domingo, 12 de septiembre de 2010

TOMÁS VENCLOVA [1.023]


Tomás Venclova



Nació el 11 de septiembre 1937 en Klaipeda (Lituania). Poeta, escritor y traductor de literatura.
Tomás Venclova es hijo del poeta y político soviético Antanas Venclova. Fue educado en la Universidad de Vilnius. Como participante activo en el movimiento disidente se le privó de la ciudadanía soviética en 1977 y tuvo que emigrar. Es uno de los fundadores del lituano Helsinki Watch grupo (01 de diciembre 1976). Desde 1980 ha sido miembro del departamento de Lenguas Eslavas y Literatura en la Universidad de Yale, después de recibir su doctorado en el departamento en 1985. Actualmente es profesor titular. Es autor de colecciones de poemas, poesía, traducciones, ensayos, artículos.

Libros y otras publicaciones:

Neustoychivoe Ravnovesia - Unstable Equilibrium: 8 Russian Poetic Texts (1986)
(Textos Poéticos)
Rozmowa w Zimie (1989)
Aleksander Wat: Life and Art of an Iconoclast (1996)
Winter Dialogue: Poems (1997). Poemas
Forms of Hope: Essays (1999). Ensayos




(Traducción del lituano de Pietro U. Dini

y Albert Lázaro-Tinaut)



La baigneuse [1]

Quién sabe si fue vida o no fue vida,
pero me ilumina en la estrecha orilla
un reflejo bruñido de agua hendida,
una barca, un romo arado, labra el canal
y yace la ciudad, desde los puentes
hasta las techumbres goteantes
como un fruto partido en dos

sobre el cristal fangoso. Frescas encrespaduras
(mejor diría silencio) baten con terquedad
la orilla. Una ola arrolla un anónimo jirón
de laguna. Celestes telas cortan sesgadamente
ladrillos mohecidos. Oscurece el color,
y está Guardi en la retina, espetado por el viento.

Calli, campi, campielli. Una piedra atezada,
en las arcadas, un húmedo carácter lagunar,
cielos de rancios siglos. Una Clío cegada
no percibió estos muros, ajados por los limos,
agua alta y gravedad terrestre. Los cimientos
se hunden sin apremio en el quieto elemento

y la ciudad vadea el espacio. Sube hasta las calles
de fachadas de mármol, con vahos de podredumbre
y malolientes légamos, una cálida espuma de mar,
y en lo alto, donde apenas alcanza la mirada,
un león blanco con el más sabio de los libros,
henchido de compasión por los muertos y los vivos,

mas la revelación le es confiada a él, y no a nosotros,
aquélla a la que obedece la duración del tiempo
y de todas las formas, del ángel al trilobites,
y la concha incrustada y ahusada en el frontón,
y la isla, donde la hierba recubrió los huesos
en espera de la mañana sin alba del Señor.

El siroco raspa los resquicios de los muros. Oculta
el rostro tras una máscara (un rostro que no es), arroja
la acritud oscura de la cúpula y el cobre de las veletas.
Nada la ciudad en el fondo primigenio, donde reina
una fauna acuórea y viscosa:
rayas, platijas, ascidiáceos, frutti di mare.

Una copa de vino, al anochecer, en la taberna.
Más allá de la plaza, el monocromo e inclemente
abismo, que resiste en las tinieblas de los párpados,
arca nupcial, templo anguloso; las campanadas
sobrecogen la cúpula, y la mano asida a otra mano,
tensa, es capaz de aniquilar al dolor y al tiempo.

[1] Se habla aquí de la ciudad de Venecia (nota del autor).







Comentario

Lo primero, aunque cueste, es venerar la lengua;
humillada en los renglones de la prensa, en falsas necrológicas,
en sombrías alcobas asfixiantes, en delaciones, en el griterío del
mercado,
en las trincheras, en esquinas malolientes, en infames teatruchos,

en interrogatorios y en paredes de urinarios.
En edificios grises donde alambradas de acero custodiaban
un sinfín de escaleras, donde ya no es el hombre, sino el tiempo,
quien determina cuándo debe llegar el momento de la muerte;

deshilachada, ronca y torpe por el bullicio
y la rabia. Venerar, pues, la lengua,
exiliada en la tierra con nosotros, de manera
que incluso en ella encuentra su reflejo,

el verbo originario, engendrado en otros universos.
Nos fue dado para distinguirnos de la arcilla,
la palma y el tordo, y tal vez, por qué no, de los ángeles,
para entender mejor las cosas al nombrarlas.

Aquellos que esperan recuperar el espacio perdido
purificando la lengua han de tener muy en cuenta
que el fracaso les acecha en cada esquina. Porque sabido es
que las puertas se van alejando cuanto más te aproximas a ellas;

el don compensa la pérdida; lo construido
pronto será un montón de ruinas. Y jamás llegarás a un paraíso extranjero
–porque muchos son los paraísos–. Quien un día lo alcanza
borra sus propias huellas y no tarda en extraviar la llave.

Dicen que no eres más que un instrumento. Te dicta
una fuerza que, si pudieras ver, te dejaría ciego.
No es así, exactamente. Subes en sueños la escalera de Jacob,
a tientas, gastando fuerzas que no tienes, sin red que te proteja,

esperando que alguien te acoja –o no–, allá en lo alto. Tal vez
se ponga de tu lado, y él mismo ordene las palabras,
cambie una vocal, precise la sintaxis, el calificativo.
Pocas veces ocurre, pero puede ocurrir,

y entonces sientes que aquello que has creado está bien,
porque las letras fluyen por el folio como el légamo en el río,
y de pronto aparece el matorral, la ribera y la ciudad tras ella.
Y es mejor que no sepas quién lo leerá (si al final es leído).







Instrucción [1]

Apenas una hora de vuelo. El aduanero
deja pasar, apático: observa atentamente el pasaporte
–la única carta del juego que no tendrá fin–
y asiente con un gesto de su mano. Así es, en un año,
en un mes o un minuto pueden cambiar mucho las cosas:
es el riesgo, aunque mínimo. Las casitas de paredes rosadas
de los tiempos de Mayerling [2]. Es fiesta. En las ventanas
los mismos retratos exhibidos un año y otro. Banderas y consignas.
Es el mejor momento para venir a estos países: el gobierno no está
en la ciudad, cerraron los archivos, el guardia ya esta harto
de darle al botón; es probable que en las cárceles
queden sólo dos o tres subalternos, demasiado
imbuidos del deber. Hoy el piloto [3]
sobrevuela a sus anchas esa tierra más rica de uranio y de acero
que de trigo; hoy mismo aterriza en la ciudad a la que tú,
probablemente, jamás habrás de regresar. Es más audaz, sin duda.
Noviembre, oscuros bulevares, más allá de los pórticos algo se oculta,
innegablemente, como en sueños. Al final ese sueño se revive.
Un monte entre la niebla, pero no hay que subir hasta su cumbre.
Aquí parece único. Vastas llanuras se extienden hasta el Dniéper,
hasta el Ural y se prolongan hasta el Gobi. ¡Después del puente gira a la derecha!
Te acompañarán la soberbia de cristal ahumado, atenuadas linternas,
recintos de estilo Sezession y antiguas mezquitas. Muy pocos transeúntes.
Para ellos tú eres invisible. Hace días que llovizna.
Un valle, un gran valle, como el fondo de una irreal laguna.
Caracoles de piedra encima de las puertas; pulpos y ninfeas
en las cornisas; incluso el río, tan gris, es un molusco
sin valva.

No terminó y no terminará. Una mujercita frágil de aspecto rústico
vende flores. Le bastará que alguien le compre un clavel.
Ese alguien no anda lejos. Junto al monumento [4] están siempre aquellos
cuyo deber es confiscar las flores. Pero hoy es fiesta.
Ellos también tienen derecho a descansar. Treinta años atrás, por estas fechas,
en la plaza se reunieron (¿mil?, ¿dos mil?; tal vez ni siquiera cinco mil),
algunos con claveles en la mano, otros es muy probable que sin nada.
Lo que ocurrió está escrito en muchos libros.
Para poder leerlos, no había más remedio que abandonar la patria.

A veces se tropieza con piedras astilladas
en la costra mellada del granito, en la esquina gastada de un inmueble,
mas al cabo de tantos, tantos años, resulta difícil deambular sin guía.

Del hombre de la plaza, la verdad, poco sé:
“pegados los brazos a la coraza”, “caerán los muros de Jericó”,
“lejos, lejos”. Tal vez los versos más hermosos del mundo.
Masón y artillero. Cojo de rostro adusto.
Labguvá. Ostrołęka, Wola, Temesvár.
Más són las batallas perdidas que las ganadas.
Abrazó el islam y murió de fiebres en Alepo.

No pasa nadie. Deposita un clavel a sus pies,
que el mundo, como estrella, venza su gravedad y se incline ante él.
El continente se hunde en el valle, el valle en la brumas urbanas,
las brumas urbanas en la plaza, la plaza se entrega al monumento.
El clavel es el centro de todo, hecho únicamente de neutrones.
Y cuando pases de nuevo por allí, al cabo de dos horas,
permanecerá todavía encima de la piedra. O así parecerá.

Enajenado gesto. Lo has esperado durante treinta años.
Has cambiado de tierra, de destino, de amigos, pero lo has conseguido.
La gente, entonces, recogida en la plaza (no cupo todo el mundo)
esperó todo un siglo. Más aún: fueron ciento ocho años. ¡Qué podían hacer!
Estas tierras tan llanas, las estepas, la niebla, avezan a la espera.

[1] Se habla de un viaje a Budapest, desde Viena, durante la conmemoración, en 1986, del aniversario de la Revolución de Octubre (y de la revuelta húngara de los años treinta). Se cita al poeta polaco Cyprian Norwid (nota del autor).
[2] Mayerling es un lugar vinculado a la dinastía de los Habsburgo (nota del autor).
[3] Piloto: se refiere a la hazaña de Matthias Rust, que aterrizó con su avioneta en la Plaza Roja de Moscú (nota del autor).
[4] Se refiere al monumento al general Jósef Bem, que participó en la revolución húngara de 1848; junto a aquel monumento emprendieron la acción los revolucionarios de 1956 (nota del autor).



Hommage to Shqipëria [1]

Aprecia ese cielo desplomadizo del anfiteatro.
El semicírculo rocoso y los rayos como pausas
en el monólogo. La escena poco menos que ideal.
Nos hace señas el parásito de la más celebrada
comedia de Plauto. Una vez estuvo aquí Epidamnos,
en este pobre país, tan realista ahora.

Lo que queda: papel de estraza en la palma de la mano
con el perfil de un monte y dos palabras: pesë lekë [2]
y una locomotora negra que existe sólo, al parecer,
en los billetes de banco. Luego ventanas huecas y podridas,
paja en las pestañas del camino y la sombra de un búnquer
junto a la giba parda y deslucida de un asno.

En la hondonada donde flamea el Flegetonte
rompen el espejo lampiños oteros armados.
Europa, digámoslo así, es un sistema solar
(oscilaciones de planetas, eco de conjunción de esferas)
y este país, aun siendo ardiente, resulta ser Plutón,
refugiado en la brecha y el silencio.

Se está bien aquí, donde yo no estoy. Me aferro una vez más
a esta sentencia. Los granados no han madurado
y se han malogrado las milgranas. He sobrevivido
a tres dictadores y a otros tres vi a prudente distancia
en el exilio. Pero el que medra aquí es digno
de seis o siete como él. Parece haber dado portazos

acá y acullá. Crujen los cristales bajo los pies.
Las huellas de metralla son como iris pútridos
en calaveras de marcianos. La malla del refugio
se clava en la caliza para que las generaciones del futuro
recuerden que esto nunca será paraíso o purgatorio,
ni aire, ni agua, pero sí, al menos, será fuego.

A la hora del ocaso, al olfato remilgado llegarán
indolentes efluvios de basura, heces, rakia [3] y ratas.

La constelación crepita bajo un hilo de ceniza.
¡Cómo susurran las muertas y blancuzcas hojas del acanto!
¡Cómo atrae el vacío! Pide prestado el peso
de los cuerpos y madura quedamente en el espacio.

Sobre el árido mármol se pudren cáscaras de fruta
y se dibuja el perfil del viejo cómico
en el humo del tabaco. Escucho en sueños:
“Donde hubo rebalse es donde insiste el panta rhei:
y nadie sabe, ni siquiera Dios, lo que conviene.
Para vino, un dólar. Para un aforismo se requieren dos”.

[1] Composición dedicada a Albania, el más pobre y aislado de los estados poscomunistas. La ciudad de Durrës (Epidamnos), que conserva los restos de un anfiteatro romano, es el lugar donde se desarrolla la acción de la comedia Menaechmi (‘Los gemelos’) de Plauto. Uno de sus protagonistas, llamado Peniculus (en la traducción lituana, Šepetis), aparece en la primera estrofa del poema, y en la última se parafrasea a Heraclito y Sócrates (nota del autor).
[2] En albanés, ‘cinco leks’. El lek es la unidad monetaria de Albania (nota de los traductores).
[3] Aguardiente característico de los Balcanes (nota de los traductores).



Metro de Berlín, Hallesches Tor [1]

Sobre Europa se extiende el invierno. Se encoge y se retuerce
Y se rompe como un cardo, extensión de campos de asfalto.
Su torvo esplendor extravía aquí el espacio. Invierno
Y península de Berlín. Hueso, cartones, cemento.

Se ve un cielo vuelto del revés. Policías patrullando las calles,
Focos azulinos escudriñan sin cesar, sobre el muro serpentean alambradas.
Un vacío sin norte ni destino. Ningún ovillo de lana nos conduciría
A ningún otro ser. La nieve bandea alta sobre Europa.

Cuando caminas durante tantos años y tantas millas ya no sabes
En qué orilla fondeará tu nave. Da igual que sea Jericó o Mitte:
Las termitas trabajan con ahínco y transforman las ciudades,
Pero ese sordo rumor nunca suplantará al de las trompetas.

Vuelve atrás y mira el mañana desde el ayer.
He ahí la silueta de un hombre, calado de sucia nieve:
No puede ver cómo se arrastra, lento, por la Hallesches Tor
Un vagón de cartón llegado de más allá de cualquier lugar.

[1] El metro del Berlín occidental recorría el límite entre el territorio berlinés del Oeste y del Este. La Hallesches Tor, o Puerta de Halle, és una de las primeras estaciones a las que se llega cuando se entra en la parte occidental de la ciudad. En este poema se describe un viaje al Berlín Este (una ciudad inaccesible entonces para el autor) y el regreso (nota del autor).



Anno Domini 2002 [1]

Una estrella desvalida en el cenit, señal de milagro y de invierno.
La ciudad, como un avión, aterriza en la planicie del Año
Nuevo. El recalentamiento global afecta a las torres
como un virus. El llano archipiélago tose y jadea.
La estatua blanquecina, reina de una frustrada partida

de ajedrez, quedó envuelta en una red de fina lluvia.
El Rubicón fue cruzado hace un cuarto de siglo.
Arco vivaz de la mirada, visillos sutilmente corridos.
Una gota dilata la pupila, la inmundicia contamina el paladar.
Tras la esquina se yerguen pasarelas y resplancede un cine solitario.

Subes sin prisas los peldaños de la densa prosa del fin de semana.
Sobre el quicio desgastado de la puerta no hallarás la voz latina salve,
porque ésta no es tu patria. El parquet se doblega y cede como el barro
bajo los pies del fugitivo. La vidriera art nouveau, recién montada,
ofrece desganada a los clientes una gloria rojiza y azulada

en lo alto del bar. Manteles como velas, espejos, cristal, bronce,
falso mármol. Sí, en aquel Cincuenta y dos
(¿cómo lo dijo el poeta?), temeroso y turbado,
te sientas con la copa de vino hasta que unos copos ligeros, fangosos,
pregonan como puntitos que la era zozobra ya en el Mesozoico:

más profundamente aún que entonces. Un humo de muerte inexplicable
ahoga un septiembre negro, y octubre, y noviembre, y diciembre:
no tiene sentido continuar contando. Cubre cientos de bloques
por encima de polvo y vanidades (de ninguna de ambas quedó nada),
de pedazos de acero que parecen papel de celofán.

El calor nos devuelve al origen. Las guerras preceden a la paz,
el agua precede al suelo que pisamos. El hielo derretido en el Ártico
basta para que queden bajo el mar, si no la masa continental entera,
sí al menos este grumo de granito. Y hará falta mucha menos gasolina
para el iris, el músculo, la piel del hombre y de la torre.

El joven que yace en el lecho ascético con la cabeza apoyada en un brazo,
bajo una tienda, en algún lugar, ve en sueños duras pruebas de coraje:
aviones, llamas. Lo creamos nosotros. A él le corresponde sólo
este destino. Es hora de pagar. En medio del humo
resuena en el asfalto y rueda sobre él una ficha del metro

como un sestercio por la lava de Herculano.

[1] Se habla aquí del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos, con citas de Auden (nota del autor).

Estos poemas, en su versión castellana, fueron publicados originalmente en la revista virtual argentina Prometheus (Año IV, núm. 25) y en Liburna, revista de la Universidad Católica de Valencia “San Vicente Mártir” (núm. 1, 2008, pp. 145-154).

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Creación y traducción en el poeta lituano Tomas Venclova

Por Pietro U. Dini, Università degli Studi di Pisa

A pesar de la intensa actividad creativa y ensayística que le ha procurado una ya consolidada fama internacional, Tomas Venclova (pronúnciese Véntslova) es todavía en España un poeta prácticamente desconocido. Venclova nació el 11 de septiembre de 1937 en Klaipėda (pronúnciese Cláipeda), el puerto lituano al Báltico, licenciándose en la Universidad de Vilna en 1960, tras lo cual continuó sus estudios en Tartu junto con el célebre investigador de temas literarios, Yuri Lotman. En la Facultad de Historia de la Universidad de Vilna Venclova trabajaría hasta el año 1977, fecha en la que decidió pasarse a Occidente ―en la expresión habitual de las enciclopedias soviéticas de la época― tras obtener, superando numerosas dificultades, el preceptivo visado. Con tal mudanza Venclova hizo también drástica permutación de sus horizontes: del horizonte lituano oficial y soviético al de la comunidad lituana del exilio, un horizonte sólo en apariencia más restricto, ya que allí al menos podían circular textos que en la patria del poeta ni tan siquiera podían imprimirse. En la actualidad Venclova, poeta, traductor y crítico literario, enseña literatura rusa, polaca y lituana en la Universidad de Yale amén de colaborar activamente en variadas iniciativas culturales y editoriales.

En el prefacio a su “Luz que se Espesa” (Tankėjanti šviesa) [10] el poeta nos dejó un significativo testimonio de su etapa soviética: «Estas épocas son a veces de algún provecho para la poesía (lo que, obviamente, no por ello significa que sean deseables). Si tal época me ha sido de provecho, por supuesto, no es cosa que habré yo de determinar, pero ella condicionó el tono general del libro (tanto el de los versos originales como el de las traducciones), el cual es probablemente uniforme y obscuro; ahora bien, variarlo artificialmente no habría sido ético. Durante todo “el bajo e innoble decenio” (Auden) no he tenido verdadera esperanza de poder mantener, todavía en vida, un vínculo significativo con mi patria. Hoy esta esperanza existe y precisamente toma cuerpo poco a poco. Pese a todo, las fórmulas que generalizan la experiencia del decenio, acaso tengan un cierto valor, al menos como documento y cercano quizá no sólo a mí. Me alegro de que (aunque ciertamente no todos) algunos de mis libros y textos hayan, con todo, logrado llegar hasta Lituania y hasta algunos jóvenes poetas de allí».

En efecto, incluso durante su exilio Venclova ha seguido siendo una autoridad para las jóvenes generaciones de poetas lituanos como testimoniaría sin más el enorme interés que despertó su visita a Vilna, la capital, y a Kaunas, la segunda ciudad de Lituania, en octubre de 1990: «En verdad, tras la recuperación de la independencia nacional en 1991, las visitas del poeta a su país se han visto intensificadas; momento también a partir del cual Tomas Venclova ha podido ir respondiendo en su propia patria a las ásperas críticas oficiales que antes habían repetidamente condenado las actitudes y posiciones del poeta, la reedición de sus versos y de sus ensayos antes censurados, así como sus intervenciones inéditas sobre los importantes cambios que estaban aconteciendo en los países bálticos. Así pues, las obras de Venclova y que en su patria habían circulado clandestinamente en ciclostil o en las revistas literarias estudiantiles, pasaron a entrar ahora por la puerta oficial mediando la publicación o republicación de las mismas. Toda esta trayectoria poético-personal podría quedar sintetizada en el siguiente comentario de Kęstutis Nastopka (1988: 7): «Tomas Venclova, una vez fuera de Lituania, desapareció del horizonte de nuestra crítica literaria como si del Ministerio de Justicia de Orwell se tratara, mas su poesía volvió adáptandose a la coyuntura [...] Venclova es hoy en realidad la más alta autoridad poética para nuestra joven generación de poetas, algo que bien saben los atentos lectores de poesía».

Todo ello podría traernos a la memoria inmediatamente dos asuntos. En primer lugar la frase del Premio Nobel polaco Czesław Miłosz: «Si el exilio no acaba con el poeta, este se hace más fuerte»; y en segundo lugar, la confirmación, una vez más, de que la actividad creativa, si es auténtica, posee en sí la fuerza para retornar a solas a su propia tierra, sin necesidad de visados ni pasaportes. De este modo Venclova ha construido un puente ideal entre dos literaturas, o mejor dicho, entre las dos ramas de la misma literatura lituana: la de la patria y la de la emigración. Lo cierto es que estos últimos años han significado para Tomas Venclova una sucesión de reconocimientos. En el 2000 el poeta fue distinguido con el premio nacional lituano, y el 2 de octubre de ese mismo año ejercía en Vilna de moderador en el denominado Encuentro de los tres Nobel entre Günter Grass, Wisława Szymborska y Czesław Miłosz. Al año siguiente Venclova recibiría el nombramiento de ‘Hombre de Frontera’ (en lituano Paribio žmogus o Człowiek pogranicza en polaco) por el centro cultural polaco ‘Frontera’ (Pogranicze) para premiar una personalidad «cuya postura biográfica y actividad muestran una tolerancia y un punto de vista comprensivo de la diferencia ajena capaces de valerosamente superar estereótipos y prejuicios para tender puentes entre las diferentes religiones y pueblos de la humanidad». Además, en el período entre el 2000 y el 2002, fueron publicadas diversas antologías de la poesía de Venclova en alemán, sueco y ruso, viendo finalmente la luz incluso una biografía in uita del poeta (Mitaitė 2002).

Con todo y aunque Venclova forme parte junto al citado Miłosz y al también Premio Nobel Iosif Brodski de una “constelación poética” de enorme prestigio, la lengua en la que escribe, el lituano, es de mucho menor trato y conocimiento internacional que el polaco de Miłosz o el ruso de Brodski: lituanica non leguntur o “en lituano no se lee”, y podría añadirse: ex Lituanico sermone pauca uertunt “y del lituano poco es lo que se traduce”. Los tres nombres de esta poética constelación centro-oriental ―es decir, Brodski, Miłosz y Venclova― se han visto además unidos durante años por el mismo destino bien semejante de la emigración, más o menos obligatoria, y del exilio. Por ello mismo y respondiendo al Miłosz que comparara la condición de poeta exiliado a una segunda vida tras la muerte, Venclova escribió: «Encontramos personas que no esperaríamos encontrar en este mundo y, una vez separados más o menos para siempre de nuestros viejos conocidos, nuestros contactos con ellos tienen un carácter casi más bien de espiritismo». Agudezas de este cariz reaparecerán en su “Undécimo Canto” (Vienuoliktoji giesmė), obra compuesta y publicada por primera vez en “Ecos” (Aidai), la prestigiosa revista literaria lituana de Chicago, y publicada precisamente en 1977, es decir, cuando Venclova fue privado de la ciudadanía soviética. A la misma, apesadumbrada pregunta del Poeta griego («Y ¿cómo, pues, Elpenor, comprendiste tú todo tan rápidamente en el país de las tinieblas?»), Venclova había dado respuesta componiendo un canto neo-homérico. En este la mímesis es, sin embargo, sólo aparente y la emoción, totalmente novedosa, genera un universo como en duermevela, donde barcas y barquichuelas fluctúan entre espacios acuáticos y lacustres, y el tiempo se detiene entre “inmarcesibles” cañizales, mientras personas nunca antes vistas vienen a nuestro encuentro por primera vez.

Por su parte, en un célebre ensayo aparecido por primera vez en 1989 el mismo Brodski (1997: XVIII) definió la poesía de Venclova como una forma de resistencia a la realidad cuyo paisaje más idiosincrático es el norte: «Venclova es un poeta nórdico, nacido y crecido junto al mar Báltico, y este su paisaje es monocromático, dominando en él los tonos grises y obscuros o bien sencillamente la luz de un cielo cantado hasta el anochecer. Apenas el lector abra una página, aparece de inmediato este paisaje». Para convencerse de lo certero de esta afirmación nada hay mejor que leer la poesía del propio Venclova. Al Venclova “poeta en prosa” parecen, en cambio, serle no menos queridos los ambientes urbanos. De hecho, el intercambio epistolar que nuestro escritor mantuvo desde 1979 con Miłosz presenta como preferente objeto una ciudad de la Europa centro-oriental que ambos tan bien conocen y de tan intenso modo aman: la Vilnius lituana, la Wilno polaca «metropolis Lituaniae». La ciudad es a veces también evocada en las vísperas de la marcha a Occidente, cuando Venclova esperaba el visado para la emigración, como puede verse en su poema “Oda a la ciudad” (Odė miestui), compuesto antes de 1977. Sin embargo los retornos a Vilna de Venclova acontecen con mayor frecuencia ―y quizá también de mejor grado― en prosa que en poesía, así sucede en su ensayo “Un Divertissement lituano” (Lietuviškasis divertismentas), donde al análisis de una poesía de Brodski se une el relato de las vicisitudes del amigo ruso durante sus visitas a la capital histórica de Lituania. Algo muy parecido ha ocurrido también más recientemente, primero con ocasión del citado Encuentro de los tres Nobel, y después con la aparición del tan vencloviano prontuario cultural-poético “Vilna: una Guía de la Ciudad” (Vilnius: Vadovas po miestą).

Según otra vez la autorizada opinión de Nastopka (1988: 7), los versos de Venclova son una precisa creación lingüística donde las cosas son figuras geométricas perfectas y el hombre que, casi por fuerza interna, se quiebra entre voces contradictorias, es invitado a una clásica recomposición. Sí, pero se añadirá: por medio de la lengua. Ahora bien, esa reflexión sobre la lengua ―reflexión poética, pero no sin solapamientos lingüísticos― atraviesa o, si se prefiere, acompaña, toda la obra creativa de Tomas Venclova constituyendo un componente no baladí de esa poética vencloviana donde tan frecuentes son las interrogantes en torno a la relación entre voz y lengua, entre tiempo y memoria. En efecto, la voz se presenta como el ámbito absoluto y exclusivo de lo poético: “Pues nuestros cielos, nuestra terraferma/ existen solo en la voz” (Nes mūsų dangūs, mūsų terraferma ―/ Tiktai balse) se lee en “El escudo de Aquiles” (Achilo skydas). La lengua, entendida históricamente, es la hablada por hombres de carne y hueso y que algunas veces emergen de entre los versos: “Usan murmurantes multitudes/ Una lengua cambiada apenas” (Ošiančios minios vartoja / Kiek pasikeitusia kalbą) escribe Venclova en “Calle Pestell” (Pestelio gatvė), o sea, el arcaico y conservador lituano, en cuya matriz de secular tradición literaria, primero oral y después escrita, se inserta también y a pesar de todos los descartes e innovaciones que la caracterizan, la creación de Venclova, para quien el tiempo y la memoria conforman la materia misma del poetizar. Dicho de otro modo: la voz del poeta toma cuerpo en una lengua que es tiempo e historia y transforma a su vez tiempo e historia de la lengua en poesía, siendo ese domesticar el tiempo, ese someterlo a la lengua poética posible precisamente “porque el tiempo es siervo de la lengua” (jog laikas paklūsta kalbai). En esto precisamente consistiría el gran descubrimiento que Venclova nos desvela en su obra “Perspectiva desde la Avenida” (Reginys iš alėjos). Ahora bien, si someter tiempo a lengua es el desafío del poeta, su misión es consecuentemente conferir voz a su propia lengua mediante la transmutación de todo referente, sobre todo el tiempo, en poesía: “Mas tal también el peso de nuestro oficio:/ transmutar el tiempo en estrofa” (Bet tas pat mūsų amato svoris―/ Laiką iškeisti į strofą) se lee en “Via Pestell”.

En el seno a la relación apenas entrevista, se nos introduce también la relación de Venclova con la memoria ―o mejor, con las memorias― ya sea aquella íntima y privada o pública e histórica, una vez que todas se intersectan inextricablemente en sus poemas, como por ejemplo en “Instrucción” (Instrukcija). Y la memoria de Venclova, ajena a todo sentimentalismo, privilegia con frecuencia precisamente aquello que, siendo una incomodidad para el individuo y para la sociedad, de buena gana se dejaría caer en el olvido. También, pues, esa misma memoria se encuentra en la confluencia de dos corrientes: la Historia ―con H mayúscula― que afecta a pueblos e individuos, y la historia de la palabra, de la tradición literaria en la cual se inserta y desemboca, y que es al tiempo instrumento y sujeto en devenir de su propio hacer poético.

Si prescindimos de dos de sus escritos, “Las Razas, los Planetas y Nosotros” (Raketos, planetos ir mes, 1962) y “El Gólem o el Hombre Artificial” (Golemas, arba dirbtinis žmogus, 1965), dedicados a cuestiones vagamente científicas y publicados por Venclova en su juventud, las prestaciones poéticas de Tomas Venclova se materializan hasta ahora en unas pocas colecciones de versos. Venclova emergerá como poeta en 1957, en la Lituania soviética de los años del estancamiento brezhneviano; sólo más tarde dará a la imprenta la recopilación “Signo Lingüístico” (Kalbos ženklas, 1972), al que seguirán “98 Versos” (98 eilėraščiai, 1977), “Luz que se Espesa” (Tankėjanti šviesa, 1990), “Charla de Invierno” (Pašnekėsys žiemą, 1991), “Perspectiva desde la Avenida” (Reginys iš alėjos, 1998) y su más reciente “Intersección” (Sankirta, 2005), amén de la antología “Recopilatorio” (Rinktinė, 1999).

La primera entrega de Venclova, “Signo Lingüístico”, reunía 37 poemas del perodo 1957-1970 y viera la luz, tras varias infructuosas tentativas, en un momento de relativa libertad, cuando fueron también publicadas algunas obras de autores disidentes cuales Sigitas Geda, Jonas Juškaitis o Judita Vaičiūnaitė. Esta primera obra vencloviana fue acogida con cierta sorpresa y alguna perplejidad; no es casualidad que el conocido teórico francés de origen lituano Algirdas J. Greimas (1972) la definiera, paradójicamente, como poesía “casi sin significado” (beveik beprasmė poezija). A la sazón la opinión de la crítica se dividió en particular en lo concerniente al grado de realismo de los textos: por una parte, Vytas Areška (1972), intelectual orgánico, aconsejó al autor que se ocupara más de la historia y de la “viva realidad”; por otra, Venclova fue elogiado por Scammell (1998) precisamente por ser “fiel a la realidad”. El libro ―cuyo título, según el autor, quedaría bien correctamente traducido con el latín Nota linguae (esto es, ‘La Marca de la Lengua’)― es también indicativo de la gran preocupación vencloviana por las problemas del significado.

Con “98 Versos” Venclova se dará a conocer al público lituano de la emigración, si bien con una cierta y justificable reticencia [9]: «La poesía es un texto que debe inhibirse de su propio comentario. Al autor no le conviene explicar sus versos». El libro retomaba su anterior obra presentando composiciones, todas ellas escritas aún en su patria pero que allí no hubiesen podido ser publicadas. El crítico lituano-americano Rimvydas Šilbajoris (1979) supo resaltar cómo aquí combinábanse sencillez y abstracción: «la construcción de las frases es simplemente elemental, no hay entonaciones sentimentales, apenas se distinguen los cinco pies del yambo», y aún: «la impresión de abstracción procede paradójicamente de una concreción de imágenes expresada muy sencillamente mas con extraordinaria celeridad». Tampoco dejó de subrayar Šilbajoris los frecuentes referencias de Venclova a la poesía rusa (Pasternak y Mándelshtam principalmente), su [mutua] dependencia, sellada por una gran amistad personal, con Brodski y, en otro ámbito, con la familia poética compuesta por los estonios Jaan Kaplinski y Paul-Eerik Rummo, por la poetisa letona Vizma Belševica y por algunos poetas rusos de la entonces Leningrado (N. Gorbanevskaia, M. Gendelev, O. Ochapkin).

En las siguientes entregas la actividad creativa Venclova aparecerá más y más imbricada con la traducción. Venclova, en efecto, ha traducido del polaco (Norwid, Miłosz, Herbert, Barańczak), ruso (Pasternak, Mándelshtam, Ajmátova, Brodski), inglés (Eliot, Joyce, Auden) y aún de otras lenguas. La relación de nuestro poeta con la traducción se encuentra bien definida en la introducción a “Luz que se Espesa” [9]: «Toda la vida he trabajado en ambos géneros. Para mí tienen los mismos derechos: entre ambos no percibo abismo alguno, ni siquiera una brecha significativa. Y me gustaría que el lector tampoco los percibiera», colección donde 17 poemas originales ―escritos, por cierto, en la etapa final del Imperio soviético― se presentan acompañados de nada menos que 11 traducciones. La citada introducción contiene además al menos dos afirmaciones dignas de ser glosadas. La primera resulta casi como una profesión de fe a propósito de la actividad traductora (ibidem): «La traducción (o imitación) y la escritura original pertenecen a un mismo espacio poético [...] Existe una antigua tradición de componer libros enteros con ambos géneros [...] Verter las palabras proferidas en otra lengua, a veces incluso en otra época, es siempre un asunto arriesgado mas es esta una labor literaria de interés justamente por la posibilidad (aunque ello no siempre suceda con frecuencia) de que el verso de la otra lengua devenga parte integrante de la propia literatura». La segunda afirmación suena más bien como una confesión poética (ibidem): «Sucede también que te das cuenta de que un autor forastero ya hace tiempo ha dicho ―y mucho mejor que tú― lo que tú mismo debías decir. Soy mucho más proclive a la poesía personal y a la así llamada metafísica que a la civil. Con todo, albergo puntos de vista y sentimientos cívicos muy netamente definidos. Una vez hallado un buen poema donde afloran esos mismos puntos de vista y sentimientos, entonces no puedo resistirme a la tentación de traducirlo y así de algún modo convertirlo en uno de mis poemas».

Este específico aspecto de la apropiación de obras de otros autores o, como podría preferirse decir, de personamiento de Venclova en otros autores, será retomado al comienzo de “Charla de Invierno” [6]: «Las traducciones poéticas constituyen más de la mitad del libro. Siempre las he considerado equivalentes a la poesía original [...] las traducciones producen una sensación de escala poética y a la vez invitan a hacer en la propia lengua lo que se ha hecho en otras y ―y si es que somos capaces de ello― a no hacerlo peor. Sin embargo, todavía más importante me ha sido la exigencia interior. He traducido aquellas obras sin las cuales para mí era y es difícil vivir. Aunque suene a inmodestia, a menudo las percibo como propias». Al respecto en “Luz que se Espesa” [10] puede también leerse: «La propia poética y la poética de las traducciones revierten como inadvertidamente la una sobre la otra. Los versos originales frecuentemente explican las traducciones y las traducciones, los versos originales. Por utilizar un término hoy muy difundido, un género se convierte en la translengua del otro».

“Perspectiva desde la Avenida” es una de las últimas publicaciones poéticas de Venclova. El libro ha sido definido como la obra del retorno a casa y a los lugares del pasado, un retorno idílico, de hecho. La mirada desde la avenida es ya por sí misma una mirada desde la cercanía y ya no desde la lontananza, una mirada enriquecida además por la experiencia de la emigración. Se vislumbra así también una poesía de viaje, en la cual resultan acentuados ciertamente los temas de la memoria mas fundidos con las reflexiones de un moderno ulises, errabundo por muchos territorios (desde Albania a China y Tasmania) y que explora las diversas regiones de nuestro planeta con mirada crítica y partícipe. Con “Intersección” concluye por ahora el ejercicio poético de Tomas Venclova; aquí aparecen recogidos los poemas de los últimos años, muchos de los cuales aparecieran antes en revistas.

Por otro lado, adicional pero también fundamental esfera de actividad para Tomas Venclova es la ensayística presentando esta el resultado de sus reflexiones sobre literatura, política o cultura. Recordemos su “Lituania en el Mundo” (Lietuva pasaulyje), versante prevalentemente sobre el 'intercambio cultural entre su país y el resto del mundo, y sus “Textos sobre Textos” (Tekstai apie tekstus), obra dedicada más bien a las relaciones literarias entre Lituania y Europa, así como al análisis de diversos autores coterráneos. Por su parte, “El Equilibrio Inestable” (The Instable Equilibrium) reúne ensayos, aparecidos primeramente en varias revistas, sobre poetas rusos del siglo XX. Singularmente “Creo que...” (Manau, kad...) recoge, además de ensayos, algunas de las entrevistas concedidas por Venclova desde el 1977 al 1999, como por lo demás pone en evidencia su subtítulo de “Hablando con Tomás Venclova” (Pokalbiai su Tomu Venclova); por lo general las entrevistas tratan sobre candentes temas de la sociedad y de la cultura lituanas contemporáneas en el marco de su contexto europeo.

La presencia de Venclova en los medios de información, en efecto, vino a intensificarse en gran medida durante el convulso bienio de protesta política báltica; fue entonces cuando el poeta redobló sus intervenciones en la prensa europea y americana aprovechando aquella coyuntura política que por una vez llevaba a los países bálticos a las primeras páginas de los diarios. Aunque, como era de esperar, resultaron en su momento condenados y censurados, sin embargo, también sus ensayos lograrían al final hallar el camino de vuelta a casa, a la Lituania libre, donde son siempre acogidos con extremo interés aunque a veces asimismo con una cierta mal disimulada desconfianza. Así, por ejemplo, sus llamamientos a la tolerancia y a la resolución pacífica de las cuestiones interraciales, manifiestos firmados a menudo con Czesław Miłosz, han acabado suscitando más de una polémica. No ha faltado en verdad quien reprochara al intelectual exiliado su contemplar las cosas desde tanta distancia. En realidad, sin embargo, el punto de observación de Venclova no es ni próximo ni remoto, más bien se halla simplemente ligado al curso de la historia europea, razón por la que ha sido a veces malentendido en su patria, sobre todo en los momentos más peliagudos de la protesta patriótica.

Recordar cómo todavía Brodski consideraba a Venclova “el hijo confeso de tres literaturas [...] que preservó tres lenguas maternas: lituano, ruso y polaco”, nos ayudará acaso a precisar que también en tal sentido y a pesar de toda las devastaciones ejecutadas por las ideologías totalitarias del siglo pasado, Venclova sigue siendo un verdadero ciuis uilnensis, un ciudadano de Vilna interesado en la promoción del diálogo intercultural y en la salvaguardia de esas tradiciones multiculturales que por siglos han constituido la peculiar grandeza de la ciudad.

Respecto al estereotipo tradicional del escritor lituano, ligado a su pequeña comunidad y a su tierra, Venclova es, en efecto, un cosmopolita, ligado a valores intelectuales universales. De hecho, dada la peculiar selección de temas y forma, se habla de la kitoniškumas o ‘alteridad’ de Venclova en el contexto de la literatura lituana, de su tan difícil inclusión en los confines de tal tradición o, si prefiérese, su fácil exceder dichos confines. Asimismo su comportamiento, bien definido como ‘doble contraconformismo’ (dvigubas nekonformizmas), ha resultado ciertamente excepcional. Como se lee en el prefacio a “Charla de Invierno” [5] a la postre ambos comportamientos resultarían estar relacionados: «Créome que el poeta ve cumplida su función hacia la gente sólo cuando ha caminado por senderos distintos de los demás y logrado, en ese mismo camino, ensanchar al menos un poco los confines de la lengua y de la reflexión».


Referencias citadas

- AREŠKA Vytas, «Tarp realybės ir abstrakcijos» (“Entre la realidad y la ficción”), Literatūra ir Menas, 1972.VI.24, p. 5.
- BRODSKY Joseph, «Poetry as a Form of Resistance to Reality», en Winter Dialogue, Poems by Tomas Venclova. Tr. Diana Senechal. Foreword by Joseph Brodsky. Dialogue between Czesław Miłosz and Tomas Venclova, Evanston, Illinois, Northwestern University Press, 1997.
- GREIMAS Algirdas Julien, «Tomo Venclovo beveik beprasmė poezija» (“La poesía casi sin significado de Tomas Venclova”), Metmenys, 23, 1972, pp. 9-17.
- MITAITĖ Donata, Tomas Venclova. Biografijos ir kūrybos ženklai (“Tomas Venclova. Signos de sus biografía y obra”), Vilna, Lietuvių literatūros ir tautosakos institutas, 2002.
- NASTOPKA Kęstutis, «Maištingas klasicizmas» (“El clasicimo rebelde”), Literatūra ir Menas, 1988, diciembre 10, p. 7.
- SCAMMELL M., «Loyal toward Reality», The New York Review of Books, 1998, Sept. 24.
- ŠILBAJORIS Rimvydas, «Pastabos apie Tomo Venclovo kūrybą» (“Notas sobre la obra de Tomas Venclova”), Aidai, 1979, 4, pp. 148–154.

[Este texto, traducido del italiano por Lourdes Martínez Catalán, se publicó en el número 1 de la revista Liburna, Valencia, 2008, pp. 97-107.]


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Mi agradecimiento al amigo Albert Lázaro-Tinaut
traductor del poeta, que me ha facilitado los poemas
y el artículo.

Albert Lázaro-Tinaut, LEER su magnífico BLOG
IMPEDIMENTA, ESPACIO PARA LAS CULTURAS


PERIFÉRICAS, EN EL ENLACE: 
Biografía de Albert Lázaro-Tinaut:
Nacido en Barcelona en 1947, es traductor y se considera viajero vocacional. Ha trabajado durante muchos años como editor de libros y ha traducido y cotraducido numerosas obras de ensayo, narrativa y poesía, sobre todo del italiano, estonio y lituano, tanto al catalán como al castellano. Su curiosidad innata ha hecho que se interesara desde muy joven por las realidades diversas de la Europa central y oriental, y singularmente por las culturas finoúgrias y bálticas, sobre las cuales ha publicado ensayos y artículos en diversos países. Ha ejercido durante años como intermediario entre las culturas ibéricas y las de los países por los que se siente atraído. Le apasiona, además, la bibliografía, que ha sido y es objeto constante de sus investigaciones. Como viajero ha recorrido la geografía, sobre todo humana, de tres continentes, aunque considera Europa un mundo por sí mismo, inagotable y lleno de rincones apenas conocidos que merece la pena descubrir.




UN POEMA SOBRE LA MEMORIA

¿Aguardas a los que se fueron? A las profundidades
se marcharon. Los muros los dejaron atrás,
y los cuadros, los lápices, los relojes, el alma,
la lluvia y la nieve, la arena y el castigo,
las agujas de pino y la inmortalidad.

Ahora es imposible saber quién está en lo cierto,
y cuando haces suma de todas las partidas,
tu insensata integridad acaba por quebrarse
y estalla en muchas voces encontradas.

Esto queda: el círculo que talló un cuchillo,
una marca en el vidrio, polvo en las estanterías,
tanta libertad, tantos versos y tanta falsedad,
como escasez de auténtico destino.

Dos voces también quedan. Acariciaron
el tibio e inquietante volumen de esta urbe.
Una sola gota de memoria les fue dada.
Tuya es. Y no pertenece a nadie.

Da vueltas, alada, ciega de nacimiento,
como una golondrina expulsada del nido.
¿Y de qué sirve todo tu clasicismo, 
esa escuela de diversión y ceremonias?

Y así la hora, separada de nosotros,
condenada, cae revoloteando como un chal
sobre las escaleras, en cuartos y pasillos,
y en el hueco que aún se extiende
entre el tiempo que pasó y el tiempo que vendrá.

(Tomas Venclova, Diálogo de invierno)

(Versión de A. Catalán)



EILĖRAŠTIS APIE ATMINTĮ

Tu lauki pasitraukusių? Giliai
Jie pasitraukė. Juos paliko sienos,
Pieštukai, laikrodžiai, paveikslai, sielos,
Lietus ir sniegas, atpildas ir smėlis,
Nemirtingumas ir pušų spygliai.

Nebežinia, kuris iš jų teisus,
Ir kai rašai išsiskyrimų sumą,
Nebetenki betikslio vientisumo
Ir pats skiries į priešingus balsus.

Belieka ratas, brėžiamas peiliu,
Žymė stikle ir dulkės ant lentynų –
Tiek netiesos, tiek laisvės ir eilių
Ir taip nedaugel tikrojo likimo.

Belieka du balsai. Jie palytės
Šio miesto šiltą ir nejaukų tūrį.
Jiems buvo duotas lašas atminties.
Tu. ją turi. Ir niekas jos neturi,

O blaškosi, sparnuota ir akla,
Tarsi kregždė, kurios negeidžia lizdas,
Ir ko bevertas tavo klasicizmas,
Linksma ir iškilminga mokykla?

Taip valanda, nuo mūsų atskirta
Ji pasmerkta, nukrinta kaip skara
Ant kambarių, koridorių ir laiptų,
Ir ant spragos, kuri vis tiek yra
Tarp būtojo ir būsimojo laiko.




LAS MENINAS

Nueve u once figuras, entre las cuales:
enanos, sirvientas, y un reflejo en
el oscuro y atento espejo,
y el autor, con el cuadro aún por

empezar, y que sigue ocultándonos
después de cuatro siglos. Según Foucault,
somos nosotros. Pero quizá modelo, 
espectador y el pintor mismo sean 

mas bien fragmentos de un solo prototipo.
La luz es más de la que podría nunca
entrar por la ventana (y, como en el paraíso,

su generosidad eclipsa toda imperfección).
Y las miradas trazan una mirada incorpórea
que el pincel nos enseña a preservar. 

(Versión de Andrés Catalán)






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