Néstor Ponce
Nació en La Plata, ARGENTINA en 1955. Inició sus estudios universitarios en esta ciudad y los completó en Francia, país donde reside desde 1979. Es poeta, narrador, ensayista y Doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Paris 3-Sorbonne Nouvelle. Actualmente, se desempeña como Catedrático de Literatura Latinoamericana en el Departamento de Español de la Universidad de Rennes 2, dirige el Laboratorio Interdisciplinario de Investigaciones sobre las Américas (LIRA), en Rennes 2, y la revista virtual Amerika (www.amerika.revues.org), órgano de dicho Laboratorio. Integra, además, el Conseil Scientifique de l’Institut des Amériques de Rennes. También trabajó como periodista y traductor. Fue corresponsal en Francia de Crisis (Argentina), Ko’Eyú (Venezuela), Andrómeda y Aportes (Costa Rica), entre otras revistas. Colaboró con la agencia Médias France Internacional (para la cual escribió numerosas artículos sobre América Latina para África), Le Monde Diplomatique, Afrique-Asie, Europe, Jeune-Afrique, Cambio 16, Hispamérica, Amérique Latine, La Razón (Argentina) y varios medios más. Como periodista radial animó con Miguel Bennassayag el programa Soirées latino-américaines en Radio Soleil de París. Es codirector de dos documentales difundidos por la televisión francesa, española y rumana: Ionesco (1995) y Miguel Ángel Estrella, las alas de Pegaso (1996). Asimismo, tradujo al francés a numerosos autores iberoamericanos: Mempo Giardinelli, Vicente Battista, Juan Madrid, Ricardo Piglia, Cristina Siscar, etc. En su haber, cuenta con cinco novelas publicadas: El intérprete, Rosario, Beatriz Viterbo, 1998 (Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes), traducida al alemán y publicada como Der Dolmetscher en 2010; La bestia de las diagonales, Buenos Aires, Simurg, 1999 (Finalista del Premio de Novela Planeta), traducida al francés y publicada como La bête des diagonales en 2006; Hijos nuestros, México, El Viejo Pozo, 2004; Una vaca ya pronto serás México, Siglo XXI, 2006 (Primer Premio Internacional de Novela Siglo XXI); y Azote, México, Terracota, 2008. Por otra parte, su novela Toda la ceguera del mundo fue primera finalista del Premio Medellín Negro y será publicada en diciembre de este año por ediciones B (Colombia). Publicó, asimismo, un libro de cuentos: Perdidos por ahí, México, Siglo XXI, 2004. Su obra de creación se completa con dos libros de poemas: Sur, Mataró, AHI, 1981, y Desapariencia no engaña, Buenos Aires, El Suri Porfiado, 2010. Este último fue publicado en edición bilingüe (español-francés) como Désapparences en 2013. Entre sus ensayos, cabe mencionar: Diagonales del género. Estudios sobre el policial argentino (2001); L’Argentine: Crise et utopies (2001); Le discours autoritaire en Amérique latine de 1970 à nos jours (2007); Le Mexique. Conflits, rêves et miroirs (2009); y Memorias y cicatrices. Estudios de literatura latinoamericana contemporánea (2011). Algunos de sus cuentos y poemas figuran en revistas y antologías de Argentina, España, Costa Rica, Francia, Nicaragua, Bélgica, Venezuela, México, Cuba y Brasil, entre otros países. En tanto, sus artículos críticos, que suman cerca de un centenar, fueron publicados en Argentina, Brasil, España, EE.UU., Francia, Italia, México y Puerto Rico. Los poemas incluidos en esta página pertenecen al libro La palabra sin límites, cuya aparición en España está prevista para antes de fin de año.
Peceto al horno
Éramos tan pobres
que hacíamos simulacros de comida
yo prendía el horno
cebaba mate freía cebollas
y después nos sentábamos a comer
los platos del juego de casamiento
estaban vacíos
eran una hormiga en el ocaso
una almohada sin cama
un brillo en la penumbra
yo la miraba a mi mujer a los ojos
qué rica la carne al horno le decía
mientras masticaba pan tostado con cebolla
ella se limpiaba los labios
con la servilleta en un gesto de única elegancia
te salió riquísima decía
exquisita exquisita
parece un murciélago
que ve por primera vez la luz
yo elevaba una copa imaginaria de champán
para festejar el comentario
Éramos tan felices
Capital
En uno de los capítulos del Capital
ya no recuerdo cuál
hace tantos años
don Carlos y don Federico
dicen que el amor es algo súbito
que huele a perfume de Tréveris
o que suena como los rieles
del tranvía de Wüppertal
Estos hombres eran unos terribles sentimentales
hablaban de números
como uno canta una ópera de Verdi
se ponían a buscar champiñones
entre los pinos sudorosos
y se referían entre tanto
al aroma de la lluvia
estrellándose en la tierra negra
cuando la rebelión del 48
Nunca supe cómo podían hablar del rocío
luego de deducir los riesgos de las tasas de interés
el temor de no poder alcanzar el fin de mes
Karl le decía a Friedrich
no nos va a alcanzar el sueldo
para comprar la yerba
será preciso pedirle fiado al almacenero
Tomaban mate en la campiña
de Tréveris
entre insectos fugaces
y aves de alas de terciopelo
En su casa don Carlos
en su casa don Federico
amontonaban los dolores
barajaban los crepúsculos
y se abrazaban a la madrugada
soñando
en un mundo mejor
Experiencias
Numerosas han sido las estrategias
para hacer palidecer a la tristeza
del fin de mes los bolsillos con pelusas
los pinchazos en el estómago
Mis padres tenían una
que ni siquiera era una estrategia
o teoría o análisis
se sentaban
bajo la sombra de la parra
los gorriones ni se movían
y las lombrices se escondían
en la humedad del humus
para escaparle al calor
y a las malas intenciones
Tomaban mate
como una definición
y si algún pobre tocaba timbre
siempre había
un papel de diario
como un pañuelo de seda
que envolvía una empanada
una botella de gaseosa
un temblor
que se zambullía en el río
Pilar
a Rubén Leonardo Fossati (a) La Chancha
detenido-desaparecido por la juntita militar
Ese pilar
era un hombre problemático
y nunca satisfecho
le hubiera gustado
ser pantera
y correr en el llano
o pájaro multicolor
para seducir pájaras
cantando serenatas
en una rama de rosal
y por qué no
se decía tomando mate en la llanura
un buey ágil y sonriente
que preñara vacas
en una pampa indómita
ese pilar
transpiraba como un amante
tenía una sed visceral
como el cosmos de tu pecho
se tendía panza arriba
en el césped
y soñaba que hacía un try
Boxeo
Es sabido que no hay cosa más tierna
que un pollito amarillo
y un boxeador que se despierta
después del nocáut
Los boxeadores son tipos sensibles
no soportan la música estridente
el café con mucho azúcar
las tardes sin lluvia frente al río
Siempre quise ser boxeador
hacer piruetas con un pantalón blanco
y botas rojas
Saltar con la cuerda
hacer punching-ball con un racimo de laureles
Pero la vida nos depara destinos menos aventureros
estrategias de saco y corbata
planes financieros
calculadoras con ponzoña
o pájaros sin alas
Para que canten mejor
Autorretrato de NÉSTOR PONCE
Soy un hombre leyendo. Desde los ochos años, bajo cualquier circunstancia, en todo lugar. Me veo leyendo novelas de aventuras de la colección Robin Hood –tapa de cartón amarillo e ilustración acorde-, escondiéndome bajo las sabanas con una linterna y un libro abierto, después de que mis padres me pidieran que apagara la luz. Leo en una plaza, en un cuarto de hotel, en un tren, en un ómnibus, en un aeropuerto, en un barco, en una biblioteca. De pie, sentado, tumbado. A las seis de la mañana en un bar. Al mediodía en la terraza de un restaurante, a la noche a la luz de una vela. Mientras trabajo como vendedor en una tienda de camas y colchones. En un estadio de fútbol. En un automóvil. En la favela A Rocinha y en el Hotel Radisson de México D. F. ¿En qué ciudades he leído en los últimos doce meses? Buenos Aires, La Plata, París, Rennes, Saint-Jacques, Lyon, Marsella, Aix-en-Provence, Le Horps, Perpiñán, Boston, Nueva York, Lille, Villeneuve d’Ascq. He leído comiendo, cuidando a mis hijos, en el baño, en la computadora, tomando mate o café, cayendo en el sueño. He leído dormido. He leído soñando. También triste, preocupado, hastiado, y feliz, dicharachero, concentrado, de mal humor y muy cansado. En una época hacía jogging con un walkman, pero en lugar de música ponía cassettes de actores leyendo Agatha Christie, Marguerite Yourcenar, Colette. Leo el modo de empleo del papel higiénico en el baño, recetas de cocina, guías para el usuario, instrucciones para subir una escalera. Leo lo que tengo a mano, a vista de ojo. Aprendo malas palabras en baños públicos de Río de Janeiro, Berlín, Barcelona o Ámsterdam. Me compro libros en lenguas que no entiendo. Colecciono traducciones del Martín Fierro. Me peleo con amigos entrañables porque no nos gustan los mismos autores. Me desespero porque mis hijos no leen. Escribo resúmenes de novelas en la escuela primaria y les resumo las obras completas de Borges a mis estudiantes. Si veo que un colega ha dejado un libro dado vuelta en un escritorio, en medio de una reunión, no puedo evitar el darlo vuelta para leer el título. Visito ciudades maravillosas y siempre me encierro por lo menos una vez en una librería. Recorro estantes de majestuosas y de polvorientas bibliotecas públicas de barrio y de bibliotecas de, cuando visito a un amigo examino los libros alineados en salones, pasillos, cuartos de baño. Hurgo en revisteros. Duermo en casa de amigos, donde jamás abriría un cajón o el botiquín de primeros auxilios, pero me resulta imposible resistir a la tentación de estudiar los lomos de los libros, de hojear páginas de lenguas incomprensibles. Estoy escribiendo estas líneas y suena el teléfono a las 8h 05 para pedirme precisiones sobre mi dirección porque me llega un paquete de libros de México con mi última novela. Encuentro en librerías de viejo joyas de bibliófilo que dormían a la espera de que alguien las descubriera. Hago estadísticas mentales sobre el porcentaje de lectores rumbo al trabajo matinal en el métro de París, en el subte de Buenos Aires, en el metro de Madrid. Durante años me creí un bicho medio raro, un fenómeno extraño, pero con el tiempo me di cuenta que los lectores formamos parte de una sociedad secreta, de la que no se conoce el número exacto de miembros ni el grado de compromiso, cuyos miembros ignoran su mutua existencia –cuidado: tu vecino, tu futura novia, tu hijo y hasta tu peor enemigo pueden integrarla-, pero que están repartidos en los mil rincones del vasto mundo. Los libros me han hecho descubrir la magia de las palabras, la furiosa ternura de la imaginación y, sobre todo, me han enseñado a amar la vida, la verdadera.
* El acrílico es de Néstor Ponce.
http://nalocos.blogspot.com.es/2009/06/autorretrato-de-nestor-ponce.html
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