Robert Gray
Nacido en 1945 en Port Macquarie (Nueva Gales del Sur-AUSTRALIA), Gray es un poeta que trabaja - diríase que en ocasiones hasta la extenuación - con imágenes, y con nitidez y primor inusitados consigue transmitir la lucidez de su pensamiento. Con sus poemas su intención es primordialmente compartir sus experiencias del mundo con el lector, sin afán de oscuridad ni superioridad intelectual, lo que en otros poetas resulta ser aparatosamente pedante. Es por este motivo que su recurso poético preferido es la comparación, en tanto que la comparación atrae un objeto hacia otro con la intención de definirlo, sin oscurecerlo ni emborronarlo como puede suceder con la metáfora. Su pieza más llamativa con temática medioambiental es ‘Flames and Dangling Wire’.
Llamas y alambre colgante
Una carretera que cruza el marjal.
Torcemos a un lado, el humo surge de diferentes hogueras,
como unos dedos extendidos y arrastrados que todo lo embadurnan.
Es el vertedero, siempre en llamas.
Detrás, la ciudad,
hincada como estacas en la tierra.
Un ánade se alza por encima de este cenagal,
una tortuga avanza por la orilla de estas Galápagos.
Nos metemos por un camino de grava,
que nos acerca al vertedero. Reverbera el aire,
como en un espejo barato.
Cubre el sol caliente una neblina.
Lejanos, los edificios quedan ahora como estampados en el humo.
Hemos llegado a un paisaje de latas de hojalata,
de coches como cráneos,
que da vueltas con las formas de unas dunas de arena.
Entre estas de calor vastas láminas grises plásticas
unas sombrías figuras
parecen ocupadas en identificar a los muertos -
son los ordenanzas, visten mono y anteojos,
que arrojan al fuego humedecido la basura.
Un humo amargo
se arrastra por todas partes,
fino, como un cordel. Hay otros que se mueven - los carroñeros.
Tal como en el infierno los demonios
podrían hurgar en nuestras almas, buscando jirones
de un apetito
con el que estimularse,
así estas formas
parecen deambular abatidas, con una eternidad
donde pudieran tal vez encontrar
una sensación peculiar.
También nosotros nos bajamos y nos movemos.
El hedor es enorme,
con su estallido nos reseca la boca:
toneladas de periódicos pudriéndose, colosales ovillos de tela rumiados...
Y de pie, desde donde veo el espejismo de la ciudad,
advierto que estoy en el futuro.
Esto es lo que habrá cuando el hombre haya partido.
Estará compuesto de cosas que funcionaban.
Un operario levanta porquería irreconocible
con un rastrillo, la lanza a las llamas:
algo se agita en el aire
como un trapo alzado en ‘La Balsa de la Medusa’.
Nos acercamos a él a través del humo,
y por un instante parece aquel espectro de la larga pértiga.
Es un hombre, que se seca los ojos.
Cualquiera que trabaje aquí tiene que llorar,
y hablamos. Tiene los ojos tan humedecidos
como una almeja, y enrojecidos.
Sabiendo tanto como sabe sobre nosotros,
¿cómo puede evitar odiar a los humanos?
Sigo adelante, y advierto una vieja radio, que derrama
sus alambres colgantes -
y veo que, en algún lugar, las voces que transmite
continúan viajando,
derrapando, cribadas, alrededor del arco del universo;
y con ellas, las risas relincho, y el Chopin
que fue sonido de telón, que se alzó
una vez, hasta una luminosa costa.
Poesía ecologista australiana:
Por Jorge Salavert Pinedo
El poema se desarrolla en dos niveles, los cuales, si bien podrían parecer antagónicos, son en realidad complementarios, uno propiamente realista y otro profundamente simbólico. Es una dualidad que refleja y reafirma la interdependencia que a fin de cuentas tienen siempre todas las cosas en el espacio y el tiempo.
Gray describe la existencia de las personas y animales que han hecho del vertedero su medio de vida, al tiempo que nos presenta la idea del mundo moderno, post-industrial, repleto de basura y desperdicios. El poeta nos sitúa en este horrendo lugar con pocas palabras:
Una carretera que cruza el marjal.
Torcemos a un lado, el humo surge de diferentes hogueras,
como unos dedos extendidos y arrastrados que todo lo embadurnan.
Es el vertedero, siempre en llamas.
Detrás, la ciudad,
hincada como estacas en la tierra.
Como ha señalado el también poeta Geoff Page (2006), ‘Flames and dangling wire’ podría parecerle al lector un poema profundamente deprimente, puesto que con bastante crudeza nos presenta lo que en un futuro - no muy distante - podría dejar tras de sí la especie humana. En palabras de Page, el vertedero constituye “a kind of archaeology waiting to happen.” Es un lugar aterrador porque lo habitan seres de aspecto infernal:
Tal como en el infierno los demonios
podrían hurgar en nuestras almas, buscando jirones
de un apetito
con el que estimularse,
así estas formas
parecen deambular abatidas, con una eternidad
donde pudieran tal vez encontrar
una sensación peculiar.
Pero la escena denota mucho más que un basurero. Es también un lugar en el que el futuro de la humanidad puede llegar a confluir con el presente. Constituye una virulenta crítica a la sociedad de consumo, que se está consumiendo a sí misma. Aunque el poema sitúa el vertedero en una de las grandes metrópolis australianas, no cabe duda alguna de que la denuncia de Gray tiene carácter universal. Gray no intenta en ningún momento escatimarnos lo repulsivo del vertedero, un lugar infernal donde figuras sin apenas características humanas transitan en medio de un humo cegador y emisiones intolerables:
El hedor es enorme,
con su estallido nos reseca la boca:
toneladas de periódicos pudriéndose, colosales ovillos de tela rumiados...
Y de pie, desde donde veo el espejismo de la ciudad,
advierto que estoy en el futuro.
Esto es lo que habrá cuando el hombre haya partido.
Estará compuesto de cosas que funcionaban.
Un operario levanta porquería irreconocible
con un rastrillo, la lanza a las llamas:
algo se agita en el aire
como un trapo alzado en ‘La Balsa de la Medusa’.
Gray identifica al operario del vertedero con la temida figura mítica de Caronte. Es uno de los muchos demonios que van rebuscando entre las almas de los muertos, en pos de algo que ulteriormente pueda azuzarles el apetito:
Nos acercamos a él a través del humo,
y por un instante parece aquel espectro de la larga pértiga.
Es un hombre, que se seca los ojos.
Es el humo del vertedero el que le arranca lágrimas al operario. Sin duda alguna, el odio sería una reacción natural a los que causan este colosal deterioro, nos dice Gray. El poema impacta por las imágenes que nos transmiten una sensación de violencia, y por el sentido de avaricia con que el ser humano impone su modo de vida sobre la naturaleza. Así pues, el vertedero viene a simbolizar las secuelas de una enorme catástrofe, en un lugar donde los que acuden al rescate buscan víctimas y otros se limitan a identificar restos. Los que buscan y rebuscan entre la basura forman parte de una gran metáfora de la muerte, con ecos puntuales del infierno de Dante. Las referencias a lo dantesco no son casuales ni gratuitas: el vertedero simboliza el horrendo fin que aguarda a la humanidad, rodeada y enterrada por sus propios desperdicios.
Page (2006) apunta que en con su impacto muy intencionado, el poema dista mucho de ser caótico, pues su desarrollo narrativo tiene asimismo un fino sentido de lo inevitable, y las imágenes finales, desarrolladas a lo largo de dos estrofas
Sigo adelante, y advierto una vieja radio, que derrama
sus alambres colgantes -
y veo que, en algún lugar, las voces que transmite
continúan viajando,
derrapando, cribadas, alrededor del arco del universo;
y con ellas, las risas relincho, y el Chopin
que fue sonido de telón, que se alzó
una vez, hasta una luminosa costa.
nos dejan la sensación de haber completado un viaje. En última instancia, la cuestión primordial sería saber a ciencia cierta adónde nos ha llevado (o nos ha de llevar) ese incierto periplo.
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