Juan Miguel Juliá
Nació en Palma de Mallorca en 1971. Después de escribir en privado y de forma autodidacta toda su vida publica en 2013 su primer libro de poemas "El Lomo Aterciopelado del Diablo" que resulta un gran éxito de crítica y ventas. A principios de 2014 publica "En el Infierno se Cocina a Fuego lento" continuación del anterior en cuánto al relato de su experiencia vital y su modo de ver la vida. Actualmente también es columnista del periódico "Diario Balear".
Tres poemas de “En el Infierno se Cocina a Fuego Lento”.
UNA FIESTA APARTE
Subo al autobús,
está lleno,
me hago hueco en un rincón
apoyado en un cristal,
en la siguiente parada
sube un hombre
sin brazos,
lleva una camiseta sin mangas
y unos extraños muñones
salen directamente
de sus hombros.
Un señor que iba sentado
le cede amablemente su sitio,
él lo rechaza pero el señor insiste
y finalmente se sienta,
al poco desde la parte delantera
llega una chica
que va con él y al parecer
estaba pagando los billetes,
es muy fea y lleva gafas
con cristales muy anchos,
se sienta sobre sus piernas
y le besa sonoramente en la mejilla
y luego se besan en los labios,
ella le dice algo al oído,
los dos ríen,
él más discretamente,
ella es más escandalosa,
comienzan a cantar una canción de moda
mientras ella golpea suavemente
en las piernas de él y se contonea
como si fuera cabalgando,
de pronto su asiento se ha convertido
en una fiesta aparte
dentro del autobús,
los dos llevan ropa vieja y gastada
y dan la sensación de llevar tiempo sin ducharse
pero rebosan felicidad
en contraste con el resto
de rostros serios y callados.
Las risas y los besos y las canciones continúan,
a la gente parecen hacerles sentirse incómodos,
son demasiado extraños
y felices,
parece molestar que alguien
muestre alegría
sin motivo aparente,
sin embargo a mí
me hacen sentir bien,
entonces se bajan,
el autobús sigue su camino
en completo
silencio.
EN EL LUGAR DONDE YACEMOS, AMOR
Allá donde tu palidez encendía mi mirada ¿recuerdas?
allá donde los riscos, los espinos y el precipicio se alzaban
y tu luz se derramaba como el sol entrando en mi cuarto ahora
a través de las cortinas naranjas del amanecer,
allá donde estuve horas y horas atisbando en tu hermoso
y pequeño cráneo en el que sembré caracoles y perlas
y frutos tardíos, allá en la tumba que imaginé,
unidos, aferrados, un abrazo de huesos fermentados
amándose y ahora sí,
ahora digo que el tiempo se cayó de aquellos días
y se ha fragmentado en recuerdos que ya no aúno
y apenas distingo ya el día de la noche,
tu cabello del vino, el presente del pasado,
tu cintura del desatino y así como me encaramo
a la cúpula que me brindas desciendo al mismo tiempo
a las horas del abismo,
no seas cruel con mi pesar, deja en remojo mi orgullo,
tus piernas me abarcan así como al océano
y a mi errático camino,
no me recuerdes, no me tortures meciéndome
en tu pensamiento, ese mareo ya lo conozco,
ya me tragué ese hastío,
ahora me duelen los párpados,
ahora cerraré los ojos,
ahora me conformo con ser
los restos
de tú cigarrillo.
UN HIJO MÁS
Necesito que la lluvia me atraviese y entre limpia en mi pecho
y apague el infierno que abrasa mis venas,
mi alma, mi delirio, mi entendimiento
y extiende un rastro de cólera en mi interior
inflamando el odio absoluto hacia todo lo vivo y hacia mí,
soy la coraza de mi odio, soy el templo de mi infierno,
amanezco a la una del mediodía en un banco en la calle
con una resaca descomunal, no recuerdo nada,
la gente se aleja de mí al pasar,
otro pedazo de vida entregado al olvido,
borracheras salvajes, pájaros muertos en mi pecho,
el precio del amor salvaje a la vida es el dolor salvaje por la vida,
recuerdos cercenados,
fogonazos cegadores de una realidad no vivida,
la angustia aferrada a mi cuello,
ejércitos a la carga sobre mi espalda,
tigres invitados a cenar y nada en la nevera,
un tormento en las córneas, temblor en los zapatos,
la culpa es un reino infinito,
la insatisfacción es el buque de mi prisa,
me deslizo por un sumidero hacia una cloaca en llamas,
la carretera se bifurca en una sola dirección
y al igual que tú, al final sólo soy un hijo más
prisionero del Padre redentor,
hijo del pecado, de la culpa y de la penitencia,
hijo de la tela de araña,
hijo de una sociedad controlada por gobiernos bastardos,
por la iglesia, por los mercados, por la necesidad,
hijo de una felicidad ínfima y abstracta
comprada a sangre y fuego con la propia vida,
la propia vida a cambio de la felicidad,
una felicidad tan cara que sin alcohol ni drogas
ni antidepresivos ni psiquiatras ni manicomios
no seríamos capaces de soportarla,
una felicidad que nos empuja a buscar la salvación
en la noche, en el coño, en la huida,
una huida en constante retorno al punto de partida,
una huida a lomos del propio Diablo,
una huida a lomos del mismo Diablo
que ha provocado nuestra huida,
un Diablo
al que llamamos
Dios.
Los poemas que aquí nos adelanta forman parte de su nuevo libro "La Crisálida de la Locura"
Caballos ardiendo
La vileza se desliza río abajo por nuestras venas
y hay miles de maneras de matar a alguien
y muchas más aún de dejar que muera
o peor aún, de dejarle vivir,
la más cruel de las pasiones es dejar vivir
al ser mezquino que no huye, porque la desconoce,
de su propia mezquindad,
cadáveres colgando de las encinas bajo la luna,
los vi, los vi arremolinados entre las ramas
como frutas tristes y extrañas,
colgados sin llanto, sin prisa,
sin haber leído jamás a Rimbaud
ni haber escuchado a Brahms
ni haber amado nada que estuviese vivo,
cadáveres colgando en una obscena desnudez
bajo la luna avergonzada
y yo tampoco quise seguir mirando
y pensé que sólo mientras podamos
seguir cabalgando sobre caballos ardiendo
ignoraremos sus muertes
y sus vidas,
ignoraremos el hecho
de que pudimos haber sido nosotros,
ignoraremos la mirada de las ratas
cavando hacia un infierno congelado,
ignoraremos la vergüenza de la luna
y la de nuestros bisabuelos
al ver que no supimos aprender de sus errores
y cabalgaremos sin nostalgia
sobre una nobleza que nos es ajena
hacia el eco de los versos
tratando de que el sueño
al que llamamos muerte
nos aguarde otra vez.
Puedo verlos
Puedo oír sus risas, puedo desde aquí,
sonoras carcajadas,
puedo verles desnudos sentados en lujosos sillones
fumando Cohíbas
y bebiendo Moët Chandon
mientras putas les hacen mamadas
y ellos ríen ríen ríen ríen…
Puedo verles acudir a misa los domingos,
besar las manos de obispos y cardenales,
guiar a sus hijos por el buen camino
llevándoles a colegios católicos y carísimos
y recibir audiencia en el Vaticano.
Puedo percibir como sienten que honran
la memoria de sus padres y sus abuelos
habiendo recuperado el poder
y gobernando en honor a sus ideales
sin tener en cuenta
las necesidades de su pueblo
y pensando que el dolor que siembran
es por el bien de España
igual que lo fue entonces
el que Franco sembró.
Porque el bien de España es el bien de su España,
porque España son ellos
y el resto somos ovejas descarriadas
así que tal vez nos venga bien
un poco de mano dura
en forma de hambre, miseria, frío y enfermedad.
Puedo oírlos, puedo verlos,
están lejos,
arriba,
por encima de la multitud,
pero son un libro abierto
para cualquiera que tenga
ojos y oídos
y que quiera
ver y oír.
Los placeres del tiempo
Y levantar entre mis brazos a Cleopatra
y alzarla
y agarrarla del culo
y hundir allí mis manos,
yo dentro de su carne,
amasándola,
esa parte de mí
dentro de esa parte de ella
y mi cara retozando
entre los pechos de Marilyn
y poseer para siempre
su olor
y devorarlos,
sus pezones en mi boca
y allí
volver a nacer
una y otra vez
y emborracharme con Frida
hasta el amanecer
y hablar y reír y beber,
risas nostálgicas
y tragos dulces y amargos
y luego mi cara entre sus piernas
devorando la vida
con el deseo
de que su vida
me devore a mí
El tiempo es la mayor de las distancias
porque sólo
puede recorrerlo
él
y nuestros días
ya pasaron,
princesa,
ya no estamos aquí
ni tú
ni yo.
Bueno me ah gustado ,felicidades
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