domingo, 3 de agosto de 2014

ENRIQUE PEÑA BARRENECHEA [12.636]


Enrique Peña Barrenechea

Enrique Peña Barrenechea, (Lima, Perú, 17 de diciembre de 1904 - Lima, 25 de mayo de 1988) fue un poeta y diplomático peruano. De tendencia vanguardista, perteneció a la Generación del 30 (Perú), junto con Martín Adán, Emilio Adolfo Westphalen, César Moro, Carlos Oquendo de Amat y Ricardo Peña Barrenechea (su hermano).

Fue hijo de Estanislao S. Peña y Fidelia Barrenechea. Cursó sus estudios escolares en el Colegio Sagrados Corazones Recoleta y apenas egresado, ganó un concurso en los juegos florales convocado por la Federación de Estudiantes del Perú, a mérito de su libro El aroma en la sombra (1924). El jurado lo componían escritores anti-tradicionalistas: José Carlos Mariátegui, Manuel Beingolea, Percy Gibson, Manuel Beltroy y Luis Alberto Sánchez. Enrique cultivaba entonces una poesía pura e intimista, de inspiración becqueriana.

Ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad Mayor de San Marcos, donde el 2 de enero de 1937 se graduó de doctor.

Se dedicó a la docencia en su alma máter, donde tuvo a su cargo la cátedra de Autores Selectos de la Literatura Universal (1935-1938).

En 1928 se incorporó al servicio de la Cancillería. En 1931 publicó Cinema de los sentidos puros, que se considera como uno de los primeros libros de poesía vanguardista del Perú.

En 1933 viajó a Río de Janeiro como auxiliar de la delegación peruana encargada de negociar la solución del conflicto peruano-colombiano de 1932-1933. Luego fue funcionario de la Oficina de Límites (1934-1936). En 1937 editó Elegía a Bécquer y retorno a la sombra que conmemora el centenario del poeta español. Aseguró haber escrito otro volumen de poesía, titulado Ortoclax, pero que lo perdió en uno de sus exilios.

Como segundo secretario fue acreditado en la legación en Honduras (1939), residiendo varios años en Tegucigalpa. Ascendido a primer secretario, sirvió en Venezuela (1942-1944 y 1945-1947), Colombia (1944 -1945), y Francia (1947-1949). Por entonces abandonó la docencia universitaria y estuvo a punto de ser retirado del servicio diplomático. Pasó a la República Dominicana donde ascendió a ministro consejero (1951) y con la misma calidad pasó a Gran Bretaña (1956).

Sucesivamente fue encargado de negocios y ministro consejero en Francia (1956-1960), subdirector de la Academia Diplomática, consejero de la representación ante UNESCO (1962-1964), ministro plenipotenciario y luego embajador ante las repúblicas africanas de Costa de Marfil, Níger y Alto Volta (1964-1967) y, finalmente, Embajador en Suecia (1968) y Noruega (1968-1970).
Obtenida su jubilación, residió en París durante muchos años, hasta que retornó a Lima en 1982, donde falleció en 1988.

Obras

El aroma en la sombra (1924). Premio de los Juegos Florales convocados por la Federación de Estudiantes de la UNMSM.
Cinema de los sentidos puros (1931)
Elegía a Bécquer y retorno a la sombra (1937)
Obra poética (1977).

Opiniones de los críticos

Bastó la aparición de Cinema de los sentidos puros de Enrique Peña Barrenechea para ubicarse como uno de los primeros libros fundadores de la vanguardia en el Perú. A mi parecer debió llamarse Cinema de la imaginación maravillosa. Siempre he creído que esta obra pudo haberlo escrito el Conde de Lautréamont, Phillipe Soupault o Benjamín Péret, poetas surrealistas franceses. Con esta obra Enrique Peña Barrenechea se convierte en el poeta milagroso del s. XX en el Perú. El milagro de poder reclinarnos sobre una golondrina, o tener mano de arcángel, o dibujar palomas en medio de la lluvia, sólo es obra de milagro. César Toro Montalvo


Peña es poético por excelencia. Al parecer tímido, de una cortesía refinada, lector infatigable, asistente cotidiano a espectáculos de arte, sobrio en sus juicios, exigente en su producción, alquitarado en sus imágenes, es de los que como Eguren, quisiera eliminar del lenguaje toda palabra o giro que pudiese suscitar un sentimiento bajo o siquiera poco alto… Luis Alberto Sánchez


A través de una existencia tan cambiante, la poesía fue goce y angustia para Enrique Peña; un camino para esquivar su soledad y encontrarse a sí mismo. Su pluma "discurre únicamente a lo largo de superficies textuales cortas, sin ningún afán de monumentalismos poéticos, haciendo gala permanentemente de una suerte de fina y ceñida miniaturización" (Carlos Germán Belli). Alberto Tauro del Pino

Cinema de los sentidos puros

(Fragmento)

Ved la cueva de ópalos de los ratones dorados y el cielo repasando en el plano del alba.
Gira el cielo en los ojos del mago y los horóscopos de las más remotas lejanías.
A través de sus uñas fosforecen los peces. La celestía de Asia. Los cuernos perfumados del bosque de la luna.
Ved al mago y sus barbas, por donde sube el mar tejiendo nácares.



Camino del hombre
Yo no podía saber
si era tu cielo o el mío,
si era tu sueño o mi sueño,
mi delirio o tu delirio.

Sobre el agua una luz ancha
era a modo de un camino,
y sobre la luz un barco,
y sobre el barco un destino.

¡Jardín del aire, jardín
iluminado y sombrío;
lluvia azul que del paisaje
era así como su espíritu!...

Yo no podía saber
si el mar era el mar, si digo
que era el mar, el mar no era,
y si no era, era el mar mismo.

¿Cuánto tiempo estuvo el sueño
de otro sueño suspendido?
¡Azucenita del aire,
lámpara sobre el abismo!...

Yo no podía saber
si era tu sueño o el mío.
Hombre que elige su ruta
tiene que andar su camino.





A CÉSAR VALLEJO

Qué vergüenza me da 
-Para decirlo con tu voz- 
Mi muerte.

Mi muerte que es mi vida, 
A su manera, 
Sin tu silencio de metal 
Y nieve.

Que vergüenza me da 
Iluminar la casa, 
Mirarme en los espejos, 
O colocar la impura rosa de mis cabellos 
En la almohada en tu casa, 
Tu soledad 
Y tu sueño.

Qué ejemplo el de tu vida 
Sin ¨sí, señor¨, 
Sin ¨sírvete¨ . 
Sin ¨ruégole¨.

Que tristeza me dan 
Marroneros 
Que tú adorabas, aquí en París, 
Al que volvías siempre, 
Golondrina de sangre sin alero.

Hoy he visto a Georgette 
En esta tarde 
Que me ha angustiado tu recuerdo.

Hoy te he vuelto a leer 
Y que vergüenza tengo 
De los fingidos astros 
De mi cielo, 
De mi pasaje de ida y vuelta, 
Y de mi soledad con falsos ecos.

Todo me hiere el corazón: la noche, 
El adiós a Georgette, 
Aquellos niños que vi en la rue Picot, 
Mis pasos por el puente, 
Que es casi caminar por tu silencio.

(Texto tomado de: Poemas peruanos a Vallejo, prologo, selección y notas de Livio Gomez. Universidad Nacional de Tacna 1978).





CAMINO DEL HOMBRE

Yo no podía saber
si era tu cielo o el mío,
si era mi sueño o tu sueño,
mi delirio o tu delirio.

Sobre el agua una luz ancha
era a modo de un camino,
y sobre la luz un barco
y sobre el barco un destino.

¡Jardín del aire, jardín
iluminado y sombrío,
lluvia azul que del paisaje
era así como su espíritu!

Yo no podía saber
si el mar era el mar, si digo
que era el mar, el mar no era,
y, si no era, era el mar mismo.
¿Cuánto tiempo estuvo el sueño
de otro sueño suspendido?

¡Azucenita del aire,
lámpara sobre el abismo!
Yo no podía saber
si era tu sueño o el mío.
Hombre que elige su ruta
tiene que andar su camino





CANCIÓN ANTIGUA

Hace tiempo que repito
este cantar:
el mar, la sombra, tú,
la soledad.

Hace tiempo que quiero irme,
—cielo o mar—
pero todo se vuelve garfio
y me sujeta. ¡Qué se hará!

Hace tiempo que digo: ¿Cómo,
no puedo andar?
Y camino, pero, entonces,
tú quedas atrás.

Y en este juego de encontrarte,
y en esta angustia de llegar,
otras son las naves que pasan;
y el mar; igual, igual, igual.





VISION Y FORMA SECRETA EN LA POESIA 
DE ENRIQUE PEÑA BARRENECHEA   

Por Javier Sologuren 


Desde su aparición en el epígrafe de Gabriela Mistral (''He escrito como quien habla en la soledad") que da paso a El aroma en la sombra y otros poemas (1926), el libro primogénito de Enrique Peña, la palabra soledad acude una y otra vez a lo largo de su obra entera, signándola radicalmente, es decir, trazándole un sino, un destino, un camino. Uno de los caminos de más penoso recorrido pero que, en espléndido desquite, conduce también a las más lúcidas experiencias existenciales y a las más ricas y profundas vetas de la vivencia poética. Gran tema (aunque este término parezca trivializarla) explorado y acotado magistralmente, como es bien sabido, por Karl Vossler en el vasto dominio de la poesía hispánica. 

Entre los poemas en prosa de Enrique Peña, hay uno (el 2 o. de Cinema de los sentidos puros, 1931) en el que, de modo muy particular, se asiste a una suerte de figuración del drama que siempre entraña la conversión de la experiencia onírica en palabra. Uno de sus pasajes se inicia con esta simple indicación: "El hombre en el centro mismo de la soledad". En ella vemos el señalamiento de la condición propia del poeta en el acto de crear; nada más que la percepción interna y los signos que recogen su latido, nada menos que el descubrimiento (por el recuerdo) de un sentido. Por otro lado, esta ingente operación total de la conciencia queda expresada en una ecuación simbólica: 

"El hombre siente entonces en su carne el bullir de los mares y es una ola gigante que se traga a sí misma. El hombre es el mar. Creedle, a través de todas las latitudes y todos los designios". 


El poema 20 del mismo libro constituye una de las claves más explícitas de este sentimiento como el ámbito donde sueño y vigilia se entrelazan inextricablemente, donde el hombre se debate y se hace poeta: 


"En esta soledad nazco y envejezco; 
tengo mil años y me piso las barbas. ( ... ) 

En esta soledad me arrastro y dejo babas.
En esta soledad, a veces soy, también, un trébol, un hilo de lluvia. 

( ... ) Yo desespero, amigos, de esta soledad. 
Yo estoy contento, amigos, de esta soledad". 



Pero quien la padece y la goza nos la revela, nos invita a acompañarlo, pues este sentimiento es de carácter convocatorio. A diferencia de otros, despierta y congrega estados anímicos que necesariamente lo constelan: nostalgia y anhelo, melancolía y angustia, y muchos otros a los cuales matiza con inagotable precisión. Y entre los estados afines es el silencio uno de sus elocuentes y principales acompañantes, su patética manifestación tangible. Se tiene así a esa criatura bifronte (soledad-silencio) absorta ante la muerte, y se establece del modo más natural la identidad entre ésta y la noche: 




Se abre la soledad como una flor nocturna. 
blanca la soledad en la noche purísima, 
negra la soledad en la noche profunda. 
Conoce toda ruta, alienta en toda llama, 
se oculta en todo sótano, vive en toda palabra, 
pero alguien va borrando al alba sus pisadas 
en los largos caminos que por la noche avanza. 

("Noche de Retomo a /asombra, 1936) 



Perderse en la soledad no significa aniquilarse en ella ni perder la palabra. Esta salta de ella como el fuego de la yesca. Paradójicamente, la soledad es el acicate que impulsa hacia la expresión dialogística: ese hablarse a sí mismo, ese decirse las palabras que procuran asegurarnos, por lo menos, nuestra identidad y existencia. Nuestra identidad existencial. No. No somos fantasmas sumidos en la oscuridad y el silencio, y anodinamente atravesados por los demás seres como por rayos luminosos, sin que nada cambie en nosotros. La palabra poética es, antes que nada, la confirmadora de una existencia en lo sustancial idéntica a la de los demás hombres. Corroboración de que somos en tanto vivimos el amor, la verdad, la justicia, la libertad, la muerte. Es a este suelo primordial al que llamamos forma secreta, ateniéndonos a los componentes semánticos del término: Secreto. Lo que se tiene reservado y oculto: reserva, sigilo, silencio. Forma matriz, pues; ordenamiento radical hacia diversas actitudes, orientaciones y valores. 

"Desde la más secreta aldea de mi sueño te traigo este silencio" 
(inicio del poema 8 de Zona de angustia, 1952), ha escrito Enrique Peña aludiendo a esa primera entidad concertada, a ese asentamiento original y central del que 
inevitablemente parte la expresión poética. Ha partido con sus palabras, discurre en su poema para traerle -declara- un silencio. Nosotros sabemos o sentimos que este no es un vacío, sino, en la más contrastante paradoja, una plenitud la que le está ofreciendo. De ahí, por consiguiente, que al designar con Secreta forma de la dicha ( 1947) una colección de sus sonetos (punto de arranque, por lo demás, de nuestra reflexión conjetural, el poeta haya apuntado incruenta y certeramente al corazón de una realidad tal vez apenas entrevista. 
La forma secreta se da más acá de la forma interior. Si ésta (en lo más arraigado y puro de la poesía de Enrique Peña) estriba en los sentimientos de
exaltación ascendentes hasta la euforia misma y en los de cafda en las simas de la tristeza y la zozobra, en aquélla se halla la condición germinal del sentimiento de la soledad que, como lo estamos señalando, informa sustancialmente la totalidad de su poesía, lírica en esencia, canción remontándose desnuda y libremente. Es forma desde el momento en que le es inherente un dinamismo centrípeto y se cierra y define en una estructuro que, a diferencia de la forma interna, es ajena a cualquier suerte de signos, pero condición indispensable para que éstos, ya en una segunda instancia, se ordenen adecuadamente. 
La soledad, como también lo hemos indicado, se consustancia con el silencio, a tal punto que resultan intercambiables el silencio de la soledad y la soledad del silencio. Por eso, así mismo. resulta válida la lectura de la palabra silencio como si se tratara exactamente de la palabra soledad. Ante estas simples observaciones, un pasaje como el siguiente: 

"Un nuevo silencio crea sus formas,
su sola actitud" 
(correspondiente al poema XIV de Comprobación de lo perdido, 1936) 

se constituye en corroborante de la intuida existencia de esa forma secreta. Y la gestación que entraña y hace posible el surgimiento de nuevos objetos, de realidades impares, queda dicha en estos versos del primer poema del libro que acabamos de mencionar: "Revienta en astros la soledad herida/ Abierta al cielo, al hondo cielo sin abrazo". Versos preludiados ya en el poema XXIII de El aroma en la sombra y otros poemas, su libro inaugural: 


"Desde el fondo de mí hay una anunciación/ 
que va llenando toda mi soledad de estrellas".


Ahora, véase cómo se eslabona la noche con la soledad y el silencio (los presupuestos primeros) en una tríada ordenada indefectiblemente a la creación: 


Yo digo es la noche, y se yergue -cada vez más-
alta, una torre de música dorada en donde un niño 
alucinado canta. 
¡Oh noche mía, la invisible, la íntima, la diáfana; 
la que me crea mares y montañas, 
la que sale de mí y vuelve a mi alma! 

(Poema 9 de Zona de angustia) 


"Yo digo", es decir: desde el transcurso nocturno (solo, silencioso) surge un canto; desde esa noche, intransfenble, de su visión poética, surgen los objetos creados que llevan en sí mismos sus marcas de origen. Salen de ella y a ella vuelven, aunque trasmutados. 

Soledad -silencio- noche son tres fases de una misma conciencia abierta a la vez a la creación y a la muerte. Aguda conciencia de la caducidad que acompaña y prolonga, con la constancia de la sombra, a todo lo creado. Tales son las motivaciones que obseden sin tregua al poeta que dice su confiteorclaro y conciso: 


La culpa está en nosotros 
por querernos mirar en esas aguas 
del lago del misterio. 
( ... ) 
Nuestro mar, es la noche, 
nuestra barca, el recuerdo. 
La culpa está en nosotros 
por querer herman-amos Gon los muertos. 

(Poema VIII de "La noche larga" de 
El aroma en la sombra y otros poemas) 

Sin embargo, es preciso "forzar la soledad". La poesía se vale de la red del lenguje, transformándola y tendiéndola sobre el revés originario del mundo. 
Con ella, Enrique Peña ha forzado la soledad y su soledad lo ha forzado con parejo ímpetu en una travesía en que el mar es conciencia dormida o vigilante; muerte es la noche; el silencio, la soledad engendradora; la soledad, la secreta forma, la actitud íntima y primordial sin la cual nada hubiera sentido ni dicho ni creado.









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