Benjamín Vicuña Solar
Benjamín Vicuña Solar (La Serena, 5 de marzo de 1837 - ibíd., 8 de octubre de 1897) fue un escritor, político e intelectual chileno.
Hijo de Joaquín Vicuña Larraín y Carmen del Solar Marín. Se casó con Eudocia Cifuentes Zorrilla y tuvieron varios hijos, entre ellos Luis Vicuña Cifuentes.
Hizo sus primeros estudios en el Colegio Inglés de don Carlos Black y en el Liceo de su ciudad natal. En 1855 emigró a Santiago de Chile a seguir los cursos superiores.
En 1858 tuvo a su cargo, durante algún tiempo, la redacción de "El Demócrata", periódico político que se publicaba en ese entonces en La Serena. Más tarde colaboró en otras publicaciones como "El Correo Literario", "La Revista del Pacífico", "El Álbum", la "Revista de Sud América", "El Eco literario del norte", entre otras.
Fue secretario de la Sociedad de Instrucción Primaria de la Serena; también fue miembro corresponsal en La Serena de la Sociedad de Amigos de la Ilustración de Valparaíso, asociación que fundó y llevó a su cargo la "Revista de Sud América".
Fue miembro del Cabildo Municipal de La Serena. Partidario de Balmaceda y después, miembro del Partido Liberal Democrático. Fue diputado suplente por La Serena para el período entre 1873 y 1876.
Fue nombrado alcalde de La Serena en 1881 e intendente interino desde 1882. Se dedicó a escribir, adiestrándose en el manejo de la pluma.
Póstumamente, en el año 1906, se publicó un libro de sus versos, con una introducción histórica, biográfica y genealógica de él y su linaje, escrita por su hijo Julio.
NOBLEZA Y VIRTUD
Feliz el que volviendo a lo pasado
los tristes ojos, lo contempla puro,
que, como el fuerte, incontrastable muro,
no fue jamás del enemigo hollado.
Felíz el que con rostro levantado,
sin necio orgullo, porvenir seguro
ve sólo en el trabajo asiduo y duro,
y en el deber, por la virtud amado.
Ese podrá caer de la grandeza
a la honda miseria despiadada,
sin llegar a enlodarse en la vileza.
y vale más una indigencia honrada
que serena levante la cabeza,
que la sien por el vicio coronada.
LA VIOLETA
Bella cuanto olorosa
la violeta del prado,
bajo sus verdes hojas escondida,
deja correr la vida.
No luce de la rosa
los vívidos colores, ni la espina
que la guarda celosa,
ni vive como ella
pagada de ser bella:
modesta cuanto pura,
tranquila vive en su feliz clausura.
Lejos, muy lejos del murmullo insano
que la pasión levanta entre las flores,
no siente de los celos los furores,
ni de la envidia el roedor gusano.
Cada día bendice en el retiro
su vida humilde, sin afán ni duelo,
y si exhala un suspiro,
la gratitud lo arranca y lleva al cielo.
A los vaivenes de la suerte extraña,
en su pequeño mundo se recrea:
el arroyo la baña,
el céfiro la orea
y si la fama sus virtudes nombra
y la palma le ofrece,
como a nadie hace su prestigio sombra,
la perfidia enmudece.
Que aunque al bueno lo ensalza
su virtud misma, manantial fecundo
de un bien que no perece,
sólo si la modestia lo realza
le acuerda el premio sin violencia el mundo.
LA NOCHEBUENA
No vengo como vienen
los trovadores,
a cantarte a la reja
dulces amores,
niña graciosa,
ni menos a decirte
que eres hermosa.
Tampoco a darte quejas
lloroso vengo;
de ti recuerdos gratos
tan sólo tengo:
flor de azucena,
vengo para decirte
que es Nochebuena.
Como nevado cisne en su laguna,
pasea por los cielos
la blanca luna,
Y su luz rueda
por entre las acacias
de la alameda.
Del mar, la suave brisa
trae el arrullo.
¿No oyes, niña, en la calle
cuánto murmullo
alegre suena?
Es que celebra el pueblo
la Nochebuena.
Si vieras cómo triscan
cual cervatillos,
asidos a sus madres,
'bellos chiquillos,
mientras sus ojos
buscan el lindo objeto
de sus antojos.
Si vieras cómo todos
van al paseo;
cómo ruedan las horas
entre el jaleo,
te diera pena
el estarte encerrada
la Nochebuena.
Donde una voz modula
cantos de amores,
como enjambre de abejas
que buscan flores
llega en corrillo
el pueblo, siempre bueno,
siempre sencillo.
¡Con qué contento aplaude
la alegre danza!
¡Cómo se le abre el pecho
a la esperanza!
¡Cómo le llena
el alma y los sentidos
la Nochebuena!
De rosas y claveles
cestos calmados,
esparcen los aromas
más regalados,
y los jazmines
parece que han huido
de los jardines.
La sazonada fruta
se ofrece ahora
a la boca bermeja
que la devora.
Noche serena,
no en vano te han llamado
la Nochebuena.
Y hoy que a todos concita
la alegre viola,
¿querrás tú, indiferente,
quedarte sola?
No, niña mía,
que es la belleza hermana
de la alegría.
Cesen ya los recelos
con que batallas,
que tus ojos me dicen
lo que tú callas,
y ellos, morena,
saben cuánto te gusta
la Nochebuena.
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