lunes, 22 de noviembre de 2010

2050.- JOHN F. DEANE


John F. Deane. Nació en la Isla de Achill (Irlanda) en 1943 y ahora vive en Dublín donde edita The Dedalus Press. En 1979 fundó Poesía Irlanda, la sociedad de poesía nacional, y su diario The Poetry Ireland Review. Ha publicado varias colecciones de poesía, siendo la más reciente Caminando en el Agua, 1994 y Cristo, 1997. Una colección de su poesía en francés ha sido publicada en Lyon y una más avanzada está por aparecer en Luxemburgo en 1998, con dibujos de Tony O’Malley. Su trabajo en ficción ha sido publicado por Poolbeg y Wolfhound. En 1996 fue escogido Secretario General de la Academia Europea de Poesía con oficinas en Luxemburgo. Ha ofrecido lecturas en muchos países, y fue el representante irlandés en las Lecturas Olímpicas de Poesía en Atenas, Georgia en el verano de 1996. Fue invitado especial en el Festival de Primavera en Praga. Ha sido galardonado con el Premio O’Shaughnessy para Poesía en 1998, del Centro para Estudios Irlandeses, St. Paul, Minnesota. Sus poemas han sido traducidos al italiano, francés, danés, serbo-croata, búlgaro, español y alemán.
Publicaciones. Libros de poemas : Stalking After Time (1977), High Sacrifice (1981), Winter in Meath (1984), “Road with Cypress and Star” (1988), The Stylized City (1991), Far Country (1992), Walking on Water (1994, 1995), Christ, with Urban Fox (1997), L´ombre du Photographe (1996). Narrativa : Free Range (1994), One Man´s Place (1994), Flightlines (1996). Traductor de Marin Sorescu, Thomas Tranströmer y Jacques Rancourt.


Astronautas

Son langostas de papel aluminio a la deriva
por el mundo submarino del espacio;
caminan con indiferencia en el vacío,
sostienen una fábrica de acero en la punta de los dedos;

son las burbujas lo que nos perdemos,
cuando se elevan, alentando, sobre ellos
atándoles aún a nuestro aliento;
les emanan palabras como palabras dichas

en la infancia, dentro de latas viejas, resonantes;
el espacio exterior es más negro que el negro
y la tierra aparece más grande y más hermosa
de lo que recordábamos;

ah, bien, algo habrán aprendido
y volverán a contarlo, si encuentran las palabras.
A veces así es como lo veo -muerte-
y estoy girando lento en un viejo vals

hacia afuera, lejos de la cámara, callado;
soy un léxico disperso, escombros
entre escombros e incluso, por un rato,
una estrella fugaz en el cielo nocturno de alguien.


Traducción : Inés Praga,
con ayuda de Amor Barros, Ana García, Ana Sevilla.
http://www.festivaldepoesiademedellin.org/pub.php/es/
Revista/ultimas_ediciones/51_52/john.html


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Lejano país



1.


Nos contó — a Pushkin, Tolstoi, Gogol;
fuimos tártaros y cosacos, yo: Taras Bulba

al frente de hordas de guerreros con enormes bigotes
cabalgando las planicies, desaguaderos y montículos,
mis pantalones cortos, anchos como el mar Negro.

Bunnacurry la Ucrania
el río Stoney el Dnieper.


2.


Yo observaba sus pasos sobre el piso de mosaicos de la cocina,
las manos en los bolsillos, mirando hacia abajo;
él estaba atravesando las estepas de su imaginación,

su país albo, la inmensidad de las blancas tierras,
praderas brillantes, salones de baile, los siervos,
el poeta, batiéndose a duelo, al amanecer,

de pie bajo la red de sombra de las hojas,
la vela de sebo en su candelabro de cobre
trágicamente apagada.

3.


Durante años desempeñó sus tareas en una mesa rústica
cubierta de expedientes y documentos
mientras gentes acosadas, de manos encallecidas, ancianos,
acudían a él con formularios;

algunas veces sostenía una barra de lacre a la llama del fósforo
y observaba como caía pesada la gran gota de sangre.
Sus ojos glaseados por el polvo,
las largas piernas recogidas.


4.


Juntos descendimos sobre el asfalto de la pista,
él guardaba silencio, suplicante,

al fin en casa, llegar, apoyar la punta del pie, sostenerse
como Dédalo después de su aventurado vuelo;

anciano ahora, y lento, él trasponía
las corredizas puertas de vidrio de sus sueños,

sufriendo en los largos pasillos de la aduana la demora en el control de los pasaportes,

las preguntas acerca de las divisas, las pruebas de su identidad,
de que él era realmente quien pensaba que era y no otro.


5.


De día fuimos turistas, en un ómnibus para turistas,
observamos las glorias mecánicas de la Revolución.
Durante horas hicimos cola para poder ver al santo,
arrastrando despacio nuestros pies, como convictos,
rodeados por la formación de guardias armados;

descendimos, fuera de los alcances del sol, a una cripta,
donde yace Lenín, conservado, bajo el cristal, sus planes
para la reconstrucción del mundo congelados en su cabeza;
la habitación de un hombre muerto


pero no podrás tocar sus manos enlazadas
o colocar tus labios sobre la frente de alabastro.
Mi padre guardaba silencio, implorando; durante la noche
dio vueltas en la cama, escuche el ruido, emitió pequeños,
dolorosos, lamentos animales.


6.


Finalmente al amanecer en el aeropuerto
lo vi sentado, radiante,

bajo las iluminadas arañas de las palabras rusas
conversando con un viejo funcionario en su escritorio

que dejaba caer la sangre del lacre sobre formularios amarillos;
hablaron del tiempo, el tránsito, la nieve,

de Pushkin, Tolstoy, Gogol
de los palacios de verano y de invierno

que aún se mantienen erectos
y brillan como tortas de cumpleaños en su país albo.





Los emigrantes

Me desperté a una oscuridad
recargada y poco familiar; intuí
el rumor de la lluvia pasando a la deriva,
las brisas previas al amanecer en los pinos;

mientras dormía ya todo había comenzado;
los crujidos de un carro,
el ritmo, lento, apagado, firme,
del golpe de cascos de un caballo;

soñé a través de esos tristes ruidos.
Y entonces los oí, estaban frente a nuestra puerta,
sus voces urgentes, susurrantes,
movimientos nerviosos contra la oscuridad;

el llanto de una mujer elevándose
en su dolor, como un animal herido
que se paraliza repentinamente y yo
estaba consciente del sonido del ómnibus

aproximándose, del trabajo de la caja de velocidades
para detenerse. Allí permaneció. Ronroneando.
Imaginé el baúl, voluminoso y nuevo,
atado con sogas de pesca,

cómo lo alzaban sobre el techo del ómnibus
y lo cubrían con lona;
luego esos gestos y voces torpes,
avergonzados besos y palabras desbastadas

como terraplenes de arena batidos por la marea creciente,
y cómo el dolor era contenido, del mismo modo
en que aprietas la palma de la mano sobre tu costado
para aliviar el sufrimiento. El ómnibus

arrancó, ruidosamente, moviéndose sobre el camino
hacia el silencio. Silencio. Luego los crujidos
de un carro y el mismo, lento, cansino ritmo
del golpe de cascos de un caballo.





Hermanos

Estamos muy cerca de que comience la tristeza.
Nacidos hermanos y mellizos. De los dos, uno
es agua
el otro cielo. La necesidad de orden. El amor
por el desorden. La música natural
de Abraham, Isaac y Esaú se transforman

en una cacofonía: Abraham, Isaac, Jacob.
Yo estaba trepado en las altas ramas de un pino
el día que él llego; mi tío, salido de esa fotografía
en el norte de África, 1942; seis hombres jóvenes en línea,
perfectos, los pies separados, las manos tomadas detrás
de sus espaldas, sus gorras de piloto

cuidadosamente ladeadas. Detrás y encima de ellos,
las negras formas curvas del motor, la elegante hélice,
tan ancha como dos hombres, las alas letales—
un avión de caza, y hombres en guerra. Yo le temía
a él, que descendiendo desde las alturas
con un rugido poco natural; había distribuido la muerte,

un sofisticado de la matanza, con ocultas
memorias que nunca habrán de cicatrizar,
en perpetua búsqueda del olvido.
El otro: marinero y amante. Yo estaba
parado en el muelle de Westport, cercano a la insistente
cima de la montaña sagrada —bajo la música sutil,

mecánica, producida por aparejos, grúas y la lluvia suave
golpeando las aguas —cuando él salió del bar
con un vaso grande de jugo en su puño para mí—
puso en mi palma unas monedas pidiéndome que fuera paciente;
hombre de alta mar, viajero, trotamundos —lo veo en el álbum familiar,
envejeciendo, el traje azul claro, una molestia, su camisa

y corbata, el triángulo del pañuelo en el bolsillo superior, una florcilla
en el ojal —presentándose para casarse nuevamente, un hombre
desconcertado que se ríe de sí mismo, arrepentido y desmoronándose,
buscando ansioso sólo la comprensión, y el apagón total en el alcohol.
Hermanos. Todos somos tan livianos de alma que deseamos intensamente la piedad,
imaginando que Dios podrá ser engañado

por nuestras posturas políticas. Éstos son los oscuros orígenes,
míticos e inseguros, las tierras fangosas sobre las cuales caminamos
donde crecen las cautivadoras orquídeas. Entierro a uno en agua,
puesto a reposar sobre un océano tranquilo; y el otro,
destruido y fatigado, descansará tendido sobre el aire ascendente
donde las mañanas surgirán para él, finalmente, libres de toda amenaza.

Versión Esteban Moore
http://alpialdelapalabra.blogspot.com/search?
updated-max=2010-06-26T09:58:00-07:00

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