AMAYA ZULUETA
Manuel Amaya Zulueta. Cádiz, 1947. Es un poeta y novelista gaditano, galardonado entre otros reconocimientos, con el I premio Quiñones de literatura por su novela El León de Oro.
Manuel Amaya Zulueta estudió Letras en Sevilla y ejerció de lector de lengua española en Francia. Su vida ha estado dedicada a la enseñanza de la literatura y al estudio de la poesía española, especialmente la del siglo XX.
Bibliografía
- En 1998 resultó finalista del VIII Premio Internacional de novela Luis Berenguer con la obra titulada Las Puertas de la Noche.
- En 1999 fue ganador del el I Premio de Novela Fernando Quiñones gracias a su novela El León de Oro, publicada en el año 2000 por Alianza Editorial, Madrid. El jurado que estimó esta obra como ganadora fue compuesto por Juan Eslava Galán, Felipe Benítez Reyes, Nadia Consolani, Alfonso Canales y Luis Suñén.
- En 2003 obtuvo el Premio Bahía de Algeciras de Poesía con El Ala de la Locura (Poemas de la exhumación).
- En 2005 publicó el poemario El dios en el espejo, Fundación Unicaja, Málaga.
- Son muchas las obras que ha publicado en colaboración con otros autores como Estrecho, una poética de la solidaridad (2001) o La ciudad escrita
Así escribía AMAYA ZULUETA en el 79: este poema me reafirma en la convicción de que todo poeta auténtico, eh, es asimismo un profeta de una religión o de una realidad espesamente velada al hombre común. Desgraciadamente le estaba escribiendo el epitafio a mi amadísima hermana inolvidable once años antes de la desgracia.
La muerte y la doncella
I
Anélidos de lúteas alas empiezan a llegar a llagar
Una doncella sin vigor palpita
aprendiendo inocentemente un ajuste en el angosto lugar
aprendiendo inocentemente el nombre de los nuevos charcos
sollozando antorchas de adipocira en sus nuevos campos de sal
ungiendo una sima de feroces palomas
casi sin potencia sin altos nidos
reposando la frente sobre densas áncoras
mientras que la sensación de tocarte fue una llave caída al agua de un río
II
Habíanse perdido ya los oráculos
En los aires habíanse ya escindido la pureza y se desgranaba
sobre una pesada mar de pesar
sobre una amarga mar de marfil
Oh piedad de los puentes
por donde transcurre perezoso un río de ensangrentados vehículos
la descorazonadora lamaza de las orillas
las hercúleas calandrias que empezaron a ofrecerte coronas
de ramos y flores y macizos cristales de oro puro
III
Seguían y siguen rosando cambios los anélidos
y amarillos los úteros presentaban límenes de husmos
el final imposible
el perfil impasible
Tu humedad florece un campo
llegando a escupir brazos desnudos
desvaneciendo un horizonte muy blando
una bruma serosamente segregada que desolaba
Y ya no puedes
Te ves sin ijadas ni dulces colinas
¿Querrías enquistarte un instante aunque fuese espectral en alguna vanidad?
¿O sientes frías columnas bajo los muslos?
¿Qué iglesias se desparraman sobre tu ceño aquiescente sin remedio
peldaño a peldaño
Hostia a Hostia?
IV
Te arrancas primero un anfibio que manaba leche
Más tarde un tropel de lombrices que te estaba invadiendo
y refriando brotes más violáceos y más tiernos
Tu idea aún no residía en los desparaísos
No
Abandonas los balcones del vientre por la tierra
a ver si así te desecha el muñón frío del hoyo
se olvida de ti para siempre
¿Recuerdas? ¿Recuerdas gitanos y cántaros?
Llevas puestas las joyas de mamá mas no brillan en la oscuridad
La cercanía del mar ¿te acongoja? ¿Algo te da miedo amor?
Quizá lívidamente contemplas cualquier aposento
que te vaya mejor que ese agujero prematuro que habitas
¿Te acuerdas del cielo de París? ¿Hay pavos reales ahí donde duermes?
¿En ondas? ¿Sólo en ondas te propagas?
¿Te sientes amamantadora de nieve?
¿Viste ya al divino Tiziano? ¿Se llegó a salvar él de los anélidos?
¿Viste el pescante de Caronte burbujeando en medio de millones de iris?
Comprendo que te reste todo tan lejano que hasta huelas el polvo estival con agrado
V
Oxidas
Explotas
Unicornios indefensos te rodean
Y réprobas sin sábanas
Perdidos ya las urbes y los cafés
Conviviendo con aves de violento olor a raíces
te acomodas ácidamente al estrecho ámbito
Mientras de este lado te creamos un planto de nematelmintos ansiosos
que no desean pintar pintores ni poetas ni hienas
ya que por la oscuridad de tu nuevo Erecteion bogan nuevas crisálidas
terminando por enjugarse los tejidos por inocentes escalinatas
por inocentes alcantarillas
VI
Ojos garzos ha la niña
sin arreboles
zagaleja en lo verde
no bellamente transparente
sin desearlo estremeces las hojas de los árboles cuya tierna savia te es familiar
sin desearlo estremeces las hojas de las medusas doradas del fondo
sin desearlo estremeces la cubertería de la mesita del jardín al atardecer
mientras merendamos té con pastas y vino blanco helado
sin desearlo se te posa de improviso todo en los hombros
es demasiado y entonces comienzas a reverdecer
reverdecer entre el musgo repartida
en tanto sin desearlo jamases nervudos aprietan
y larvan las hierbas de tus alveolos
Ojos verdes tenía la niña
domingo/18/2/1979
(poema inédito)
5
¿Qué tienes, mar? ¿Por qué huyes
por las algas del alma?
¿Por qué te vuelves atrás?
¿Y por qué danzas leve
las noches de verano,
con vestidos ligeros y sandalias?
Nadando en agua fría,
sin poder hacer pie,
no eres más que uno de esos cuerpos leves,
ajados por las rosas y el destino,
a los que el amor escupe en la cara.
del libro inédito Memoria de las Sombras
Las campanas eran péndulos
I
Las campanas eran péndulos
o extremos de heridora afasia
la deuda del vegetal con el cristal
con la helada arpa
con el apuñalado resol
las nubes verdiris
las calles de gasoil y plata
II
La nave del tobillo era un vuelo de zinc
se aprestaba como deesa al lento vuelo
o los mejores aires a las airados aires
o el ven a merendar sobre las cuatro
III
Desde los ábsides de Santa María
Bréton me miró con su mejor traje
un terno gris-esqueleto de finas rayas
Allí estabas tú desde antes de nacer los peces
y las rodillas-néctar y los besos
IV
Succiono todo lo blanco como un pescador de perlas
como
digiero
sorbo tu saliva
me arrodillo
y te beso los pies
Soy un heliotropo ardiendo
me congelo ante el imposible
hago sumas salvajes de caricias
V
El olor de los relojes se escondió en qué perfil de gong
El trotar de los peces por los ríos
El olor de los relojes se escondió en las bestias del fondo
Mulas verdes y doradas cuyas patas acercaban el plenilunio
Y las arcadas del suave poniente
Mareaban mareaban mareaban como un perfume o un dios
en tanto los globos oculares me mordían la huesera
anelidada junto a Dadá
VI
Segregaba segregaba la deesa
volví a beber más tardes el humor del útero enloquecido
los sigilos me acechaban
inundaban
eran grullas
fauces
goteaba el humor de las ingles
qué deidad con bacteriano flujo
y labios de flores nocturnas
Toda la ligera agua entre aperturas
Mas la diosa escondida florecía pronto por las agujas de Niort
los frutos agrios y las rosas grises
La bajada de las aguas hasta la nacárea pierna
La pérdida de las secas mandíbulas de Madame Pape
satisfarían mis esperados pozos
Los hospedajes del himen
los triunfos precarios del himen
venían a la enramada dormidos
empapados del sudor del espíritu
El sudor del alma mojada sacralizaba la tarde
que se había quedado prendida sin querer
En las agujas de las iglesias de Niort
27/5/1982
Soledad
Andando por las nubes, por la nieve,
por el silencio de mi muerte y sueño
quedó la soledad yerta un instante.
Un bordón en la mar huye del iris
un cuello en la mar vuela en el viento
un cántico del alma ya es del hombre.
Rodeado de estrellas siente frío
el interno pulmón, la blanca pena
la sufrida razón que nunca acalla.
Y entre sombras ajenas, centinelas
de nuestra soledad, pasa la vida
callando, meditando y en silencio.
Nadie va por el mar para traernos
Las alas de los ángeles ni el alma
de los pavos reales de la infancia.
Nadie va por el mar buscando el éter
ni el aliento vital ni la liviana
sangre que casi tiene ya en los labios.
Nadie va por el mar para buscamos
el fin del corazón, seno del labio
oculto fondo de suave palabra.
Violento desnudo en la playa
Perdóname por ir así sajando
tus músculos de lirio a las estrellas
inclemente y hostil.
Perdóname por ir así dejando
entrar la espada del estío donde
dormía cenital tu ansia azotada
sin reposar siquiera dulce un hombro
aterrada y aérea de cimas.
Perdóname por ir así mostrando
al planeta aquel fondo tuyo y mío
loca sima marina tan vidente
de la muerte nocturna unos momentos
cubierto por la arena y el silencio.
Perdóname por ir así colgando
banderas y manzanas de tu carne
por mástiles y proas y azucenas
y por desjarretarte tan temprano.
Perdóname por ir así exponiendo
a las horas tu cuerpo tan aterido
ante tanta oscura tiniebla, fanal cierto
de tu oscura medusa protegida,
andadura feliz, mientras cosías
a los corpiños de la muerte andares
que te hablaban de ruinas o desamores
y los tigres de niebla de mis dedos
te llevaban del sueño al pensamiento
del sentido a una honrada amanecida.
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