Patricia L. Boero (Argentina), Poeta. Dirige la revista Zona Moebius y es autora de tres libros de poesía aún inéditos.
En vela
Dejó a la sombra
confiar su sigiloso movimiento de fuga
—mira el oleaje y su dirección interceptada,
mírame no mirarte—
al perfil improbable de una costa de plata.
Allá no hay nada, dijo, nadie
más que sueño, prolifera extraviada
la espuma del sentido, guijarros cual indicios
de sucesivas fundaciones
—allá no alienta mi palabra.
Dejó encallada la deidad que distingue y separa
música de aire vibrante, cuerdas de canto,
tañido de campana, hasta llevar al mundo
a su condición de observatorio.
De él, solo entre verbos ásperos,
la lengua desatada y dulces juegos
si atravesado el pórtico
bajo tierra durmieran hálito y verdores,
si entregado a un vislumbre
sobre extendida sábana la selva lo asediara.
Para la tenue huella de luz que ahora enciende
la procesión nocturna de los peces,
la práctica del sol es un don sustraido.
Mas en este palacio de agua muda
la marea hecha cielo dispone el íntimo refugio
de un antiguo jardín petrificado
donde hundir el sedal.
El cebo de toda esa blancura
he de ser yo.
Karesansui
Se cumple la heredad, se abren los puentes
al instante abismal y a la carrera
por ínfimos crepúsculos el día se abandona
como el agua en la estela
del cántaro del mar.
Todo se ha de borrar del predio de los dioses:
la plegaria y las cuentas,
los cristales finísimos que sostienen las aguas,
el deambular de sangre de peces invisibles.
Todo se ha de borrar menos la arena
y en la arena la flor y bajo los jardines
la tenaz insurgencia del río y sus palacios.
Los hábitos de sombra se adormecen.
Con letras diminutas sus móviles terrestres
desagotan el tiempo.
Cuarto Creciente
El mundo es este campo sumergido
en barro elemental y frutos rojos.
Linaje de intramuros que no brinca la cerca.
El arte del sujeto al enigma vacío del letrado.
En salas de inmensa claridad
concurren las miradas como en el pueblo el roce,
la música interdicta y un largo territorio
de promesas.
Afuera el aire escupe expertos,
señas particulares y el rostro impresentable
del venal estadista.
En la colonia la noche suelta sus caballos de plata
mientras el miedo atávico a lo oscuro
organiza el desdén
del ciudadano.
Adentro es también vástago de sombra.
Excursiones al campo
El asco tiene rostro y se enmascara
de legítimo ardor.
Afuera llueven restos de un orbe miserable.
Adentro, en la colonia, los ojos se uniforman
por obra del dictamen.
Una rara hermandad surge del fuego,
la innegociable luz niveladora.
Por la indistinta gracia del cerrojo,
relicario común,
el cuidador se alinea con la suerte
de la pieza cobrada en cacería.
Se incluye en el recuento como un fiscalizable.
Los índices ordenan las fronteras
hasta que el hambre de un oído
derrumba la estadística.
En la colonia, la piel de todo el mundo se parece.
De allí la conclusión.
La piel es superficie del estigma.
Y el mundo
es este campo.
Excursiones al campo / 1
En la colonia el viento comparece.
Filtra el aliento de súplicas comunes
la roja simetría de la puerta metálica.
El blanco rebautiza
con brevedad contigua
y destreza observante del detalle
cada perfil novicio dado a nacer
de nuevo.
En este apartamiento
algo se precipita.
La historia en el susurro de entretiempos
muestra vértices romos.
Vigía y confinado pueden morir de asfixia
con notable igualdad
también el niño —que visita a su padre—
cuyo patio de juegos
termina donde se alza el filo del perímetro.
Adentro es también mundo ajusticiado
cuchillos para el pan y para el duelo
y una legión de penas que no traspasa el muro.
Adentro es sombra anónima.
Afuera purísimos pastores alientan los espasmos
de nobles ciudadanos con prontuarios sin mácula.
Preparan una guerra
dudosamente santa.
El asco tiene rostro.
Viajar de noche
Desde hace semanas tengo un sueño recurrente.
El argumento cambia, la circunstancia, el escenario.
Sólo una constelación de elementos permanece. Y una impresión de extranjería.
El sueño se relaciona con 'Oculto entre las hojas'.
No lo escribí este año.
Este año es el sueño lo escrito.
Oculto entre las hojas
Soy el tenzo
hago el hielo, la hoguera
el vibrante deseo de las bocas.
Libro un diestro combate
contra la cifra exacta
de la muerte.
Persevero en sus huecos,
disminuyo
hasta rozar al animal oscuro
del antiguo jardín
la niebla luminosa.
Conozco el hambre
elemental, la sed callada
y el puntual desconcierto
de los hombres.
Soy el tenzo
y traiciono.
Abrí hacia el cielo
el pecho de mi último señor
le di a beber el agua del soldado
un suelo de arrozal
donde no se posaran
las aves migratorias
con ajenos decretos
y mi perdón magnánimo
hundí el cuchillo
hasta alcanzar su verde corazón
y vi saltar mi sangre retenida
en el perímetro
de vuestras prescripciones
yo fui el ajeno
su hermano
su testigo.
El tajo eran mis ojos.
Aún duelen en mi carne
las rosas que comimos
las flores que aguardaron
la estación de los justos
y vivieron cercadas
en el huerto
por nuestro miedo
a la belleza.
Soy el tenzo
y desnudo
mi naturaleza verdadera
ante vosotros
mis fiscales
mis árbitros purísimos
mis reincidentes muros.
No espero en vuestra luz
sino en aquella herida.
El despertar
I
Pequeña y extraviada flor de invierno
donde anidan las aves de los nombres:
Miho que se hunde en la suave neblina de la estera,
Miho en el mar atravesando el pórtico del agua,
Miho de cuya herida la niña hace cordel,
mientras devana frágiles vellones
y ovilla tres palabras en una lengua extraña.
II
Monótono es el hambre del soldado
dormido en la estación,
a quien juré el secreto de los árboles
y la renunciación al salto de la yesca
en la pupila con que miro llover.
Del diario que guardaba
tomé la senda del claro deambular
en los rincones, polvo, ceniza,
pátina del tiempo, el emergente idioma
de los astros y el desvarío extático
ante el llamado de no olvidar el rostro
de quien se acuarteló.
III
Nunca moriste en mí como deseabas
morir entre el batiente revuelo de los pájaros.
Nunca en un firmamento más alto
que tu frente, tu propio corazón,
tu mano propia.
IV
Pero yo escribo
y habito un precario continente
de inmutable piedad donde la flor que cae
es mi cabeza.
V
En ese tren conviven las balas con la suerte.
La vía he sido yo.
También el blanco.
VI
Pasaron los inviernos de la desesperanza
como pasó la furia de la luz, el brote en el tejado
y las ofrendas del desasimiento.
Ante mí cayó la humana desazón
y el haz de espigas que enlazó el signo de la voz
con las arenas.
Pero recuerda siempre que es sólo un ejercicio,
no lo olvides jamás,
de la mano que aprieta la garganta,
señalar horizontes para reconocerse.
VII
Entonces, no hables, no dictamines ni pronuncies, Miho,
palabras como esquirlas sobre un campo de nubes,
al ojo exacto revélale la gracia de los goznes sutiles
que sostienen la puerta de tu rostro.
Tú, a quien el tallo frágil enseñó el abandono
que alienta en los dominios
de toda quebradura y el afán de la seda
en patria de puñales.
Tú, la que ha desembarcado del desdén,
no digas nada.
La luna no responde como espejo.
La luna no responde.
VIII
Llevo bajo los párpados la insignia del jardín,
el verde instante de la enajenación,
las briznas arrancadas
y el cancionero leve del palacio
donde el ciego trenzó
relatos de países cercados por la lluvia,
emblemas, monumentos, ajenas efemérides
y el silencio final
por todo cántico.
IX
No decline tu olvido ni tu amor
ni en duermevela decline tu
cansancio.
No lo olvides jamás: el daimon de la letra
exige que te eleves hacia abajo:
del tropiezo casual a la sentencia,
de la aurora hasta el limo.
Y que seas extremos
porque sólo lo extremo
se puede condenar.
X
Partida por el sol, la flecha tuerce
el tránsito inminente hacia el pronunciamiento
y se clava en la noche
donde la mano enciende
una ausencia salvífica.
XI
Detrás de los cristales donde estalla la luna
se guardan los misterios de dioses abatidos,
los restos de la joya:
Miho que se deshace en la leve llovizna del invierno,
Miho en la luz difusa de invisibles linternas de papel,
Miho de cuya espera el aire ha hecho jirones
mientras ahogan las aguas su memoria
y deslavan los trazos y el perfume
de la última estación
antes del sueño.
Patricia L. BoeroPatricia L. Boero, poesía
WEB DE PATRICIA L. BOERO
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PARTITA «...x... omnia»
Nº 2
Otoño 2000
PARTITA
«...x...omnia»
con anotaciones al margen
Cuando cierre y
cubra este fanal
tan resguardado
(golpe seco)
por huesos, madre blanda,
irrigaciones, hemisferios australes,
y el compendio de siete pasadizos
abiertos en el muro
de un pozo sin brocal coronado
por muelles sedas rojas
(o acaso violines, violas,
violochelos violeta)
y la columna que planea
fugarse de este a veces
resplandeciente paraíso
y otras asilo de concreto
cárcel del ser
(sirenas ululando)
al fin se queden llanos
y vengan a despoblarme
del asiento que urdí
para comer a salvo
de las quejas, reproches
y rencores, fuera de juego
la vana mercancía
para azuzar de vez en cuando
(chasquido de lenguas,
látigos, splash de baldes
de agua fría)
y este mundo se pliegue
junto conmigo como un animal
de vieja data que sabe que las uñas
se liman al llegar a los ojos
(incursión descriptiva: ladrido,
perro desactivado por el sueño,
hijo de lobo
mestizado con ángel,
alta proporción de espera,
desafinaciones ad hoc, perro a secas
mejor, harto de la manada)
y la tela raída hable del último episodio
de arrebato furioso
(timbales)
o de la breve tregua entre dos
frentes de batalla
(trompetas,
triángulos,
flauta travesera)
y los nudos sean firmes ataduras
a la pata de la cama
sumados a otros nudos que se extienden
desde allí a la ventana y desde ésta al patio
de la casa vecina desafiando la altura
de mi propio terreno
(celesta)
donde hay dos recipientes con agua y pan
y a veces nada
(silencio de negra)
y en el techo del cuarto la nieve
se desprenda como cal y entre la nieve
flores
(andante)
y el papel de la pared, firmado a fuego,
se ponga a resaltar las iniciales
hasta hacerlas sangrar
(maestoso con brío,
atacan las maderas)
y caigan brazaletes
(plaf)
hasta hacerlas sangrar
(maestoso con brío,
atacan las maderas)
y caigan brazaletes
(plaf)
que llevan en su extremo
el último decálogo aprobado
(cantus firmus)
para mellar la rebeldía de las fieras
que guarda el inventario
hasta hacerlas parir una tórrida jungla
(marimbas)
y no arrecien las voces que malquieren
descolgar mi sonrisa del mástil de los dientes
—flambea labios—
(pianísimo)
la pasión de los lunares
que tengo bien contados desde el techo
hasta el suelo,
(guitarra, clásica, doce
cuerdas, madera de tilo)
la fe en la residencia
del llanto y la sonrisa entre las vísceras
al calor del deseo
(dolce)
la creencia en la mano
que un día hará con otra
la simple ceremonia del saludo
(risas del auditorio,
carcajadas crecientes)
y apague los fantasmas de extraña
pulcritud que me señalan a lo largo del día
lo que debo y no debo celebrar
(ruidos varios, tomados de la realidad
más enconada sangrando al ritmo
de la batuta del director de orquesta)
con una salva de canciones
(amplio repertorio
en tonalidades mayores y menores)
veré,
seguiré viendo
70 veces 7
sin porfiarme,
70 veces 7
sin porfiarme,
(canon)
70 veces 7
sin culpa
ni castigo,
(obstinatto)
70 veces 7
el amor,
(leit motiv)
la manida Palabra
(apassionatta)
cuando cierre los ojos
cuando cierre
cuando
(aplausos,
por favor)
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