sábado, 20 de noviembre de 2010

2000.- CLAUDIA POSADAS


CLAUDIA POSADAS, (Ciudad de México, 1970). Poeta, periodista y promotora cultural. Becaria del FONCA/CONACULTA en Jóvenes Creadores en la rama de poesía (2000-2001 y 2005-2006), y en el programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales (2002) con una investigación sobre literatura iberoamericana contemporánea, así como de la Fundación Nuevo Periodismo Latinoamericano (2002). Textos suyos han sido incluidos en los anuarios de poesía del FCE (2005 y 2006), y de Joaquín Mortiz (2006). Asimismo, ha sido antologada en RevistAtlántica de Poesía. Poesía mexicana contemporánea, Cádiz, España (2006). Compiló el libro En el rigor del vaso que la aclara el agua toma forma. Homenaje de poetas jóvenes a Gorostiza (2001, prólogo de Julio Ortega).






LA SOMBRA




Puede crecer en ti como la mordedura de la lepra;
puede ser tu verdugo.
El inocente monstruo. El insaciable comensal de tu muerte.
OLGA OROZCO


A Jaír, Álvaro y Alí.




Un recuerdo abisal de infancia:
el oscurecerse de la noche preludiando el miedo,
aquel deslizar hundiéndome en su limo,
el acecho del que era imposible describir sus pliegues,
sólo el temblor ante su ronda.

Larva, incubación del mundo que debe cumplirse para habitar las formas,
la razón de herida.

Al principio, en ese primer reino donde la mirada imanta, sin discernimiento,
la belleza y el daño,
era un guijarro apenas,
en proporción a las catástrofes de entonces.

En esa edad de la cual sólo quedan cicatrices,
la violencia indómita
y el pulso cuyas ráfagas eran el consumirse del tiempo,
construían, a la luz, una historia de la cual ella sigue nutriéndose
porque de noche, y en secreto,
la fue entramando a una conciencia más profunda y destructora.

Y creció como una glándula,
como una tumoración hinchada en la carencia y la hiel,
y se fortaleció en el deseo y la derrota,
en la eterna fábula del desencanto.

Y siempre fue ajena,
como una índole más allá de los umbrales vistos,
y siempre llegó, sin anunciarse, en las penumbras:
el intersticio entre un acto y su consecuencia,
el derrumbarse de objetos sin aparente vilo,
la desaparición del talismán que me evocaba el alba.

Era el ser reptando al fondo del pasillo,
el crujir bajo la casa.

Pronto se volvió una costumbre,
una ponzoña doméstica,
aunque se desplegaba a mis espaldas como un vuelo maligno.

Pero un día, en un repentino columbrar,
pude mirarla.

Era un magma,
una turbulencia mutando en múltiples rostros
hasta espesarse en un tejido que vibraba, extrañamente,
con el transcurrir de mi sangre.

Fue un instante apenas,
y tardó en volver su aparición,
aunque mientras me quemó su crepitar cuando a mi paso algún puente se quebraba,
al estrecharse aquellas ataduras que impedían el huir de un confinamiento,
en el presagio de unas lavas escindiéndome,
cimbrándome,
o en los caminos del juicio.

A veces la sentí en el sólo respirar y en el silencio,
y de noche, ya sin ocultarse,
se vertía en el sueño a manera de un infortunio
que embrollaba hasta el absurdo o la tortura los derrumbes del día,
los duelos de los cuales sólo yo conozco el nombre,
y comprendí que era ella la conspiración detrás de mis pérdidas.

Y entonces, como a quien haya traicionado el pacto invisible de la confesión,
quise aniquilarla de un certero golpe
y comencé a observarla en busca de su herida.

Así, logré imitar con exactitud sus gestos
(me detenía en un vuelco imperceptible de sus redes cuando ella notaba cierto matiz en las
palabras de los otros),
a predecir sus frases, sus razones,
a perfeccionar los anudamientos de sus cuerdas,
y llegó el momento en que, al anticiparme a sus mareas,
supe la inminencia de un exilio más
(acaso el peor, aunque no el definitivo)
a los que solía condenarme.

Y busqué refugio en otra orilla, no sin antes derruir sus trampas,
y sin embargo, en el escape, reconocí mi desandar en mis moradas rotas,
en las manos ya no estaba el talismán descubierto entre sus presas y que había logrado arrebatarle,
y nuevamente me encontré en el borde:
el camino hacia la dársena era un vacío.

Nunca en esta huída fui más allá de esa embocadura,
y cada vez una soga me asfixiaba con más fuerza.

Y un día, al llegar otra vez al límite,
me sorprendió su ondulación agitándose a mi lado,
y con asombro percibí que mi sangre acompasada a su latido
ya no me era una extrañeza.

Ahora, al saber la voluntad en la que abreva permanezco inmóvil,
porque ignoro la forma de romper la nervadura que nos une sin perder mi aliento.

Y habré de hacerlo pronto,
porque ella aguarda el ataque decisivo,
el instante donde no pueda escapar de sus augurios
y se haga en mí esa fatalidad agazapada,
el argumento de la destrucción que fui alimentando con mis venas.




GERMINAL


...se despiertan, como de sí, las formas: yo reconozco a tientas mi morada
JOSÉ ÁNGEL VALENTE




SE CONCENTRA IRIDISCENTE LA SUSTANCIA
íngrima
pureza en la plenitud de no existir,
intocada por el comienzo del tiempo,
acuática inocencia
y sin embargo su respiración o alumbramiento significan el principio
del dolor donde células de sombra han sido inoculadas.

Un grito de soles cayendo en alguna grieta de lo vasto,
un grito ahora amortajado en la memoria se detiene
aunque su eco,
su desconsuelo,
a veces turban el equilibrio de lo visible.

Se leva errática la densidad,
confusión herida por un frío nunca soportado:
encarnar a partir de esta sembradura,
invasión de los tejidos que nos ha mutado en esta materia de tristeza,
ser a partir de ese advenimiento.

El otro principio es de conciencia,
mas no la intrínseca al primer temblor,
sino el sofoco de partículas tomadas por un yugo:
estar a partir de sus formas, su lenguaje,
su lapidaria construcción de lo tangible,
su sed de lo vencido,
su natural incertidumbre.

Es en este fundamento donde hierve el magma,
donde se nerva la sombra usurpadora del rostro;
es allí donde se fertiliza el mal de odio,
es la fuente donde fluye el miedo,
y de la que brota una savia que oscurece el cuerpo en sí oscurecido.

Podrían haber otras palabras
pensamientos mas allá del plasma
y la conciencia terminal:
otra debió ser la simiente,
una linfa consubstancial al Padre y Madre.

Pero el gran silencio pesa,
como pesa nuestro derrame caótico en el mundo,
y finalmente estalla el daño en nuestra médula expansivo
oleaje que va paralizando una por una
o de repente cada vértebra,
intención,
y darse cuenta de las devastaciones sin que podamos oponernos:
la resistencia gutural y última se congela en rictus,
en una carne extraña, inmóvil, ajena a lo nombrado.

Ser destruyéndose en esta mórula de podredumbre
otorgada como un signo;
estar sobreviviendo al relámpago que no pedimos
y por el cual soportamos la adherencia.

Ser y estar como una índole que al final es consanguínea,
cómo liberarnos de su doble filo,
por qué debemos aceptar nuestra derrota
y ser ahogados por el mundo.

Dónde hallar la transparencia en esta acumulación de carne y huesos,
en sus órdenes infinitesimales que obedecen a leyes ajenas a lo eterno
como pequeñas y mortíferas maquinas de precipicio.

¿El fin es un comienzo de la luz,
si acaso hay una luz aprisionada?

¿Cómo liberarla?
¿Deberíamos asumirnos,
finalmente,
como un tributo en la pátina del tiempo?

¿La gracia estará en retornar,
siendo otra sangre,
purificados en el duelo del mundo y la materia,
a esa quietud inmaculada
mácula de donde surge la Visión?

Permanecer, entonces,
tomados por un misterio vulnerándonos,
como una vela traspasada por un fuego que devora su corazón.




LAPIS AUREA



A Jorge Eduardo Eielson



Opus nigrum la ciudad de piedra el lento limo de la furia la
acumulación de la intemperie
nigredo


La roca hierve en esta lava donde lo acordado se dispersa en rojo fuego
rojo estrella

gigante roja

la almenara
su triste combustión de magma oculto magma indómito rubledo en su derrotada manifestación los electrones giran giran alrededor de un corazón incandescente la vorágine sublimar o fusionar el odio hasta levarse las almenas almenadas las murallas y el corazón estalle supernova el miedo y nazca el alba
albedo

una lámpara en vigilia es nunca más la ausencia
apagar su luz para guardar la memoria secreta de la luz sean la gema y la heredad la gemación largamente meditada renacer es existir fuera de esta carne atravesando la niebla el velo y la materia


la materia su dolor su podredumbre su razón que no subsiste más allá Señor de lo invisible en tus moradas Domine donde no existe pensamiento ni luz ni oscuridad acaso otra forma de otra sangre sucesiva y simultánea en tus templos Domine mas allá de estas cárceles esféricas cubiertas por sudarios de poder donde heridos somos desde el plasma hasta morir desechos por el cáncer de este mundo todos muertos todos desde lo Uno hasta la nada más allá Señor de la constelación primera más allá

Credo, Domine, sed adjuva incredulitatem meam
Spero, Domine, sed vide afflictionem meam
Amo te Domine, sed dilata cor meum*

Dame el átomo atanor donde nazca otra sustancia y otras sean las células de nuestro nombre invisibles y fosfóricas aguas infinitas y lustrales santo Arcanum del que brota la conciencia que nos es debida santo Grial donde surge al fin la Advocación bajo la cual nos resguardamos bendito Azoth donde la rosa que es un Ser de Estrella y Ser un astro y emanar-permanecer como los astros uncidos en su propia aura todos entramados todos



LA MATRIZ CELESTE


Adoratio amada servitud En el corazón tan alto pulsa el oro un pulsar lumínico el Castillo donde spira el orden constelado la ingravidez de las palabras el sentido del espíritu la muerte de las máscaras la Resurrección en la Torre de Homenaje


Opus magnum la Ciudad dorada el lento limo de la gracia ninguna acumulación de la intemperie bautismada en el dolor acrisolado en Cristo el crisma de la fe decristaliza la cristálida



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