Willy Mckey
(Caracas, VENEZUELA 1980]. Escritor y editor. Licenciado en Letras por la UCV y tesista de la Maestría de Estudios Literarios. Coeditó, junto a Santiago Acosta, del proyecto hemerográfico El Salmón – Revista de Poesía. Su primer poemario, Vocado de orfandad [2007], resultó ganador del premio Fundarte, mención poesía. Es colaborador de la revista de ideas digital www.ProDaVinci.com y ha publicado diversos artículos en el Papel Literario, suplemento del diario El Nacional. Coordinó la Sala Eugenio Montejo y fue parte del equipo fundador de la Biblioteca Los Palos Grandes, de Cultura Chacao, en Caracas.
Ha conceptualizado experiencias como Hemos venido a hablar del otro [presentado en al FIL Guadalajara 2011], la web www.RafaelCadenas.org, Necromenaje a la containerphilia. Tributo a Carlos Contramaestre, los conciertos/recitales Los expulsados de la ciudad y otros performances de escritura. Condujo junto a Luis Yslas la segunda etapa del programa de radio ReLecturas. Fue miembro fundador de la editorial Lugar Común, colectivo al cual ya no pertenece.
Su segundo poemario, Paisajeno, es también una experiencia performática que incluye la autoedición, venta personalizada e intervención urbana. Parte de su trabajo está en las antologías En-obra, hecha por Gina Saraceni [Editorial Equinoccio, Universidad Simón Bolívar. Caracas, 2008] y 4M3R1C4 2.0: Novísima poesía latinoamericana, hecha por Héctor Hernández Montecinos.
BR (2DA.) [UN POEMA DE ESTADIO]
Un hombre que desea estafar al tiempo
tiembla invocando para sí el instante
para ser más feroz, cercano, peligroso.
Es tiempo. Sólo eso: saber cuándo
los dioses viejos premiarán la astucia
en la secreta complicidad del vacío.
Los dos pasos baldíos son un acuerdo,
pacto bilateral, un rito, otra costumbre
previa al esfuerzo vital que es todo asalto.
No son una ventaja, sino un riesgo
para él, para el juego, para todos.
Las señas comunican desde el home
que hoy la mala intención parece buena.
Se ausenta de la caja el pie y el noble
intenta sorprender en la avanzada
al príncipe feliz de los ladrones,
quien se devuelve hartándose de tierra
al escondite claro, a la almohadilla.
Pero en el extravío de la estrategia
el noble necesita un cambio lento
que engañe al swing del frío sexto bate,
sin nada que perder pues nadie espera
que sea él un héroe de esta noche.
Y, ya en el aire, el tiempo se detiene
dejando al buen ladrón unirse al goce
de aquellos que celebran lo que es de otro.
El tiempo en que levanta desde el suelo
el receptor su cuerpo y su esperanza
basta para que un hombre estafe al tiempo.
Es tiempo. Sólo eso: saber cuándo
el reloj será cómplice de un robo
que nos vuelva cercanos, peligrosos,
y nos acerque a casa, tras hurtarle
a la distancia algo de su veneno.
0010.
La conjura será de los vocados de orfandad
—a ellos el gozo taciturno—
somos las ofrendas, nuestras
voces perdidas, el abrevadero,
las aguas del contagio.
Giraremos, balbuciendo hasta acabarnos
la garganta
—la vuelta común, inventaremos
un sonido nuevo, un bramido—
la intemperie del cansancio, atenderemos
el lugar para el rezo
—todo quejido y cada herida
deviniendo plegaria, laudo—
(seré una oración en nombres de ausentes)
Habrá en las raíces algo de beber,
mudos y crédulos entregaremos al pasado
todos los ojos
que cada verso leído sea otro que nos roban
que cada uno carcoma,
que cada lectura sea hurtada,
que lo dicho nos delate torpes de palabra.
Reinventaremos el grito
bajo las pieles curtidas
y nos ungiremos con su sangre negra
y seca
—in absentia, allí nuestro bautismo—
morirán en derredor los roncos,
los infames,
todos sus calcos
expirarán juntos un verso indescifrable
clave de mapas,
cruz de bitácoras,
silencio.
***
Saldremos,
manando de bocas ulceradas agua nueva;
tendremos la fiebre vieja. Frente al fuego
en nuestros pechos tronará un zumbido;
alas de langosta;
gruñidos de manada;
las voces de un ave negra
(serán ecos animales,
reminiscencias para el reposo)
Fe
y alguna palabra tendrá sentido
: lugar
Allí nos llenaremos de verdad, hacer cuerpo,
hacer sombra,
silencio.
El alma en la boca y tendré miedo, hermano:
me tragarás vencido,
me olvidarás temprano,
me disolveré en tu boca.
—yo estaré muy lejos de tu voz, quemándome
en tus oídos, habitando el aire, percutiendo—
(antípodas sonoros, huiremos)
***
Al fondo del abismo, una osamenta
y sobre ella la roca. El altar urgente
huérfano de ungidos
—vencidas las consignas, hoy resucitará
la diosa blanca conjurada por el odio—
(mostraremos nuestros lomos tasajeados
por encima de ella, el dolor, sus sangres,
la calavera fraterna
reconociéndonos en cada pacto antiguo)
Borrarás tu nombre, yo el mío
y una voz ordenará derribarlo todo,
“Ya es la hora
—nos dice—
: se ha cumplido”
nuestra voz.
(Fragmento, mientras se pudren las raíces del primer Hevea brasilensis!)
Divina Poesía, / tú de la soledad habitadora, a consultar tus cantos enseñada con el silencio de la selva umbría,
tiempo es que vuelvas ya a esa culta Europa que tu nativa rustiquez desama.
Mientras, nosotros venceremos.
Haremos un secreto milenario de este nuestro ocio de chicle:
haremos una bomba honda, rosada.
Masticaremos: así usaremos la boca en silencio
masquemos, masquemos, masquemos
como si en la intermitencia se nos fuera la vida
y venceremos.
que el hedor a canela | tutti-frutti no permita
que la idea se nos salga vuelta idea
que ni siquiera entre un nuevo bocado: masquemos, mastiquemos, masticados.
Venceremos, venceremos, venceremos.
Treparemos hasta la insomne epifanía del mamón para decir,
para decir (chupando), para decir (encandilados), para decir (en mamón macho):
Este es el aposento, / testigo de un dolor nunca explicado, del drama fugitivo
de un momento
y en un violento fin inesperado | lanzarnos de cara contra el suelo
porque ni el buen mamón nos ha escuchado;
mas venceremos.
Resolveremos la gran novela común:
daremos cuerpo a las ficciones acordadas
y sin miedo narraremos las noveletas de la patria, de la muerte
porque tenemos épica, señora
porque sabemos exportar ejércitos
y nos aseguramos de que en nuestros billetes
por fin sonrían un negrito, un indiecito, una niñita,
¡tamboré!
perezosos gigantes
junto a otras especies en extinción.
Por eso, con suerte, venceremos.
Vuelve, D. P., a tus ciudades con canal para ciclistas
porque acá tenemos soberanía subterránea
chicle negro y pesado que mueve al autobús, al tanque y al ministro:
venceremos.
Mil perezosos gigantes se han derretido debajo de mi casa desde el Pleistoceno.
Un millar de megaterios abrasados, hidrocarburos, combustibles,
una manada de megaterios vuelta chorro negro, Mene Grande.
Zumaque 1, venceremos.
Ya no habrá alocuciones, D.P., sino comunicados:
memoranda, notificación y último aviso.
No habrá tiempo para leer, usted perdone,
pero lleve el control de las circulares numeradas,
venga mañana a las cinco y pida un número,
hablaremos con usted y con la tierra en lenguas muertas
(pachamamabrasandomegatheriums)
y venceremos.
Nuestra bomba de chicle cooperante, colectiva y vuelta masa
esfera fucsia que explotará contra un zarcillo
punzante, afilado, verde oliva.
No un pendiente… no, señora: un zarcillo
un zar menudito que destella con el dorado de las caponas
y contrasta su tanto verde oliva en derredor:
bomba de chicle, bomba de gasolina, bomba de tiempo, venceremos.
El hombrenuevo tiene 2.000 años
(o un poco más), D. P. 25 siglos, más o menos
(o un poco más).
Venceremos.
Pero todavía no, D. P.
Megatherium, not yet,
not yet.
Not yet.
Espera un poco, un poquito más.
Deja que pase | otro ratito | de felicidad.
“Venceremos, venceremos, venceremos”;
perezosos gigantes: venceremos;
todos, como los megaterios, algún día caducaremos,
de nuevo
expiraremos.
Venceremos. Venceremos. Venceremos.
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