miércoles, 6 de marzo de 2013

OSVALDO BAZIL [9360]


OSVALDO BAZIL LEYBA
OSVALDO BAZIL (1884-1946)
Osvaldo Bazil Leyba  nació en la ciudad de Santo Domingo el 9 de octubre de 1884, hijo de Isidoro Bazil y Mercedes Leiva. Poeta, escritor y periodista. Se educó en la capital dominicana y desempeñó cargos diplomáticos en varios países de América y Europa. Se dice que fue el amor imposible de la poetisa Altagracia Saviñón.

En Cuba conoció y estableció estrecha amistad con Rubén Darío, a quien admiró profundamente. De los dominicanos que fueron discípulos y amigos de Rubén Darío, Osvaldo Bazil fue quien compartió con el ilustre poeta nicaragüense los momentos de mayor intimidad y desenfrenada bohemia. Esto le permitió converirse en una autoridad que lo capacitaría en el futuro para emprender dos obras: la «Biografía de Rubén Darío» y «Las mujeres de Rubén Darío».

Entre los numerosos textos admirativos de Bazil hacia Darío, se encuentran sus poemas «Los cisnes de Rubén Darío», «Canto a Rubén Darío» y «Rubén Darío, muerto», publicados los dos primeros en 1907 y el último, posiblemente, en 1916, año de la muerte de Darío. A su vez, como compensación y para corresponder a tal amistad, Osvaldo Bazil recibió cálidos elogios de su maestro. «Paladín de ensueños» lo llama en una presentación a Campanas de la tarde; y si algo puede reconocerse en la poesía de Bazil es esa ensoñación, un delirio amoroso, que a veces lo deja fuera de control, debilitándole la técnica y el estilo.

Es considerado como el máximo representante del modernismo en República Dominicana. Sus primeros trabajos modernistas aparecieron en el poemario «Rosales en flor» (1906), pero el libro que realmente lo consagró dentro de dicha tendencia fue «Arcos votivos» (1907). Colaboró asiduamente con el periódico La Nación, de Buenos Aires. Muchos de sus textos poéticos fueron difundidos en la revista La Cuna de América y en otros medios de circulación nacional.

Dentro de su producción poética sobresalen las formas, becquerianas, como su «Pequeño nocturno», extraído de un poema suyo más extenso titulado «Cadencias interiores», escrito en 1908 y publicado en La Cuna de América en mayo de 1915, compuesto por siete cuartetas endecasílabas, asonantadas en romance, de las que ha extraído con increíble tacto los versos más felices, convirtiéndolo en el «Pequeño nocturno» que conocemos.

En 1915 publicó la antología «Parnaso dominicano», la más completa compilación poética dominicana hasta ese momento.Murió en Santo Domingo el 5 de octubre de 1946.

Murió en Santo Domingo el 5 de octubre de 1946, tras una vejez desencantada y consumida por la bohemia.

OBRA:

Rosales en flor (1906)
Arcos votivos (1907)
Parnaso dominicano (1915)
Parnaso antillano (1916)
Campanas de la tarde (1922)
Movimiento intelectual dominicano (1924)
Huerto de inquietud (1926)
La apoteosis de las lágrimas (1926)
Vidas de iluminación (1932)
Cabezas de América (1933)
Relicario del alma (1936)
Una conferencia del señor Osvaldo Bazil (1938)
La cruz transparente (1939)
Tarea literaria y patricia (1943)
Santo Domingo y su Jefe, Remos en la sombra (1946)








Los cisnes de Rubén Darío

A Santo Domingo de Guzmán 
Para La Cuna de América

El profético cisne de Darío, 
mitológico y blanco y pensativo, 
abre sus alas en el pecho mío 
y me envenena su actitud de esquivo.

¡Oh gran cisne, que sabes la tormenta 
que estremece los músculos de América 
en una fuerte crispación violenta 
y en una altiva conmoción homérica!

Vidente anunciador, es el momento 
que, en la quietud solemne de tus lagos 
eleves hasta Dios el pensamiento 
en una turbación de signos vagos.

¡Hay muchas patrias jóvenes sin suerte 
que esperan con la faz adolorida 
en la contienda sin igual la muerte 
o en la contienda desigual la vida!

¡Y en el grito postrer dejar la vida 
en la campaña singular, y todo! 
¡Que en el fondo del mar desaparecida 
es la vida mejor que sobre el lodo!

Hay una patria joven que respira 
a través de un perfume de amaranto: 
es una patria joven que en mi lira 
ya se yergue en un grito, ya en un canto.

Es mi patria, la patria siempre bella 
de poetas que cantan la fortuna 
a la faz inquietante de una estrella, 
bajo el beso de plata de la luna.

Y no podrá morir, desamparada 
de blasones que elogien su memoria, 
porque tiene una página grabada 
en pleno sol en su fatal historia.

¡Oh cisne! ¿Qué me dice tu plumaje 
que mueves en un ritmo impenetrable? 
¿Acatas mi sentir? ¿Es un mensaje, 
pavoroso y fatal y abominable?

¿O es acaso que marchas al desierto 
a levantar tu voz para esta América 
que parece dormir, pero no es cierto, 
en un sueño dúlcido de histérica?

¿Abre tus alas blancas en el medio 
de la bandera fúlgida que flota 
sobre todo dolor y sobre el tedio, 
sobre el escudo y la fortuna ignota?

¡Oh cisne, que conoces al poeta, 
y pasas por sus rosas musicales 
llevándote en las alas la incompleta 
tremulación acerba de sus males!

¿La ciencia de la magia, grave y fuerte, 
de tu pupila absorta y comprimida, 
no sabe del dolor ni de la muerte 
ni sabe del amor ni de la vida?

¡Y nada respondióme el cisne adusto, 
su silencio es más grave todavía; 
está pálido y mudo el cisne augusto, 
su silencio está pleno de agonía...!

Y una estrella se pierde en lo imprevisto. 
El cisne sufre. El cielo sigue grande. 
¡Y un águila se va, porque la han visto 
sobre la enorme majestad del Ande!







Pequeño nocturno

Ella, la que yo hubiera amado tanto, 
la que hechizó de músicas mi alma, 
la que más blando susurrar de égloga 
derramó en el azul de mis mañanas, 
me dice con ternura que la olvide, 
que la olvide sin odios y sin lágrimas.

Ella, la que me ha dado más ensueños 
y más noches amargas, 
se aleja dulcemente, 
como una vela blanca.

Yo, que llevo enterrados tantos sueños 
que cuento tantas tumbas en el alma, 
no sé por qué sollozo y por qué tiemblo 
al cavar una más en mis entrañas.






LA VOZ DE LOS ABISMOS

Bajo la fina sombra de todas mis tristezas,
cuando las cosas viven sus sueños de grandeza
y la campiña duerme como si fuera un mar,
acaricio los sueños que amanecen conmigo


y sin querer adoro los sueños que maldigo
al punto que me ausento de tanto imaginar.
Y luego, entristecido, visito las memorias,
las que dejaron luto en mi visión de glorias,

tronchadas por la mano sangrienta de un dolor;
cuando mis ojos tristes buscaron un sendero
florecido de lauros, para el triste viajero

que cantara a la luna un romance de amor.
Así pienso, así vivo, dejando entre mis huellas
polvo del oro viejo de las dulces estrellas.


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