miércoles, 5 de septiembre de 2012

7698.- ERIKA REGINATO





Erika Reginato Muñoz

Caracas, VENEZUELA 1977. Licenciada en Letras de la Universidad Central de Venezuela. Publica su primer libro de poesía Día de San José en 1999 con la Editorial Eclepsidra y en el 2004 el ensayo Cuatro estaciones para Ungaretti. Ha colaborado con diversas revistas literarias venezolanas como en la Revista Nacional de Cultura, Poesía, Pax, Trapos y Helechos y en la antología del programa radial La maja desnuda. Ha trabajado en la Semana Internacional de la Poesía que organiza la Casa de la Poesía Pérez Bonalde en Venezuela como traductora del italiano de los poetas Milo De Angelis, Alessandro Ceni y Davide Rondoni. Escribe para el semanario A-Nexus, una página dedicada a la poesía (suplemento cultural encartado en el periódico caraqueño La Voce D’Italia). Sus viajes constantes entre Venezuela e Italia se realizan para establecer un contacto directo con el estudio de la poesía del segundo Novecientos italiano y la traducción de los más destacados autores. 
Entre sus libros se encuentran: Día de San José (1999). Campo Croce. Antología poética 1999-2008. (Caracas, 2008). Publicó el volumen de ensayo: Cuatro estaciones para Ungaretti y traducciones como Caminos de agua. Antología de poetas italianos del segundo Novecientos y El trazo infinito del universo. Antología de la poesía italiana contemporánea.





Día de San José

Padre
estoy en el país de tu infancia,
en el frío,
en el idioma de tu niebla
con el vapor de las ráfagas de los trenes. 

Camino con las manos arrugadas
sobre el río. 

Te escucho
correr en las calles
entre cimientos de oro,
navegar sobre el arroyo,
apartar la nieve de la cima. 

Si sólo me pudieras
acompañar en el sofá,
tocar los hombros,
dar una lámpara
para iluminar los rieles de regreso,
entonces cerraría los puños
caminaría más rápido
hasta entrar en la estación. 

Padre
dame un poco de tu trigo,
déjame ver tus pies.

[Del poemario Campo Croce]
                                                                                                                      





Levedad

Piernas entrelazadas en un sueño. 

¿Quién conoce
las sábanas de un muerto,
el alivio del agua,
su mano arrugada en la angustia? 

¿Quién siente el escalofrío en su cuello? 

Una madrugada de lluvia
cuando los pájaros cantan despacio
nuestros nombres,
sentimos la seguridad de tocar el vacío,
palpar lo desconocido
bajo el temblor de las horas. 

En ese instante,
una pintura de Chagall
vuela por la ciudad. 

La boca seca 
te anuncia.

[Del poemario Campo Croce]






LA GRAN MADRE                                                                   

1

La Gran Madre
solo vive
la brisa de las terrazas,
sola ama
el rumor nocturno de la ciudad,
la mañana en la que cantan
los pájaros a ras del suelo.

Ama
el verde del trópico,
las orquídeas
en plaza de las Tres Gracias,[1]
las fuentes que sostienen  las
ninfas de Narváez.[2]

Ama la luz detrás de las ventanas,
recibir cartas de otros continentes
en idiomas antiguos.

La Gran Madre
escribe sobre las ramas
el tiempo de las nubes
con trazos dorados.

Ella resguarda el aroma
de la canela y el café,
entiende que el amor
es color crema,
es espeso y viaja en una postal.



2

La Gran Madre
vuela como una mariposa
en el fondo del agua.

Todo está allá.

Es el insólito mundo de las olas de Yemayá,
en los ríos amarillos de Oshun,
en el sol rojo de Shango.

Todo es vida.

Al principio se reconoce la raíz.

Mi abuela conoce los caminos,
sus cabellos blancos como las cimas
son montañas,
cascabeles agitados
en la plenitud del mundo.

En las tardes de verano
la Gran Madre
es la tierra de donde vengo
donde iré.

Quizás el agua que cae de sus brazos
sea el horizonte sin limites
que hace del viaje en barco
la única riqueza.

La Gran Madre es una emigrante
hecha con perlas y corales
es un poco de arena del caribe,
es un poco de azul Mediterráneo.

                                                     Esfumo las escamas
                                                     de los peces
                                                    con una tiza pastel.             


(estos poemas inéditos se leyeron en el marco del festival: “Los Colores de las mujeres”, en Thiene, provincia de Vicenza, Italia, junio, 2012).





Retorno                                                                                
                                           
Es el avión de retorno
el que nos acerca al cielo.

Aquí nadamos como los peces:
un grito escucha y ofrece la voz.
Es el latido cómplice
que anula el peso.

La ventanilla ilumina el mundo de los muertos,
las nubes descubren el silencio.

El destino
es una línea recta llena de espuma.

(del libro Campo Croce. Monte Avila editores, Venezuela, 2008)






La Piedad de Canova

Es en la Piedad
donde veo las incisiones de tu cuerpo,
los brazos sostener la luz                                                                                                      
a la hora más blanca.

Escucho el trabajo del cincel
en las aldeas.

Recuerdo el humo del hierro fundido
las escaleras estrechas
que conducían a la lectura de la cúpula.

Magdalena reza,
esconde su rostro
entre las manos.

(del libro Campo Croce. Monte Avila editores, Venezuela, 2008)



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