Pedro Francisco Lizardo
(Bejuma, Carabobo, 1920 - 2001). Poeta venezolano.
Fue director de la revisa Imagen y la Revista Nacional de Cultura. Obtuvo el Premio Internacional de Poesía Andrés Eloy Blanco y el Premio Municipal de Poesía. Entre sus libros se destacan Canción del agua clara (1939), La viva elegia (1943) y La memoria y los días (1975).
POEMA DE AMOR (I)
Danza en la luz de tu primera luna
el aire y la magnolia de tu cuerpo y mi sueño.
Estás junto a mi brazo enamorado
como caída en tierra, entre dulzuras,
oh, fina hierba y penumbroso césped.
Eres casi la misma, la del lirio nevado,
la del oculto corazón y niebla,
la encantada doncella de mis cuentos.
Vienes conjugada entre campanas y alabanzas
con la lenta y melodiosa frescura del silencio.
Y te siento entre mi sangre firme, electa,
original y eterna, en inmortales giros,
y abejas, y perfumes, y cristales, y jazmines;
arpa tal vez o padecida llama,
detenida en el límite y la arcilla del hombre.
Ahora cuando a mi lado mueves el mundo y lo conquistas
y me das en tus labios el primer día de la creación
soy en ti el terrenal presagio
y el lento paraíso iluminado.
De: El tiempo derramado (1954)
CANTO EN LEVEDAD DE AMOR
El amor es a veces una leve presencia iluminada.
Resbala una hoja, un papel delirante, un rumor.
Hay humos y cenizas, puertas y resplandores.
Mueve el aire las luces, y espigas conmemoran el día,
mientras el cielo cae dolidamente en los hombros y nos descubre.
Entonces el amor nos contiene en su vaso como una agua inmortal.
I somos los alegres camaradas del mundo,
los ciertos habitantes de la tierra, enamorados y terribles,
llenos de la dulzura prodigiosa del tiempo y de la primavera.
Cantamos con la voz que nos llega del día y nos levanta con
su frutal designio.
la pasión nos nutre con sus jugos vitales,
con esa dulce tierna humana melancólica insistenda materna
que nos descubre el mundo del pecho y de la abeja.
\Somos así gloriosos, dolidos y gloriosos nuevamente y por siempre.
El amor es a veces tan leve que una mano
puede mover la tarde, iluminar el mundo
y desnudar la oscura materia de los sueños.
IMAGEN DE LA ROSA
(fragmento)
III
Una rosa dulcísima crece junto a la tarde
donde hay un piano abierto y unas manos profundas.
Cae un río en la tarde y una rosa amanece en la aurora y su límite
fresca de amor y sangre.
(Oh, la rosa armonía de la Amada en silencio.)
La tarde fluye lentamente en el tiempo
mientras la rosa vuela de unos labios al beso.
El beso va en la tarde, rosa y miel encendida,
y la rosa en el aire le da su propia forma.
Oh, la rosa amorosa, la clara rosa electa,
la rosa presentida y la rosa secreta,
esta rosa en el pecho que cuenta mis latidos
y esa rosa inmortal que abre y cierra el destino.
LAS NUBES
Arden corno cinturas consumidas
en el amor. Y se prolongan, gráciles,
cristal sobre cristal mojado,
minuto de eternidad dorado
por el aire seráfico y metálico
donde la luz suena, persiste, vibra.
Están, sin tiempo, detenidas y pasando.
Son las doncellas que cambian velo y sombra,
y se quedan dormidas y desnudas
mientras el rapto se consuma
en un incendio azul. Sopla la brisa matinal
y certera, sobre su cabellera pura,
y gótica, pasan y ruedan bajo el día
que las consume todas.
Pasan y arden, en renovantes giros.
Y están allí, bajo mis ojos, golosas
y perfectas, en su espléndida
desnudez fronteriza
con el oscuro cansancio, dardo y señal
que remueve toda la espesura celeste
y hace huir las manadas de mansas,
dulces y frágiles cervatillas cotidianas.
Permanecen y se esfuman. Cantan.
¡Oh, nubes pasajeras y mortales
símbolo erguido y móvil
de la vida plural que habita el ser
y lo destruye!
LOS SILENCIOS SÚBITOS
De la herida
manaba cristalina presencia,
oveja y música a un tiempo
en la cárdena mano del olvido.
Olía a campo domeñado y verde.
A viejo campanario melancólico
rodeado de blanquísimas doncellas
en danza y brisa conmovidas.
Era como si de pronto el bosque todo
comenzara a vibrar y despertara sus ecos pastoriles.
Se estremecía la luz. Y la carne violeta
de la tarde desbordaba su natural dominio.
Todo estaba allí como esa lámpara
que llena de nostalgia las paredes
mientras la sombra crece como un hongo.
Todo, sollozo fulgurante
y mar agónico de verdes puñaladas.
Al fondo, sonaba la tarde
y olía a pan conquistado
y doloroso. A intimidad tremante
resplandeciendo en la mano del hombre.
La despedida cabía en el puño de la mano.
Y no era necesario mirarse a los ojos
para saber que estábamos ciegos de amor
y enamorados, en un afán de súbitos
impresionantes silencios.
Oh almas comunicantes
ceñidas por el tiempo y la distancia
en reverberente condición humana.
De: Los círculos del hombre, 1959
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