Ramón Gaya
(Murcia, 10 de octubre de 1910 – Valencia, 15 de octubre de 2005)
En un autorretrato de 1959, Ramón Gaya se refiere así a su trayectoria: «Empecé a pintar en 1920, o sea, contando apenas diez años, en el estudio de los pintores Pedro Flores y Luis Garay, únicos atentos, en la Murcia de aquellos días, a cierta universalidad; siete años más tarde -mi pintura de entonces era, según se decía, un cubismo liberado de su prisión geométrica- exponía en París y, lo que es más importante, al contacto directo con los cuadros de Braque, de Rouault, de Matisse -que me habían desilusionado-, rompía definitivamente con esa idea convencional de "arte moderno", llegada hoy como se sabe -a través de su larga agonía snob- a su academicismo y oficialidad» [Sentimiento y sustancia de la pintura, pág. 157]. A la pintura de Gaya, tan personal y lírica, tan al margen de las vanguardias tras su iniciación vanguardista, ha acompañado desde sus comienzos una dedicación literaria que no puede considerarse sólo como un complemento. Colaborador de Verso y Prosa y de otras revistas del 27, Ramón Gaya comienza a publicar su poesía en Hora de España, continuando luego su publicación en revistas del exilio mexicano. Salvo el breve cuaderno Nueve sonetos del diario de un pintor (1940-1979), su poesía no se reuniría en libro hasta 1991. Cercanas al poema en prosa están muchas de las anotaciones incluidas en los diferentes tomos de su Obra completa.
Obra poética
Nueve sonetos del diario de un pintor (1940-1979), Murcia, Chys-Galería de Arte, 1982.
Sentimiento y sustancia de la pintura, Madrid, Ministerio de Cultura, 1989.
Algunos poemas del pintar Ramón Gaya, Granada, La Veleta, 1991.
Obra completa, 4 vols., Valencia, Pre-Textos, 1990-2000.
Bibliografía
Trapiello, Andrés, «Solos de pintura», en Sentimiento y sustancia de la pintura (1989), págs. 13-28.
——, «Ramón Gaya y su poesía», en En torno a Ramón Gaya, Murcia, Museo Ramón Gaya, 1991, págs. 67-89.
VV. AA., Homenaje a Ramón Gaya, Murcia, Editora Regional, 1980.
——, Ramón Gaya, el pintor de las ciudades, Valencia, Generalitat Valenciana, 2000.
Al sufrimiento
De tanto serme estrecha compañía
he llegado a sentirte ya tan mío
que peor que tú mismo es el vacío
que me queda sin ti. Yo te querría
apretado a mi pecho todo el día
por no quedarme a solas con el frío
de ese lago parado y tan sombrío
que es vivir en la nada. Sufriría
más aún, ya lo sé, pero un consuelo
en el propio sufrir quizá nos nace
como una leve flor allá en la arena.
Me lo has quitado todo, tierra, cielo;
déjame sin embargo que te abrace,
que todo cuanto he sido está en mi pena.
A mis amigos
Como si hubierais muerto y os hablara
desde un ser que no fuese apenas mío;
como si sólo fuerais el vacío
de mi propia memoria, y os llorara
con una extraña pena que oscilara
entre un cálido amor y un gran desvío;
como si todo fuera ya ese frío
que deja un libro hermoso que cerrara
sus páginas sin voz; como si hablaros
no fuese como hablar, sino el tormento
de ver que hasta sin mí mi sangre gira.
Sólo puedo engañarme y engañaros,
hacer como que estáis, como que os siento,
cuando el mismo miraros ya es mentira.
Aquí está, con nosotros
Aquí está, con nosotros,
apretándonos fuerte
como un lago, el ahora,
el momento presente.
Es igual que una estatua,
nos anega en presencia,
nos impone verdades,
nos envuelve en su piedra.
Aquí está, pulso a pulso,
este ahora tan firme,
casi fijo, durando
más que el ser que lo vive.
Aquí está; nada somos
en sus manos de hierro.
Mientras dure el presente
todo es vida, no es nuestro.
Vuelto hacia sí
A Cristóbal Hall
Era todo ignorancia
luminosa, y había
como un huerto confuso
derramado en la vida.
Cada cosa era un friso
que adelanta los brazos
entreabiertos, carnosos,
y se vuelve a su mármol.
Todo estaba tan cerca
de expresarse, que el suelo
era igual que una historia,
y el estío era un templo.
Pero no, no eran seres
como símbolos pobres,
eran cosas colmadas
de sí mismas, sin nombre.
Y de pronto, aquí están:
son los hechos totales,
los relieves, los actos,
son, por fin, las verdades.
Ya no estamos nosotros;
el vivir es quien gana,
quien consuela a pedazos,
quien se hunde y se alza.
-357-
Comprendemos entonces
que la dicha y la pena
sólo son realidades,
una misma materia.
Conocer una cosa
es igual que alejarnos,
es perderla del todo,
destruirla en las manos.
Y de pronto, se sabe
que hay ventanas adentro,
que hay un brote, un origen
acallado en el pecho.
Vuelve a ser ignorancia,
vuelve a ser como un huerto.
El Tévere a su paso por Roma
El Tévere se extiende como el brazo
de una madre cansada y perezosa;
sus aguas son de carne entreverdosa
y es blando el ademán, antiguo el trazo
de esa línea curvada de su abrazo;
no es un río presente, es una fosa,
es una tumba viva y temblorosa
que va hundiéndolo todo en su regazo;
y el pescador inmóvil, silencioso,
el froccio casi lírico, la rata
repentina, las putas ambulantes,
un pájaro saltando, un cane ocioso,
un lujo de basuras -vidrio, lata-,
le bordan dos orillas delirantes.
Velázquez
Mucho ha sido borrado por su mano:
lo ideal, lo perfecto, la belleza;
la misma fealdad, con su tristeza,
se ha disuelto en el aire soberano.
Un lujo de pintura -veneciano-
ha querido perderse en la justeza.
Topamos con lo externo y la pobreza
de la vil superficie, el rostro vano,
la fachada de todo, lo aparente.
¿Sólo ha sido copiada y respetada
la sorda piel del mundo aquí presente?
Parece que estuviera -bien pintada-
la simple realidad indiferente;
pero el Alma está dentro, agazapada.
De pintor a pintor
El atardecer es la hora de la Pintura.
Tiziano
Pintar no es ordenar, ir disponiendo,
sobre una superficie, un juego vano,
colocar unas sombras sobre un plano,
empeñarte en tapar, en ir cubriendo;
pintar es tantear -atardeciendo-
la orilla de un abismo con tu mano,
temeroso adentrarte en lo lejano,
temerario tocar lo que vas viendo.
Pintar es asomarte a un precipicio,
entrar en una cueva, hablarle a un pozo
y que el agua responda desde abajo.
Pintura no es hacer, es sacrificio,
es quitar, desnudar; y trozo a trozo,
el alma irá acudiendo sin trabajo.
Para el crepúsculo de Michelangelo
I
Parece que llegaras, desasido
del cuerpo de la piedra, a doblegarte,
a pasar de este lado, a formar parte
de este mármol de acá, más dolorido,
que es la carne del hombre, y convertido
ya en un ser como todos, recostarte
-rota ya la materia, roto el arte-
en tu propio desnudo atardecido.
Parece que vinieras, liberado
de lo eterno, a mezclarte con los otros,
a caer en la vida y disolverte.
Al borde de un abismo te has quedado:
ya no puedes bajar hasta nosotros,
ni a tu centro de piedra devolverte.
y II
Te quedas en lo alto, suspendido
-como un duro celaje ensimismado-
y parece que así, más sosegado,
ya no quieras bajar, que arrepentido
de ser vida o ser mármol sin sentido,
quieras ser ese enigma apretujado,
ese nudo, ese nudo entrelazado
de piedra y animal; así tendido
en la tímida curva de un declive
-como un cielo parado y consistente-
se diría que callas, perezoso.
Eres algo que vive y que no vive.
Ni eterno ni mortal: eres presente
sucesivo, ya quieto, aún tembloroso.
[Algunos poemas del pintor Ramón Gaya]
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