viernes, 3 de octubre de 2014

MARCOS RAFAEL BLANCO BELMONTE [13.550] Poeta de Andalucía

                               Lápida en la casa natal de Blanco Belmonte



Marcos Rafael Blanco Belmonte 

Nacido en Córdoba en 1871 en la Calle Cardenal Herrero. Murió a mediados de noviembre de 1936.
Fue redactor de la Revista Meridional y redactor-jefe y director literario del diario La Unión, dándose a conocer desde muy joven como notable poeta y alcanzando como tal varios premios de honor y primeros premios en los Juegos Florales y certámenes literarios celebrados en Sevilla, Cádiz, Málaga, Córdoba, Valladolid, Almería y otras capitales.
Al trasladarse a Madrid ingresó en la redacción de La Ilustración Española y Americana. Desde 1906 dirige La vida en el hogar, que semanalmente publica El Imparcial; siendo colaborador asiduo de los principales periódicos de España y América y redactor-corresponsal de El Tiempo de la Habana.

Es uno de los mejores cuentistas españoles, como se puede ver en sus volúmenes en versos llenos de ternura a favor de los niños abandonados titulados Negros y Azules, Almas de niño y De la tierra española. Sus poemas fueron recogidos en el libro Aves sin nido, prologado por Manuel Reina. En prosa escribió Los adelantados de Ideal, Jornadas novelescas, El capitán de las esmeraldas y Al sembrar los trigos.

Fue nombrado comendador de la Orden de Alfonso XII y premiado con la medalla de plata del Centenario de los Sitios de Zaragoza.




COBARDE

Raudo el buque navega. En la toldilla
fuma impasible el capitán negrero.
por la abierta escotilla
sube murmullo ronco y plañidero,
que el sollozo semeja
de mil bestias humanas;
Es el ébano vivo que se queja
al dejar las llanuras africanas.

Y mientras gime abajo el cargamento,
y a merced de las olas y del viento,
navega el barco por la mar bravía,
que nos relate el capitán un cuento,
pide a voces la audaz marinería.

¿ Una historia pedís? Ahí va la mía,
el negrero exclamo: Si por mi alarde
de arrojo temerario habéis creído,
que cual valiente soy, valiente he sido,
¡ Grande fue vuestro error! Yo fui un cobarde.

Yo fui cobarde, sí porque yo amaba
con la ternura de la edad primera,
a una mujer que infame me engañaba,
y la amaba frenético, la amaba
como ama a sus cachorros la pantera.

No sé si su adulterio o mi cariño
la hicieron concebir un tierno niño,
más se que entre la madre y el hijuelo
tanta dicha gocé, tanta ventura,
que a deciros verdad me figuraba
que casi comprendí lo que era el cielo.

Breves fueron mis cándidos amores,
breve mi dicha fue, breve mi calma,
y al saber la traición de los traidores
sentía el infierno de los horrores,
dentro del corazón, dentro del alma.

A mi rival deshice a machetazos
y antes de herir a la que impía
rompió de amor los bendecidos lazos,
el arma se detuvo, que en los brazos
de la mujer culpable sonreía
el pequeño débil e inocente,
y no quise manchar su tersa frente;
y, de pueril ternura haciendo alarde,
por no dejar sin madre al pequeñuelo,
¡ A la infiel perdoné como un cobarde.!



LA BAJADA DEL CALVARIO 

Por los caminos de la Amargura
(piedras de sangre, polvo de llanto)
por el sendero de los
dolores largos, muy largos…,
sin un gemido, sin un sollozo
vuelve la Madre desde el Calvario.
Toda silencio. Mortal silencio
sella sus labios;
la frente inclina con el agobio
de su quebranto,
y en lo más hondo del alma-cielo
lleva la imagen del Hijo amado.
Y ella lo ha visto sufrir la befa
del populacho…
y era la carne de sus entrañas
la que en el leño miró sangrando…
Y así le duelen en las entrañas
los martillazos…
Y así agoniza… Que su Hijo ha muerto
crucificado.

La Madre avanza por el camino
(piedras de sangre, polvo de llanto),
y temblorosa baja el sendero
por Jesucristo santificado…
Y entre las huellas busca la huella
de aquellos pasos
que abrieron surcos de luz divina
mientras el Mártir, agonizando
se desplomaba bajo el madero
y con la angustia del fin cercano,
llora la Madre cuando desciende
desde el Calvario…
Para su pena no existe olvido,
tregua ni bálsamo…
Y si remembra la dulce infancia
del Adorado,
y si memora su hogar dichoso,
y si recuerda los tiernos brazos
que de su cuello fueron caricia…
tiembla en congoja de fiero espanto.
Porque su Niño, siendo inocente,
sufrió el castigo de los malvados;
porque está rota su santa vida;
porque sus brazos
ya no se mueven, ya no bendicen,
y ya no siembran sin un descanso
el pan sublime de las verdades
que lo divino puso en lo humano.
Sin un sollozo, sin un gemido,
baja la Madre desde el Calvario…
En lo más puro de sus entrañas,
la cruz del Mártir se le ha clavado;
y en lo más hondo de sus pupilas
y en su recuerdo lleva sangrado
la cruz del Hijo,
del Bienamado,
que de la vida pasó a la muerte
con la sonrisa siempre en los labios.
Y cuando baja la Dolorosa
(mustia azucena, lirio tronchado),
cuando vacila por el sendero
largo, muy largo…,
pobres mujeres la compadecen,
santas mujeres siguen sus pasos,
y alguien murmura:
-Ved a la Madre
del suplicado;
esa es la Madre del Nazareno,
que hoy ha sufrido muerte y escarnio.
Siempre en silencio llora la Madre,
y hay en su llanto
misericordia por los que sufren,
por los que viven siempre llorando,
por cuantas madres haya en el mundo
que a un hijo miren sacrificado
sobre la cumbre de su Calvario…
¡Y por la Madre del Nazareno
qué pocas madres derraman llanto!

···········

Sin un sollozo, sin un gemido,
mustia la frente, mudos los labios,
como una imagen de eterna angustia
vuelve la Madre desde el Calvario.





LO BUENO Y LO MEJOR 

Es domingo, Juan y Pedro
van a oír Misa mayor,
van cogidos de las manos,
van cantando una canción,
que interrumpen muchas veces
para hacer brillar al sol
las dos monedas de plata
que el abuelito les dio,
porque la semana entera
se supieron la lección.

Al penetrar en el templo,
un ciego, con ronca voz,
tendiendo la flaca mano
una limosna imploró.

Y habló Juan: "No llevo suelto,
perdone, hermano, por Dios".

Al escuchar al mendigo
Pedro sintió compasión,
y dijo: "No llevo suelto,
pero tome, por favor,
la moneda que abuelito
como regalo me dio".

Oyeron Misa los niños
y alzaron el corazón
en alas de la plegaria
hasta el alcázar de Dios.

Y al abandonar el templo,
el abuelo que los vio,
le dijo a Juan: "Nietecito,
santo y bueno es tu fervor,
y es bueno juntar las manos
murmurando una oración...
¡pero abrirlas como Pedro
es muchísimo mejor!".





SEMBRANDO 

De aquel rincón bañado por los fulgores
del sol que nuestro cielo triunfante llena;
de la florida tierra donde entre flores
se deslizó mi infancia dulce y serena;
envuelto en los recuerdos de mi pasado,
borroso cual lo lejos del horizonte,
guardo el extraño ejemplo, nunca olvidado,
del sembrador más raro que hubo en el monte.

Aún no se si era sabio, loco o prudente
aquel hombre que humilde traje vestía;
sólo sé que al mirarle toda la gente
con profundo respeto se descubría.
Y es que acaso su gesto severo y noble
a todos asombraba por lo arrogante:
¡hasta los leñadores mirando al roble
sienten las majestades de lo gigante!

Una tarde de otoño subí a la sierra
y al sembrador, sembrando, miré risueño;
¡desde que existen hombres sobre la tierra
nunca se ha trabajado con tanto empeño!
Quise saber, curioso, lo que el demente
sembraba en la montaña sola y bravía;
el infeliz oyóme benignamente
y me dijo con honda melancolía:
--Siembro robles y pinos y sicomorros;
quiero llenar de frondas esta ladera,
quiero que otros disfruten de los tesoros
que darán estas plantas cuando yo muera.

-¿Por qué tantos afanes en la jornnada
sin buscar recompensa?? dije. Y el loco
murmuró, con las manos sobre la azada:
--«Acaso tú imagines que me equivooco;
acaso, por ser niño, te asombre mucho
el soberano impulso que mi alma enciende;
por los que no trabajan, trabajo y lucho;
si el mundo no lo sabe, ¡Dios me comprende!

»Hoy es el egoísmo torpe maestro
a quien rendimos culto de varios modos:
si rezamos, pedimos sólo el pan nuestro.
¡Nunca al cielo pedimos pan para todos!
En la propia miseria los ojos fijos,
buscamos las riquezas que nos convienen
y todo lo arrostramos por nuestros hijos.
¿Es que los demás padres hijos no tienen?…
Vivimos siendo hermanos sólo en el nombre
y, en las guerras brutales con sed de robo,
hay siempre un fratricida dentro del hombre,
y el hombre para el hombre siempre es un lobo.

»Por eso cuando al mundo, triste, contemplo,
yo me afano y me impongo ruda tarea
y sé que vale mucho mi pobre ejemplo
aunque pobre y humilde parezca y sea.
¡Hay que luchar por todos los que no luchan!
¡Hay que pedir por todos los que no imploran!
¡Hay que hacer que nos oigan los que no escuchan!
¡Hay que llorar por todos los que no lloran!
Hay que ser cual abejas que en la colmena
fabrican para todos dulces panales.
Hay que ser como el agua que va serena
brindando al mundo entero frescos raudales.
Hay que imitar al viento, que siembra flores
lo mismo en la montaña que en la llanura,
y hay que vivir la vida sembrando amores,
con la vista y el alma siempre en la altura».

Dijo el loco, y con noble melancolía
por las breñas del monte siguió trepando,
y al perderse en las sombras, aún repetía:
--«¡Hay que vivir sembrando! ¡Siempre sembrando!…»







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