sábado, 9 de marzo de 2013

FELICIANO ROLÁN [9388]


                                          Feliciano Rolán es el segundo por la derecha.



Feliciano Rolán
(Vigo, 1907-La Guardia, Pontevedra, 1935)

Tras un primer libro de aprendizaje, inmaduro y desigual, Feliciano Rolán alcanza una gran resonancia en el mundo literario de los años treinta con la publicación, patrocinada por Juan Ramón Jiménez, del siguiente y último, De mar a mar. «Su libro rebosa de visiones y amplitudes oceánicas -escribe Guillermo de Torre-. Se siente en sus estrofas una palpitación poética vigorosa, aunque ésta nos llegaría mejor si apareciera más desnuda, si el lenguaje acertara a condensarse proscribiendo amplificaciones. De todas formas, es grato leer estos versos vitales, tensos, optimistas, a mitad de camino entre el poema en prosa y el versículo... ¿Versículo whitmaniano como es casi ritual agregar, por cierta afinidad establecida entre estas palabras y por el recuerdo imperioso de Walt Whitman? No; para ser whitmaniano -sobre todo de espíritu- le falta densidad a Rolán, aunque alguna de sus páginas venga a ser una paráfrasis tibia y encubierta del genial canto que comienza: Oh captain, my captain! our fearful trip is done...» (citado por Caimotto, págs. 251-252). No sabemos hasta qué punto el eco inusual de los poemas últimos de Feliciano Rolán se debió a sus propios méritos o al hecho de que, en el momento de su publicación, ya era conocido que le quedaba poco tiempo de vida. César Antonio Molina ha tratado de rescatar recientemente a este olvidado poeta.

Obra poética

Huellas, Santiago de Compostela, Editorial Nos, 1932.
De mar a mar, Madrid, Imprenta de S. Aguirre, 1934.
Obras poéticas Vigo, Edicions Castrelos, 1970. Introducción de Ricardo Carballo Calero.

Bibliografía

Caimotto, Oreste, Feliciano Rolán. Su obra poética, Madrid, Editorial Mezquita, 1984. Además de la poesía completa de Feliciano Rolán incluye los más significativos artículos dedicados a él hasta la fecha.
Carballo Calero, Ricardo, «Introducción a Feliciano Rolán», en Obras poéticas (1970), págs. 7-23.
Molina, César Antonio, «Feliciano Rolán», en Oscura turba de los más raros escritores españoles, Zaragoza, Xordica, 1999, págs. 187-201.
  



“Quien eres tú,
encantadora de jardines,
que haces el mar
césped sembrado de iris,
y a mí,
búcaro joyante
de la estupenda flora”.






Ser o no ser

¿Es ésta la cuestión?... No. No ser o no ser; sino, ser y no ser.
¡Aquí sí que está la cuestión!
Ser y no ser. Esto sólo lo puede el mar y los Dioses y yo.
Y los Dioses y yo porque conocemos el mar, porque identificamos nuestras esencias, porque somos uno.
¡Ser y no ser del mar!... Acertijo de sustancia en una clave inasequible de accidentes. Espejo de todo; realidad de nada.
También el diamante podría ser así, si sólo fuera chispa, si no fuera piedra.
¡Ser! Probad a ponernos poco a poco; en seguida aparecerá una razón que nos oculte, una duda que nos disuelva, una niebla que nos trasmute y escamotee.
¡No ser! Probad a quitarnos poco a poco; ¿cuándo eso?
En el último átomo os sorberá el mundo de una ola, la ola de un pensamiento, el pensamiento eterno que vale por sí.
¡Y ese último átomo será siempre primero!
  




VII

¡Emoción pura del silencio! ¡Emoción limpia, traslúcida, enjuta -toda nervio-, de este vacío tan lleno de alma!
En mis innúmeros segundos de mar, sólo encontré definida la capacidad del espíritu al hacerse ecuación de este silencio.
El alma, a flor de ojos cerrados, surca ingrávida los fondos cristalinos del reposo.
¡Santa explosión total de vida, de horizonte a horizonte!
La esfera es el rompimiento perfecto del límite, porque cada radio termina en un punto, y de los infinitos, jamás dos cimientan un ápice de llano.
¡Esfera de mi emoción en la hora justa del mar y del cielo!
¡Emoción pura del silencio; poema único de sombras o de luz!...






XII

En el puente, la mano, sobre la rueda del timón, se estremece; y yo me estremezco todo.
Pasa el agua cebrada bajo mí, con zalemas de gata. ¿Será su caricia la que me altera?
Tiembla, tiembla mi mano sobre el corazón, hoy, mañana rubia y suave como una sonrisa de pomar.
Desde las cuadernas percibo un latido sordo; y cada contacto con el lomo blando de las olas me remoza la mística desesperación de unos golpes de pecho.
¡Cuánto tiempo, ay, sin que mis labios borden una plegaria!
Y es en esta mañana transparente que me protege como fanal, cuando todo yo me sorprendo de mí mismo, y me siento latir, como si me ahogara en la angostura de una campana.
¡Claridad mañanera de fina poma riscal: te ofreces al violín de la proa, arco sedeño, por despertar trinos dormidos en mi alma de viejo capitán endurecido!
Y yo no acierto a despegar los labios para que trencen vocales fervorosas...
Sólo sé, bajo la mano estremecida que aguanta mi sentimiento, descubrir al contacto de esa loca caricia del agua la mística desesperación de unos golpes de pecho...
  




  
XV

¡Noche, horrible noche, la suprema tiniebla del mar!
En vano la luz verde y la luz roja de mis ojos nefastos, plenos de espanto de la cruel interrogación, pugnan por acuchillar el agobiante fantasma de la niebla.
Mi pobre bajel, chorreando dolorido, bracea estérilmente en la concavidad de la tragedia.
¡Viscosa apelmazada tragedia de la noche negra en el mar único!
Hay una aguja en mi corazón que lanza violentamente los ojos desorbitados por un camino.
¿Será ése el camino?
Todo, de afuera, rompe el sistema de un pensamiento.
Plegado sobre mí mismo, apelotono la carne contra el hueso, para guardarlo mejor.
¡Lívida luz de un pensamiento en la noche; huella tibia de una lejana caricia; sutil perfume, casi sueño, de aquella rosa divina que ya se marchitó!
¡Qué pobre defensa tu débil carne acurrucada, y sólo la palma de la escandalosa extendida frente al azote absurdo del turbión!
Y el pobre bajel bracea, bracea desesperado. ¿Adónde? ¿Para qué? ¿Hasta cuándo?
  





XXI

Entre la bocanada infernal de esta noche, los clarines brillantes baten sobre el mar la marcha de mis entrañas en temple.
Por la ensenada, congojosa de tierra, avanzo subrepticio, con tirantez de ansias:
tremular vacilante de sospechas al desvestir los paños resudados,
crujir de dientes poderosos en cáustica sonrisa de escobenes,
inagotable abrazo insatisfecho del doble garabato de las anclas...
¡Oh, la caricia definitiva de un escualo, sorbiéndose el desgarre de la carne!...






XXX

Ante el botalón, sobre el encendido crepúsculo, descubrí la espadaña gloriosa de un albatros.
Recio cascarón avejentado, siento latir mi sangre al compás de las graves alas.
Alborozo en el alma.
Como nube de vencejos se alza aturdida a impresionar las alas -placas temblorosas-, salen los negros pensamientos.
¡Tantos días solo, solo, sobre el mar huraño sin la charla del sol, sin el gesto picante de una estrella, siempre rumiando la ensombrecida canción de la brisa contraria!
Cabe las crucetas, por entre el cordaje flácido en holganza, el grumo agitado de vencejos riza la bella lección de luz, tejiendo nuevo paño dorado para la brisa prometida:
Florecimiento juvenil del bauprés a la querencia de la sonrisa lejana:
espaciado desperezo de vergas y botavara,
chasquidos de besos sobre las amuras briosas,
resuello poderoso de roda a codaste.
¡Bajo las alas inmensas de la viva espadaña, todo el cielo es la campana solemne de mi resurrección, que inaugura un repique de luceros!
  






XXXI

Déjame ceñir a placer en este vals de bordadas.
Déjame gozar la embriaguez apócrifa de bolina entre las escalas cromáticas de la cachimba renegrida;
déjame puntear figuras de sierpe arrastrando la hipnosis del faro cercano.
Recorta sobre la bruma norteña de mis patrias tus mejores adornos, goleta mía.
Recorta el sublime esguince de aquella languidez tropical que el sol fogoso supo amasarnos en las venas.
Recorta este deseo sabiamente retardado en el abrazo indeciso que trenza la estela.
¡Ante la playa -violeta de luz de aurora- dejaremos caer los cuerpos exhaustos, como dos gotas de rocío, resbaladas!

[De mar a mar]

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