Armando Salgado
(Uruapan, Michoacán, MÉXICO 1985). Diplomado en cine y literatura, profesor normalista por la Esc. Nor. Rur. Fed. “Vasco de Quiroga” de Tiripetío, Michoacán y maestro en educación básica por la UPN.
Es doctorante en el Instituto McLaren de Pedagogía Crítica, en Ensenada, Baja California. Asistió al III Fórum Universal de las Culturas, en Valparaíso, Chile, y a la Casa Museo de la Fundación Pablo Neruda, en Isla Negra, en el 2010. Primer lugar en los Sextos Juegos Florales “Floripondio del Cupatitzio”, 2007, en Uruapan, Mich., en los Novenos Juegos Florales de la Feria de la Fresa 2008 y 2010, además de una Mención Honorífica en el 2009, en Jacona, Mich. Primer Lugar Nacional en el Concurso de Expresión Literaria sobre los símbolos patrios, 2009, en poesía, convocado por la SEP, recibiendo el galardón por el gobernador del estado y el presidente de la república. Primer lugar en los XLVI Juegos Florales de la Revolución Mexicana, 2010, en Jiquilpan de Juárez, Mich.
Es autor de los libros Liturgias (SECUM, 2011) y Variaciones de una vida rota (SECUM, 2011) con los que obtuvo en el Concurso de Ópera Prima en poesía y cuento respectivamente, el Premio Michoacán de Literatura 2011, Corvus Suvroc (Mantis Editores/H. Ayuntamiento de Hermosillo. Premio Nacional de Poesía “Alonso Vidal”, 2011) y Azogue Suite,(Instituto Cultural de Aguascalientes, 2013. Premio Nacional de Literatura Joven, Salvador Gallardo Dávalos).
Coautor de las Antologías del II y III Encuentro Nacional de Escritores, Ambrosía, (SECUM, 2010 y EÓN, 2011), de la plaquette puente imaquinario (Siete Cyan, 2011), y de La memoria de los atunes, Antología poética de los talleres literarios en Michoacán (SECUM/CIUDAD DE MÉXICO, 2011). Integrante del Taller Literario “Carlos Eduardo Turón”, coordinado por Gaspar Aguilera y miembro de la Sociedad de Escritores Michoacanos (SEMICH). Actualmente se dedica a la docencia en Morelia, Michoacán.
Leningrado
Espíritus de untar. Migración del cementerio. Fantasmas sin frontera.
[Dimitri Shostakovich en la nieve escuchó grillos. Tatiana Sávicheva escribió el rostro del hambre. Los Juicios de Núremberg explicaron la antropofagia y los novecientos días sin alimento ni combustible. El lago Ladoga repleto de cuerpos congelados y el cementerio Piskarióvskoye vociferan con sol entre dientes: “Troya cayó, Roma cayó, Leningrado no cayó”].
El cielo graniza. Cita fragmentos de tormentas.
GAZA
El destino es fósil guardado en el calor de un fusil. Estrellas le colapsan nervios. En sus latidos, caravanas de torres cortan venas de la pared (un metálico mural ¾sangre¾ flota en el ambiente).
[No hay bajo la sábana cartas de amor, ni las horas de cabeza ni ángeles guardándonos la espalda. La república muere de tristeza. El humo pisa sobre la vida, mutilando brazos. Si hubiese alguna flor, los enamorados matarían por ella. En este lugar el silencio descansa a la sombra de los muertos, la voz se refugia bajo la higuera y atermitado mi puño piensa las palabras que nunca escribiré].
Tengo asma. En esta edad cualquier enfermedad rompe cuadros y rodillas. No hay más sino guerra en tu alforja, como un túnel comiéndote los ojos.
Sarajevo
El sitio es botella de vodka: receta de ceguera.
[Un tranvía cruza la ciudad. Amarro tu cabello a una mariposa. Sobre los Alpes Dináricos arden estrellas de mar. Hebras de árboles enrojando mi aliento. Pasearé en bicicleta. Cruzo el río Miljacka y el Bosna. Llego a Pale. Al doblar a la izquierda un puente trajina tus caballos. Me galopas con tibia claridad y lleno tus pezones con mi lengua de herradura. Entre el frío y copos de ternura, la guerra se congela].
Septiembre negro. Potro azabache.
Bagdad
Toda historia nace a la orilla de un arroyo.
[No fue el cántaro sin agua lo que la sed aprendió, fueron trozos de piedra atizados con pólvora. Veo tu arena desnuda. La invitación a creer en los viajes. Quizá los elefantes encuentren agua; porque los ríos han cicatrizado y sólo quedan grietas donde cruzan —descalzos— los desiertos. La clepsidra gira. El destino se humaniza].
Lejos, cierran libros y los ríos se extinguen.
Bangkok
Veo leones sin rostro. Esfinges sin cabeza.
[La imagen más triste que pudiéramos ver es un barco repleto de infantes rumbo a las fauces de lobos norteamericanos (amantes de la carne fresca). No son leones como los que soñaba Hemingway en un África tranquila con playas doradas entre pardas montañas. Sin importar el costo morderán el cariño de aquellos huesos y al terminar con el eclipse se limpiarán el culo con las sobras].
Este barco tiene varias cabezas. Cortar una, aparecerán tres. Clavar poemas al corazón.
BAHREIN
Puedo sacarme un pueblo de los ojos y mirarme de frente. Con un látigo rasgo el cristal de mi voz.
[Dos carpas de mar dentro de ti. Dos gemelos rasgan su cabeza y descubren que las perlas se extinguieron. En la esquina hay putas que esperan las balanzas del petróleo —vendedoras de pescado agrio— y en su vientre de mezquita no hay sino un trago de ojos mordidos. Un artista sueña un cuadro sobre Manama, los tiburones, el Pérsico. El paludismo flota como vela entre cocinas, olor para las moscas. Sus manos caen al suelo (quebradas por no sostener la jarra ni el cuadro). Quita escamas que obstruyen su nariz, respira rastros de sombra y azota al cuello una soga para jalar del pincel y tirar la vida por el retrete].
Lloran pueblos mis lágrimas: Barcos derretidos ante el grito de un calamar.
HIROSHIMA
De un ciego soy sombra. En mi arena la corteza de un árbol. Él escribió y voló tras el silencio.
[8:15. Bebía café. La luz rasgó con hoz el horizonte. El líquido evaporado quemó mi garganta; al instante las partículas de mi cuerpo quemaron la garganta de la vida].
Ofrezco una aurora —no hay respuesta— y otra bomba vuelve a detonar.
CAJA DE RESONANCIAS, ¿RUIDO O ARMONÍA?
Armando Salgado, Estancia de ánimas, Fondo Editorial Tierra Adentro, México 2013, 84 p.
Por Fernando Carrera
Desde los dos epígrafes iniciales, así como desde el título mismo (Estancia/ánimas), se puede observar la doble naturaleza, física y metafísica, de la cual surge y subsiste la materia de este conjunto de poemas. El pensamiento humano, hasta la ruptura de cuerpo y alma infundida por la manipulación del cristianismo, concibió siempre la realidad física, o aquello que llamamos real, y el mundo de lo mágico y el sueño, como una sola naturaleza, un mismo plano. Si un hombre en el sueño había acechado y matado a un tigre, efectivamente había sucedido, y ese hecho era ya parte de su camino espiritual y de su experiencia física: los muertos vivían y caminaban entre nosotros. Estancia de ánimas surge de esta intuición central: la delgada o nula frontera entre lo físico y lo metafísico –el universo onírico sucede y arde en el rostro de la realidad– que en el autor, por su raíz y origen cultural, esta comprensión se da con inocencia y verdad, y a partir de esa plataforma plantea el conflicto central que motiva al libro. Cito el epígrafe del poeta Jorge Esquinca que abre el primer apartado del poemario:
… soñábamos con los ojos
abiertos el mundo en llamas
la materia del sueño
La madre del poeta es la lengua y, su alimento principal, el lenguaje. Para el poeta, el lenguaje como la vida discurren a su vez en un conflicto permanente entre la piel abandonada y residual de esta serpiente, que repta desde la primera articulación verbal del hombre primigenio, hasta su próxima revelación, de la cual el poeta querrá ser generador o depositario. Así también en la vida: el poeta existe en el conflicto permanente entre la realidad y el diálogo de amor/odio con sus muertos, es decir, los poetas, hijos de esa y otras lenguas que lo antecedieron.
*
La historia humana, desde cierta perspectiva filosófico-humanista, puede verse como una sola gran tragedia, una larga agonía con un propósito incierto (más allá de la simple y llana supervivencia) dentro de un planeta a su vez entregado a un vértigo caótico, incierto e indiferente. En este sentido, tal vez cada historia personal emule de alguna manera lo anterior. Salgado titula “Agonías” a la primera sección del poemario y, como la historia humana, atinadamente la subdivide en dos secciones: A.C y D.C.
En el principio fue lo blanco, la simiente nada que es blanca (lúpulo de ángeles… ángeles y esperma, dice el poeta): una vez más la doble naturaleza física y metafísica en un solo elemento (ángeles espermas) que abre todo, donde comienza la lengua con la que nos hablará, la “langue amarinna” (p. 19), bello neologismo para decir la lengua al mar y a Mina (reencarnación de Jéssica Gorety, a quien dedica el volumen). Es con este material con que Salgado construye el andamiaje del naufragio, el delgado hilo por el que cruzaremos su abismo.
Abismo es el mar, el mar que es nido fantasmal/ de pájaros muertos, dice el poeta en el mismo texto donde nos recuerda que en el otoño de 1854 nace Rimbaud. Voz que es pájaro muerto y mar: muerte y origen. Origen de un momento definitivo en la historia de la poesía, en su conflicto recurrente, y en la historia de Salgado, un antes y un después en su formación y búsqueda como poeta. Origen, para él, de esta agonía.
Cera, semen, elementos de lo blanco. Símbolos. El primero (la cera) es material para formar figuras y, de manera particular, velas, cirios: artefactos que siempre han tenido el doble propósito de iluminar la oscuridad (fin material y práctico) y abrir un canal hacia lo metafísico, donde las almas y plegarias puedan encontrar el camino correcto hacia lo más sagrado. El segundo (semen) es sustancia y potencia de vida. El semen depositado por el amante (Verlaine) en la boca del “ángel en exilio” (así apodaba Paul a Rimbaud) será la cera con la que el poeta forme la vela de su voz y encienda algunas palabras que iluminen la nueva ruta. Verlaine, la sorprendida víctima, es el hombre que muere sacrificado, fulminado en la blancura (el abismo que abre el ángel) del deseo, la doble espada que lleva consigo. A partir de aquí el discurrir del libro sucede en una sinfonía coral, múltiples personajes de la vida de Rimbaud que darán voz a los poemas: Verlaine, el propio Arthur, su madre; en la prosa poética de la página 34 “Vitalie”, por ejemplo, aparece asimismo la voz de una de las hermanas. Probablemente sea Victorine-Pauline o la hermana que le sucedió, Jeanne-Rosalie, ambas nombradas también Vitalie. Parece más probable que sea la segunda, por su prematura muerte, desde donde nos habla, pero más bien creo que es un juego donde se entremezclan ambas voces. Para desdoblarse y ejercer el diálogo con el uno mismo que ya es otro, Salgado apela a la tradición, a ciertos rituales aprendidos en su experiencia como lector de poesía e imita: como si de un conjuro de un viejo libro de hechicería se tratase, nombra ese fragmento de la propia voz, que al nombrarlo ya es otro, vaso de resonancias que es uno mismo.
La escritura trae consigo la muerte o, para ser más precisos, la escritura es cáncer en los ojos. “Éste producto causa cáncer”, deberían de tener esta leyenda todos los libros, la buena literatura en particular, ¿y cuál es ésta? La viva simplemente, ningún otro parámetro. Rimbaud lo sabía (precoz suicida lleno de inquietud) y sin más la abandona.
En A.C y D.C. los poemas conformados son en sí un solo poema-trama. Literatura a partir de la literatura basada en ciertos momentos y rasgos biográficos de un personaje, pero no como dato histórico sino como recreación emotiva desde la imaginación del poeta joven que mitifica y tiene fe en su santo, en la naturaleza ácida y demoniaca de un momento en la historia en que un joven casi adolescente extrajo de la poesía sus cualidades más oscuras y violentas, renovándola mesiánicamente; pero a diferencia de aquel otro mesías (el histórico) que para cumplir con el propósito de su locura se entregó al sacrificio, aquí l’enfant terrible sacrificó la escritura poética de su tiempo, torturándola hasta eliminarla. Hasta conseguir, muy a su gusto, una nueva ruina qué abandonar.
Vamos cronológicamente hacia atrás, en apariencia, continúa el coro: Nerval, Baudelaire, etc. Rimbaud aparece de nuevo, ya no como personaje sino como símbolo en el discurso interno de los textos. La técnica fundamental es la del verso libre y el fragmento, incluso en los textos en prosa, la prosodia es la del verso, respiración asmática en la sucesión de imágnes, simultánea y entrecortada. A partir del poema “Arthur Rimbaud habla a través de los nuevos poetas”, suceden dos aspectos de ejecución y contenido, con mayor claridad: Se explota con mayor énfasis el discurso metaliterario para señalar el conflicto generacional, per saecula saeculorum, de los poetas. Conflicto aquí planteado como subyacente al de la modernidad y al de la mal llamada “Posmodernidad”; y ciertos anacronismos verbales como residuo de este conflicto. Cruce de lenguas, un mismo conflicto transplantado: Francisco Hernández dialoga con Arthur, sin darse cuenta que éste, que fue la ruptura de su tiempo, ya es parte de lo establecido. Gamoneda también testifica su abandono, recuerdo del fuego antiguo y deja de escribir. Después del vértigo feroz todo se difumina y sedimenta irremediablemente. ¿No estamos, pues, ante un falso problema? Ante el epígrafe de Bernard Shaw que abre el libro, “he dejado atrás el soborno del cielo”, me pregunto, ¿en verdad a él se ha renunciado?
Más allá de la mitad del texto, entramos a la segunda sección del libro. Según la Real Academia Española, la palabra en español que refiere a este vocablo es “grimorio”, que significa: “Libro de fórmulas mágicas usado por los antiguos hechiceros.” También este vocablo procede del francés grimoire, y éste es a su vez una alteración de grammaire, es decir, gramática, según el Tresor de la Langue Française. Esto se debe en parte a que, en la Edad Media, las gramáticas latinas (libros sobre dixión y sintaxis) eran fundamentales para la educación escolar y universitaria, y por ende controlados por la iglesia católica, por lo que la inmensa mayoría iletrada sospechaba que estos libros no eclesiásticos eran mágicos, de ahí la trasposición semántica del vocablo.
Un cuerpo enfermo es otra forma de luminosidad, dice Salgado, y así le da entrada a un nuevo personaje y una pequeña nueva épica: la del escritor uruguayo Horacio Quiroga. La escritura no sólo es cáncer, sino hechicería y embrujo que lo deja a uno maldito. A través de los poemas de esta nueva invocación se sostienen el hilo y tensión elemental con la sección anterior. Quiroga se suicida al saber que tiene cáncer: símbolo y signo ya evidente del poemario, puente directo con Rimbaud, quien también murió de cáncer. Así poco a poco vamos comprendiendo: la escritura creativa, sobre todo cuando es poética, carcome, transgrede para ser. Si no fluye, ya no es. Cuando el lugar donde escribían se agotó y el aire se volvió irrespirable, ambos huyeron: Arthur al África, Horacio a la selva. Rimbaud dejó no sólo Francia sino a la poesía: abandono sin más. Salgado intuye con claridad lo anterior y nos dice:
Guardar respeto y no reír en misa
ni frente a muertos
ni ante el revólver
Evitar la imagen de la hermana desnuda
Rizar la escopeta
y el rostro de las putas en el mercado
No puedo: con la risa afilada
muerdo santos sin cabeza
La gramática es artificio, no lo olvidemos, y en algún punto miente, mágica y maldita al fin. Los escritores son malditos, hay que abandonarlos y moverse. Con una mano crea y con la otra destruye, así el escritor, el poeta. La misma fecha en la cual Quiroga decide envenenarse con cianuro, libera de su claustro en el sanatorio al deforme Vicente Batistessa, en un acto de compasión humana. La literatura, esta estancia de ánimas donde somos aparato de petróleo. Luz. Negra luz. Oro repleto de oscuridad. Yacimiento de cenizas rotas.
Último apartado del poemario (Caprichos), en apariencia no tendría más justificación para estar en el mismo conjunto que las anteriores secciones más que eso, el capricho, pero esto sólo en apariencia. Más que apartado, un apéndice final, rompe en tono y contenido con el resto del libro, entonces, ¿cómo reconciliarlos?
La respuesta es que no hay reconciliación, sino deconstrucción, ruptura, hartazgo. Es aquí, en medio de la devastación y el caos que representan estos últimos poemas donde Salgado por fin se muestra, renuncia a las máscaras y voces de otros, para, desde un abstracto más hermético pero más personal, decirnos que la poesía no basta, nunca es suficiente porque está hecha de lenguaje. Mejor la música, no necesita de palabras; la música que es la elocuencia absoluta.
Estamos ante el naufragio, señoras y señores, no hay concilio ni indulgencia posible. El cáncer se ha apoderado de este cuerpo, esta escritura que tendrá que consumirse. Como buen michoacano, Salgado celebra la muerte y nos entrega un libro de muertos. Ha comprado un pasaje en primera clase al crucero que se hundirá irremediablemente en medio del océano, sin haber conseguido nada ni haber llegado a lugar alguno. Su capricho (como los del furioso violín de Paganini) es llevarnos consigo a la pérdida. Pero, ¿quién puede afirmar que no sería bello contemplar un naufragio?
Cruz de Tierra
Armando Salgado
I
¿Dónde estamos, Senobio? Es Cruz de Tierra, maestro. El lugar donde viven los muertos. Todos se encuentran sepultados tres metros bajo aire. Aquí no aventamos puñados de tierra para despedir a los difuntos, se lanzan costras. Recuerde la entrada del pueblo. Hay cruces y costras. Mi mamá dijo que allí están las mías. Por eso sé que todos estamos muertos. Acuérdese de Guille, la de sexto año. Se volteó en la camioneta con toda su familia. Ai pa’llá derechito en la curva. Nadie supo cómo fue ni cuántos se mataron. A la semana siguiente ella declamaba en el acto cívico de la escuela, así, nomás así. Le escurría sangre de la falda y los movimientos que hacía dejaban ver sus manos aunque ya no las tuviera. Dijo don Beto que estuvo fuerte el accidente. Los cargaron hasta el hospital de Cuatro Caminos y no quisieron atenderlos. Usté sabe que se ocupa dinero y aquí lo único que tenemos son alacranes de sobra. A Guille se la llevaron hasta Apatzingán. Ve por qué le digo que Cruz de Tierra es un lugar de muertos. Usté está muerto y yo también. Todos, todos estamos muertos. Senobio, ¿por qué en clase no hablas como ahora?, siempre estás callado, pareciera que… no existes.
Los ojos de Senobio eran negros. Negro muerte, hambrientos. Negro sol. Calientes. Ojos de tierra caliente. Su mirada quería respuestas que pudieran devorarse. Cargaba una guadaña y un morral lleno de piedras. Para el hambre maestro, para el hambre, decía.
Me la paso pensando en los chivos. Fíjese que ayer se escaparon del corral y mi apá me pegó con la pistola en la nuca. Era mi tarea. Se enojó porque el burro pardo le dio una patada al chivo más pequeño. Lo iba a vender para el quinceaños de Mari. Y pues con el golpe me rompió la cabeza. Es que era mi tarea, maestro. Sólo sentí el cabello mojado, muy caliente, parecía un comal. Cerré los ojos y mastiqué mi saliva para abrir los párpados y ver a mi mamá otra vez. Ese día me enterraron. Mi abuelo llegó de Poturo. Lo escuché. Peleó con mi papá. El ruido de un machete rasgó la caja donde estaba tendido y el aire se calentó otro tanto. Imaginaba a mi mamá con su rebozo puesto para taparse las penas y este sol que muerde. Ay, maestro, el suelo de este lugar hierve por la fiebre que les da a los muertos en tiempo de secas. También enterraron a mi abuelo, a mi lado. No pude tener mejor compañía. Mi mamá nos cobijó con su llanto para que aguantáramos las heladas bajo tierra. Aunque la verdad, no hacía falta. Ya le dije que aquí la fiebre nos pega duro. A ver, antes que se me olvide porque ahorita me acuerdo y siempre me lo pregunto, dígame maestro, ¿por qué los patrones no compran las vacas que están pintas? Según porque la carne no es jugosa, pero no lo creo. No entiendo a los adultos, se enojan por cualquier detalle y quieren arreglar sus errores con golpes. Le inventan historias a todo. Ah, sí, es por eso que no hablo, maestro. Pienso en las vacas, en los chivos, en los burros y… en Guille. Míralo, tan chiquillo y tan volado, mejor vámonos, Senobio, ya es tarde. Tenemos que llegar con tu papá para que me dé las llaves de la escuela. Y pues creo que todas las vacas son iguales, son cosas que se han de inventar para pagarles mucho menos de lo que cuesta realmente una vaca. Espero pasar otro día por aquí y me cuentes más cosas sobre las cruces. Que ni lo mande Dios, maestro. Si los muertos vienen a este lugar corren el riesgo de revivir. ¿No le da miedo vivir otra vez? No, Senobio. No me da miedo. Podría corregir muchas cosas. A mí, no. ¿Quién les daría de comer a mis chivitos?
El rancho donde trabajo se llama Potrero Grande. Pertenece al municipio de Churumuco. Su población se dedica a la pesca. No hay fruta, ni arbustos, sólo crecen huizaches, alacranes y piedras. Los potreros son más grandes que el olvido y los animales pierden su cordura gracias al calor. El viento que aquí sopla es el resuello de un muerto borracho.
II
Sí, maestro. Hay un dineral en esa cueva. Las curanderas del Balsas lo dijeron. Si quiere sacarlo tendrá que ir con muchas personas. En la entrada, dijeron que se aparecería un toro. Una lumbre verde indicará el camino a seguir. Pero en eso, a quien le toque, el toro se echará al plato a algún fulano o a varios. Los aventará cuesta abajo, a la barranca. Nadie podría reponerse a esa caída, ni el más muerto. Ya con eso se podría sacar el dinero. Lo que quieran. Pienso que hay harto. Uta’ pa’ventar pa’rriba. Es pues un encanto y así son, siempre te piden almas. Usté dirá si vamos. La merita verdad, siento que son puras chaquetas, a la mera hora han de querer que saquemos todo lo que hay y si no podemos, siento que ese mugre animal nos la anda partiendo a todos. Con eso no se juega. ¿No cree? Ahí está pues la cueva, si se anima, ai me la cuenta, si regresa. Yo paso, don Martimiano. La avaricia puede taparnos con telarañas los ojos y hasta dejarnos ciegos, aparte el dinero no es todo en la vida. Pero si ya estamos muertos, maestro, es lo que les digo a todos pero cómo alegan. No perdemos nada, nada. ¿Y si perdemos todo? Qué haría si lo volviera a perder, Don Timi. ¿Usté cree, maestro? Pues no sé, no hay nada más que puedan quitarnos.
III
Si Dios inventó los ángeles tuvo que haberte imaginado, pequeña. Gracias, papi. Lo bueno que vienes a verme todos los días. Por eso duermo bien. Gracias por las flores, me gustan mucho y más, las amarillas. Oye, papá, ¿por qué dicen que los muertos asustan?, me da mucho miedo. No te preocupes pequeña, lo que pasa, hija, es que algunas personas al morir dejan asuntos pendientes, y esas deudas se vuelven recuerdos que la tierra se apropia. Los espantos son recuerdos de la tierra. Son huellas que quedaron marcadas y que en momentos vuelven a soplar junto al viento. Pero así como llega el aire, pronto se va y se pierde si nadie lo escucha. No hagas caso, pequeña. ¿Y si escucho a mi mamá?, a veces me llama, me dice que vayamos al mercado. Me pregunta cosas. No quiero que el viento se la lleve, papá. No quiero. Mejor piensa cosas alegres como que ¡ya mañana regresas a clases! Puedes saludarme a Senobio, por favor, dile que cuide a los chivitos y que se ponga a estudiar, es que ese niño me cae bien. Claro que sí, hija, le diré. También te saludaré a los chivitos. Pero anda, vete a dormir, pequeña, es tarde ya, y también tienes que madrugar y descansar. Descansa en paz, hija mía.
IV
Es cierto, maestro. Los escorpiones sí existen. ¿Conoce las iguanas?, ¡ah pa’ la manteca pues son de ese tamaño!, hay dorados y hasta con pecas amarillas. Matamos ya dos. Una vez colgamos en aquel huizache uno medio vivo. Pos antes de que se muriera el diantre animal no se nos secó el árbol con la sangre que le escurría. Sí. Mata con la sombra. Para colgarlo usamos palos. Si toca su sombra lo mata luego, luego. En las cuevas abundan. Es venenoso el mugre. Si quiere matarlo de volada aviéntele un terrón de mierda seca, sí, de vaca, es la mierda más efectiva. Son muy duchos y brincan reteharto. Están rasposos. Fieros, fieros como su madre. En estos rumbos hay onzas y son las que se los comen. ¿Nunca ha visto una? Aquí son las que vienen por las gallinas y hasta a los puercos se andan echando. Son toscas, y tienen la forma de tigres, sí, salvajes, montañosas, mero agrestes. Se chingan a los becerros. Están chicos y no pueden ni siquiera repelar. Uta, también las méndigas culebras que se les pegan a las chichis a las vacas y les maman leche. Sí, hombre, la purita verdad. Un día véngase conmigo en la noche y vamos a los corrales. Las vacas piensan que son sus becerritos y las alimentan. Y luego las tarántulas, andan de piedra en piedra. Se meten en la ropa doblaba y hasta en los trastes. Les echamos alcohol y les prendemos un cerillazo. Aquí lo que sobra no es el hambre, son los animales y todos los espantos que pueda pensar. Todo pasa en un pueblo podrido, maestro. Nos pudrimos y no se puede hacer nada. Es la costumbre. Nos gusta vivir así. Pero a veces da risa. Como aquella roca donde está un guayacán, ahí pa’rribita se aparece un borrego con los ojos bizcos. Pide agua. Le dice: vendameeaaaguuaaa. No es broma. Ya le dije, véngase una noche y nos vamos a venadear. Quién quite, maestro, y nos encontremos un escorpión. Se pone buena la cacería, nos llevamos unas buenas lámparas y unos tragos de mezcal para aguantar la desvelada. Los venados bajan del cerro y buscan frijol en el lote de Don Huicho. Les gusta a los condenados. ¿No ha comido venado? Uta’ viera cómo lo prepara Lorenza, mi vieja, le queda de madres, sabroso como el ceviche que me aviento. Ah, ésos son rumores. Una vez traía un ticuiliche. Esos que parecen lagartijos y pos se lo aventé a Matilde. Creyeron que lo había aparecido así nomás de la manga. Mi abuelo era huesero. Me enseñó a curar torceduras, empacho, mollera caída y hartos males. Por eso creen que soy brujo. Conozco de remedios y he curado a mucha gente. Vienen desde San Jerónimo a verme. Pos ya les toca venirse en lancha o llegar en burro como usté. Hasta de Morelia han venido. Y de Uruapan, Nueva Italia, Huacana, Tacámbaro, Pedernales. Mire, cuando le pique un alacrán, cómase un diente de ajo. Puede ir metiéndole a un frasco con alcohol muchos alacranes. Sí, vivos. Sin ponzoña, pues. Póngale tantita mariguana. Le servirá para cualquier picadura de alacrán y para los golpes y reumas. Es mejor morder un ajo. Es que le llega directo a la sangre. Hay otra forma de curarse cuando no tiene ajos ni alcohol. Eso lo saben todos y se usa de mera emergencia. La calabaza. No, hombre. Es que no jallo cómo decirle. Miércoles. Me río, pues. Ándele, excremento de uno mismo. Nomás poquito, lo que alcance la punta de la lengua y con eso lo juro, se cura de cualquier picadura. Una vez andaba sacando piedra en el cerro grande y me picó una culebra. No la pensé dos veces y ándale, se me quitó la fiebre. No se preocupe por todos los alacranes que ha matado. Ciento veinte son pocos. Si contara los que he visto en mi vida entera llenaría el río Balsas. Aquí las piedras sudan alacranes, maestro. El sudor es hijo de la fiebre y los alacranes de las piedras, por eso están tan calientes como la morra de uno cuando mero tiene calentura. No pos sí. Algunos ya se fueron del rancho. Están allá arriba. Uno los recuerda como eran antes. A veces se les escucha. Los lloras. Hablas con ellos como si te oyeran. El eco es más viejo que el diablo y nos la voltea, nos hace creer. Estoy bien ingrido a la memoria y pues en mayo los vientos del norte traen consigo mil recuerdos, maestro. Nos llega la nostalgia y usté sabe que no hay pueblo donde no crezca. Nos encerramos en las casas a pensar en aquellos que cruzaron el otro lado del río. ¿Por qué no me voy con ellos, pa’llá? Es que crecí aquí. Tengo mis hijos. No tenemos que pagar por el agua como en la ciudad. Tenemos harta leña. El río nos da pescaditos pa’ comer. El hambre que aquí se tiene es diferente. Es un hambre seca. Caliente. Y ésta sólo la padecen los muertos. Mi padre me enseñó que aunque estemos hambrientos y queramos regresar debemos de permanecer aquí entre nosotros. Además, el calor cobija a gusto en el invierno. Qué otra cosa puedo pedirle a la muerte.
V
¿Entonces estamos vivos, maestro? Sí, Senobio. Estamos vivos. Lo que pasa que muchas veces creemos estar olvidados y nos alejamos de nosotros mismos. Tenemos hambre de vivir. Pero la mente nos engaña y nos recuerda el vacío y nos sentimos vacíos. Y se hace costumbre. Pero, maestro, ¿por qué no tenemos piel? Mire mis huesos, vea los suyos. ¿Aparte no tira todo el mezcal cuando lo toma? Y tú, Senobio, ¿no sientes un hueco en el estómago cuando escuchas historias de aquellos que se fueron ya?, ese hueco es lo mismo a no tener piel o a que los huesos se nos vean. Pero maestro, ¿y los pescados sin escamas, ni carne, los perros con el cuerpo pelado, chorreándoles sangre del hocico, ellos qué, también saben del hueco que dejan los demás?, ¡estamos muertos, maestro, muertos, escúchelo bien, muertos! Senobio, dime, ¿quién dice que lo estamos? Sólo nosotros, lo repetimos una y otra vez. Lo venimos creyendo desde la infancia, así lo creyeron nuestros padres y sus padres y los padres de nuestros abuelos. ¿Por qué no estar vivos?
Senobio cerró los ojos. No sé cuánto tiempo. El tiempo es otra cosa que en tierra caliente no existe. Al menos en Potrero Grande. Junté algunas piedras y lanzándolas al río Balsas miré su anchura, larga como dos cuadras de ciudad. Las garzas cruzaban el cielo y el viento soplaba mientras atardecía o amanecía. Hacía tiempo que había dejado de dormir y el día y la noche me resultaban lo mismo.
¿Maestro, cree que al vivir nos paguen más cuando vendamos la mojarra? Es que aquí dan cualquier cosa. Escucho lo que dice mi amá. Pagan tres pesos por kilo. Mi apá pues siempre se enoja por eso. No pueden venderle a nadie más. Ya ve cómo están las cosas en el rancho. El dinero falta. Sin él, no comemos. Por eso la gente se va y las casas así como nuestros estómagos se quedan vacías. ¡Maestro!, ¿mis chivitos podrán pastar zacate verde allá en el cerro, fresco, bien fresco? Eso tú lo decidirás, Senobio, sólo tú. Nadie vendrá a decirnos qué está bien y qué no, ésa es nuestra tarea.
Senobio se limpió los ojos. Arremangó su pantalón. Y contemplando el otro lado del río asintió con la cabeza. Tenía una cicatriz grande en la nuca. Pero eso ya no importaba. Nos iríamos. No habría marcha atrás. Era un momento importante, lleno de piedras y alacranes pero eso tampoco importaba. Porque, al fin, Senobio comprendió que no estábamos muertos.
***
Corvus Suvroc, de Armando Salgado
Por Manuel Parra Aguilar
“En el invierno nacen los ángeles”, inicia Corvus suvroc, libro con el cual Armando Salgado (1985) obtuvo el X Concurso de Poesía del Pitic.
Exponencialmente plástico, Corvus suvroc tiene como fondo la vida de Vincent van Gogh; a ella refiere en cada momento, al igual que parte de la obra pictórica del artista holandés y su reflexión sobre la vida, la suya propia.
La voz poética de Corvus suvroc crea una atmósfera plástica y se instala en ella, en la exposición de las emociones y reflexiones del artista holandés, sin limitar su exposición en la palabra misma, ni en la obra del pintor. Por momentos pareciera que esa voz poética tomara de la mano al lector y lo trasladara por cada resquicio de la exposición representada en el libro a través de atmósferas de retratos de Vincent: gran parte de los poemas de Corvus Suvroc tienen como título cuadros de Van Gogh.
La obsesiva referencialidad, la contundencia post impresionista y la plasticidad metafórica de Corvus Suvroc encuentra su fuerza lírica en lo exponencial de la palabra y el efecto de la imagen: “Sólo pintaré lo que el/ pecho me dicte a los dedos”, señala la voz poética en “La recámara de Vincent en Arlés, 1888”.
En estos poemas realizados en primera persona, Vincent habla de lo que ve, siente y vive:
Captura
Para la voz poética de Corvus Suvroc el espacio al que refiere no es la inmensidad del mundo en el cual se encuentra, tampoco es el óleo en sí; es el espacio donde ese hablante se reconoce y se contempla: el interior del artista. En esa contemplación, el poeta Armando Salgado expone una representación de la realidad, según una perspectiva platónica: el arte es una copia de la realidad: el poema (copia de la realidad) habla de la copia de una realidad (la pintura): “Perplejo, pintó un cuadro sin bardas, una cama y la piel/ de un girasol tatuado con sedantes”. (Campo de trigo bajo un cielo nublado, 1890).
Con Corvus Suvroc se cumple una de las máximas del impresionismo literario expuesto por Stéphane Mallarmé: “Pintar no la cosa, sino el efecto que produce”. Justo eso logra Salgado en su libro: atiende a los sentidos y los productos de estos en las imágenes de Vincent van Gogh. Tal vez por ello Corvus Suvroc sea una ofrenda de girasoles cortados “al ritual de la pintura” por medio de la palabra.
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