miércoles, 8 de junio de 2011

3905.- JOSÉ JAVIER VILLARREAL



José Javier Villarreal nació en Tijuana, Baja Califórnia, México, en 1959. Es profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León, máster por la University of Texas at ElPaso, doctor por el Colégio de Michoacán y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte (2006-2009). Ha publicado los libros de poesia: Estatua sumergida, Mar del Norte, La procesión, Portuária, Bíblica, Fábula y La santa.

Ha traducido a Ezra Pound, Manuel Bandeira, Oswald de Andrade, Czeslaw Milosz y Murilo Mendes. Desde 1998 produce y es locutor del programa de poesía Aventuras sigilosas, para Radio Nuevo León, 102.1 de FM. Ha recibido las siguientes distinciones: Premio de Poesia Aguascalientes, Premio Nacional de Poesia Alfonso Reyes y Premio a las Artes de la UANL. Leia mais







La santa / A santa.
Tradução de Paulo Ferraz.
Tlaquepaque, Jalisco, México: Mantis editores;
São Paulo, Brasil: Selo Sebastião Grifo, 2010.


MUSEO

Suspiro distancia
arañando los faldones del cíelo.
Cisma o serial: veloz vertiente,
astilla en mano. Cuerpo se libera
y escurre entre las sábanas;
en el rincón, en la grama pisada por la ausencia.
En este país se decide mi destino,
el canto del hechizo, el estar sin ti que y a me mata.
Atormentado el salto del pez, la flor marchita
en la línea de mistério
que llega diáfana y pide un tazón de yogur
en la destilante causa del desayuno. Después, en
paro,
o silencioso principio de semana, el acto de recordarte
en esa pila de papeles que golpea mi cabeza.
Pero el canto, aquellos goterones y la risa me
devolvían
la calma, lo suave de la almohada, el perfume de
tu cuerpo
inundando mis cajones de todos los días en estrictas
horas de oficina.
Te veia
en jardines ocultos
suspirando entre losas y rosários,
en las verdinegras alfombras de palácio.
Y flaco yo de lejos contemplaba;
y tú,
pálida y gozosa, por los anillos del alma
me saludabas con tus brazos extendidos.
Daba vuelta,
aceleraba creyendo ver tu rostro, la turbadora
sonrisa,
el clima aquel
que de mi cama a tu puerto
me acercaba.




II

Con fuerza lo habías profanado, hincado
en piedra
con ese jersey oscuro, bufanda suelta
al siniestro sinsentido.
Y recoger la servilleta,
husmear bajo la mesa y estar tan cerca, tan
delicadamente cerca
de sus hipocampos y cigüeñas, de esas doncellas
danzando:
vírgenes almidonando el cuello de la
camisa donde me guardas; de mi tan pequeñito
en esos lienzos por ti tan desplegados, tan
refulgentes de sol
en los tendidos, en los balcones, cayendo en las
terrazas,
abriendo lenguajes, palabras con sombra en la
media tarde
como botes dormidos por esas garzas
preñadas
a la luz del cuadro
a medio terminar...
Desayunas volviendo el rostro.
Tenso en mi dormitorio
despierto a las amapolas de tus labios,
rayados óculos en la mesa junto al diário
donde antes todo estuvo a la mano de los Médicis;
los de la tarjeta
inagotable, aquella de los frescos y cuadros, de los
mármoles y piedras,
la del fondo crediticio, la hipoteca y los papeles
cantando la gloria de los güelfos,
el barómetro y la bola de cristal. Ahora, de pronto
se entiende y emprendes tu paso; uno tras otro,
tu necesidad de movimiento, las risas tras los
árboles en el caer continuo de la nieve.
Atrevimiento
por subir la cuesta.
El susurro de los ángeles
en esta noche con ausencia de ti.
Sin ti me hallo
acongojado frente a estos cuadros que indiferentes
me contemplan
por encontrarte tu tan lejos
a la orilla de un río que cruza esta ciudad donde
los Médicis ignoran,
no recuerdan
el contrato estipulado
a donde vine a buscarte.
Lejos te has ido, al otro lado del mundo, lejos de
toda piedad
y surgiendo siempre
entre espumas de lechos no soñados.





Poemas morales


Expecting your arrival tomorrow, I Find myself
thinking I love You: then comes the thought:
I should like to write a poem which would
express exactly waht I mean when I think
these words.

W.H. Auden



I

En sirgo de bravatas
sin canto ni función
asperezados lados con fieras pubertades
de hilos y respiros
a la orilla del río.
Apacentó sus fuerzas, aquilantó sus ansias, y como pudo dijo
y exoneró el lamento, la vena reventada, el risco levantado,
la purga de esmeralda
con la sola depressa que en los blancos
creyó adivinar. Arisco en la espesura, cuando la tarde se iba,
fue desgarrando sirenas, azucenas en vilo:
huéspedes que se iban conformando con un beso.
Partió. Y cuando su boca sintió los hechizos de las ramas
quiso comulgar con flores, son colores desvaídos.
Después se acurrucó
para soñar un rato con la tarde ya perdida.

II

A Santiago Javier

No importa la clave,
el dardo traspasando el cuerpo que se inclina.
No importa la selva, tu cama, el cuarto suspendido,
la cantidad, el pago, el documento.
No importa el azul cuando la lluvia arrecia
y las gradas del estadio muestran su tristeza
el silencio, la flecha, el camino que estás por recorrer.

No importa el peso, el brillo de los cubiertos, la loza sobre la mesa,
la resaca, la tormenta que se estaciona sobre tus horas.

No importa la caricia, el murmullo,
el golpe, la redondilla que canta tu nombre,
la novela o el libro bajo la cama.

No importa el cassette, la ropa, las toallas invadiendo el paraíso.

No importa que amenacen tus horas sacrificando un becerro
que se muere de frío.

No importa el sonido metálico e incisivo,

Esa forma de amanecer que fatiga tu alma.


III


Como la escamosa situación del pez
cuando se pone a leer los periódicos
y descubre horrores, devastaciones,
la estupidez que flota
sobre la superficie de las aguas,
sobre su cabeza
con el mismo brillo del gancho y del arpón,
con sus mismas consecuencias royendo el hueso de la estabilidad,
carcomiendo el punzón que humedece la hoja donde no se escribe,
donde los barcos se hunden
en un camino que se pierde entre los rostros
y desgarra con sus filos
la delicada piel de la conciencia;
la misma con que el pez hojea las páginas del diario
y se queda mudo, grave, en su pecera
bajo la vigilante presencia de los gatos.







ES OTRO TIEMPO Y OTRO ESPACIO DONDE
LAS MANZANAS SOBRE LA
MESA NO APARECEN,
donde si abres la ventana es otro el paisaje. El parque no es el mismo,
no es un parque son monedas y billetes desconocidos sobre el buró.
Pero aun así el día amanece gris y con lluvia, y la lluvia no es la misma,
no cae igual y moja con otra intensidad; el gris se repliega, se esconde, se
sube a los árboles mostrando cierta timidez;
es de piel muy blanca y cabello muy negro y a todo responde: ya.
Da la impresión de que el día es el mismo en cualquier parte,
pero cualquier parte no existe, es un concepto, una loba sin lobos,
una fotografía impostada, un cuento que, de entrada, nadie cree.
El que baja por la escalera quiere reconocerse, palparse y recordarse en
cada escalón;
pero los escalones no otorgan ninguna concesión y van sumando sus
metamorfosis,
sus gallos perdidos en la niebla que cantan a cualquier hora, en cualquier
parte
a sabiendas que cualquier hora y cualquier parte no existen.
Porque la historia siempre es otra, porque nosotros siempre somos otros
aunque nos aferremos al mástil y nos cubramos los ojos y los oídos
en pleno centro de la ciudad o en el rincón más oscuro de la casa.
Se trata de un tiempo que va y no siempre vuelve, de algo que regresa sin
haberse ido,
de una desaparición involuntaria, de las manzanas sobre la mesa que no
están
o quizá se trate de otras frutas o quizá ni frutas sean en mesa alguna;
sin embargo, y pese a esto, nos sentamos ante la mesa y juramos ver,
tocar y oler
esas manzanas distraídas que no hacen caso alguno de nosotros;
siempre en silencio y con esa actitud de autosuficiencia
como si vivieran en otro tiempo y en otra historia que no corresponde,
que no nos atañe; pero ahí estamos bajando las escaleras, cruzando las
habitaciones,
resistiendo la ventisca, ordenando los perros del trineo,
subiendo con el gris del día a la copa de los árboles,
descubriendo un paisaje que no es paisaje, unas monedas y billetes que
no entendemos,
un buró que podría ser una garza,
una recámara que se hunde en un mar que se esconde.
Se trata de otra vida a la que llegamos demasiado tarde o demasiado
pronto.
Es una la caricia, pero las consecuencias son ondas que acaban por
perderse
en la superficie de un estanque que no es un estanque
sino el cristal de una ventana donde un hombre contempla un parque.

¿Será el mismo hombre que, si se da la vuelta, creerá ver manzanas sobre
la mesa?

Es obvio que no.




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