sábado, 4 de septiembre de 2010

CLAUDE MICHEL CLUNY [886]


Claude Michel Cluny



Nació en París, 1930. Poeta, novelista y ensayista, es una de las voces más celebradas de la literatura francesa contemporánea. Premio Guillaume Apollinaire y Gran Premio de la Academia Francesa por el conjunto de su obra.

Ha publicado los siguientes poemarios: Désordres (Gallimard, 1965); Inconnu passager (Gallimard, 1978); Asymétries (La Différence, 1985 - Prix Apollinaire 1986); Odes profanes (La Différence, 1989); Poèmes du fond de l’œil (Gallimard, 1989); Œuvre poétique (Œuvres complètes I, La Différence,1991); Un jour à Durban (La Différence, 1992); Poèmes d’Italie (La Différence, 1998); À l’ombre du feu, (La Différence, 2001).

Sus obras traducidas al español son: Los Osoletas (trad. de Aurelia Álvarez y Aurelio Asiain-México DF, Ediciones Heliópolis, 1995); Pastoral Hotel (trad. de Jorge Nájar-México DF, Verdehalago & Universitad Autónoma de Puebla, 1998); Memoria de la sal (trad. de Jorge Nájar - Bogotá, Común Presencia No. 17, 2005); Atacama. La guerra del Pacífico: 1879-1884 (trad. de Mario Zamudio Vega - México DF, Fondo de Cultura Económica, 2006).

Dentro del género de la narrativa destacamos: La Balle au bond; Vide ta bière dans ta tombe; L’Été jaune; Disparition d’Orphée; Sous le signe de Mars. Ha escrito además una decena de libros de ensayo.



ARQUEOLOGÍA

Cuál fue tu rostro,
el tuyo que el tiempo dispone según como
se pierden en el aire signos y verbo
y como vagues en el campo de la memoria,
arcilla esplendor en el que se levanta
el falo vivo del efebo rojo y negro.
En donde madura el arándano
la helada sonríe bajo una luz fina y tranquila.
El carnero padre embiste impaciente
contra la barrera en una vieja polvareda
de tejas rosadas y de olvidadas palabras
las que arrastran sin ruido
los rizos de lana de los corderos,
camino del prado,
entre los restos de la vajilla de Micenas,
la frente seca con el gusto de la sal
de los muertos.


DISTANCIAS

Es asombroso el silencio en ese mundo
sin chatarra ni petróleo. Si no truena alguna
tormenta sólo se oye la voz de la resaca.
Porque el agua está en todas partes,
en charcos, lagos, océanos llanos
y en tediosos canales que cambian
todo el tiempo de sentido y de forma.
Y a menos que ocurra una masacre de osoletas
por una banda de halcones –¡ah el castañeteo
militar de sus picos!—, el silencio es casi absoluto,
un rumor de seda que se arrastra por la arena,
viento que se desgarra triste y dulce.
Soñamos con la era en que en nuestros
desiertos no había ruidos. La tranquilidad
debía picarnos como aquí —¿pero acaso
estuvimos ahí? Impera, y nos estrecha
el corazón como el canto de un navío perdido.
¡Qué ironía pensar en el silencio como si fuera
una melodía! Su silencio tan bello,
ellos no quieren venderlo. Y no les interesa
en nada los tesoros de ciencia que podríamos
ofrecerles a cambio.
Son una raza distinta.
Se callan en cuanto llegamos.
Especie sospechosa, no nos quieren.




DE LOS DIOSES

¿En qué creen?
Allí no hay ni cruz ni bandera.
Sólo el viento por profeta y la noche para dormir.
Se olvidan del cielo sobre sus cabezas,
las tormentas y los estragos. El tiempo,
el viento y sus pasos borran en el acto
las cartas de la ley.
Aman al sol como una cosa necesaria y,
al salir de sus noches lentas, lo saludan;
pero al poco dejan de pensar en él.
El odio y el furor deforman el rostro oculto
de los dioses: truenan desde sus buhardillas
sagradas. Maldicen a la raza y su indiferencia.
Ellos prefieren el anatema… A veces, en verano,
los dioses no pueden más:
invaden un alma en pena y la enloquecen.
Hacen que su boca sea su teatro,
en el que se agitan la injuria, el lamento
y la súplica. Pero al enloquecido la multitud
lo abraza, la multitud lo apaga como se sopla
una lámpara, como uno achica una mecha humeante.
¿Tal vez sea que creen más en el silencio?




GÉRICAULT

¡Retrato del Destino como sordo
(espero que no lo hayas hecho a propósito)!
De pie sobre los estribos
tal vez fueron esos jinetes
al galope lejos cerca de ti
quienes te creyeron Centauro y sin temor
o Sagitario de rasgos celestes
más seguros que las flechas del Tiempo,
todos corriendo hacia la entrada
sabiendo que tu mano sin ninguna duda los fijaría…
Sólo tu montura tuvo ojos para ver ahí un tigre
quién sabe. Y caíste.
Buscar un sueño nos puede matar
Pero tú no lo oíste, ni venir ni sonreír.









Arp incognita

Nada vivo encontramos por ahí; nada, quiero decir, que se traicione. En ninguna parte descubrimos estas estercoladuras, estas suciedades que el reino animal, que es el nuestro, deja detrás de sí. Nada tampoco de estos orgullos ni de estos desastres a los que estamos acostumbrados. Es una bella tierra pura, mineral, bañada por la luz y por un viento tranquilo. Formas singulares se desplazan allí, se encajan, se emocionan, se apaciguan, se separan en silencio, deslizándose en la superficie del tiempo –pesada esfera pulida, oscura y apacible. Formas dulces e imprevisibles, figuras sin rostro, sin accidentes, sin neurosis –mundo liso, armonía que nos rechaza. Arp Incognita. ~


Acantos

Los acantos adornaban el silencio azul del sur. Grandes faldones de memoria se perdían en el mar, y tú. Y de ti me asombraba, y no te reconocía más entre los bustos abatidos a los que el tiempo les había bebido los labios, corazón devorado por la noche.

Supe entonces que los desastres ya no podrían conmoverte. Te habías vuelto el lugar de estos palacios desiertos de bóvedas derrumbadas. Yo había muerto y no lo sabía. ~

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Versiones de Aurelio Asiain.









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