaron invadiendo las horas vespertinas;
el humo denso y negro manchó el azul del mar,
y el agrio resoplido de sus broncas bocinas
resonó en el silencio de la puesta solar.

   Hombres de ojos de ópalos y de fuerzas titánicas,
que arriban de países donde no luce el sol:
acaso de las nieblas de las Islas Británicas,
o de las cenicientas radas de Nueva York.

   Esta tarde, borrachos, con caminar incierto,
en desmayados grupos se dirigen al puerto,  
entonando el Good save con ritmo desigual...

   Y en un ¡hurra! prorrumpen con voz estentorosa
al ver sobre los mástiles ondear victoriosa
la púrpura violeta del pabellón Royal...




V

   Esta vieja fragata tiene sobre el sollado
un fanal primoroso como una imagen linda;
y en la popa, en barrocos caracteres grabado,
sobre el Lisboa clásico, un dulce nombre: Olinda...

   Como es de mucho porte y es cara la estadía,  
alija el cargamento con profusión liviana:
Llegó anteayer de Porto, filando el Mediodía,
y hacia el cabo de Hornos ha de salir mañana...


¡Con qué desenvoltura ceñía la ribera!
Y era tan femenina, y era tan marinera,  
entrando, a todo trapo, bajo el sol cenital,

   que se creyera al verla, velívola y sonora,
una nao almirante que torna vencedora
de la insigne epopeya de un combate naval...







Final

   Yo fui el bravo piloto de mi bajel de ensueño,
argonauta ilusorio de un país presentido,
de alguna isla dorada de quimera o de sueño,
oculta entre las sombras de lo desconocido...

   Acaso un cargamento magnífico encerraba  
en su cala mi barco; ni pregunté siquiera;
absorta mi pupila las tinieblas sondaba,
y hasta hube de olvidarme de clavar mi bandera.

   Y llegó el viento Norte, desapacible y rudo;
el poderoso esfuerzo de mi brazo desnudo  
logró tener un punto la fuerza del turbión;

   para lograr el triunfo luché desesperado,
y cuando ya mi cuerpo desfalleció cansado,
una mano en la noche me arrebató el timón.






Marinos de los fiordos

   Marinos de los fiordos, de enigmático porte,
que llevan en lo pálido de sus semblantes bravos
todo el alma serena de las nieves del Norte
y el frío de los quietos mares escandinavos.

   En un invierno, acaso, por los hielos cautivos,
en el vasto silencio de las noches glaciales,
sus apagados ojos miraron, pensativos,
surgir las luminosas auroras boreales...

   Yo vi vuestros navíos arribar en la bruma;
el mascarón de proa brotaba de la espuma  
con la solemne pompa de una diosa del mar;

   y los atarazados velámenes severos
eran para el ensueño cual témpanos viajeros
venidos del misterio de la noche polar...






Vamos llegando en medio...

   Vamos llegando en medio de un poniente dorado;
el océano brilla como una intensa llama,
y poco a poco, lenta, la noche se derrama
en la paz infinita del puerto abandonado.

   Nada perturba el seno de esta melancolía;
sólo un falucho cuelga su velamen cansado,
y hay tal desesperanza en el aire pesado
que hasta el viento parece que ha muerto en la bahía...

   Entramos lentamente; a nuestro lado quedan
algunas lonas blancas, que en la noche remedan  
aves de mar que emprenden una medrosa huida;

   y a lo lejos, en medio de la desierta rada,
del fondo de la noche, como un soplo de vida,
va surgiendo la blanca ciudad, iluminada...






Puerto desconocido...

   Puerto desconocido, desde donde partimos
esta noche, llevándonos el corazón opreso;
cuando estamos a bordo, y en el alma sentimos
brotar la melancólica ternura del regreso...

   Silencio; tras los mástiles la luna, pensativa,  
en las inquietas ondas su plenitud dilata;
y en el cielo invadido por la pereza estiva,
las estrellas fulguran como clavos de plata...

   ¡Oh, sentirnos tan solos esta noche infinita,
cuando, acaso, un suspiro de nuestra fe marchita  
va a unirse al encantado rumor del oleaje!...

   Y emprender, agobiados, la penosa partida
sin que un blanco pañuelo nos de la despedida
ni haya una voz amiga que nos grite: ¡Buen viaje!




Poemas del mar


I


   Esta noche, la lluvia, pertinaz ha caído,
desgranando en el muelle su crepitar eterno,
y el encharcado puerto se sumergió aterido
en la intensa negrura de las noches de invierno.

   En la playa, confusa, rezonga la marea,  
las olas acrecientan en el turbión su brío,
y hasta el medroso faro que lejos parpadea,
se acurruca en la niebla tiritando de frío...

   Noche en que nos asaltan pavorosos presagios
y tememos por todos los posibles naufragios,  
al brillar un relámpago tras la extensión sombría,

   y en que, al través del viento, clamoroso resuena
ahogada por la bruma, la voz de una sirena,
como un desesperado lamento de agonía...




II

   Es todo un viejo lobo; con sus grises pupilas,
las maneras calmosas y la tez bronceada.
Solemos vagar juntos en las tardes tranquilas;
yo le estimo, él me llama su joven camarada...

   Está bien orgulloso de su pasado inquieto;  
ama las noches tibias y los días de sol;
y entre otras grandes cosas, dignas de su respeto,
es una, la más alta, ser súbdito español.

   En tanto el mar se estrella contra las rocas duras,
él gusta referirme curiosas aventuras  
de cuando fue soldado de la Marina Real;

   de aquel famoso tiempo guarda como regalo,
la invalidez honrosa de su pierna de palo
y su cruz pensionada del Mérito Naval...




III

   Navegamos rodeados de una intensa niebla;
no hay un astro que anime la negra lontananza;
y nos da el buque, en medio de la noche de niebla,
la sensación de un monstruo que trepida y avanza.

   Baten las olas lentas su canción marinera,
el piloto pasea, silencioso, en el puente;
y un centinela, a popa, junto al asta bandera,
apoyado en la borda, fuma tranquilamente...

   Tiene un no sé qué indómito su mirada perdida,
el resplandor rojizo de su pipa encendida
en la toldilla a oscuras pone un candente broche;

   y al mirar su silueta de rudo aventurero,
sueña que viaja a bordo de algún barco negrero,
nuestra alma, que es gemela del alma de la noche...




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