Antonia Torres Agüero
(Valdivia, Chile, 1975)
Es poeta, periodista y candidata a Magíster en Literatura Hispanoamericana Contemporánea en la Universidad Austral de Chile. En poesía ha publicado Las Estaciones Aéreas (Ediciones Barba de Palo, Valdivia, 1999), Orillas de Tránsito (Ediciones Secretaría Regional Ministerial de Educación Región de Los Lagos. Santiago, 2003) e Inventario de equipaje (Cuarto Propio, Santiago 2006). También la antología Ocio increíble. Primer Concurso Nacional de Poesía Joven Enrique Lihn, selección y prólogo (Ediciones Barba de Palo y El Kultrún, Valdivia, 2000). Parte de su poesía aparece publicada en varias antologías, entre ellas Poesía para el siglo XXI. 25 poetas, 25 años (DIBAM, Santiago 1996), Poetas Jóvenes Chilenos (Ediciones LAR, Concepción, 1998), Antología de la Poesía Joven Chilena. Poesía de fin de siglo (Editorial Universitaria, Santiago, 1999), AlTiro. Panorama de la nueva poesía chilena ((Ediciones Vox, Bahía Blanca, Argentina, 2001), Diecinueve (poetas chilenos de los noventa) (J.C. Sáez Editori, Santiago, 2006). Su obra ha merecido algunos premios, entre los que se destaca en Primer Premio en el Segundo Concurso Regional de Poesía “Luis Oyarzún” 2003 de la Seremi de Educación de la Región de Los Lagos.
INVENTARIO DE EQUIPAJE
Las estaciones aéreas
(1999)
"...dan fe estas palabras mías
a un evento imposible, y lo ignoran"
Eugenio Montale
I
APERTURA DE TEMPORADA
ADVERTENCIA
No se debe traspasar el sueño con el rayo de la espada
ni tampoco someter a juicio la poesía de los camaradas
Remover los dormideros con asuntos inoportunos
como es la crítica
es encender la luz del velador y volver inefable el sueño.
Déjese en paz musitar los febriles delirios
No sea que el amanecer sorprenda al demonio partiendo nueces.
Todo libro es un cazador oculto
empolvado
espera en su nicho, tumba momentánea
la secreta ilusión de cantar al unísono
todo libro es un cantor ansioso
envilecido por el tiempo
única voz que en silencio
retumba entre cuatro paredes.
Estoy rodeada de un coro mudo de voces
las escucho a veces, mas de un bosque cercano
suele llegar el soplo
de un sueño pegajoso que no me abandona
y como siesta empozada en invierno
en el charco del hastío
duermo
sin escuchar
El cazador anida en mi oído
y murmura
así, despacito
el
SECRETO.
Primera inmersión
I
zambullirse en este río
abandonar, por algunos segundos siquiera
la realidad
sumergidos en su espejo
su infiel reflejo
desde donde toda perspectiva es mejor y más bella
punto de partida de cualquier travesía
río arriba
zarpan húmedas aves, abajo el Calle Calle
mi nariz asomándose sobre la existencia
o un paréntesis de ella.
II
el primer baño de la temporada
es siempre el último pedazo de un sueño
la noche anterior
como adivinándolo
lo ensayamos hundiéndonos en la duermevela
la víspera de la inauguración oficial de la estación.
nunca se sueña dos veces con el mismo río
pero el rito es el mismo
todos los años
la noche anterior
al primer baño del verano.
Segunda inmersión
Andre Racz en la memoria.
"La memoria arroja y deja en seco
una multitud de cosas retorcidas;
una rama retorcida en la playa,
devorada; lisa y pulida
como si el mundo rindiera
el secreto de su esqueleto,
rígido y blanco".
T.S. Eliot
Llevarse de la vida solamente
algunos tesoros encontrados en la arena:
trozos flotantes, boyas de madera, brillantes colores
conchas, caracoles
los restos que sobreviven de un desastre náutico
los pequeños tesoros reunidos
cada verano
dispuestos a lo largo de la costa
para descifrar el paisaje.
Cada piedra tiene aquí su correspondencia
sus concavidades en mordisqueadas rocas
se coleccionan piezas, redes
en donde cada espacio vacío del rompecabezas
quema como la sal
en los surcos de las manos de los pescadores.
Sólo restos
pedazos dispersos de un libro benévolo
materia encontrada al azar para leer las señales
el íntimo mapa de la existencia.
Tarde vertical
"No nos exijas la fórmula que pueda abrirte mundos,
pero sí alguna sílaba seca y torcida como una rama".
Eugenio Montale / Huesos de Sepia
La tarde no escribe sino en su legajo
su tierra de hojas
busca palabras picoteando el suelo
- palomas entre las verduras -
cuando la feria y sus frutos mueren.
La tarde vertical que pende
con la pesadez de una gota de lluvia
escribe con la sospecha
de la palabra que está siempre por decirse
pero se calla.
La tarde y su rojez de otoño avergonzado
sopla su aliento para que crezca la hierba sobre la tumba
mientras la muerte cría su costra dura y reseca.
Terco otoñal
Terco el sol otoñal de mis días que me sueña y me duerme
Terco el quemador de testas, que entre plazas y parques
me obliga a recoger las hojas olvidadas y húmedas de su libro:
las metáforas que van a dar al resumidero del día
esas quebradas en donde musgo y paciencia
tejen la atmósfera de lo que es igual en el mundo.
Terco el que en su majadería pregona el "mi mano es muchas manos"
y la llamamos mi mano que escribe, boca y ojos cosidos
l a m a n o e s c r i b e
en este vasto cuerpo que somos
cuerpo en donde se congrega la tarde
con todo su sueño secular.
Más allá, en el despeñadero...
"El poema que no digo,
el que no merezco.
Miedo de ser dos
camino del espejo:
alguien en mí dormido
me come y me bebe"
Alejandra Pizarnik
Más allá
en el despeñadero del romanticismo
la memoria no guarda
ni siquiera un soneto que con cada uno
de sus perfectos huesos, como sílabas
despierte el silencio del poema que crece.
No sé qué de lirismo contienen aún los amantes
a la hora de los parques en sus respiraciones
ni qué sesuda oscuridad
los versos borrachos de alguna alcantarilla
versos que no preguntan ni responden
pero eres mi testigo como gotera espantosa.
Está hermosa la edad de tu palabra,
me dices
yo la creo gastada.
Quiero escribir, pero me sale espuma.
Leo estos libros coronados...
I
Leo estos libros coronados de polvo
en esta pieza sola que entra en el cielo
mi esquina lectora es la proa de un barco:
hasta que cayó el sol sin que lo oyera
y la lectura es un grillo anidando
vicio solitario chirriando en mi oído.
II
Extraña de mí
no me reconozco al entrar en esta pieza lectora
sigilosa para no asustarme
me sorprendo obligándome a significaciones sombrías
que zumban furiosas en este aire
mixtura en encierro
me sorprendo
peinando palabras largamente hermosas
frente a un espejo
preparándome una emboscada a mí misma
cada mañana más cerca de la miseria.
No es de la fosforescente rama de abedul
de donde cuelga la imagen
ni está en el resto de café en el fondo de la taza
ni en el humo de cigarro al final de la fiesta
ni tampoco en su sabroso olor entre mis dedos.
Apenas si se puede contener la tentación de escribir sobre una fotografía
imagen desteñida de una memoria mecánica
cuando todo es imagen qué se puede decir
mejor es amarrar la barca a la orilla de esta página
mientras las confusas instantáneas de la realidad
den vueltas y vueltas como un disco en el pick-up
desprendiéndose de toda palabra innecesaria
toda metáfora de más:
y ya en la orilla, sólo el abedul
su fosforescente rama
para observar el cielo.
Cisneros habla a su hermano ambulante
Los libros son adobes de una torre que nunca edificaste
poeta ambulante,
y ofreces tus poemas en canastos al mejor oído postor.
Ahuecas la cabeza para que no te detenga
la sorna de tus hermanos
el duro asfalto de la tradición, la historia de la desmemoria.
Vistes la ingenuidad impenitente
en una gastada camisa limpia
para no contagiarte con la vergüenza ajena
soy poeta, escribo versos y cuento historias,
pero no escribo para usted
adivinas de soslayo el desprecio y la desconfianza
no hay corazón que te aguante
otro siembra el árbol, tiene el hijo y escribe el libro
porque eres de otro país, ambulante, de otro tiempo.
Porque naciste cuando el musgo envejecía entre los nuevos puentes sobre el río.
Se oyen pasar estaciones aéreas *
Me espera aún la otra casa frente al mar
húmeda y oscura ahora
ensancha sus paredes al tímido sol del invierno.
En tanto
la casa construye su propio recuerdo
sus estaciones aéreas
¿de qué sirve imaginarla
extendiendo su alfombra gris de arena
su mar teatral de papel azul?
Los barcos zarpan húmedos al alba
en esta casa de playa
como aquella noche en que aguardamos al paso del cometa
los ojos de niños tras el lente
en un abril benigno cuando el verano ya había sido sepultado
y mientras el hermano menor dormía
seguimos al envejecido astro bordeando el mar.
Aún me espera la casa
con un mar más cinematográfico ahora
para hallar las horas perdidas de la infancia
en un mes cruel
y en una playa
arenas en que nada florece.
* S. Quasimodo
Ciudad que viaja hacia adentro
Aquí
la vaguedad y sus signos son fijados
con certero golpe de tinta sobre la tierra.
El viento no duda cuando dibuja
el verso que es un surco en la tierra de una quebrada
sólo sus reminiscencias marinas
oxidan, a veces, con el tiempo
el esqueleto del poema.
Aquí
la vida se mira pasar con gafas de turista antiguo
y se puede oler la pestilencia del verbo.
Las coronas del monje y sus continuas renuncias
son pan de cada jornada.
La geografía y sus intersticios son el tejido del día
que se deja leer
tirando del ovillo
a cada punto
te confundes con el paisaje.
Más fácil es renunciar al pan que a las palabras
se nos advirtió.
Siempre lo supe cuando vine a esta ciudad
y me detuve a escuchar el paso del tiempo entre las hojas.
Tangos
I
El tango que va a saltitos es el pulso de un contrabajo
la tensada cuerda que lamenta que la intenta y la persigue
tropiezos de silencio, la alegría que da el dolor.
II
Tango, el fingidor, imitándose a sí mismo
como tocando frente a un espejo.
El silencio y sus dudas son el poema
hermoso de no poder
hundido en el ritmo no alcanza el agudo.
III
Pretender
que el ocio es triste y nos acompaña
como sueño jugueteando en la cabeza
ese sueño incesante que golpea demoledor
la muralla del pensamiento
el poema inconcluso pero final
el único hermoso cuando lo miran.
Conversación
a Pablo.
Hoja a hoja tragamos las palabras
en esta conversación que se deshoja por sílabas
mojándolas una a una en el jugo de la memoria
lamiéndole los dedos a cada frase
de una conversación silenciosa
que c o m o l e n t o c a r a c o l
hoja a hoja
hasta el carnoso corazón del silencio
condenados a la muda eternidad de la alcachofa.
Nada tenemos que ver
Nada tenemos que ver con la vida
cuando caminamos de la mano y nos besamos en las esquinas
y empañamos con un suspiro los espejos torcidos de todas las vitrinas.
Nada tenemos que ver con la vida
y así y todo recorremos la ciudad que ignoramos
con la fe a punto de cuajar en las cocinas.
Nada tenemos que ver con la vida
pero la derramamos en todas las acequias
y juntos besamos a cada ambulante
que ofrece su vida montada en viejas carretas.
Nada tenemos que ver
pero a partir de esta ciudad despeinada
será trazada la ubicación de nuestros días.
De la ventana penden los espejos de la bella miseria
las ropas que olvidamos llevar, el espanto como tripa.
En cada muro
las casas que no habitamos pero que poseemos
corremos a ocultarnos en ellas
a mirar el mismo atardecer de mañana
y la vida mordiéndonos el corazón con su mirada.
Cuando nos volveremos a ver, preguntas
y ya la distancia comienza a tejer su tela viscosa
ávida de tiempo y kilómetros
su tela de transeúnte
de uno más en el corredor de la calle.
Cuándo
y nuestras miradas se extravían
mientras los amigos recuerdan las ciudades que nunca han visto.
Sin embargo, como la olvidada y vieja actriz
nos bajamos del escenario,
(la prudencia a la que obliga la despedida inminente)
y nos separamos mascando nuestras soledades
murmurando un "mañana te ví"
y admitiendo que hace días que esta ausencia venía anunciándose a sí misma
como un mal sueño que nos despierta con hiel en el aliento.
Notas para el reencuentro
I
El despunte de tu rostro en la ventana
(una quebrada de Valparaíso al fondo)
es un gesto de romanticismo
aquí en Valdivia o en cualquier parte.
El aire es uno solo entre las dos ciudades
y tu barba oxidada
el viento marino quizás
es la más bella poda de otoño a la que haya asistido.
II
Como tarde de domingo
entre café y los libros de siempre
un viento que trae pastosos canciones
(un viento literario, por cierto) lo desordena todo.
La vieja memoria confunde
tus recuerdos y los míos, un poco de nostalgia
el cóctel perfecto.
III
La plaza es una fotografía
(la intervención de lo real)
el desembarco en la ciudad-puerto de los encuentros
mi hombre-muelle en quien llevar a cabo
la puesta en escena de esas metáforas
que imagino en mis viajes (imaginarios también)
algunas figuras de una retórica manoseada
(como las bancas del muelle)
que ensayo en mis sueños hasta el cansancio
la ansiedad de atracar en ti
fondear, primero, tu desánimo
y allí
en el centro
otra vez
en la materialidad del abrazo
recrear
el lugar del poema.
II
FIN DE TEMPORADA
En el pueblo sin límites
quedan señales, marmóreos hitos
dejados por el mar
para la reconstrucción imaginaria.
La plaza es un potrero por donde cruzan animales
rumiando la nostalgia condensada de sus habitantes.
Tres caras tiene el recuerdo:
el poema, hora y día y los muertos
la inscripción como lápida
clavada en medio del que fue Toltén 1960
añosos cipreses dibujando el plano ibérico
mapa sin el cual habría sido imposible la reconstrucción del recuerdo
y el sol, como antigua luminaria
desenfocando un poco el primer plano
de este paisaje amarillo y empolvado.
primer andar
y así como el día y su transcurso nos enrolla como a un cigarro
porque al día hay que liarlo antes de fumárselo
y no se le puede guardar hecho
porque sabe distinto, seco
y no se puede tener días preparados, alineados en una caja
así como se suceden los temas en un disco
temas aprendidos de memoria y que podríamos tararear sin escucharlos
así presentimos los días y los adivinamos
y entre cada intervalo ensayar la entrada del piano, la trompeta o el saxo
así también se nos anuncia la mañana ya desde la taza de café
todo el día y sus intersticios en el calor de la humeante taza
su escritura escondida
que bebemos como a un muerto para hacerla nuestra.
segundo andar
en la fotografía
aparecen borrosos mi padre y su amigo
en cuclillas para igualar el aire de mi lente
de apenas seis años de edad.
la casa, atiborrada de libros
es también un difuso daguerrotipo del recuerdo
la memoria fotográfica y discriminatoria
conserva instantáneas de escasas escenas:
un soleado patio y rosales
el pesado aparato entre mis manos
los mayores, cuerpo gacho
gesto de futbolistas antes del partido
mi emocionado respirar tras la lente
triunfo del precoz retratista:
inclinar al modelo hacia su disparo.
tercer y último andar
I
Pesado paso en el piso
desganado
condenado al surco que dibujas
sobre la tierra.
Es tu huella el inicio de otro viaje
ése del que tiene anhelo la pisada en el aliento
el intervalo
exhalo,
II
Y algunas hojas de tu libro se arrugan
otras se pierden en la penosa travesía.
III
No hay retorno en este bosque
Habrás perdido el mapa o ya no sabrás leerlo
El reverso de este viaje lo comienzas como a un viejo libro
ahora por detrás
leído al revés
es ya otra historia que te absorbe.
Orillas de tránsito
(2003)
(Primer Premio en el Segundo Concurso Regional de Literatura "Luis Oyarzún", de la Secretaría Ministerial de Educación de la Región de Los Lagos. Ediciones Seremi Educación, Décima Región de Los Lagos, Santiago, 2003).
I
Recostados sobre aéreas e inmensas piedras
acariciados por el pelaje que les ha dado el tiempo
parecíamos creer que la vida era un sinfín de tardes soleadas
entonces, como ahora, la naturaleza se arrodillaba ante los días
y resignada al clima de nuestras almas
acompañó cada minuto, cada uno de nuestros húmedos besos,
cada libro, cada siesta empozada
fiel a la promesa adolescente:
altas yerbas rozándonos las orejas
ahora quizás
en estos meses de calma
pueda decir: fui feliz
(el follaje se agita sobre mi cabeza
el sol brilla y enceguece mi lectura
tu sombra prepara el verano y la casa que vienen)
mientras escribo
caen blancos pétalos de guindo sobre mi cuaderno
y espero a los girasoles escuchando germinar la maravilla.
(líneas de un destino unívoco)
dijiste
que podría leerte como en un libro
los versos de tus manos y tu cuerpo
emplear métodos adivinatorios para descifrarte
y obtener letras o números cazados en el aire
dibujaría un mapa con los trozos que te recorren:
vellos, arrugas,
huesos, cabellos,
comí de tu carne durante el viaje
atravesé húmedas selvas
planicies amarillas
me especialicé en resolver puzzles existenciales
reuní datos para darles sentido
(te describo)
pero la constelación de tu cuerpo
está atravesada por estrellas fugaces
líneas de un destino unívoco
en el que éramos
las víctimas de una falsa ciencia
los practicantes de una superstición:
la palabra
las secretas costumbres
"estoy convencido de que hay más rutina
en las aventuras que en un buen matrimonio".
Cesare Pavese
todas las noches recorre mi espalda
escribiendo un poema que habla de nuestra historia:
el eterno regreso al matrimonio.
se comen frías lentejas mirándose a los ojos
encaramados
uno al otro como arañas a la pared
se interroga, se interpela, se grita
se mira el techo en la oscuridad y se adivinan los sueños
no estoy seguro de tu amor y otros boleros sisean en el aire
-prende la luz -apágala.
-cuéntame algo.
si no conversamos la vida acabará pronto.
cuéntame alguna historia, aunque sea la nuestra.
la vida está hecha de historias
miles de ellas como telas de araña.
téjeme cualquier cosa.
Entonces comenzaba:
"existimos para acompañarnos
alimentados de la ilusión
el pan del amor conyugal.
Retozar abrazados en el mismo jergón
cuando en verdad estamos separados por siglos de biografía,
siglos de identidad, siglos de soledad
en que cada uno duerme solo en la cuenca de sus ojos,
para reunirse en un sueño común
soñado al mismo tiempo
en el que compartimos casa, comida y lecho".
Pláticas
I
Nuestra conversación se vuelve
una sala de cine vaciándose lentamente
al terminar la película que nos deja inmóviles
mientras el acomodador nos mira ansioso
apurando la cháchara y el pasillo.
El espacio en blanco que media entre tu taza y la mía
(o entre un extremo y otro de la cama)
es un vacío, un silencio, un no-lugar
de esos que en las ciudades acumulan hiedra
basura
o crímenes.
II
Guardamos conversaciones
en cajas de cartón
selladas y empolvadas bajo las camas
entre nuestras ropas y en el desván.
Como el amante que guarda los recuerdos de la amada
pinches caracoles marinos piedras cartas semillas
fotografías tristes testimonios
en una caja de zapatos como ataúd:
el rito del entierro es el mismo.
para roer el hueso de nuestro amor
he practicado meses con el poema
sin resultado.
tal vez consista en sepultar
como el perro
la obsesión por un tiempo
hasta un momento más propicio
en que la tierra haya hecho su trabajo.
la lluvia escribe
un capítulo más de la novela
sobre nuestro techo.
su lápiz rasguña
minuciosamente
-la escritura en el zinc-
poema que habla
dos amantes
años atrás
refugiados de la lluvia
un hotel de inminente desaparición.
Tarareas una canción mientras lavas los platos.
Lo interpreto como un gesto de romanticismo
una señal para deponer las armas.
Es la bruma de la muerte que viene hacia nosotros
la palabra no oída, la palabra gastada
flota inquietante sobre el puente.
El agua cayendo en susurros entre los trastos
no moja, no lava, no disuelve el silencio adherido
a todo el universo que poseemos:
un montón de ollas sucias.
Al amanecer
la anciana recorre el cuarto en desvelo.
Más abajo, la pareja divide su tiempo
entre pañales, libros y francachela.
Escenas que no se cruzan, no se escuchan, ni se tocan.
Perfectos planos de un arquitecto que parcela
los espacios con el lápiz o el cuchillo
o tal vez el director editando nuestras vidas
pedazos de película en el suelo como uñas
restos de papeles y basura tras la función
proyecta la historia en la tela:
una ventana iluminada a la hora
en que la niebla y los ancianos se levantan.
II
año cero
destilamos
el día
entre ramas de mañío, canelo, coigües
el siglo que se iba en un hilillo de luz
destilamos
un acto de alquimia en medio del silencio cavado
entre el moribundo calor de la tarde y la construcción del sendero
destilamos
la última gota de un año seco que fue a parar a la fogata
junto con los desaciertos de la biografía personal
ascendimos
destilando en las camisetas el rencor acumulado
vimos caer el último sol en mil años y bajamos con linternas para hallar el destino
oler el polvo, el suelo, besar sus piedras
hurgando, husmeando levantarle el tejido al día
recorrer sus cisuras, soplar entre sus rendijas
quietito allí
como dormido
para alzar de pronto la vista del libro
y asegurarse de que ya no moriremos esa noche
atrás
la ciudad azul
destilaba gota a gota el atardecer que escurría junto al miedo
de bajar más tarde por el túnel:
furtivos saltos, carrera de asesinos perseguidos por linternas y perros
el frenético sonido de la hierba rozándonos las piernas
apurar el relato apurar el paso para espantar los muertos del siglo que
ahora
agónico
goteaba
alcanzar el campo que cruzamos imprecisos la memoria
cuyos senderos escogemos arbitrariamente para alcanzar el campamento
al fin
el nicho perfecto
el nido horizontal donde deslizar el sueño
y el amargo champagne copando el aliento
la ilusión de despertar en cero, cero y
cero.
AMPARO
Guardamos conversaciones
en cajas de cartón
selladas y empolvadas bajo las camas
entre nuestras ropas y en el desván.
Como el amante que guarda los recuerdos de la amada
pinches caracoles marinos piedras cartas semillas
fotografías tristes testimonios
en una caja de zapatos como ataúd:
el rito del entierro es el mismo.
para roer el hueso de nuestro amor
he practicado meses con el poema
sin resultado.
tal vez consista en sepultar
como el perro
la obsesión por un tiempo
hasta un momento más propicio
en que la tierra haya hecho su trabajo.
la lluvia escribe
un capítulo más de la novela
sobre nuestro techo.
su lápiz rasguña
minuciosamente
-la escritura en el zinc-
poema que habla
dos amantes
años atrás
refugiados de la lluvia
un hotel de inminente desaparición.
Tarareas una canción mientras lavas los platos.
Lo interpreto como un gesto de romanticismo
una señal para deponer las armas.
Es la bruma de la muerte que viene hacia nosotros
la palabra no oída, la palabra gastada
flota inquietante sobre el puente.
El agua cayendo en susurros entre los trastos
no moja, no lava, no disuelve el silencio adherido
a todo el universo que poseemos:
un montón de ollas sucias.
Al amanecer
la anciana recorre el cuarto en desvelo.
Más abajo, la pareja divide su tiempo
entre pañales, libros y francachela.
Escenas que no se cruzan, no se escuchan, ni se tocan.
Perfectos planos de un arquitecto que parcela
los espacios con el lápiz o el cuchillo
o tal vez el director editando nuestras vidas
pedazos de película en el suelo como uñas
restos de papeles y basura tras la función
proyecta la historia en la tela:
una ventana iluminada a la hora
en que la niebla y los ancianos se levantan.
II
año cero
destilamos
el día
entre ramas de mañío, canelo, coigües
el siglo que se iba en un hilillo de luz
destilamos
un acto de alquimia en medio del silencio cavado
entre el moribundo calor de la tarde y la construcción del sendero
destilamos
la última gota de un año seco que fue a parar a la fogata
junto con los desaciertos de la biografía personal
ascendimos
destilando en las camisetas el rencor acumulado
vimos caer el último sol en mil años y bajamos con linternas para hallar el destino
oler el polvo, el suelo, besar sus piedras
hurgando, husmeando levantarle el tejido al día
recorrer sus cisuras, soplar entre sus rendijas
quietito allí
como dormido
para alzar de pronto la vista del libro
y asegurarse de que ya no moriremos esa noche
atrás
la ciudad azul
destilaba gota a gota el atardecer que escurría junto al miedo
de bajar más tarde por el túnel:
furtivos saltos, carrera de asesinos perseguidos por linternas y perros
el frenético sonido de la hierba rozándonos las piernas
apurar el relato apurar el paso para espantar los muertos del siglo que
ahora
agónico
goteaba
alcanzar el campo que cruzamos imprecisos la memoria
cuyos senderos escogemos arbitrariamente para alcanzar el campamento
al fin
el nicho perfecto
el nido horizontal donde deslizar el sueño
y el amargo champagne copando el aliento
la ilusión de despertar en cero, cero y
cero.
AMPARO
I
atado a la umbilical certeza
de la gravedad a la que burla
flotando
un Midas
cuarenta días y cuarenta noches
pero en semanas
esa misma que lo amarra al tiempo
como al centro de la tierra
obligado a mirarse el ombligo
detenido
se escarba el cuerpo
para encontrar vetas, minerales
tesoros
atado a la umbilical certeza
de la gravedad a la que burla
flotando
un Midas
cuarenta días y cuarenta noches
pero en semanas
esa misma que lo amarra al tiempo
como al centro de la tierra
obligado a mirarse el ombligo
detenido
se escarba el cuerpo
para encontrar vetas, minerales
tesoros
II
así como absorbe el tiempo por una pajita
alimenta la memoria de acuosos días
reserva ilimitada de mineral
con que encenderá la caldera subterránea
a donde van a parar
los residuos de la propia biografía
cabellos, uñas, células
restos para avivar el fuego de la existencia
así como absorbe el tiempo por una pajita
alimenta la memoria de acuosos días
reserva ilimitada de mineral
con que encenderá la caldera subterránea
a donde van a parar
los residuos de la propia biografía
cabellos, uñas, células
restos para avivar el fuego de la existencia
III
y el día traía agua
lluvia o sudor
agua
desde el amanecer tibio entre las piernas
hasta casi medianoche
goteaba la espera, casi dolor
casi fuerza
con el más hermoso beso
alimento tu labio al besar mi pecho
con el beso más buscado
dibujas mi cara
yo la tuya
como los enamorados.
Patios oscuros
breves tragaluces en que el sol apenas
alcanza en su oblicuidad
a entibiar la hiedra que sepulta
la fugaz niñez, recuerdo
allí
entre inusitado pasto y lápidas
jugamos a las bolitas o pedaleamos casi
una bicicleta que apenas se sostenía en pie
entre un extremo y otro del territorio.
Patios traseros
o laterales
una de las siete maravillas del mundo antiguo
cuyos jardines colgantes desafiábamos
con la mira de un juguete
ensayo precoz de las sucesivas muertes
que enfrentaríamos afuera
Patios breves
sombríos aleros de la casa de Dios,
la nuestra o la del vecino
tres cuartos de cemento y uno de prado
la mágica proporción del tedio.
Como en un ring
cada esquina es un aliento en donde crecen
pequeñas flores, heroicos brotes de resistencia vegetal.
Algo de terror habita en estos patios
la noche que sube en sus cañones, sube al sueño
las preguntas que cuelgan de sus jardines
tal vez el día entero pende de la verja
de pronto, el ladrido de los perros que nos ata al presente.
Sorprende el tránsito por esta zona oscura
en la que el sol ilumina a destellos
(igual que en mi memoria)
los rincones húmedos que habitan caracoles
musgos y chinitas.
Un muro lavado por la lluvia
ahuyenta a los intrusos.
El surco anaranjado que dibuja el zinc en el suelo
juego de saltos y números
lo mismo que afuera
luche o rayuela
seis, cinco
descanso
cuatro, tres
descanso
dos y uno:
la cuenta regresiva
para entrar al cielo.
Nalcas en el cementerio
Comíamos nalcas en el cementerio.
Como antes, equilibrados en una bicicleta
sostenidos en un pie
una
Y
al borde de la calle.
Comíamos nalcas en el cementerio
otrora
ahora sobre tus huesos.
Las mismas, untadas en la sal
una
Y
de bastón en la tumba.
En el inicio de los tiempos
lamíamos golosos
colgados de fibrosos hilillos
la prehistoria de la ciudad y su bosque.
El que va a morir no saluda
ni contesta.
Cifra su mirada en la pared
entre suero, alcohol y agujas.
Enfrente
compañeros del dolor suspiran
mismos líquenes del acuario.
¡Cuántas veces la escena como premonición!
¡Cuántas la agonía ensayada en los versos!
"La muerte es puro surrealismo"
me dijiste en un sueño, "vanguardia cruda".
Hierba de la mejor, pensé
un viaje entre el infierno y el paraíso.
Es que estábamos entrenados en estas prácticas
panteoneros, lloronas, viudas y huérfanos.
De tanto leerlas
se nos volvieron mudas las advertencias.
El que va a morir no saluda
ni despide
habrá escrito, silencioso y triste,
el último poema esa noche
en las arenas de la muralla.
y el día traía agua
lluvia o sudor
agua
desde el amanecer tibio entre las piernas
hasta casi medianoche
goteaba la espera, casi dolor
casi fuerza
con el más hermoso beso
alimento tu labio al besar mi pecho
con el beso más buscado
dibujas mi cara
yo la tuya
como los enamorados.
Patios oscuros
breves tragaluces en que el sol apenas
alcanza en su oblicuidad
a entibiar la hiedra que sepulta
la fugaz niñez, recuerdo
allí
entre inusitado pasto y lápidas
jugamos a las bolitas o pedaleamos casi
una bicicleta que apenas se sostenía en pie
entre un extremo y otro del territorio.
Patios traseros
o laterales
una de las siete maravillas del mundo antiguo
cuyos jardines colgantes desafiábamos
con la mira de un juguete
ensayo precoz de las sucesivas muertes
que enfrentaríamos afuera
Patios breves
sombríos aleros de la casa de Dios,
la nuestra o la del vecino
tres cuartos de cemento y uno de prado
la mágica proporción del tedio.
Como en un ring
cada esquina es un aliento en donde crecen
pequeñas flores, heroicos brotes de resistencia vegetal.
Algo de terror habita en estos patios
la noche que sube en sus cañones, sube al sueño
las preguntas que cuelgan de sus jardines
tal vez el día entero pende de la verja
de pronto, el ladrido de los perros que nos ata al presente.
Sorprende el tránsito por esta zona oscura
en la que el sol ilumina a destellos
(igual que en mi memoria)
los rincones húmedos que habitan caracoles
musgos y chinitas.
Un muro lavado por la lluvia
ahuyenta a los intrusos.
El surco anaranjado que dibuja el zinc en el suelo
juego de saltos y números
lo mismo que afuera
luche o rayuela
seis, cinco
descanso
cuatro, tres
descanso
dos y uno:
la cuenta regresiva
para entrar al cielo.
Nalcas en el cementerio
Comíamos nalcas en el cementerio.
Como antes, equilibrados en una bicicleta
sostenidos en un pie
una
Y
al borde de la calle.
Comíamos nalcas en el cementerio
otrora
ahora sobre tus huesos.
Las mismas, untadas en la sal
una
Y
de bastón en la tumba.
En el inicio de los tiempos
lamíamos golosos
colgados de fibrosos hilillos
la prehistoria de la ciudad y su bosque.
El que va a morir no saluda
ni contesta.
Cifra su mirada en la pared
entre suero, alcohol y agujas.
Enfrente
compañeros del dolor suspiran
mismos líquenes del acuario.
¡Cuántas veces la escena como premonición!
¡Cuántas la agonía ensayada en los versos!
"La muerte es puro surrealismo"
me dijiste en un sueño, "vanguardia cruda".
Hierba de la mejor, pensé
un viaje entre el infierno y el paraíso.
Es que estábamos entrenados en estas prácticas
panteoneros, lloronas, viudas y huérfanos.
De tanto leerlas
se nos volvieron mudas las advertencias.
El que va a morir no saluda
ni despide
habrá escrito, silencioso y triste,
el último poema esa noche
en las arenas de la muralla.
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