Guillermo Díaz-Plaja
(Manresa, Barcelona, 1909-Barcelona, 1984)
En su libro autobiográfico, Retrato de un escritor (Barcelona, Pomaire, 1978), ha escrito Díaz-Plaza: «¿Historia de un fracaso? Hasta veinte volúmenes alcanza, en la hora actual, mi producción poética. Bien puedo decir, pues, que es una "constante" de mi quehacer literario [...]. No busquéis mi nombre en las antologías de los primates de nuestra lírica contemporánea. No está. Y no será porque no haya superado la habitual barrera de "clandestinidad" en la que nuestros usos editoriales colocan a la producción poética [...]. Tres libros de carácter colectivo, Poesía junta (1967), publicada por Losada en Buenos Aires, Poesía en treinta años, editada por Plaza y Janés (1972), y Atlas lírico y Conciencia del otoño (1975) hacen imposible cualquier excusa por falta de difusión. Una clasificación, pues, como poeta de segunda división, no tiene paliativos. ¿Qué vamos a hacerle?» [págs. 215-216].
De acuerdo con Juan Bautista Bertrán, el autor encuentra cuatro líneas en su poesía. La primera estaría representada por los libros Intimidad, poesía (1946), Vacación de estío (1948), Las llaves (1965) y Conciencia del otoño (1975). «Su temática es la vivencia interior, en la vía sentimental, familiar (con dos centros temáticos: esposa, hijos), y en la meditación del paso del tiempo» [pág. 216]. La segunda «línea de sentido» de la poesía de Díaz-Plaza giraría en torno a lo que él llama «actitud ante la eternidad» y podría definirse como poesía religiosa; estaría integrada por los libros Vencedor de mi muerte (1952), Belén lírico para este año conciliar (1966) y, parcialmente, El arco bajo las estrellas (1965). Bajo el epígrafe de «gozosa posesión del mundo» agrupa Díaz-Plaza su poesía viajera, integrada por libros como Poemas de Oceanía (1972), Poemas en el mar de Grecia (1975) o Poemas y canciones del Brasil (1974). Como «juegos retóricos» califica la última línea de su poesía (representada por Los adioses, Entre su arranque y mi mano o Zoo), en la que predomina el componente lúdico junto al culturalismo.
«Para nosotros, las gentes de mi edad, los poetas de la generación del 27 eran como los hermanos mayores. Diez años de diferencia cronológica, cuando se tenían veinte años, eran una cifra muy considerable, porque -desde la tímida mirada nuestra- los que integraban ese grupo poético se nos aparecían como maestros, cuyas banderas -vanguardismo, pureza estética, arte de minoría- seguíamos entusiastas» [pág. 158].
Obra poética
Primer cuaderno de sonetos, Cádiz, Isla, 1941.
Las elegías de Granada, 1945.
Intimidad, poesía, Barcelona, La Espiga, 1946.
Vacación de estío, Madrid, Adonais, 1948.
Vencedor de mi muerte, Madrid, ínsula, 1952.
Homenaje a Andalucía (Segundo cuaderno de sonetos), 1953.
Los adioses, Barcelona, La Espiga, 1962.
Las llaves [Les claus], Barcelona, La Espiga, 1965.
La soledad caminante. Poemas de América del Sur, Málaga, Ángel Caffarena, 1965.
El arco bajo las estrellas, 1965.
Zoo, Málaga, «Cuadernos de María José», 1966.
Belén lírico para este año conciliar, Málaga, Ángel Caffarena, 1966.
Poesía junta (1941-1966), Buenos Aires, Losada, 1967.
Poemas de Oceanía, León, Provincia, 1972.
Entre su arranque y mi mano (poemas ecuestres), 1972.
América vibra en mí, Madrid, Instituto de Cultura Hispánica, 1969.
Poesía en treinta años 1941-1971, Barcelona, Plaza & Janés, 1972.
Poemas y canciones del Brasil, Madrid, Ed. Cultura Hispánica, 1974.
Poemas en el mar de Grecia, 1975.
Conciencia del otoño, Madrid, Arbolé, 1975.
Atlas lírico, Barcelona, Plaza & Janés, 1978.
Bibliografía
Bertrán, Juan Bautista, «Guillermo Díaz-Playa, poeta», en Poesía en treinta años 1941-1971 (1972), págs. 9-51.
Cruset, José, Guillermo Díaz-Playa, Madrid, Epesa, 1970.
Santos, Dámaso, Conversaciones con Guillermo Díaz Plaja, Madrid, Ed. Magisterio Español, 1972.
Antes
¡Oh! ¡No haber leído ningún libro!
Que mi poema fuera sólo
el roce del alma virgen con las cosas.
Como un inmenso párpado que se abre
para que el ojo sepa
que hay rosas de azul y de oro
bañadas en el aire transparente;
como un guante de seda
que hace más sensible al tacto
la frutada dulzura de una mano,
la tibia seguridad de una frente,
la fragilidad de una rosa;
como un sutil micrófono
capaz de dar una armonía de élitros,
un diapasón difícil,
el sonido del sueño,
la voz de Dios;
como una ávida papila
que capte los perfumes más recónditos:
el olor del recuerdo,
el perfume de las cosas perdidas,
el aroma del goce;
como una boca nueva
que paladee lo recién nacido,
los jugos de la vida y de la muerte,
el sabor de lo extraño,
la dulzura del alba.
Y nada más. Sólo
mi presencia en las cosas.
Sólo las cosas límpidas
en mis sentidos claros.
Mundo
Yo también, viejo Walt, quiero cantar la diversidad del mundo:
disparos de evidencia ametrallan mis ojos,
realidades súbitas estallan fulminantes
y el día inventa la belleza del mundo.
Recién nacido de la hermosura de las cosas,
Dios me bendice en su diversidad.
Madurez de verdades:
todas las policromías se sirven a sí mismas
y a la armonía del universo;
los grandes árboles alzan sus catedrales temblorosas
para cegar el fondo insensible de los panoramas;
los ríos con sus fluidos cuchillos
desdoblan los paisajes para mostrarlos invertidos.
Y el dolor de la verdad
contrapesa el vuelo de los sueños.
(Y la horizontal de la muerte
cruza la vertical de la vida.)
[Vacación de estío]
Leandro F. de Moratín
(París, 21 de julio de 1828)
Querido don Leandro: esta neblina
con que París decora tu tristeza,
sella la melancólica belleza
de tu vida angustiada y peregrina.
Porque quisiste diálogo y ternura
sobre la piel de todo exasperada;
porque anduviste solo tu jornada;
porque creíste en la palabra pura.
Tienes aún la mano de un amigo:
otra mano exiliada y sarmentosa
que aquí llegó para morir contigo;
Y en el pecho, la ausencia de una rosa:
ese «no de las niñas», tatuado
sobre tu corazón deshabitado.
[Los adioses. Tercer cuaderno de sonetos]
Se describe al amor en metáfora de caballo
Amor, furioso amor, encabritado
se alza de manos y bracea al viento;
amor de enfurecido movimiento
en mi carrera, amor, desenfrenado.
Amor que hiere el hierro del bocado
espoleado del furor violento,
que a galope tendido da su acento,
desbocado el amor, desesperado.
La despeinada crin, bandera viva,
de tu navío, mástil que colora
del belfo estremecido la saliva,
al ritmo acompasado de su prora,
y sangriento el ijar, muestra rendido
enamorado, dulcemente herido.
[Entre su arranque y mi mano (poemas ecuestres)]
Carta del capitán Cook al presidente de la Sociedad Geográfica de Londres
He aquí, Señor, que navegando
hemos llegado a Citerea:
música
flor, bosque de palmas, pájaros,
dibujan paraísos terrenales.
Dulces muchachas nievan,
al sonreír, la aceitunada
piel que ilumina sus divinos rostros.
Pienso, Señor, que la filosofía
que imaginó la Edad de Oro
encuentra aquí su ejemplo.
Propagadlo
en los discursos de las Academias
y cantadlo con voz de ruiseñor.
Decid a Europa
que el ensueño de un mundo de armonía
tiene existencia cierta en estas islas.
Loado sea Dios, ahora y siempre.
Papeete, a veintiséis de marzo
del año ochenta y ocho de este siglo
de las luces, feliz, que ha confirmado
la redondez augusta de la tierra.
Oyendo cantar a unos muchachos en las Islas Fiji
¿Quién os trajo la música
que os nace en las gargantas? ¿Qué divino
mágico maestro
os enseñó los trémolos
con que desfallecéis como una dulce tórtola
en los arpegios del amor suavísimo?
¿Qué batuta, qué guía puso fiebre,
palpitación, hondura
en la palabra-canto
que se desmaya como una lenta ola en el crepúsculo?
¿De qué honda fontana
manantial argentino, azul penacho
obtuvisteis la altísima
sucesión de la hermosura
que os mana de los labios, rodeando
los rostros de perfume,
como el collar de flor de tiaré
os abraza los hombros?
[Poemas de Oceanía]
Cipreses, columnas
¡Cipreses! Enhiestas columnas de Acrópolis verdes
levantan en lunas de plata sus cálices altos,
sus nobles penachos, sus ansias de altura, en mármoles
antiguos tatuados de música, doblando
en la historia reflejos innúmeros, ecos de gloria.
Adelfas de fuego enardecen el aire
bordando los nobles caminos que al culmen conducen.
El viajero recuerda su primera visita a la judería de Rodas
Este que ya no soy y soy yo mismo
(mil novecientos treinta y tres)
caminando la judería
de Rodas al atardecer
-¿Tú querés cantigas viejas?
Mazaltó de Jacob Israel
sabe consejos y romances
Mazaltó de Jacob Israel.
Como una dama de Castilla
Mazaltó de Jacob Israel
-Se pone negra mi memoria
(Mazaltó de Jacob Israel)
-Se borraron mis palabras,
pero mi canto cantaré.
Tres palomas van volando
para el palacio del Rey
vola la una, vola la otra,
ya volaron todas las tres.
Cae la tarde prodigiosa
con su cortina rosicler
Aposan en un castío
el castío de oro es.
Para el descanso de la hora
traen el agua y la miel.
-Cuando yo era mancebica
me enamoraba una vez
de un mancebico como tú
¡Buena doncella que topés!
-¡Altas venturas que tengás
Mazaltó de Jacob Israel!
Ahora he vuelto preguntando
¿Mazaltó de Jacob Israel?
La judería está desierta
hay acíbar donde hubo miel.
Vinieron bárbaros del norte
Mazaltó de Jacob Israel.
Los crematorios de Alemania
consumieron toda la grey.
Soy un fantasma de mí mismo
recordando un atardecer
en la judería de Rodas,
mil novecientos treinta y tres.
Las canciones se han apagado,
Mazaltó de Jacob Israel.
Se ha puesto negra mi memoria
de las lágrimas y la hiel.
Pero yo guardo tu recuerdo
Mazaltó de Jacob Israel.
[La casa está vacía...]
La casa está vacía. Navegamos.
Las cámaras desiertas se han poblado
de los fantasmas que nosotros mismos
hemos ido creando en la existencia.
Criaturas de luz y de gemido,
cada instante ha dejado un suave rastro
que apenas raya el aire del recuerdo.
Somos leves corpúsculos de sombra,
eslabones fugaces en el tiempo,
término breve de esperanzas altas,
categóricas muertes implacables.
Sabemos que, al final de la jornada,
irremediablemente, dejaremos
esta vez de verdad, y para siempre,
vacía nuestra casa.
Para siempre.
[Funchal, en el Atlántico, febrero de 1973]
[Atlas lírico]
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