lunes, 20 de octubre de 2014

WILLIAM CULLEN BRYANT [13.754]


William Cullen Bryant

William Cullen Bryant (Cummington, Massachusetts, Estados Unidos; 3 de noviembre de 1794 - Nueva York, 12 de junio de 1878), poeta, periodista y crítico estadounidense.

Obra

Se aficionó a la poesía en la vasta biblioteca paterna, en la que adquirió además una erudición poco común y aprendió idiomas, entre ellos el griego y el español. Entre sus más famosos poemas juveniles están Thanatopsis, To a Waterfowl, Inscription for the Entrance to a Wood, y The Yellow Violet. Cantó la majestuosidad de la Naturaleza en un estilo influido por los poetas lakistas del Romanticismo inglés con una personal simplicidad y dignidad. Tradujo Al Niágara del poeta cubano José María de Heredia.

En Nueva York fue crítico literario y editor asociado del New York Evening Post en 1826, y de 1829 a su muerte fue editor principal. Defendió los derechos humanos y abogó por la libertad y la abolición de la esclavitud. Fue un crítico literario notable y un teórico de los más importantes sobre poesía en aquella época. En sus Lectures on Poetry (compuesta en 1825 y publicada en 1884) y otros ensayos críticos valoró la simplicidad, la imaginación original y la moralidad. Otras obras suyas son The Death of the Flowers, To the Fringed Gentian y The Battle-Field. Tradujo la Ilíada en verso blanco en 1870, y la Odisea en 1872.




Himno de la ciudad

 No sólo en yermo llano,
Ni allá en selvoso apartamiento esquivo,
 El pensamiento humano
Puede á Dios contemplar presente y vivo;
 Ni sólo oye su acento
Donde la onda retumba y silba el viento.

 También aquí presente
Yo te adoro ¡Señor! aquí te miro,
 Donde bulle la gente
Con vasta resonancia y vario giro
 Entre muros, do ufana
Puso su sello audaz la industria humana.

 Tu luz, vertida á mares
Del combo cielo, la ciudad inunda,
 Penetra los hogares,
Espacio lleno de aire nos circunda;
 Por ti el mar sus tributos
Nos da, y las costas sus preñados frutos.

 Goza vital aliento
Tanto agrupado ser, y á ti lo debe;
 Y el sordo movimiento
De inmensa multitud que habla y se mueve,
 Tu alto poder proclama
Cual tormenta que zumba ó mar que brama.

 Y á la hora del descanso,
Cual duerme la alta mar, cesa el tumulto;
 Y aquel silencio manso,
Obra tuya también, te ofrece culto;
 Tú, soberano dueño,
De la inerte ciudad guardas el sueño.

Nota: Traducción de Miguel Antonio Caro incluída en el libro Traducciones poéticas (1889).





El sol de Mayo

El sol de Mayo envuelve en esplendores
 Prado y selva, de nuevo floreciente;
Mas la que á honrar venía estos verdores
 Con sonrisa aun más pura y más fulgente,
 En soledad reposa
 Bajo la helada losa.

En larga copia blancas flores bellas
 Asoman del camino en las orillas;
La que con mano que envidiaban ellas,
 Cogiendo iba y juntando florecillas,
 En soledad reposa
 Bajo la helada losa.

Los pájaros al aura brillad ora
 Esparcen sus concentos matutinos;

La que con voz más dulce y más canora
 Convidóme tal vez á oír sus trinos,
 En soledad reposa
 Bajo la helada losa.

La música del año que amanece,
 La florida estación me causa enojos;
Mi espíritu se anubla y entristece,
 Las lágrimas asoman á mis ojos;
 Que ella ¡ay de mí! reposa
 Bajo la helada losa.

Nota: Traducción de Miguel Antonio Caro incluída en el libro Traducciones poéticas (1889).





La voz del Otoño

Murmurando á la contina
Sopla alada ventolina,
Y retostadas y rojas
Cual copos de luz, las hojas
  Remolina.

Ya mustia campiña rása,
Ya el árbol que el sol abrasa
Roza en blando movimiento;
Doquier de otoño el aliento
  Corre y pasa.

Sobre el musgoso arroyuelo
Susurra, y saluda, al vuelo,
La última desierta flor
Que lánguida y sin color
  Mira al cielo.

Y á rapaces bullidores
Llega, y besos voladores
Les da en ojos y mejillas,
Y deja atrás sus cuadrillas
  Y clamores.


Y á lago y selva remota
Va triscando, y alborota
El más recóndito nido,
Do entre peñas escondido
  Raudal brota.

Ni en la granja se guarece
Que alegre ninfa embellece,
Ni en concavidad repuesta;
Huye, y la cima traspuesta,
  Desparece.

Dí, ¿no te causa pesar,
Nunca haber de reposar,
Blanda brisa, ni en laderas
De los montes, ni en riberas
  De la mar?

Perenne inquietud te asiste,
Para agitarte naciste,
Sin cesar, de Oriente á Ocaso;
Aura que detiene el paso,
  Ya no existe.

Pienso que dejando lloras,
Mil formas encantadoras
Que, doquiera que resbalas,
Con tus levísimas alas
  Mal desfloras.

Nota: Traducción de Miguel Antonio Caro incluída en el libro Traducciones poéticas (1889).




Thanatopsis

Para quien en el amor de la Naturaleza experimenta
Comunión con sus formas visibles, ella habla
Un lenguaje diverso; para sus horas felices
Tiene una voz de dicha y una sonrisa
Y elocuencia de hermosura y se desliza
En sus más oscuros ensueños, con tierna
Y vigorizante simpatía, que les quita
Su aspereza, hasta que vuelve en sí. Cuando los pensamientos
De la última hora amarga se ciernan como una llaga
Sobre tu espíritu, e imágenes aciagas
De la severa agonía y el sudario y el paño
Y la oscuridad sin aliento y la estrecha morada,
Te hagan estremecer y enfermen tu corazón...
Avanza, bajo el cielo abierto, y nota
Las enseñanzas de la Naturaleza, mientras de todas partes-
La Tierra y sus aguas y las profundidades del aire-
Llega una voz callada...
Tan sólo unos días y tú
El sol que todo lo contempla no has de ver más
En todo su curso; ni aún en la tierra fría,
Donde tu pálida forma fue depositada, con lágrimas abundantes,
Ni en el abrazo del océano, ha de existir
Tu imagen. La Tierra, que te nutrió, ha de reclamar
Tu cuerpo, para transformarlo en tierra otra vez,
Y, perdidas las huellas de tu humanidad, rindiendo
Tu ser individual, has de marchar
Para mezclarte por siempre con los elementos,
Para ser hermano de la roca insensible
Y del tórpido guijarro, que el rudo jabalí
Voltea con su hocico y pisotea. El roble
Ha de enviar sus raíces en torno y atravesar tu túmulo.
Mas no a tu eterno lugar de descanso
Has de retirarte solo, ni pudieras desear
Yacer de un modo más suntuoso. Reposarás
Con los patriarcas de la infancia del mundo - con los reyes,
Los poderosos de la tierra - los sabios, los buenos.
Bellas formas y vetustos visionarios de tiempos pasados,
Todos en un imponente sepulcro. Las colinas
Guarnecidas de roca y viejas como el sol - los valles
Que se extienden en pensativa quietud en el medio;
Los bosques venerables - ríos que se mueven
Con majestad, y los quejosos arroyos
Que verdean los prados; y, fluyendo en torno a todo,
El gris y melancólico abismo del antiguo Océano-
No son todos más que solemnes ornamentos
De la gran tumba del hombre. El áureo sol,
Los planetas, toda la infinita multitud de los cielos,
Resplandecen sobre las tristes moradas de la muerte,
A través del silencioso paso de las eras. Todo lo que holla
El globo no es más que un puñado para las tribus
Que dormitan en su seno. Toma las alas
De la mañana, penetra la espesura Barcan,
O piérdete en los bosques sin límite
Donde serpentea el Oregón, y no escucha sonido alguno,
Salvo su propio estruendo-y aún allí están los muertos;
Y millones en esas soledades, desde el momento
En que el vuelo de los años comenzó, los han puesto a reposar
En su último sueño-los muertos reinan allí solos.
Así has de reposar, ¿y qué si te apartas
En silencio de los vivos y ningún amigo
Se apercibe de tu marcha? Todo lo que alienta
Compartirá tu destino. Los gozosos reirán
Cuando te hayas ido, la solemne estirpe de la cuita
Se esforzará y cada cual como antes cazará
Su fantasma escogido; mas todos estos han de abandonar
Su deleite y sus trabajos, y llegar
A preparar su lecho contigo. Conforme el largo tren
De las edades se desliza, los hijos de los hombres,
La juventud en su verde primavera, y el que avanza
Con la fuerza plena de los años, matrona y doncella,
El mudo infante y el hombre de sien cana...
Serán uno por uno reunidos a tu lado,
Por aquellos que a su vez han de seguirlos.
Así pues, vive, que cuando te convoquen para unirte
A la caravana innumerable que se mueve
Hacia ese reino misterioso donde cada cual ha de tomar
Su cámara en los aposentos silenciosos de la muerte,
No vayas tú, como el esclavo preso en la noche,
Azotado hasta su mazmorra, sino que, sostenido y aliviado
Por una verdad inquebrantable, acércate a tu tumba,
Como quien echa las cobijas de su lecho
En torno suyo y reposa buscando dulces sueños.

http://hylebates.blogspot.com.es/2008/09/thanatopsis-william-cullen-bryant.html




I Broke the Spell That Held Me Long

I broke the spell that held me long,
The dear, dear witchery of song.
I said, the poet’s idle lore
Shall waste my prime of years no more,
For Poetry, though heavenly born,
Consorts with poverty and scorn.

I broke the spell–nor deemed its power
Could fetter me another hour.
Ah, thoughtless! how could I forget
Its causes were around me yet?
For wheresoe’er I looked, the while,
Was Nature’s everlasting smile.

Still came and lingered on my sight
Of flowers and streams the bloom and light,
And glory of the stars and sun; –
And these and poetry are one.
They, ere the world had held me long,
Recalled me to the love of song.





Oh Fairest of the Rural Maids

Oh fairest of the rural maids!
Thy birth was in the forest shades;
Green boughs, and glimpses of the sky,
Were all that met thine infant eye.

Thy sports, thy wanderings, when a child,
Were even in the sylvan wild;
And all the beauty of the place
Is in thy heart and on thy face.

The twilight of the trees and rocks
Is in the light shade of thy locks;
Thy step is as the wind, that weaves
Its playful way among the leaves.

Thine eyes are springs, in whose serene
And silent waters heaven is seen;
Their lashes are the herbs that look
On their young figures in the brook.

The forest depths, by foot unpressed,
Are not more sinless than thy breast;
The holy peace, that fills the air
Of those calm solitudes, is there.




A Winter Piece

  The time has been that these wild solitudes,
Yet beautiful as wild, were trod by me
Oftener than now; and when the ills of life
Had chafed my spirit—when the unsteady pulse
Beat with strange flutterings—I would wander forth
And seek the woods. The sunshine on my path
Was to me a friend. The swelling hills,
The quiet dells retiring far between,
With gentle invitation to explore
Their windings, were a calm society
That talked with me and soothed me. Then the chant
Of birds, and chime of brooks, and soft caress
Of the fresh sylvan air, made me forget
The thoughts that broke my peace, and I began
To gather simples by the fountain’s brink,
And lose myself in day-dreams. While I stood
In Nature’s loneliness, I was with one
With whom I early grew familiar, one
Who never had a frown for me, whose voice
Never rebuked me for the hours I stole
From cares I loved not, but of which the world
Deems highest, to converse with her. When shrieked
The bleak November winds, and smote the woods,
And the brown fields were herbless, and the shades,
That met above the merry rivulet,
Were spoiled, I sought, I loved them still; they seemed
Like old companions in adversity.
Still there was beauty in my walks; the brook,
Bordered with sparkling frost-work, was as gay
As with its fringe of summer flowers. Afar,
The village with its spires, the path of streams
And dim receding valleys, hid before
By interposing trees, lay visible
Through the bare grove, and my familiar haunts
Seemed new to me. Nor was I slow to come
Among them, when the clouds, from their still skirts,
Had shaken down on earth the feathery snow,
And all was white. The pure keen air abroad,
Albeit it breathed no scent of herb, nor heard
Love-call of bird nor merry hum of bee,
Was not the air of death. Bright mosses crept
Over the spotted trunks, and the close buds,
That lay along the boughs, instinct with life,
Patient, and waiting the soft breath of Spring,
Feared not the piercing spirit of the North.
The snow-bird twittered on the beechen bough,
And ’neath the hemlock, whose thick branches bent
Beneath its bright cold burden, and kept dry
A circle, on the earth, of withered leaves,
The partridge found a shelter. Through the snow
The rabbit sprang away. The lighter track
Of fox, and the raccoon’s broad path, were there,
Crossing each other. From his hollow tree
The squirrel was abroad, gathering the nuts
Just fallen, that asked the winter cold and sway
Of winter blast, to shake them from their hold.

  But Winter has yet brighter scenes—he boasts
Splendors beyond what gorgeous Summer knows;
Or Autumn with his many fruits, and woods
All flushed with many hues. Come when the rains
Have glazed the snow and clothed the trees with ice,
While the slant of sun of February pours
Into the bowers a flood of light. Approach!
The incrusted surface shall upbear thy steps,
And the broad arching portals of the grove
Welcome thy entering. Look! the massy trunks
Are cased in pure crystal; each light spray,
Nodding and tinkling in the breath of heaven,
Is studded with its trembling water-drops,
That glimmer with an amethystine light.
But round the parent-stem the long low boughs
Bend, in a glittering ring, and arbors hide
The glassy floor. Oh! you might deem the spot
The spacious cavern of some virgin mine,
Deep in the womb of earth—where the gems grow,
And diamonds put forth radiant rods and bud
With amethyst and topaz—and the place
Lit up, most royally, with the pure beam
That dwells in them. Or haply the vast hall
Of fairy palace, that outlasts the night,
And fades not in the glory of the sun;—
Where crystal columns send forth slender shafts
And crossing arches; and fantastic aisles
Wind from the sight in brightness, and are lost
Among the crowded pillars. Raise thine eye;
Thou seest no cavern roof; no palace vault;
There the blue sky and the white drifting cloud
Look in. Again the wildered fancy dreams
Of spouting fountains, frozen as they rose,
And fixed, with all their branching jets, in air,
And all their sluices sealed. All, all is light;
Light without shade. But all shall pass away
With the next sun. From numberless vast trunks
Loosened, the crashing ice shall make a sound
Like the far roar of rivers, and the eve
Shall close o’er the brown woods as it was wont.

  And it is pleasant, when the noisy streams
Are just set free, and milder suns melt off
The plashy snow, save only the firm drift
In the deep glen or the close shade of pines—
’Tis pleasant to behold the wreaths of smoke
Roll up among the maples of the hill,
Where the shrill sound of youthful voices wakes
The shriller echo, as the clear pure lymph,
That from the wounded trees, in twinkling drops,
Falls, mid the golden brightness of the morn,
Is gathered in with brimming pails, and oft,
Wielded by sturdy hands, the stroke of axe
Makes the woods ring. Along the quiet air,
Come and float calmly off the soft light clouds,
Such as you see in summer, and the winds
Scarce stir the branches. Lodged in sunny cleft,
  Where the cold breezes come not, blooms alone
The little wind-flower, whose just opened eye
Is blue as the spring heaven it gazes at—
Startling the loiterer in the naked groves
With unexpected beauty, for the time
Of blossoms and green leaves is yet afar.
And ere it comes, the encountering winds shall oft
Muster their wrath again, and rapid clouds
Shade heaven, and bounding on the frozen earth
Shall fall their volleyed stores, rounded like hail
And white like snow, and the loud North again
Shall buffet the vexed forest in his rage.





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