Valeria Tentoni
Nació en Bahía Blanca, ARGENTINA en 1985. Pasó unos años en Buenos Aires estudiando; actualmente vive de nuevo en su ciudad natal, donde trabaja como periodista.
Nació en Bahía Blanca, ARGENTINA en 1985. Pasó unos años en Buenos Aires estudiando; actualmente vive de nuevo en su ciudad natal, donde trabaja como periodista.
Fundó y dirigió la revista La Quetrófila. Co-dirigió la publicación El Monstruo de la Ría. Su primer libro de poesía, de 2009, lo publicó en Chile Ediciones Manual y se titula Batalla Sonora; le siguió en 2010 la plaqueta La martingala (Semilla ediciones, Bahía Blanca) y un segundo libro, Ajuar (Primer Premio Concurso Editorial Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2011) y las plaquetas La martingala (Semilla, 2011), La casa (Acción Creativa en Suárez, 2011) y Antitierra (Libros del Pez Espiral, 2014).
Su primer libro de relatos, El sistema del silencio, acaba de ser publicado por Editorial 17 Grises.
Su primer libro de relatos, El sistema del silencio, acaba de ser publicado por Editorial 17 Grises.
Actualmente co-dirije la Revista Pájaro y edita la Audioteca de poesía contemporánea, una página web con registros de audio de poetas leyendo sus propias obras (dirección: http://audiotecadepoesia.blogspot.com/).
Peltre
Cascarrabias, corazoncito peltre
pesquisa de la mañana trotadora,
hasta encontrar la mancha en el perfume
el hocico del aire que traga y maúlla bucles
de sándalo, y todo
para tapar el bufido y todo
para taparnos y solidificar la argucia
del escondite:
mula, patadita de estaño, cómo
querés que diga las horas si estamos tan mansos, haciéndonos
los que no, esgrima
un diminutivo puede corrompernos, caracolito,
trance de óxidos y salmos, a quién iban a decirle
que yo iba a acabar por enterarme
de mí.
O que lo mismo vos ibas a saber traerte del lugar
de donde yo te había puesto, si nadie
dejó dulces en el camino.
Texto: de Ajuar.
Diosmío
“Había una vez un pájaro. Dios mío”.
Clarice Lispector
Yo veo al pájaro incandescente cruzar
el álgebra, lo veo ir
como una flecha luminosa cruzando el número,
yo veo al pájaro, levitando, entre los rieles del número
el pájaro que es una cifra entre toda la nada,
el pájaro que gorjea y se parece un poco a la piedad.
Yo veo al pájaro y su constelación de sombras
ir y venir entre los tendales, ir y venir, meciéndose
al aire yerto de la mañana dejándose cruzar por el pájaro
al aire que es también un hijo pequeño y distante.
Yo veo al pájaro, diosmío, también lo veo
y nadie duerme al cuento ni a la noche cuando debería
y menos todavía el pájaro que cruza y se trenza en el cableado y después
sale revoloteando como un monstruo marino
entre la miel blanca del cielo y las nubes como mantas de lana
rosada
mantas de lana en las que se acuna el hijo
entre las que el hijo mama,
y el pájaro cruza los ojos del hijo que piensa en los ojos del pájaro
que de diminutos y fusilados resplandecen
como borlas de piedra amarilla
y lo ciegan hasta que
la sombra y la noche y el sueño
son una sola aureola seca.
Texto: de Ajuar.
Ajuar
Para mis cuarenta hijos cuarenta ajuares
canastas colmadas de ortigas
y muérdagos,
perlas envueltas en hojas de parra.
La cinta con la que se ahorcan
los pájaros en un lugar oscuro.
Un cencerro de plata.
Un recuerdo de cuando fui joven y entera, puro tallo
y nada en mi cuerpo articulaba con otro
y sola venía y sola iba y sola contestaba
ninguna pregunta.
Pero no tengo para darle de mamar a cuarenta
no tengo más que un corazón tullido y mostrenco
un corazón duraznero enfermo de podredumbre morena
que ataca primero las flores y después el fruto
y después, después el árbol.
Que me crezco encima de mí y por debajo de mí y
de mis ramas se columpian
cuarenta hijos muertos
de los cuales he parido ninguno.
Cuarenta hijos todos de mí entenados.
Texto: de Ajuar.
Números romanos
De habernos acordado antes
deberíamos haber pedido
ser jabalíes.
Aspas
de un molino de provincia.
Tétanos, tuberculosis,
fiebre.
Todos los alientos del incendio.
Un milagro, querida,
que no hayamos muerto en batalla.
Los heridos se cuentan
con números romanos.
Batalla sonora (Manual Ediciones, 2009 - Rancagua, Chile).
Esdrújula
Las esdrújulas tendrán que ceder algún día
hacia las vocales.
Una mano abierta palma huerto, trepadora
un junco débil meciendo la tarde entre sus hojas un
tartamudeo imberbe, sempiterno.
Todas las cosas de tu cuarto se tuercen hacia
una invocación tardía de estirpe.
Tu padre se te trae desde la puerta, asoma la herencia
—lo congénito del sillón verdeazul donde estaba—.
Y proseguirás tu camino de lava
hincando las hojas.
Papá creerá que juegas a los rompecabezas y tu madre
sospecha de los desarmaderos.
Ahuecarás con tinta las palabras
como un orfebre;
dirás que estás en silencio.
Dirás de mí, que callo.
Batalla sonora (Manual Ediciones, 2009 - Rancagua, Chile).
Poemas de Antitierra (Libros del Pez Espiral, Santiago, Chile, 2014)
QUIERO REVENTARME
contra el futuro
como un insecto de esos
que se convierten en estrellas en la ruta
sobre el cielo polarizado
de un parabrisas ajeno.
ESTABA POR ESCRIBIR UN POEMA DE ODIO
pero me tiré un poco en la cama
no atendí el teléfono.
Pensé el asunto:
decía cosas que tenían que ser dichas
todos los versos que se me ocurrían me parecían brillantes
encajaban bien, se movían bien,
las palabras eran tiburones embadurnados con aceite en mi cabeza,
aparecían, una detrás de la otra, dictadas por una supernova
me decía sí, ahora me voy a levantar
y voy a escribir esas líneas definitivas de venganza
y bronca y dolor y repulsión y venganza
y todo va a estar bien después, el poema
va a curarme, va a quedar ahí
como una cicatriz humeante,
va a hacer por mí ese camino. Me voy a levantar y el poema
o si no es eso por lo menos levantarme.
Pero me quedé dormida.
DESDE HACE DÍAS ME ACOSA LA MISMA PESADILLA:
un animal que escupe
filamentos de otro animal, uno más lento,
en mi cara.
ADENTRO DE LA HELADERA SIEMPRE ES DE DÍA.
Las cosas que están ahí no se quejan, no le piden a ningún dios
que apague la luz. Esperan su turno.
Algunas se vencen, pero se quedan igual.
Me gustaría ser la botella de Coca-cola
que cargo con agua de la canilla. Algo que acepta su destino
sin escándalos.
Vivo arriba de un supermercado chino.
El otro día colgué un pantalón de la ventana
y el viento se lo llevó. Tuve que bajar, tuve que pedirles permiso.
Me dejaron entrar al depósito: fue como llegar
a la vasija de pepitas de oro al final del arco iris.
Durante mucho tiempo pensé que el ruido ese venía de la panadería
que está a mitad de cuadra. Resulta que no,
que viene de lo de los chinos.
Hay un enorme motor que usan para ventilar su mercadería.
Las cosas que están ahí no se quejan, no le piden a ningún dios
que haga silencio.
Todo lo que brilla es satélite de alguna estrella opaca.
Algún día esa estrella dejará de existir
antes que sus rayos
y caeremos a una fe ridícula.
Si no hubiese cosas más tristes que esa,
esa sería una cosa triste.
La luz en todas las grietas
Antitierra, de Valeria Tentoni. Libros del Pez Espiral, 2014
Por María José Navia
Publicado en https://ticketdecambio.wordpress.com/ 8 de septiembre de 2015
En uno de los poemas de Antitierra de Valeria Tentoni, aparece un epígrafe de Leonard Cohen que dice: “There is a crack, a crack in everything/ that’s how the light gets in”. La frase resume a la perfección la lectura de este poemario: tanta luz, pero a la vez, tantas cosas que se rompen. Porque en Antitierra las casas se inundan, el granizo destruye los huertos, las plantas y las espinas mueren; hay gatos que vienen para luego desaparecer para siempre; hay objetos cotidianos que ya no funcionan más. Hay también personas que se acercan a la muerte, para después esquivarla, hay relaciones que no andan, hay preguntas que no se dicen. Hay un corazón que late, por cierto, y es de una belleza eléctrica. O, como dice uno de los poemas: “Mi corazón es una máquina de expectativas/que se atasca de noche. Un soldado que vuelve a casa/ después de equivocar los himnos.” Y también: “el corazón es un animal que habita otro animal”.
En los poemas de Tentoni todo está conectado. De las plantas que se marchitan, a los insectos estrellados contra el cristal; de las parejas que sobreviven apenas y los productos que se mantienen en perfecto estado en la heladera, como una broma cruel (“Adentro de la heladera siempre es de día./ Las cosas que están ahí no se quejan, no le piden a ningún dios/ que apague la luz. Esperan su turno./ Algunas se vencen, pero se quedan igual./ Me gustaría ser la botella de Coca-cola/ que cargo con agua de la canilla. Algo que acepta su destino/sin escándalos”). Tentoni construye en su poemario un invernadero en el cual estudiar no las hojas ni las ramas, tampoco las flores, sino las raíces que nos unen a todas las cosas. Las raíces, algo oscuras, que alimentan una pérdida y se enroscan en un paisaje de ciudad. Así, por ejemplo, dicen los primeros versos con los que nos encontramos:“Ahora que estoy por irme/ al fin/ funcionan los semáforos (…)”
En Antitierra, conviven imágenes de ciudad y animales. Si el corazón, como dice la hablante, es un “animal que late en otro animal”, las relaciones de pareja también se definen en esos términos: “Yo me saco esto que traigo/ y te lo dejo/ como dejan algunos perros/ pájaros muertos en la puerta de sus dueños.// Con inocencia/y con exceso”. Y también: “Tuvimos peces. Se murieron/ panza arriba, inflamados /de alimento. Eran tres y eran siniestros./Todos los peces son siniestros.// No confío en nadie que no pueda cerrar los ojos”. En otros poemas, conviven animales y máquinas: “Le pregunto cuánto me quiere/ y le pido que lo cuente en kilos de alfalfa, en jaulas de/ leones, en latas de duraznos en almíbar// La cantidad es una trituradora de oficina/ que convierte las palabras/en cintas de papel/ en las que ya no puede leerse nada/de lo que se dijo antes/ como si fuera cierto”.
En el poemario de Valeria Tentoni, pasamos de reflexiones sobre el amor a escenas de la vida cotidiana. Escenas en las cuales la hablante se detiene en almuerzos familiares donde, comenta, “(…) Somos muchos, pero por alguna magia pretérita/ no nos chocamos.”, o explora sus recuerdos como jugadora de hockey: “Entre todas/ me ponían el equipo de goma eva, sucio y salado, /ajustaban acá y allá las tiras del disfraz, el casco gigante/ con olor a vaca muerta./ Y me dejaban ahí, sola, en el fondo del fondo.// De la bronca, dejaba pasar los goles.// Todos y cada uno de los goles del equipo contrario”.
Hay novelas completas en esas imágenes. Los versos de Tentoni son semillas pequeñas donde se esconde el mundo. Un mundo donde se insiste en las cosas que no pasan: en los poemas que no se escriben, en las palabras que no se dicen, en todo lo que no funciona. Sin embargo, más que desesperanza, lo que se escucha con más nitidez en esta voz es la furia: furia que es deseo por vivir, aunque eso lleve a hacerse pedazos (“Quiero reventarme/ contra el futuro /como un insecto de esos/que se convierten en estrellas en la ruta/sobre el cielo polarizado/de un parabrisas ajeno”); furia que es la rabia de a veces no poder soportar el día a día y sus pequeños rituales de cortesía: “Deberían darme un premio/por no pulverizarme automáticamente/ cuando algún conocido se me cruza/en la calle (…) ”Y, más adelante en el mismo poema:“claro que deberían/darme un premio/por aguantar tan bien/al animal/horrible/que tironea y quiere salir de/mí cuando me preguntan/como si nada/ cómo estás?”
De mis favoritos, son los momentos de una belleza simple, tranquila. Como cuando dice: ”En la cuadra en la que vivo /cuanto más de cinco limoneros/ desde mi balcón.//Quisiera hacer un solo color/con todo eso. //O una pregunta perfecta”. O cuando compara el sonido de su felicidad con la de un afilador: “Tengo un cantito/ sin palabras/para cuando estoy muy contenta// Me acabo de dar cuenta:/ es muy parecido/ al turirurirurí/del afilador que pasa”
La inocencia y el exceso se acompañan en estos poemas en los que el lenguaje desfila como cantando. A ratos por lo bajo, a ratos a los gritos. En un puñado de versos puede concentrarse la espera, la expectativa: “Un corazón italiano como el mío /no puede menos que servir/ en el plato/ mucho más de lo que se puede comer/ sin empacharse”. Para luego agregar: “Ahora estás mirando ese plato/ de frente/ con los cubiertos limpios/sobre una servilleta blanca.”
Tres subrayados más, en un poemario que enmarcaría completo, que me gustaría aprender y recitar de memoria:
Este es mi año nuevo:/ no te necesito, diciembre. Hice todo bien, /hice todo mal. /La felicidad es una cosa muy precisa/ que no hace tanto ruido como pensábamos.
Y, en el mismo poema:
Hay una foto de Pizarnik en mi cocina, ella mira las hornallas./ Me gusta echarle la culpa/ de todo lo que se me quema (…)”
Por última, otra reflexión magnífica de animal eléctronico, del bestiario de todo lo que nos duele: “EL AMOR ES UN TORO MECÁNICO DEL QUE NADIE SE BAJA CON ELEGANCIA. / Una atracción de feria/ abandonada,/ desafiando la intemperie". Y es que, en los poemas de Tentoni, y probablemente en la vida misma, el amor es una planta que se muere a pesar de todos los cuidados.
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