Astrid Velasco Montante
Poeta, escritora y editora mexicana (México, D.F., 1970).
Oxímoron
De la mano recorro mi hoy infierno
y por mi amor me anudo, me desato
y cual ciego pájaro que abato
es a mí en este Círculo que cierno.
Es hoy mi sol culpable de mi invierno
nómada corazón, dios insensato,
al que rezar sólo melodías ato
que el cielo sea otra vez eterno.
Y mientras más humana la deidad es,
más amado que Zeus, Prometeo
que puso fiebre y fuego a mis pies
y el cuerpo alimentó con su deseo,
y aunque derroche la vida en mi traspié
es al desasosiego al que peleo.
De noche
Noctámbulas, dormitan en cantos las voces
y, sin migrar, los deseos vuelan
delicados sobre los ojos,
y los amores se deshacen en las sábanas
y los dedos, sólo con su tacto, cortan las argucias.
Es la hora del sueño y no duermo.
Salados mis ojos son de piedra,
abierto mármol,
entre la oscuridad que dejan las luciérnagas.
¿Agotas tu corazón con pensamientos que no tienen camino?
Las ovejas del sueño pueden narrar historias
sobre mundos en los que el dolor
tiene el peso de una hoja de papel que cae
y amantes sin noches cansadas.
No hay mil,
el número de las noches que prolongan la vida
es como el universo.
La vida: segundos que dan sentido a años.
Un amor
Vestida de pájaros negros
brindo cataratas
Y en mis ojos viven las constelaciones
de tu espalda
Imperdonables
La rabia en jauría
acomete el centro donde los sueños pacen.
En esta guerra, el corazón expuesto
desangra paciencias y exangües deseos.
Como peces cuya fuente se deseca,
mis anhelos se retraen en agonía:
desflorados por falaces silencios
y en franca retirada a la cordura.
Mas, en la pequeña jaula, los residentes rencores
el consuelo esperan,
confundidos por marchitas esperanzas
e incisivos encuentros.
El perdón ha muerto,
igual que el anunciado dios de Nietzsche
ha muerto anunciando en su aflicción
un nuevo día.
Y de mí, gélida Monalisa,
retoñan dagas,
y víctima de mis errores
nace la vida deshecha en un llanto.
Verano
Despójate silencio de tu capa
que el día es caluroso bullicio
La verdadera pérdida de la inocencia
Entre el hastío y el cansancio
se instala mi conciencia
incesante en densos soliloquios.
Cada día, poco a poco,
mueren las creencias
y violentas envenenan lo que quedaba
de mi ser original.
Ya he dejado de creer en el Amor
y he olvidado el día en que me convencía
de su poder ante la muerte.
Ya la fugacidad comienza a descomponer
cada muro de mi cuerpo
y cada resquicio de ternura
se ve invadido por el doloroso moho del fracaso.
Y el resentimiento,
como miles de diminutos cristales,
astilla mi pecho.
No he muerto aún porque en las uñas
abriga la esperanza
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