Juan José Domenchina
(Madrid, 1898-México, 1959)
Extraña situación literaria la de Juan José Domenchina. Desde su precoz iniciación poética -en 1917, con prólogo de Ramón Pérez de Ayala- contó con los mejores auspicios. Poeta, novelista de vanguardia, activo crítico en los diarios más leídos, discípulo predilecto de Juan Ramón Jiménez, secretario de Manuel Azaña durante los años republicanos, no logró sin embargo formar parte del más selecto grupo de la joven literatura, pronto conocido como generación del 27. Su editora reciente, Amelia de Paz, ha llegado a hablar del «caso Domenchina»: una especie de conspiración de silencio que fue formándose en torno a su obra tras la ruptura de los poetas del 27 con Juan Ramón Jiménez. Pero hubo también razones estéticas para esa marginación: Domenchina, que se inicia como poeta en el tardomodernismo, se caracteriza luego por el rebuscamiento y la aspereza de su léxico. Ya Melchor Fernández Almagro, al reseñar en 1930 La corporeidad de lo abstracto, señaló que «son muchos los versos de Domenchina que quedan inválidos»; les faltaría «sentimiento e intuición»; les sobraría feísmo expresionista, involuntaria comicidad: «Abdominia (¡!),dispepsia, polisarcia. / (Diagnóstico moderno.) ¡Es natural! / Rotos cacharros de su ajuar, ¡qué jarcia! / Abulia. Ignavia. Vacuidad mental».
En el exilio mexicano, la poesía de Domenchina cambia por completo: con empaque quevediano, añora la patria perdida -su natal Madrid, muy especialmente-, lamenta la fugacidad de la vida, aguarda con estoicismo la embestida de la muerte. A la sobriedad léxica -renuncia, por fin, a rebuscar en los sótanos del diccionario- se añade la recuperación del estrofismo clásico: sonetos sobre todo, décimas, algún romance. Con El diván de Abz-ul-Agrib juega al apócrifo inventándose un poeta oriental que compensa bien, con sus alardes coloristas y metafóricos, la monótona y obsesiva sequedad de su poesía última.
Con el exilio, dejó de ser Domenchina una curiosidad literaria, una extravagancia de época, para convertirse en un poeta, pero ya las nóminas estaban fijadas y los rencores antiguos arraigados, por lo que, hasta hoy mismo, continuó siendo un caso aparte, una especie de apestado dentro de su generación.
Obra poética
Del poema eterno, Madrid, Ediciones Mateu, 1917. Prólogo de Ramón Pérez de Ayala.
Las interrogaciones del silencio, Madrid, Ediciones Mateu, 1918.
Poesías escogidas. Ciclo de mocedad, 1916-1921, Madrid, Ediciones Mateu, 1922.
La corporeidad de lo abstracto, Madrid, Renacimiento, 1929. Prólogo de Enrique Díez-Canedo.
El tacto fervoroso, 1929-1930, Madrid, C.I.A.P., 1930.
Dédalo, Madrid, Biblioteca Nueva, 1932. Con una caricatura lírica de Juan Ramón Jiménez.
Margen, Madrid, Biblioteca Nueva, 1933.
Poesías completas (1915-1934), Madrid, Signo, 1936.
Poesías escogidas (1915-1939), México, La Casa de España en México, 1940.
Destierro. Sonetos. Décimas concéntricas y excéntricas. Burlas y veras castellanas, México, Editorial Atlante, 1942. Prólogo de Azorín.
Tercera elegía jubilar, México, Editorial Atlante, 1944.
Pasión de sombra (Itinerario), México, Editorial Atlante, 1944.
Tres elegías jubilares, México, Editorial Centauro, 1946.
Exul umbra, México, Stylo, 1948.
Perpetuo arraigo, México, Signo, 1949.
La sombra desterrada, México, Almendros y Cía., 1950.
Nueve sonetos y tres romances con una carta rota, incoherente e impertinente a Alfonso Reyes, México, Editorial Atlante, 1952.
El extrañado, 1948-1957, México, Tezontle, 1958.
Poemas y fragmentos inéditos, 1944-1959, México, Ecuador 0º, 0', 0'', 1964. Transcripción de Ernestina de Champourcín.
La sombra desterrada (1948-1950), Málaga, El Guadalhorce, 1969.
El extrañado y otros poemas, Madrid, Rialp (col. Adonais), 1969. Prólogo de Gerardo Diego.
Poesía (1942-1958) (ed. Ernestina de Champourcín), Madrid, Editora Nacional, 1975.
La sombra desterrada y otros poemas, Madrid, Torremozas, 1994. Introducción de Ernestina de Champourcín.
Obra poética (ed. e intr. Amelia de Paz), 2 tomos, Madrid, Castalia/Comunidad de Madrid, 1995. Prólogo de Emilio Miró.
Bibliografía
ANDÚJAR, Manuel, «El exilio y Madrid en la poesía de Juan José Domenchina», en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 331 (1978), págs. 5-18.
BELVER, Catherine G., El mundo poético de Juan José Domenchina, Madrid, Editora Nacional, 1979.
CARREIRA, Antonio, «El gongorismo involuntario de Juan José Domenchina», en Bulletin Hispanique, núm. 90 (1988), págs. 301-320.
DIEGO, Gerardo, «Prólogo», en El extrañado y otros poemas, págs. 7-15.
DIETZ, Bernd, «A quince años de la muerte de Juan José Domenchina», en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 308 (1976), págs. 225-230.
DÍEZ-CANEDO, Enrique, Estudios de poesía española contemporánea, México, Joaquín Mortiz, 1965, págs. 178-188.
FERNÁNDEZ ALMAGRO, Melchor, «Juan José Domenchina, escritor en prosa y verso», en La Gaceta Literaria, núm. 77, 1 de marzo de 1930, pág. 4.
GARCÍA DE LA CONCHA, Víctor, «Juan José Domenchina: Tres elegías jubilares», en Poesía española de 1935 a 1975. De la posguerra a los años oscuros (1935-1944), Madrid, Cátedra, 1987, págs. 286-291.
PAZ, Amelia de, «Introducción», en Obra poética, t. I, págs. 15-84.
ZARDOYA, Concha, «Juan José Domenchina, poeta de la sombra», en Poesía española del siglo XX: estudios temáticos y estilísticos, Madrid, Gredos, 1974, vol. III, págs. 180-194.
El fervor
Como en la piel de Rusia -¡es extraño!-, el latido
del abedul -acorde de olor- y en el gemido
la lágrima y el lúpulo en el oro fluido
de la cerveza, en todo me encuentro estremecido.
Mi corporeidad -mínima y acicular- es apta.
Su tensión esotérica a la adiaforia capta,
a la emoción impulsa y al entusiasmo rapta.
Soy penumbra, ebriedad de sol, senda, abditorio,
montículo de sombra, cumbre, reclinatorio,
rémora y acicate. ¿Verdad? Contradictorio.
Y omnipresente. En todo palpito. Mis huidas
moléculas perforan la vida, estremecidas...
Mi ubicuidad, empero, no alcanza a las mentidas
verdades, ni hasta el útero de las hembras vendidas.
Hastío
Hastío -pajarraco
de mis horas-. ¡Hastío!
Te ofrendo mi futuro.
A trueque de los ocios
turbios que me regalas,
mi porvenir es tuyo.
No aguzaré las ramas
de mi intelecto, grave.
No forzaré mis músculos.
¡Como un dios, a la sombra
de mis actos -en germen,
sin realidad-, desnudo!
¡Como un dios -indolencia
comprensiva-, en la cumbre
rosada de mi orgullo!
¡Como un dios, solo y triste!
¡Como un dios, triste y solo!
¡Como un dios, solo y único!
Siesta de junio
El agua de la alberca
acorda su rumor.
De la chicharra terca
se escucha el estridor.
Un abejorro acerca
su pertinaz hervor.
Con otro gallo alterca
un gallo reñidor.
Rezuman sombra, cerca,
dos árboles en flor.
[Interrogome...]
Interrogome, de manera
sarcástica: ¿Su profesión?
Yo, serio y triste, le repuse:
Funámbulo, meditador.
[Mujer. Palabra rubia]
Mujer. Palabra rubia,
de miel. Vaso de oro.
Persistencia monótona, de lluvia.
Silencio puro. Balbucir sonoro.
Mármol o bronce. Simulacro.
Corporeidad rotunda. Lanza
de emoción. Fuego sacro.
Cumbre de todos los instintos. Danza.
Médula de lo ignoto. Áurea vedija
incoercible. Vientre de los nombres.
Arca de la eternidad. Hija
del Hombre. Madre de los hombres.
[La corporeidad de lo abstracto]
Vándalo augusto
Al fin, yo soy lo que mi ser abstracto,
de espectro múltiple y veraz, proyecta.
Concéntrico el fervor, la vida recta,
nada me mueve sino el dulce pacto.
Divina forma y aprehensión del acto
que encarna el verbo: furia de mi secta.
La vida inmune, virgen, está infecta.
El alma viva de mi carne es tacto.
Ascético rencor, turbios regímenes,
mística farsa de la pura frente:
sean de amor y de verdad mis crímenes.
No estanque, sino cima de torrente.
Vándalo augusto de floridos hímenes.
Doma de eternidad es el presente.
Distancias
Distancias.
En la vida hay distancias.
El hombre emite su aliento,
el limpio cristal se empaña.
El hombre acerca sus labios
al espejo...
pero se le hiela el alma.
(...pero se le hiela el alma.)
Distancias.
En la vida hay distancias.
Halos
Dios dejó en la ceniza
los pensamientos
que no pudo hacer luz.
Más allá del espectro,
la obra de Dios frustrada
prolonga su silencio,
perenniza su angustia
en un sordo y concéntrico
rencor, que es aureola
de todo lo perfecto.
[El tacto fervoroso]
Doncel póstumo
Caliente amarillo: luto
de la faz desencajada;
contraluz que es tributo
y auge de la presunta nada,
¡muerte! Por la hundida ojera
se asoma la calavera,
ojo avizor de un secreto
que estudia bajo la piel
su salida de doncel
póstumo: don de esqueleto.
Tarde
Mejor que tú, pensamiento,
este olvido de enramada
donde todo vive en nada:
hoja al sol, pájaro al viento.
De azul de luz sin cimiento,
¡qué cúpula! Maravilla
de ingravidez amarilla.
Mejor, pensamiento, el río;
donde apenas moja el frío
de su límite la orilla.
Perfecto, para la muerte
Sí, perfecto; recreado
en perpetuas soledades.
¡Llanura!: cinco verdades,
las del estigmatizado,
llagas vivas, en tu fuero
de altiplanicie señero,
viven de mirar lo inerte,
de oír y oler lo indistinto,
gustando y palpando instinto.
Perfecto, para la muerte.
[Margen]
[Es la noche sin fin...]
Es la noche sin fin, la desvelada
noche, que con sus filos de cuchilla
implacable recorta en amarilla
muerte nuestra silueta enajenada.
Vivir, cuando vivir no vale nada,
equivale a sembrar, con la semilla
infecunda, el dolor, que tanto humilla,
de una existencia rota y postergada.
Y el insomnio repite inexorable
el paso de la vida irrevocable,
que, sin dejarse de sentir, se aleja.
¿Dónde nos llevará, tan sin camino,
tan juguete irrisorio del destino,
nuestra razón destartalada y vieja?
[Destierro]
El desenlace
Por una tarde de mi ayer, dorada,
de luz caliente y de tostada arena,
me voy. Y vuelvo a ser hombre sin pena,
y no vida a remolque y abrumada.
Esta tarde es el fin de mi jornada
-harto lo sé-, y el aire se me llena
de luz. Llevo mi muerte con serena
unción sobre la carne sosegada.
Libre del todo estoy, porque ya nada
al mundo de los hombres me encadena.
Y lo único que tengo, la mirada
lúcida, de mis ojos se enajena.
Por una tarde fiel, resucitada
para mí muerte, en fin, me voy sin pena...
[La sombra desterrada]
[¡Aquel sosiego!...]
¡Aquel sosiego! ¡Todo sin premura
y libre en sus quietudes del cuidado
y del afán; el cuerpo bien hallado
y el alma, ya radiante de ventura,
suspensa en sí y meciéndose en la altura
de un momento de gloria bien logrado!
Así viví ese instante, ya pasado,
que me prendió en la luz de su hermosura.
¡Aquel sosiego! Un punto que fulgura
en mi existir brumoso y abrumado.
Lo demás es delirio, calentura,
dolor, fatiga, amor, horror, forzado
contender, y este huelgo, sin holgura,
con que respiro el aire que he aspirado.
[Aquí tienes la vida...]
Aquí tienes la vida que me diste.
Te restituyo lo que es tuyo. Quiero
ser de verdad en tu verdad. Espero
ver, ya sin ojos, para qué me hiciste.
Si entré en el mundo, porque me metiste
en su vacío de rotundo cero,
quiero zafarme de él, y persevero
en la fe sin medir que me pediste.
...Y viví a medias. Tuve el alma triste
cuando se me salió de tu venero.
Siempre soñé llegar a lo que existe
tras la evidencia. Quiero -ya no inquiero-
lo que esperé, señor, y tú me diste:
empezar a vivir cuando me muero.
[El extrañado]
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