Sandra Lorenzano (Buenos Aires, 1960) vive en la ciudad de México desde 1976, donde se doctoró en letras por la UNAM. Especialista en arte y literatura latinoamericanos, es vicerrectora académica de la Universidad del Claustro de Sor Juana y ha impartido cursos y conferencias en universidades mexicanas y del extranjero. Creó en el Instituto Mexicano de la Radio el programa semanal «En busca del cuento perdido», del que es conductora. Coordinó el título La literatura es una película. Revisiones sobre Manuel Puig (1997) y es autora de los ensayos Escrituras de sobrevivencia. Narrativa argentina y dictadura (2001) – libro que recibió la Mención Especial en el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas -, Aproximaciones a Sor Juana (2005) y Políticas de la memoria: tensiones en la palabra y en la imagen (2007), de la novela Saudades (2007) y del libro de poemas Vestigios (2010). Forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte y es reconocida como una de las 100 mujeres líderes de México por el periódico El Universal.
Foto: © Miguel Oaxaca
I)
Y de sí desatado el cuerpo envuelto en oros
desciende oscuro al fondo oscuro de tu luz.
José Ángel Valente, "Fulgor"
La imagen se escapa como siempre transformada en cenizas.
Respiran tierra. Raíces húmedas. El camino que inventaron las hormigas. Precaria salvación la que buscaban.
No hay rezo posible en agosto, señora de tinieblas. El mes más cruel se deshace en bruma que oculta las orillas.
Si hubo tibieza hoy es Kaddish mudo ante el sol.
Quizás sea el rastro del susurro, la sombra suave en la curva del cuello, los dedos que acarician la madera.
El nombre pudo haber sido cualquier otro, pero no los ojos, no las voces. No su voz.
¿Será cierto que las manos forman las palabras? Como cántaro ansioso del que beberemos. Como caricia en cada hueso.
Con los brazos en cruz. La cabeza hacia el Oriente. Como si fuera uno más de los muertos del desierto. De los muertos tartamudos del desierto. Lejos del mar. Lejos del camino que permite el regreso.
Los brazos en cruz. La cabeza hacia el Oriente. El rezo lejos del mar.
El murmullo crece. Murmullo tartamudo del desierto.
Pero el mío es paisaje de ríos y de otoños, de luz que se filtra por las hojas. Paisaje de aire.
Paisaje de abandonos.
Los ríos son también la tumba secreta. Violencia de ramas y lodo que se arremolinan. La cabeza hacia el Oriente.
Podría recordar ahora alguna imagen lejana. Podría, tal vez, hablar de la piel en el instante en que entra al agua, del temblor, de las huellas en el cuerpo. De los vestigios de un tiempo ajeno en las tribulaciones de la lengua. En el balbuceo que me deja sin nombre. Podría, quizás, añorar el desierto.
Tartamudas son las venas que me alejan de la arena. Los brazos en cruz. Las palabras que me faltan. La piel que tiembla al entrar al agua. El murmullo crece. Vestigios.
A lo lejos suena una sirena, ladra un perro. El mundo es el que es aunque las palabras se ahoguen en el quiebre. Aunque no haya ríos. Ni otoños. Aunque agosto sea el mes más cruel.
II)
That corpse you planted last year in your garden,
Has it begun to sprout? Will it bloom this year?
Or has the sudden frost disturbed its bed?
T.S. Eliot
Agosto será siempre el mes más cruel. Por eso la elegía busca el color de las azaleas que escapan al frío repentino. Muda la certeza de los peces dibuja espirales de ceniza. Habrá que esperar al próximo verano y escarbar entonces con las uñas para hacer del bautizo ceremonia compartida. Húmedas raíces buscan el contorno de las pieles, entre ráfagas feroces de silencio. Cancelado el salmo, los nombres apenas se pronuncian y es de sombra la sombra de sus pasos. Silere.
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