domingo, 3 de junio de 2012

EMILIO QUINTANILLA BUEY [6.954]


Emilio Quintanilla Buey

Emilio Quintanilla Buey (Juneda, Lérida 1932) es un poeta y escritor español.

Quintanilla Buey vivió su niñez entre Cataluña, País Vasco, Galicia y Castilla y León. En Venta de Baños (Palencia) transcurrió su adolescencia y su juventud. En 1955 su actividad profesional le llevó a tierras aragonesas, y en 1964 a Madrid. Autor de alguna publicación técnica en el área empresarial de los recursos humanos, es a finales de la década de 1990 cuando, abandonadas ya sus ocupaciones laborales, se instala en Zaragoza, donde se se dedica por entero a la poesía, el relato, la novela y algún ensayo.

Obra y premios

Su aparición en el panorama literario español es muy reciente. Prácticamente toda su obra literaria ha sido publicada ya en el siglo XXI, cuando Quintanilla Buey rebasaba ya los 65 años. Desde entonces ha cosechado numerosos premios. Los principales en prosa y poesía se enumeran a continuación.

En poesía

Premio Ibercaja, Zaragoza, 1999;
Premio Luis Cernuda, Sevilla, 2001;
Premio Vicente Aleixandre, Madrid, 2002;
Premio Esquío (finalista) Ferrol, 2003;
Premio Viriato, Toledo, 2004;
Premio Alcalá de Henares, 2005;
Premio Carmen Arias, Ciudad Real, 2007;
Premio Aldaba (accésit) 2007;
Premio Villa de Sonseca, 2007;
Premio Luis López Anglada, Ávila, 2007;
Premio Ciudad de Jerez, 2008;
Premio Villa de La Roda (Albacete) 2008;
Premio Fray Luis de León (finalista) 2009;
Premio Ciudad de Ceuta (finalista) 2009;
Premio Ángel García López - Villa de Rota (finalista) 2009.
Premio Villa de Benasque autores aragoneses, 2010 Premio de poesía "Antonio Machado" (Premios del Tren, accésit 2010 Premio de Poesía "Santa Isabel de Aragón, Diput. de Zaragoza 2011

En prosa

Premio de relato Junta de Extremadura, 2001;
Premio Alberto Magno de Ciencia ficción, Bilbao, 2003;
Premio "Cuentos sobre ruedas", Madrid, 2003;
Premio "Villa de Benasque" de narrativa autores aragoneses, 2009;
"Premios del Tren" 2009 (accésit).
Premio "Giralda" de novela corta, Sevilla, 2011 Premio de Cuento "Antonio Machado" (Premios del Tren) accésit, 2011




EL TRÉBOL


I

He encontrado, perdido entre las hojas
                                               del libro La conjura de los necios,
                                               como una alegoría agazapada,
                                                el brote tetrafólico de un trébol.
De un verde gris, planchado entre dos frases,
casi integrado ya en el argumento,
rompedizo, perdida su frescura,
como el liviano fósil de un recuerdo
pero dando señales todavía
de un rescoldo vital; de no estar muerto.
Me ha parecido percibir, incluso,
que iniciaba un ligero movimiento
al irrumpir la luz de mi escritorio
en su nicho de sombra y de silencio
y que por fin captaba mi mirada
sorprendido y feliz al mismo tiempo.


II

Como soy vulnerable a los presagios,
como creo en hechizos y amuletos,
como cualquier embrujo me encandila
por el alma tan párvula que tengo,
he visto en ese trébol de cuatro hojas
la prefiguración de un sortilegio.
Enseguida he pensado que ese hallazgo
en ese libro, póstumo y espléndido,
no era casual, estaba programado.
Había algo simbólico en el hecho.
Una fuerza secreta y ultrahumana
estaba propiciando nuestro encuentro.
Y he querido palparle con blandura
aproximando trémulo mis dedos,
muy despacio y tomando precauciones
por si estaba furioso tras su encierro.



III

Se ha dejado tocar, aunque he notado
la contracción de su estremecimiento
y un mimoso desdén, como un reproche
por no haberle tocado en tanto tiempo.
Después le he acariciado con ternura
cuidando de no hacerlo a contrapelo
y le he dicho unas cálidas palabras
tratando de ganarme así su afecto.
Entonces ha ocurrido algo asombroso:
el trébol se ha enhestado, se ha desmuerto,
se ha dirigido a mí, como mirándome,
poniendo vertical su tallo erecto
y ha repetido despaciosamente,
en un tono lineal, monofonético,
con timbre de metal reverberante,
mi propia voz, como si fuera un eco



IV

He superado el pánico instintivo
que me ha invadido en un primer momento
aunque enseguida he vuelto al sobresalto
impactado por un recelo nuevo,
porque empezaba a ver en el prodigio
el testimonio de un desdoblamiento.
Ese trébol es parte de mí mismo;
es un trozo evadido de mi cuerpo.
Una escisión binaria repentina,
una conjugación hecha a destiempo,
crearon una yema en mi albedrío
que al germinar quiso vivir un sueño.
Su vocación estaba entre los libros,
sintiéndolos latir, viviendo en ellos,
y se marchó de mí tras un desgarro
que todavía hoy me está doliendo.



V

Hemos hablado sobre nuestras vidas
y yo he querido ser claro y sincero:
mi vida es mejorable. Está preñada
de soledumbre, desamor y tedio.
Él, en cambio, me ha dicho que en el libro
ha encontrado un refugio placentero
gracias al cual conoce Norteamérica.
Está en Nueva Orleáns, y está contento.
Convive con Ignatius y su madre,
y con Mancuso, el torpe patrullero,
y con Lane, la sensual modelo porno
que tiene un cabaret cuyo portero
es Burma Jones, el negro quisquilloso,
y con Darlene, que tiene un loro en celo,
y con Dorian saliendo del armario,
y con Myrna, que estudia amor eterno...



VI

Pronto hemos asumido la simbiosis.
Ambos somos el mismo y lo sabemos.
Primero le he mirado con envidia
pero luego he admirado, satisfecho,
su buen gusto, que a mí también me alcanza,
para elegir su hermoso cautiverio.
Después hemos pasado muchas horas
en un contemplador hechizamiento,
en una mutua hipnosis, escrutándonos
el uno al otro, como ante un espejo;
él aplomado, imperturbable, estoico,
yo abatido, confuso, pesariento.
De entre los dos, el trébol es el líder.
Él supo ser audaz; yo tuve miedo
y por eso he tomado, aunque algo tarde,
mi decisión que es casi un testamento:



VII

Desnudo, como Dios me trajo al Mundo,
tras frotarme con ramas de romero,
he estado un largo rato meditando
junto al libro, de bruces en el suelo
y haciéndome preguntas que hasta ahora
por cobardía no me había hecho.
Un ejercicio inquisidor, catártico,
que me ha abierto los ojos hacia dentro.
Después me he incorporado... ¡Ya distinto!
¡Ya vegetal! ¡Ya miembro de otro reino!
He mirado con ojos de emigrante
el asfixiante espacio en que me muevo,
he dado un salto hasta alcanzar la página,
me he abrazado a mi frágil complemento,
nos hemos sublimado en el abrazo
y hemos cerrado el libro desde dentro.


                                               
VIII

Cuando el hastío venga a visitarme
no podrá verme. Soy —¡por fin!— sintético.
Me he mudado a una casa muy pequeña
con un indicador alfanumérico
en una zona de la estantería
donde tengo los libros que más quiero.
Es una casa alegre, bulliciosa.
(La pena es que su joven arquitecto
se suicidó sin verla inaugurada).
Mi antigua casa... flota en el recuerdo.
Contraponiendo a mi desesperanza
la infinita esperanza de mi trébol
he construido una utopía nueva.
Hoy me siento más libre y más entero
aunque haya de vivir entre las hojas

del libro La conjura de los necios.





DE SU POEMARIO 'REGRESAR A BOMARZO',
PREMIO ISABEL DE PORTUGAL DE POESÍA


8.

Desde que, junto al Tíber,
perversa y bella ninfa visionaria,
me abdujiste una noche
mi verso se transforma cuando canta
y puede hacer de un salmo gregoriano
una epopeya orgásmica.
Sexualiza el poema, busca siempre
la vulva en las palabras,
porque cada palabra de mi verso
esconde una hendidura bilabiada
que tiene arriba una pequeña, eréctil,
sutil protuberancia.


23.

Mi verso, que es humano,
tiene sus obsesiones y sus vicios
y manifiesta a veces
la obscena ordinariez del reprimido.
                      Trata de comprenderle y mientras puedas
accede a sus caprichos.
Si lo que quiere es sexo, dale sexo,
si cariño, cariño,
si te habla de la muerte, no le digas
que puede suceder mañana mismo,
y si quiere, por fin, volver a casa,
enséñale el camino.





34.

                      Pero bajo el cadáver, ya ceniza,
                      de mi verso renace un verso nuevo.
                      No todo está perdido.

                      En el surco la tierra está alumbrando
                     un diminuto brote polifónico
con venillas azules.

Voy temprano a Bomarzo
cuando las sombras tienen sed de aurora
y el sátiro fornica.

Llego al lugar donde mi verso yace,
me arrodillo, me inclino sobre el surco
y aproximo el oído

para escuchar el canto de esperanza
—Rubén de nuevo— que me brinda un suelo
palpitante y fecundo

                      mientras desde la rama de un cerezo
                      mira a la luna un ruiseñor noctámbulo
que se hará alondra al alba.



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