miércoles, 13 de julio de 2011

BÁRBARA BELLOC [4.158]



Bárbara Belloc

Poeta, traductora, editora y aficionada multimedia (Bs. As., Argentina, 1968). Publicó los libros de poesía Bla (1992), Sentimental journey (1995), Ambición de las flores (1997), Ira (1999), Orang-utans (2000, en colaboración con la poeta Teresa Arijón y con traducción al inglés de Hülary Gardner), y Espantasuegras (2005); la investigación periodística Tribus porteñas (1998); el libro-objeto Obrero artificial (con la artista plástica Ménica Girón, 2000); la traducción del griego del corpus íntegro de la poesía de Safo en Poema y fragmentos completos (2006); la traducción de poemas de Gary Snyder en Todas las palabras para decir roca (2008); y la traducción del libro de Waly Salomâo Hélio Oiticica, Qual é o parangolé? y otros escritos (2009). Tradujo del griego la poesía de Erina, Praxila, Moero, Sulpícía y Alceo, del sánscrito el Prthvisukta (o Himno a la Tierra), del inglés poemas de Kim Stafford, Olga Broumas y El mar de coral, de Patti Smith, y del portugués poemas de Angela Melim, Angélica Freitas, Antonio Carlos de Brito, Mario Faustino, Waly Salomáo y Cesário Verde, publicados en libros y revistas. En 2008 editó el EP de música La línea de la costa. Entre 1994 y 1998 coeditó, con T. Arijón, la hoja mensual de cultura y divertimento "La Rara Argentina", y desde 1999 colabora regularmente con artistas visuales y músicos argentinos y extranjeros, realizando videos, instalaciones visuales y sonoras y publicaciones digitales. Actualmente es coedítora, con T. Arijón y Manuel Hermelo, del sello pato-en-la-cara, y trabaja en una serie de obras multimedia (la primera Benshi - CCC, fue producida en Oregon, EUA, en 2006/7).


Las lejanas estrellas de rock...

Las lejanas estrellas de rock ¿sienten como nosotros
ese hastío, esa dispersión áspera del ánimo como las nubes
que son barridas por el viento cuando no habrá de venir
una tormenta?
Los otros, los hijos de los otros, los macrobióticos, los que se aman,
las rocas escarpadas que forman un imposible jardín
en suelo volcánico: ese misterio. Ni en las palabras es simple
aunque al ras y mirada con ciertos ojos toda existencia pueda ser banal,
pueda ser expresada
en un número.


Me despido

Me despido por anticipado de los requisitos mínimos para ser una
estrella de rock: la cara de un adolescente, una rebeldía, una buena pose.
Quiero salir de la caverna. Sin resoplidos. Sin grandes gestos. Sin un hacha.
En la mañana fría, la nieve todavía sin hollar, espesa y rápida como humo blanco
de almendras. Ese misterio debajo de los pies, y el instinto que tarde o temprano,
como Héspero, vuelve todo a su red. (...)

(De: "Canciones", en Andinista,
Gog y Magog, 2009)



RÍO IPOH

(Fragmentos)

río de los misterios, río soberano
como un ciclo
caído, devorás la tierra
en advertencia: es inútil aferrarse,
el mundo no te pertenece.

pero recibís en tu lecho las flores
con el candor de una niña, y las llevas
en tu cabellera como una amazona.


en sus aguas vi bañarse a las mariposas
y a las libélulas, vi pasar los huesos
la madera, la arcilla, escuché,
alta, la voz de mis sueños,
(temo que todo desaparezca.)

pero:
cuando me vaya, se quedará el río.


no importa lo que digan, amo
por sobre todas las cosas
lo que no comprendo: el río
su caudal, su rumor,
su sueño de emanaciones,
su ferocidad para atacar la costa.

cómo se llevó los pilares de las casas
como nada en la corriente
y el rostro diminuto de las mariposas.


puro
dueño del tiempo
puro,
saeta que no se detiene
ante la sombra
luminosa de la piedra:

a tus aguas mis deseos
son como moscas

espuma
halo de espuma.


sultán, rajah, príncipe
hermoso, torrencial
río
¿como te llamo?

vestido de resplandores,

manso y poderoso

halcón, mariposa.

(Ira, Ed.Nusut, Bs.As., 1999)



22

Ni un paso atrás

Poco a poco la luna me conquista.
Sueño despierta con una guirnalda lunar.
El cielo entra a mi casa cada noche
cada noche me cruza con flechas el río.

Quiero un poncho del color de los caminos.
Quiero un poncho hecho de lana de la luna.
Un velo más de la cebolla menos un pétalo, un paso
sin huella.

Mi corazón no tiembla, roca.
Huevo de tortuga en la marea.
Hondo pozo seco en que perdí mi alma, cráter
y tanto...

Madera blanca, hongos blancos y el olor del viento.
Desde el norte las estrellas.
Lucero.
Chatarra.

No soy nada.
No deseo más.
No cuido rebaños.
No sé nada de eso.

Manda la luna: abro la mano, pasto de caballos, y está ella.
Me voy a echar a correr para que me persiga.


Poética

Las palabras se hacen con palabras.





BÁRBARA BELLOC. CANÓDROMO


La música que surge de una rotación insistente

Primero una aclaración: lo que voy a leer no es un texto crítico ni un análisis estilístico del libro que estamos presentando. Si bien el libro se merece un estudio de esas características, no soy yo quien lo va a hacer y tal vez este no es el espacio para hacerlo. Lo de hoy tiene más bien un carácter celebrativo y de reunión, y a eso correspondo. A veces nos pasa que, después de leer un libro de poesía que nos gustó, empezamos a sentir una reverberación. Percibimos unos destellos que salen de las páginas que nos han cautivado, casi como fantasmas.

Esto suena un poco místico, pero he llegado a pensar que con esas estelas difusas es que se mantiene viva la escritura. Absorbemos esa energía y nos ponemos a escribir. Son los sedimentos que van dejando las lecturas. Esto más o menos se sabe, o se intuye. Lo que quiero decir es que estas notas breves, lo que voy a leer ahora, son un texto-homenaje a estos poemas de Bárbara, un intento de diálogo con su libro Canódromo. También podríamos decir que son unas impresiones a flor de piel después de leerlo.

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El ser humano tiene una capacidad sorprendente para adaptarse a la uniformidad, a lo común, a lo normal. La comodidad nos vuelve, irremediablemente, animales gregarios. Y es algo que nos pasa incluso como lectores de poesía: un habituarse a ciertas voces, estéticas o afinidades. A veces nos quedamos demasiado relajados en nuestro sillón gastado de lo comprensible. Sin embargo, cada tanto cae en nuestras manos un objeto insólito que nos produce un remezón. Mejor dicho, un no-objeto. Un artefacto singular que nos recuerda que siempre hay formas distintas de hacer las cosas. Una incisión en la manera de ver. Es lo que me pasó con Canódromo. Es el paso del cometa que nos dejó deslumbrados. Rara avis: este libro nos cuestiona y nos marca nuevos desvíos en el territorio de la poesía que tal vez solemos leer con más frecuencia. Digámoslo también de esta forma: es un texto extraño y hermoso. Y mejor aún: un libro contundente en su construcción conceptual y a la vez poliédrica. Un libro en el que, conforme avanzamos en su lectura, se van desplegando capas y capas de sentido. Como abrir un frasco con una sustancia poderosa y altamente concentrada. La densidad que hay en sus páginas exige un lector atento y entregado a una atmósfera inexplicable, por momentos opresiva. Canódromo es la definición exacta de lo que vamos a encontrar en su interior. Ahí todo es energía, movimiento y fuerza muscular. Pero también es tensión, desgaste y desolación. En ese terreno de corrientes circulares se mueve Belloc y, como en aquellos experimentos cronofotográficos en la Estación Fisiológica de Jules Marey, ella propone su particular e inquietante zoología animada: osos, ciervos, liebres, medusas, ratones y perros. Sobre todo perros. Belloc se sirve de esta fauna para crear una serie de alusiones sobre ciertos estados de fragilidad, dominación, atadura, castigo y desasosiego. Un antropomorfismo lento y desconcertante en el que, por así decirlo, empiezan a doler los huesos. Por otro lado, el tema de la muerte también entra como un torbellino en estas páginas y forma un centrifugado que no se agota y se expande: la historia del cazador Acteón rodeado y devorado por una jauría de perros, la de un veterano de la guerra en el Golfo que ha visto demasiada destrucción, la jauría predadora en una tragedia de Ovidio, el círculo cántabro que se vislumbra alrededor de una paseadora de perros. Estos son solo algunos ejemplos de referencias a mitos e historias que hablan de guerras, canibalismo, antropofagia y muchas otras formas de entregar o tomar el cuerpo. En ese sentido, Belloc logra ir más allá de la operación alegórica. Estos animales, con su locomoción, con su no-lenguaje y con sus posturas orgánicas, empiezan a producir un extrañamiento en nuestra relación con las palabras, el cuerpo y los modos de mirar (que podría ser la función de la poesía misma, ¿no?, este extrañamiento animal, más salvaje). En su carrera desenfrenada nos llevan, o nos empujan, hacia zonas donde el lenguaje tiende a desarticularse, hasta que solo quedan unos puntos suspensivos en la página, quizá otra vez la muerte, la imposibilidad de nombrar las cosas. Nos recuerdan que la poesía es ante todo balbuceo, murmullo, incluso ladrido. Las referencias mitológicas e iconográficas que abundan en estos poemas son piezas precisas dentro de sus engranajes. Es decir, hay un equilibrio entre la erudición y la observación cotidiana o autorreferencial. Una comunión cristalina, y bien lograda, entre la materia intertextual y la reflexión. De ahí, por ejemplo, que el perro que todos hemos visto –parafraseando uno de sus poemas– se persigue la cola y nos muestra el ouroboros mítico que fue, que es, que podría ser. Ese movimiento del perro, un giro sobre su propio eje, un impulso misterioso y acaso ancestral, es la operación sutil que articula al libro y que lo define como un sistema inagotable de transmisiones cíclicas. Es decir, un diálogo permanente entre el presente y el pasado. Un puente. Un circuito. Un bucle. Una constelación.
Estos textos nos recuerdan que todo lo que vemos y con lo que nos relacionamos tiene una resonancia lejana y soterrada. Son poemas que fluyen en un vaivén hipnótico y lleno de encantamientos. Poemas que tratan de morderse la cola: nido, falda de derviche, tornado, campana, anillo, anillo dentro de un anillo, cinturón, cosmos, liana, canódromo. Una rotación insistente que nos obliga a escuchar la canción de cuna que suena debajo de estas palabras. Como el ruido de la aguja sobre los surcos de un acetato. Como el coro espontáneo de 200 perros ladrando en la noche. Como un canto fúnebre. Después silencio. Tabula rasa. Porque hay que aprender de nuevo un lenguaje y hay que inventar un nuevo sistema de códigos en nuestra caverna solitaria. Crear, se sabe, es ante todo destruir. Es reelaborar. Es deglución. En fin, aquello de hacer cosas nuevas con cosas viejas.
Es volver a frotar un palo en círculos para que aparezca el fuego, el origen, lo esencial. Y después: ¿qué sabemos? ¿Qué sabemos de esa quema, que fue copiosa y dio luz y dio calor suficiente hasta que se encendiera el nuevo amanecer, que en comparación se veía anémico?

Jeymer Gamboa


3

Fogatas para combatir el frío y la intemperie, cocinar, festejar el
lugar recuperado y vuelto a poblar; fuegos que señalan dónde
se ha perdido la batalla y quedan cuerpos dando coletazos
como peces fuera del agua, como poemas que fueron escritos
y destruidos, quemados, un día inhóspito o dichoso ¿qué
sabemos? ¿Qué sabemos de esa quema, que fue copiosa
y dio luz y calor suficiente hasta que se encendiera el nuevo
amanecer, que en comparación se veía anémico?
Poemas como cometas con su cabellera desplegada aun si
su núcleo está extinto, porque así son los poemas, que rasgan
el cielo y las vidas en dos. Luces sin sombra en la tierra. Un
esqueleto expuesto a los elementos. Océano sólido. Sin brillo.
La veta mineral y adentro la gema suculenta y virgen, sin tasar,
guardada en su capuchón de berilo y cromo por miles y miles
de años, como la nuez antes de nacer, la que no es para comer.
En carne viva, en silencio.
En el más absoluto silencio, poemas: los peligros del bosque.
Y lianas, donde no hay palabras, como fogatas, fuegos. Como
la rosa de los vientos fraguada en plata con forma de Cruz del
Sur, llamada de Agadez, que los padres tuareg dan a sus hijos
“porque no se sabe adonde iremos a morir”, antes de salir al
desierto a seguir las rutas como los perros el rastro, a lomo de
camello. Porque el fuego devora la vida del aire y el aire vive del
cuerpo vivo que lo devora.
Lianas porque no hay palabras porque hay poemas.





6

Caballos.
Caballos con manchas.
El planeta Marte.

La vida después de la vida,
la ideología después de la ideología,
la religión, en su sentido lato o no,
y el pescador chino tallado en marfil
fijo en su pose, sobre el estante:

“Dale un pescado a un hombre y lo alimentarás un día;
enséñale a pescar y lo alimentarás para siempre”.

Escamas.
Del color.

Escamas del color del arcoiris.
El efecto de. La falta de.

Caballos.

Caballos con manchas
de los que corrieron una, cinco, diez batallas
como una prolongación natural de las políticas
de las instituciones,
del comercio,
del ocio, que desconocen.

Los que sobrevivieron son libres.

Si hay sequía y los pastos están amarillos
van al río, se meten
y comen peces. Como osos.





9

Nacida para morir
(no por decir, porque es un hecho)
siento tu cuerpo
la vara del helecho que se abre

la Vía Láctea




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