Luis Vicente de Aguinaga
Luis Vicente de Aguinaga es un poeta, ensayista, traductor y profesor mexicano nacido en Guadalajara en 1971.
Es licenciado en letras hispanoamericanas por la Universidad de Guadalajara y doctor en letras románicas por la Universidad Paul-Valéry de Montpellier. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Ha sido becario del Consejo Estatal de la Cultura y las Artes de Jalisco (1992), del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Programa de Jóvenes Creadores, 1995-1996 y 2002-2003; Programa de Fomento a la Traducción Literaria, 2005-2006) y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México (1996-2001). Es profesor en el Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño de la Universidad de Guadalajara.
Fundó y editó, con Teresa González Arce, la hoja de poemas Nudo (1989-1991) y, con ella misma y con Martín Mora, el folleto literario La Migala (1995). Fue colaborador habitual del suplemento Ea! (1989-1991), de la revista El Zahir (1991-2000) del suplemento Nostromo (1993-1994) y del periódico Mural (2001-2007) y de la revista Luvina (2004-2008).
Obras
Poesía
1989 - Noctambulario
1990 - Nombre
1992 - Piedras hundidas en la piedra
1995 - El agua circular, el fuego
2000 - La cercanía (edición francés-español, La proximité / La cercanía, 2008)
2003 - Cien tus ojos
2004 - Por una vez contra el otoño (Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta)
2004 - Reducido a polvo (Premio Nacional de Poesía Aguascalientes)
2007 - Trece
2008 - Fractura expuesta
2011 - Adolescencia y otras cuentas pendientes
2012 - Séptico
Ensayo
1992 - Eduardo Lizalde de bolsillo (selección y prólogo de Luis Vicente de Aguinaga)
2003 - Rumor de la ciudad al hundirse. Lectura de «Paisajes después de la batalla» de Juan Goytisolo
2004 - Lámpara de mano. Sobre poemas y poetas
2005 - La migración interior. Abecedario de Juan Goytisolo (Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos)
2005 - Signos vitales. Verso, prosa y cascarita
2006 - Otro cantar. Invitación a la crítica literaria
Traducciones
2003 - Hector de Saint-Denys Garneau, Pequeño fin del mundo / Petite fin du monde
2007 - Hector de Saint-Denys Garneau, Todos y cada uno. Poemas / Tous et chacun. Poèmes
Curso elemental de toponimia
Esta ciudad, si se llamara Desde Cuándo,
estaría inhabitada.
Si constara en los mapas como Acaso.
Si los antiguos volvieran a fundarla
—con varas de ceniza, coágulos de polvo—
y la nombraran sólo Por Ahora.
Sin mirar —siquiera de reojo— los anuncios,
por túneles de sombra
por carreteras curvas como engranes,
el vecino se iría del vecindario,
el agua, de la fuente,
de la noche los ojos encendidos,
del nombre cada sílaba,
del tiempo cada pausa,
si esta ciudad, llamada Como Siempre,
se llamara también de otra manera.
Medio ambiente
Las cosas no esperan que las nombren.
Cincuenta y nueve minutos de la hora
les toma decidir qué otro minuto
se harán consistentes y precisas,
pero insensibles a cualquier llamado.
Ese minuto es lo que dura el mundo.
Las cosas deciden ser un árbol,
un kilo de manzanas, una esponja
o la copa de un árbol,
media esponja gastada por el uso,
seis manzanas dispersas
o el cielo dividido por un cable,
o el cable suspendido entre dos patios,
o el tiempo deshojado entre dos días.
Pero no lo deciden por llamarse árbol
ni están esperando que les digas tiempo.
Las cosas no esperan que las tengas,
aunque tú te apoderes de sus nombres.
Y si el agua la tocas y le dice aire
y el aire lo respiras y le dices fuego
no habrás, tampoco entonces, tomado la palabra.
Refrán de ciegos
Alzar la frente
no es mirar todavía.
Tú levantas la cara, hueles algo
en los principios de la lluvia
y no estás viendo.
Lejos de ti,
yo reconozco el mar que se aproxima
y no estoy viéndolo.
No miramos tampoco
al abrir las persianas o los párpados
ni al oír que los ojos
en verdad son ventanas.
Lo que supone todo el mundo
lo ignoramos nosotros.
¿Hay de verdad un rostro
detrás de cada máscara?
En el techo de asbesto
resuenan las primeras gotas.
El rayo escribe letras
doradas en el muro, y van borrándose:
formas de un tiempo ciego,
resplandores de inminencia y presagio.
Las manos huecas,
las cuencas de los ojos
y el agua de alejadas cavidades
presienten el espacio en que no estamos.
Canción que no quiere serlo
Por cada vidrio roto,
cada rama;
porque falló el bastón, y se agrietó el anteojo,
y se vaciaron los bolsillos
–y no aquí, sino a miles de kilómetros–
del penúltimo ser sobre la tierra;
porque me fui callando, al punto
de no dejar dormir a nadie;
porque luego hice ruido, y peor tantito,
he aquí que me obligo a dar la cara
y enseguida me oculto tras la puerta.
Solicitado todo el tiempo,
requerido
por el mendigo permanente
que tú eres,
por el fiel usurero que tú eres,
finjo que no me llamas por mi nombre,
me reduzco a no abrir,
a no estar,
a ponerme la ropa sin tocarla,
y hago sonar alarmas irrisorias
que apenas oigo yo,
pero nunca se sabe.
Podría ser peor. El punto en que se quiebran
las ramas, los bastones, los cristales
podría no estar en los cristales, los bastones, las ramas
y estar, en cambio, en la piel de mis dedos,
en todo lo que toco
y, aun antes de tocarlo, voy manchando,
de prisa conduciéndolo a su muerte.
Lo escribieron delante de mi cara
y terminé aprendiendo a descifrarlo:
podría ser peor, y en suma lo va siendo.
Lectura de la prensa
cf. José-Miguel Ullán, “Ficciones”
1
Novedades del hombre.
Hoy,
30 de mayo de 2008, por
no decir en este mismo
instante, ha sido
descubierta una tribu
de quince individuos en el Amazonas.
Hasta
la fecha ninguno de los quince, afirma
El País.com, había mantenido contacto
alguno con el ser humano.
2
Sic:
“no han mantenido
ningún contacto con el ser humano”.
3
“Jorge Espinosa, futbolista
del Platense hondureño,
murió a causa
de un puñetazo en la sien
que le propinó su compañero
Tomás Meléndez. Ambos
discutieron porque el agresor
no quiso prestarle un bolígrafo
tras firmar el contrato”
(idem, 2 de agosto
de 2003).
Esto que doy
Esto que doy no es nada para el mundo.
Lo doy por eso:
porque, al no ser nada,
sabe a la carne de una presa extinta,
huele a vidrio y mercurio
y es todo lo que soy al estar lejos
y contiene los años de una espera
no demasiado larga ni muy breve,
despaciosa en la hora, veloz en el segundo,
suspendida en el metro y fugaz en el centímetro.
Detrás de la mañana
se amontonan guitarras y camisas,
rascacielos y dioses diminutos,
parques y consultorios,
terremotos, países extranjeros,
puntos, comas y lápices labiales
y nadie los intuye,
nada ni nadie los ordena.
Esto que doy, al no ser nada,
es esto solamente:
la espera y la extinción,
el cielo
antes que nadie lo haya visto.
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