Alfonso Cisneros Cox
Alfonso Cisneros Cox (Lima, *1953 - † 2011) fue un poeta, catedrático universitario y editor peruano. Fue una de los mayores exponentes contemporáneos del haiku en Hispanoamérica.
Alfonso José Cisneros Cox nació en Lima en 1953. Realizó estudios de Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Comunicación en la Universidad de Lima, obteniendo el título de Bachiller en Ciencias de la Comunicación en 1985 con la tesis titulada "El análisis discursivo en publicidad impresa en torno a un caso - tipo Whisky Johnnie Walker". Luego obtuvo el grado de Licenciado en Ciencias de la Comunicación. En esa misma casa de altos estudios, se desempeñó luego como catedrático de los cursos de Apreciación Musical, Apreciación Estética y Apreciación Del Arte, hasta poco antes de fallecer. Además, fue fundador y director, desde 1980 hasta su fallecimiento, de la prestigiosa revista Lienzo, órgano informativo de arte, literatura y cultura de la misma entidad educativa. Entre los años 1984 y 1985, Cisneros Cox realizó labores de redactor publicitario en la agencia de publicidad Causa.
Desde 1988, con la publicación de la plaquette El Pez Muerto, Cisneros Cox asumió la dirección de la cuidadas Ediciones Caracol (que fuera fundada y dirigida por la poeta peruana Patricia Saldarriaga, con la publicación de su poemario Espacios Como Cuerpos en 1984), publicando poemarios de importantes poetas peruanos, como Ricardo Silva-Santisteban (Río De Primavera, Cascada De Otoño, 1988), Antonio De Saavedra (Laguna De Electricidad, 1998), así como sus propios últimos libros. En 2006, Ediciones Caracol publicó Oh Dulces Prendas del destacado semiólogo peruano-español Desiderio Blanco (en ese tiempo contando con 77 años de edad), colección de poemas que vieron la luz anteriormente en el No. 17 (1996) de Lienzo.
En menester a su trayectoria poética, Cisneros Cox fue publicado en diversas revistas y antologías de Perú y de otras latitudes, así como en publicaciones mayormente ligadas a la difusión del haiku en los idiomas inglés y japonés. También viajó a países como Japón y Bolivia representando a Perú en encuentros de haijines y festivales de poesía dedicados al haiku. Su constante inquietud lo ha llevó a indagar e impulsar la brevedad y la sugerencia de este género escribiendo artículos y elaborando breves compilaciones en Lienzo y colaborando en varias revistas especializadas, según rezan las reseñas bio-bibligráficas contenidas en sus libros.
Su última colección de haikus publicada fue Instantes (2010), con fotografías de su hermano Miky Cisneros Cox.
Alfonso Cisneros Cox falleció en Lima el 19 de octubre de 2011, a los 58 años de edad, afectado por una lamentable enfermedad cancerígena.
Sobre su obra poética
Cisneros Cox publicó en vida varios libros y plaquettes de poemas (algunos de los cuales tuvieron tirajes de no más de 100 ejemplares pulcramente editados), que por su sutileza lírica y finura, tanto al escribir en verso libre como en el formato de los haijines, es considerado como una de los mejores exponentes hispanoamericanos del haiku. Por otra parte, en el libro titulado La Ensenada, Cisneros Cox cultivó el género, también japonés, llamado haibun.
Mucha de su obra poética reflejaba sus constantes viajes a diversas zonas de Perú, como los poemas extensos El Pez Muerto (inspirado en el balneario Caleta Sal, cerca a Punta Sal) y Casa Deshabitada (inspirado en el balneario La Quipa, Pucusana, lugar que también le inspiró los textos contenidos en La Ensenada), mientras que los haikus de Lomas están inspirados en el puerto de Lomas, en la costa norte de Arequipa.
En el año 2001, Cisneros Cox logró el primer premio en el concurso de poesía convocado por la revista electrónica El Rincón Del Haiku, de Sevilla, con el haiku titulado "Instante", posiblemente su poema más reconocido:
INSTANTE
Un charco:
la calle inundada
de cielo
Del poemario Láminas, 1979.
En 1993, en la reseña a Natura Viva, Javier Sologuren dijo lo siguiente:
En ella asistimos a un nuevo y definitivo diálogo entablado entre las imágenes del artista [José Casals] dotadas de un esplendor tan visible como íntimo y los alados poemas que le acompañan en perfecta sintonía, esos haikus iluminadores en los que Alfonso Cisneros Cox alcanza maestría singular. [...] Natura Viva es, pues, un canto a dos voces que celebra a la naturaleza como una criatura que respira y palpita, que reclama nuestros sentidos para entregarnos -si sabemos escucharla- su eterno mensaje de serena o arrebatada belleza.
Tomado de las Obras completas de Javier Sologuren, Vol. 9, pp. 338-339.
Bibliografía de Alfonso Cisneros Cox
Libros de poesía
Espejismos Del Alba. Ilustraciones de María Beatriz Cabrejos Braga. Lima: Ediciones Arybalo, 1978. (Colección Las Musas Inquietantes). [Poemas en verso y prosa, y haikus].
Láminas. Lima: Ediciones Arybalo, 1979. (Colección Reloj de Arena; 2). [Colección de haikus].
Lomas. Lima: Universidad de Lima, 1981. Segunda edición: 1982. Tercera edición: con xilografías de Joel Meneses, 1985. [Colección de haikus].
Cantigas. Lima: Instituto Nacional de Cultura, 1986. (Colección Piedra De Toque). [Poemas en verso y en prosa].
El Pez Muerto. Lima: Ediciones Caracol, 1988. [Poema extenso].
El Agua De Las Fuentes. Lima: separata de Lienzo No. 7, Lima, 1987, pp. 247-252. Luego editado en libro: Lima: Editorial Colmillo Blanco, 1989. (Colección de Arena; 16).
Diálogos En La Oscuridad. Lima: separata de Lienzo No. 9, Lima, 1989, pp. 57-66.
Casa Deshabitada. Lima: separata de Lienzo No. 12, marzo de 1992, pp. 211-214. [Poema extenso].
Natura Viva. Edición bilingüe español-inglés. Versión al inglés de Christine Graves. Fotografías de José Casals. Presentación de Leslie H. Lee. Colofones de J. Casals y Luis León Salazar. Lima: Luis León Salazar editor - Asociación Editorial Stella, 1992. [Colección de haikus].
Voces Mínimas. Carátula de Bill Caro. Lima: Ediciones Caracol, 1996. [Reúne haikus de sus libros Láminas, Lomas y Natura Viva, más dos colecciones inéditas: Sendas De Kioto y Estancias De La Memoria].
Ofrenda. Lima: separata de Lienzo No. 22, octubre de 2001, pp. 207-231. Luego publicado en libro: Lima: Ediciones Caracol, 2002. [Poemas dedicados a su fallecida madre].
Despoblado Cielo. Lima: Ediciones Caracol, 2005.
La Ensenada. Lima: Ediciones Caracol, 2007. [Colección de haibun]. Puede leerse aquí
El Agua En La Ciénaga. Antología Poética (1978-2008). Lima: Editora Mesa Redonda, 2008. (Colección Taquicardia). [Reúne poemas en verso y en prosa, poemas extensos y haikus] ISBN 9786034527393
Instantes. Con fotografías de Miky Cisneros Cox. Lima: separata de Lienzo No. 32, Lima, 2010. [Colección de haikus]. Puede leerse aquí, incluye fotografías de M. Cisneros Cox
Artículos
"El haiku: breve expresión de lo sutil", en: Lienzo No. 8, Lima, 1988, pp. 339-356. Puede leerse aquí.
"Mecanismos de significación de la música en el cine", en: Lienzo No. 25, Lima, 2004, pp. 183-216. Puede leerse aquí
"La música en el cine: Géneros y compositores", en: Lienzo No. 26, Lima, 2005, pp. 59-104. Puede leerse aquí
"Lo sublime de Ran de Akira Kurosawa", en: revista Contratexto No. 13, Lima, noviembre de 2005, pp. 121-123.
Ponencias
"Naturaleza y brevedad en la poesía hispanoamericana", ponencia pronunciada por Alfonso Cisneros Cox en un Coloquio sobre Literatura celebrado en Cochabamba, Bolivia, en noviembre de 2000.[1]
"El agua de las fuentes". Un pequeño libro de apenas 11 poemas, pero muy buenos.
Por qué no he de callar
y dejar los ojos reflejándose
en el agua:
el paso de las nubes
el paso de los musgos
ahora que quedo quieto por un instante
mientras veo al universo viajando
hacia lo oscuro
Junto al rojo y el azul de aquellas flores
mis negras palabras vana enfrentándose
Uno tras otro los lotos se tiñen
en el cielo
y los arbustos rotos dejan ahogar sus ramas
dentro de mis extremidades
que brotan de un interior desbocado
y lánguido
Por qué no he de callar
y dejarme rodear por la maleza
y el giro de planetas invisibles
A quién he de nombrar
si huyo hacia lo otro donde las presencias
permanecen bajo un distinto orden
Aquí he de quedarme
destinado por mi figura que brilla
junto a la ladera del río
Río este que son las extremidades
que poseo
Mi voz cambiante
como dos cuerpos que se cruzan
navegando hacia lo oculto
Un ángulo en la piedra
cubre con exactitud los musgos
que el tiempo ha producido
inexplicable
El suave murmullo de las gotas
ya no cantan bajo el sol
Mi reflexión me aleja
como si una voz me prodigara
y llenara sus sombras
En esa quietud me envuelvo
y divago inventando
la longitud de la verdad
y la extensión de la palabra
He socorrido los latidos del cuerpo
la desesperación
lo permanente que alumbra
sus contrarios
Mis manos secas describen ahora
el interior
como una línea infatigable
que habla lenta
hasta perderse de su curso
Un haz de luz cubre parte de
mi rostro
y cambia insondable al lugar
que no refleja
Desde ese ángulo te enuncio
oscura región impredecible
donde empieza el nombre de la noche
Ofrenda
A mi madre
MIRABAS con tres ojos el polvo del jardín.
Traías agua para rociar las flores,
para enjuagar los rostros
y escuchar el sermón vivo
de todas las mañanas.
Las palomas volaban en un canasto
pleno de frutas
a la orilla de las violetas.
Tu voz amanecía como un lirio.
LOS NIÑOS sabían sonreírle a tus ojos de luna.
Tu boca llena de caramelos despertaba
palabras.
Mientras el atardecer jugaba
con tus manos.
Los niños corrían transformándose
con el viento
y se alimentaban junto a tu regazo.
Luego se escuchaba un leve quejido:
la merienda de los pájaros.
ROMPIERON la piñata que guardaba estrellas.
Los gatos resbalaban por la arboleda
ante los gritos festivos
de esas tardes solariegas.
La mesa iluminaba
perlas y esmeraldas
y la calle extendía todo nuestro universo.
El silencio convivía con la voz de ese corazón
que enternece la luz de los ángeles perdidos.
Y tu sonrisa asomaba por la casa
dejando un perfume de jazmines
que la noche envolvía con toda su fragancia.
BORDABAS con la quietud de un cielo calmo.
Bordabas como si escribieras palabras
invisibles,
canciones para dormir.
Un resplandor de rosas en la habitación.
Escuchabas por la escalera
el sueño fugitivo
de los días
y te llenabas de mariposas,
música de organillo,
flores secas y manzanos.
Buenas tardes, saludabas a esa pared
como si fuese un cielo limpio.
Buenas tardes, contestaban,
mientras descendían la escalera, presurosos,
corriendo
hacia los infinitos charcos de nenúfares.
EL VIEJO campanario de la iglesia
no dejaba de sonar.
El licor rojo de los domingos.
La ofrenda del tiempo:
una puerta que se abre y se cierra.
Mi tía dormía como un caracol,
profiriendo palabras que no entendíamos.
Todos tus habitantes estaban marcados
por un halo de luz,
y la esperanza no tenía límites.
Me decían: tu madre sólo tiene ojos para ti
y era la luna blanca que sólo comprendías.
Ahora escarbo con mi pluma
la punta de tu nariz, la ofrenda de flores
que alimentabas con tus manos.
¿Qué sabe la sombra de rosarios, mantillas,
dulces de pan?
¿Qué sabe el mar de las estrellas?
Si sólo escucho el crujido de las seis,
el temor de medianoche.
PESCÁBAMOS hasta el atardecer.
Las redes que recogíamos desprendían
joyas de agua.
La playa era un santuario
con el calmo meditar de las gaviotas.
Eramos los dueños de la ensenada,
de un dios durmiente salpicado entre las olas.
Eramos los dueños del horizonte
llenos de carnadas, peñas, acantilados.
Y así solíamos convivir con el verano
y los mansos pastizales de las dunas.
Cada noche,
seguidos por el destello de un lamparín,
nos cobijábamos hasta dormir entre palabras
como quien deja una ofrenda
en cada uno de nuestros labios.
SUMAS LENTAMENTE las horas.
Cuentas guijarros invisibles:
los manjares del crepúsculo.
El follaje mira al cielo
con la esperanza de un crujido
que no habla.
Recuerdas la amable vejez del mayordomo
apoyándose en su sombra.
La voz de Aura con la noble fatiga
de palabras envueltas entre zafiros
y canciones.
La paz de mamá Adela
con el destello de su larga cabellera
dejando secretos en tu piel.
La voz profunda del mar.
TE AGUARDABA mientras recogías
las últimas horas de tu gran noche.
El norte había cerrado
su puerta de crisantemos.
Y no había de dónde beber.
Las tijeras estaban calladas,
el oro enmudecía en tu piel.
Ni pan, ni leche, para la mesa de las seis
cuando amanecía tu claridad
y yo despertaba oscuro.
ZURCÍAS las medias de los antepasados
al costado de la luna rota.
Trataste de pronunciar tus últimos deseos
y eran escarcha.
El suero como un río interminable
dejaba en tu boca frases de amor permanentes
ahogándose en tu garganta.
Los pinos albergaban con su sombra
esa sombra que dejaste detenida para siempre.
Zurcías mi corazón al costado de las voces
de los antepasados.
Al costado de la luna rota.
DEJASTE TODO en orden:
Las sillas, el cubrecama, los minutos
de la jardinera.
En el piso de la terraza
los azulejos resplandecen como lámparas
incandescentes.
Mis palabras: un bosque por donde se pierde
el canto de las aves.
Mi queja: un cofre de licor.
El frutero de la calle preguntaba por tus breves
caminatas
entre agitadas bocinas de automóviles
llenos de espinas.
En tu última habitación
te arropábamos
con la dulce confesión de un gran silencio.
POR CÚAL ventana huiste.
Al fondo de qué orilla desconocida.
Todo prosigue igual,
sin rumbo,
sangrando hortensias,
buganvillas,
tórtolas ciegas,
abejorros.
Los soldaditos de plomo pestañean
en mis ojos con dificultad.
Tu oración hace guiñar
al esqueleto de la esquina
desgastándose en toda su pobreza.
Por cuál ventana nos dejaste
si el cielo es limpio
y el corazón del sol también.
Agua poblada de murmullos.
Agua pensante.
QUÉ IMPORTA saber
que uno es de carne y hueso.
¿De carne para quién?
¿Los huesos, la arboleda y los musgos
para quién?
El follaje es un canto
que sólo el viento sabe.
El beso,
una falsa melodía.
En el estanque hay peces de colores
y el resplandor de un rostro permanente
que nos mira
desde la profundidad.
UN FRÍO INTENSO recorre tu palabra,
entre el constante sonido de la escarcha.
En el desierto se encienden mariposas
que el viento ocultó en tu cuerpo.
Un frío intenso camina por el cielo.
Como un largo poema que nunca acaba.
Como una estrella que fugó de su cantera.
Las olas revientan hasta que lentamente
se cubren por la bruma.
Escuchando el destino de los desconocidos.
EL MISTERIO es un montículo de tierra,
el travieso juego de un duende silbando
en el corazón de una azucena.
La mancha de una sombra tatuada
en tu cuerpo para siempre.
El sonido de una campanilla,
el reflejo tendido de un charco
al pie de un jacarandá.
Cuando estalló aquella madrugada
y no teníamos nada que decir.
RECOGÍAS las hojas del patio
con extrema pulcritud.
Tu gran santuario iluminaba
un verde palacio donde sólo habitaba
el color.
La música de tus manos
esculpía arbustos, madreselvas, ficus
mientras la voz del jardinero replicaba
como el canto de una alondra
dejando una caricia en el jardín.
Las flores centelleantes
exhalan sus heridas.
Los pétalos: el resplandor del sol
que adormece al pensamiento.
Ermita de frutos, de aves y árboles fantasmas
escuchando la canción de la cigarra.
VEO ENVEJECER la luz de las antiguas
lámparas del jardín.
El día es gris, oscuro
y el cielo un cadáver lleno de huesos.
El viento recorre la oración oculta
de tantas calles deshabitadas.
La puerta está tapiada
como el rostro inmóvil de mi padre,
que solía responder a la bruma
con su vestigio negro,
sus encajes magullados por el tiempo
y su pensativa tos resonando hacia el vacío.
¿A dónde vamos?
Picoteados por el cielo entre viejos agujeros.
LA ALCOBA fresca de duraznos
cubierta de enredaderas
duerme.
El sencillo para el periódico
no comenta palabra alguna.
Las cartas esconden un póker de ases
a lo largo de la mesa.
Era el juego predilecto de la luz
cubierta por el polvo de tu frente.
El vientre agoniza como un viejo cuadro.
Un espejo maltrecho reflejando al mundo
de espaldas.
Qué hora es. No importa.
Fresca como la lluvia,
sólo la lluvia importa.
ELEGIR una hoja de papel
una hoja de papel en la sombra.
Escribir sobre el polvo de un charco,
enjuagarme con el brillo de la lluvia.
Preguntarle a los ausentes por el sonido
del reposo.
Tocar tu frente de agua
sin que escuches el crujir de mis prendas.
Salir, vestir al vacío.
Volver entre el silbido de mis huesos.
Esperar las horas de los antepasados
jugando con sus pequeñas bolsas de arena.
Saber que este edificio es un pedazo de cielo.
Un extenso páramo de cal.
MIRO LA PUERTA de oro.
No esperé que la música se llenara
de tanto silencio.
No esperé que mi sangre conviviera
con una extraña ausencia.
Ahora tus palabras hablan por mi boca,
cada sílaba que repetías con júbilo
y reverencia, como un breve estallido
que desaparecía
y volvía a reaparecer.
Sentado sobre la silla maltrecha,
entre almanaques garabateados y rotos.
Miro la puerta de oro
congelándose como un río en la pecera.
LOS MINUTOS se pierden en la cremación
de una hoguera.
En la suciedad de una alberca.
En la llanura de un patio sin ventanas.
Y esa llave sólo la tienes tú.
Espejo maltrecho donde alguien podría
tocar tu aliento
y perder la mitad de su sombra.
Tu sabiduría se extiende hacia el norte
de los páramos
por un hemisferio que la bulla desconoce.
Aunque sé que estás allí
sólo escucho lo que callas.
SIENTO A LOS DIOSES tocándome en el hombro.
Diciéndome: duerme en el acantilado,
mira el mar.
Murmurando frases sorprendentes.
Guiándome hacia un camino de puertas desconocidas
por donde la hora se sorprende
entre minutos que no son.
Mostrándome un tesoro escondido que no es.
Murmurando una confesión inexistente
que se extingue.
Arropándome con la herida de unos cabellos
tendidos en la hierba.
Cantando una canción que escuché
en tu vientre.
Instantes
Haikus: Alfonso Cisneros Cox
Clara cascada
el tiempo lava
la piedra
Inquietante
por la pureza del blanco
asoma la pasión
Solo en la rama
el pajarillo detiene
su canto
Extenso arenal
entre duna y duna
duerme el viento
Nubes blancas
el cielo nos deja
inexplicables
Tendidas
sobre las barcas:
algas de marzo
Como una lámpara
se enciende la flama
del crepúsculo
Entre espigas
se abre el corazón
del sol
Bruma temprana
¿tantas palabras borra
el universo?
Agua tranquila...
ligero el sonido
del amanecer
Templo nevado:
suave reposa la quietud
del universo
Bosque de piedras
tú también despiertas
sombras de amor
El silencio acaba
en cada ola
que empieza
Claro remanso:
tendidas las huellas
de la noche
Hora secreta
los destellos de la luz
y de la sombra
Húmeda arena
las gaviotas desnudan
el atardecer
¿Quién ha pintado
hacia el horizonte
la luz del cielo?
Enigmático cielo
¿A quién despiertas,
luna dormida?
Haikus 2009
La brisa trae
por el despoblado patio
antiguos rumores.
Por las rendijas
destellos de la luz
y de la sombra.
Ventana abierta:
un pajarillo le canta
a Bach.
Hacia el malecón
la niebla de mi calle
desaparece.
Noche calurosa:
el ventilador aquieta
mi fatiga.
Aun sin monedas
el mendigo contempla
el atardecer.
Blanca pared
un rostro en sombras
pinta el sol.
Libro olvidado
sobre tus páginas
la madrugada
La Ensenada
A la Quipa
I
La ensenada
Por la ensenada recorría las enigmáticas orillas
de la Quipa.
Las olas resonaban una tras otra sorteando malaguas,
boyas, yuyos,
dejando impresas mis huellas sobre la arena.
El aroma del mar despertaba las horas
y el sol laceraba la piel junto a los peñascos
y arrecifes, hacia el reposo de la luz.
Abandonadas, las dunas aparecían tendidas
ante la quietud,
dibujando distintas sombras
que el viento evocaba junto al arrebatador cielo
de la tarde
y fugaces remolinos en la profundidad de la piedra.
Mágicas, aquellas noches estrelladas aún resuenan
en mi conciencia iluminada por centelleantes
lamparines.
Cada verano alumbraba un nuevo amor: eternas
promesas
que sólo conserva la ensenada
y la tinta diluyéndose lentamente sobre el papel.
Sobre la tarde
medusas en el agua:
las olas pasan
A lo largo de la playa
La noche encendía estrellas a lo largo de la playa.
Contaba resplandecientes luceros
que imaginaba como el tesoro de un mago construyendo
imágenes desde el recreo de su excitada mente.
La arena era blanca y más blanca bajo el reflejo
de los ojos,
escuchando en transparentes horas el sonido de las olas.
Una, tres, cinco, siete, quince, iba sumando
hasta que la mirada dejaba de brillar
y volvían a esconderse los astros luminosos.
Así, sumergido en noches oscuras y tenebrosas,
inventé el universo,
entre cánticos de agua y lejanos pensamientos,
como quien va lavando sus heridas.
Noche estrellada.
Al amanecer
conchas blancas
Nido de aves
Un torbellino de plata sacudió la arena abandonada.
Entre aromas giraban pequeñísimas gaviotas
abrazadas al arco iris de luz cambiante.
Caminaba sin rumbo por dunas interminables.
Un viento minúsculo trazaba sus propias huellas
y las aves anidaban sus vientres en perfecto reposo.
La danza peregrina del mar me seducía entre escombros
como la paz que al contemplarla
es deseo de aquel que no la tiene.
Desnuda la orilla
las gaviotas deambulan
peñas ocultas.
Por la luz de la quebrada
Algo perdido suena por la luz de la quebrada.
Aparece en mis pies, en las rodillas,
subiendo hacia la parte más negra de mi cuerpo,
un manto cubriéndose de amarillo, marrón, blanco,
desnudando mi ropa o algún miembro desprendido.
Un zumbido quema el interior de la boca
cuando hablo o dejo de callar,
como el sufrimiento de las piedras perdidas hacia
el horizonte
de tierras invisibles. La sangre de una constelación
vuelve a aparecer dentro de un agujero secreto,
inoportuno
y me despierto entre peces y agallas.
Y duermo profundamente
dejando resonar los antiguos sonidos del mar
o los ancestros ausentes por desiertos despoblados.
En cada ángulo
pregunto tu extensión,
menuda arena
En el desierto
En el desierto las piedras hablan.
No importa que sus preguntas desaparezcan con el viento
o la extremada quietud del horizonte.
Rodeado por dunas, vivía extasiado ante la luz del alba.
Las nubes depositaban las más bellas ofrendas
en las frías aguas de mi cuerpo.
Llegué a poblar palabras con antiguos acertijos
y supe que el deleite consistía en desear el error,
juntar las voces de la noche para contemplar
un nuevo rostro limpio entre las rendijas,
o presenciar la borrosa presencia del mar.
Algo extraño presentí cuando de pronto apareció
una vaga sensación en mi piel.
Ahí nació el poema.
Lo escrito en el papel
lo lee ahora
el agua mansa
Lluvia de estrellas
Llovían estrellas en el cielo como música en el agua.
El espejo de la ensenada iluminaba horas translucidas.
Atrapar la luna con la mano era la más bella ilusión,
aunque su reflejo se desvanezca entre los dedos.
Lográbamos develar el sonido más perfecto del horizonte,
abriendo ventanas de la única morada y el murmullo
de las olas
resonando en la quietud de nuestros cuerpos.
Esperábamos poblar de música las horas de la memoria
y juntar las estrellas reflejándose en el agua.
Pero un quejido de pasos resonó crujiendo por el muelle,
y eras tú caminando bajo la luna, caminando bajo
la sombra,
con tus ojos siempre detenidos.
Cuando callas
todo permanece
pensativo
II
Camino hacia La Tiza
Después de un largo trecho llegamos a La Tiza,
luego de andar interminables dunas y sombras
caminando bajo nuestros pies.
Otros arribaron por mar, eludiendo un fuerte oleaje.
Éramos todos los que éramos después de llegar triunfantes
al desconocido templo de arena y piedra.
Al pie del Cerro Cortado sentimos el imponente desfiladero
de un rostro impenetrable.
En la cumbre reposaba la niebla o el perfil de un cóndor
desteñido por la luz.
Guiados por Angélica, iniciamos el ascenso a las altas
cumbres
de ese inmenso cementerio que extiende el litoral,
por donde duermen nuestros ancestros entre calaveras,
telares, sandalias,
vasos de arcilla carcomidos por el tiempo. Dedicábamos
horas enteras
a buscar prendas insospechadas sepultadas por la muerte.
Después, regresábamos rendidos de tanta caminata
a nuestra morada,
mostrando los trofeos que recelosos ocultábamos
en un altar.
La osamenta de Teodolinda habita en algún lugar secreto
de nuestra casa y sigue siendo nuestra alma protectora.
Los pasos que se escuchan al amanecer son el aura
de desgastadas ojotas,
que a muchos nos despiertan o tranquilamente nos dejan
reposar,
sabiendo que las sombras de los antiguos habitantes
son reliquias que poseemos,
mientras ellos protegen nuestra desconsolada calma.
Gritos de aves...
al fondo ecos
descascarándose
El Gran Corte
Debíamos sortear la baja, deslizamos hacia la cueva
de los lobos
y avanzar amenazantes por la intensa marejada.
Cerca de Piedritas nos esperaba la gran proeza: cruzar
El Gran Corte.
Los pescadores de Pucusana podían hacerlo en pequeños
peque peques
protegidos por llantas desgastadas, sujetas a desteñidas
proas.
Ricardito, Lucho, Fai y Coqui eran los jefes
de la arriesgada expedición,
y la chalana del tío Manuel, nuestro pequeño galeón.
"¿Si los depredadores de nuestra fauna marina podían
atravesar
en sus barcazas el temible desfiladero,
por qué nosotros no?", repetíamos,
al acercarnos cada vez más hacia el vértigo
de la traicionera marea.
Durante ese instante no recordamos nada.
Una profunda explosión estalló y numerosos trozos
de madera
saltaron dispersándose por el aire hacia las peñas
y el continuo estruendo de las olas.
Flotando a la deriva, gritamos nuestros nombres
extendiendo brazos y voces entrecortadas
que poco a poco lanzábamos al vacío,
en tanto, botes extraños se acercaban al rescate.
Durante más de un mes no salimos de nuestra casa
de playa,
y permanecimos recluidos entre libros y tareas
insoportables,
sin hablarnos ni recibir los saludos del tío Manuel,
quien trataba de reconstruir su maltrecha embarcación.
Mar embravecido...
Cómo se lamenta
la cueva de los lobos.
El Cerro Negro
Larga ceremonia de dioses en la cima del Cerro Negro.
Por el despeñadero ascendíamos en búsqueda
de lo inefable,
hacia la punta más aguda de la conciencia.
Pocos lograban llegar a las alturas,
pocos conseguían vibrar escuchando el intenso sonido
de caracolas marinas agitado por el espejismo del viento
rumbo a despobladas ruinas que apuntan al mar
o al desierto.
Desde lo alto del Cerro Negro viaja cruda la pregunta,
viaja el tiempo y la ceremonia de lo invisible
entre aullidos
de lobos, entre ladridos de perros.
Piedra y arena.
Este lugar lo habitan
pensamientos.
Cruzar el boquerón
Cruzar el boquerón era el gran reto.
Pocos lograron atravesar el estrecho sendero
de sus altas paredes de sal.
Cuentan que antaño encontraron cuerpos flotando
a la deriva,
seres extraños descansando
bajo el silencio más oscuro de sus aguas.
Su arquitectura imponente:
un torreón hecho de sombras, desbordaba;
hambrientos lobos de mar, pulpos, bufeos,
merluzas en un paraje pleno de cantos, colores
y un intenso aroma destellante.
Bordeado de peñas y espigones se extendía
el arrecife,
esculpido por olas y la luna reposando
entre estrellas.
Cruzar el boquerón era el gran reto.
Repetíamos una tras otra esa sentencia
junto al bosque marino cantando su extensión.
Por eso, ahora, recorremos la sensación
de lo indecible,
perdidos en lo más oscuro de esta gran ciudad
poblada por bocinas ensordecedoras
y presencias que nos acercan y nos alejan.
Horadando peñas
el mar edifica
templos de luz
Templo de caracoles
La transparencia del agua
nos invitaba a desvelar un mundo sumergido.
Colores y texturas cambiaban con el movimiento
de la mirada,
hasta perderse en el más oscuro silencio.
Internarse en el brillo de sus cristales era recorrer
otros sonidos:
un palacio de corales, conchas, piedras luminosas,
diluidos por movimientos de algas y peces camuflados.
Todo parecía distinto en ese universo de espejos.
Rayas y lenguados ocultos en la profundidad,
por donde juega la marea surcando distintos
recorridos
de un paisaje inconcluso.
Casi todas las mañanas ingresábamos
al profundo templo de los caracoles,
desnudando sus corazones
que uno a uno depositábamos en bolsas de yute
reflejados por un azul intenso.
Luego caminábamos presurosos por la orilla,
sosteniendo nuestro codiciado botín.
Aún cautivos
los caracoles destellan
azul profundo
El padre Romaña
El padre Romaña iba los sábados desde Lurín,
a celebrar la misa semanal. Vestíamos los mejores
atuendos
que el verano tejía para la hora de la consagración.
Discursos memorables incitaban a la meditación
que con asombro comentábamos después
de la eucaristía.
Yo aguardaba en la parte posterior de la terraza,
escuchando la campanilla que algún parroquiano
hacía resonar,
atendiendo en las palabras del sacerdote,
frases que no podía responder.
Después salíamos al malecón en busca de aire
fresco
y breves conversaciones.
Nunca olvidaré el momento en que te vi
por primera vez,
destellando esa extraña y dulce melodía
que hasta ahora no logro tararear.
Noche de verano:
tu silencio apaga
mi silencio
Panchito, el pescador
Remendando redes y limpiando las escamas
de los peces,
Panchito, el pescador, cantaba tangos.
Su sonrisa formaba parte de las olas,
y de sus palabras brotaba el candor de un viejo
navegante,
reflejando en sus ojos el silencio más profundo
del océano.
Merodeaba por la playa afilando su cuchillo
en las peñas, desollando lenguados, corvinas,
tollos, pintadillas.
Almorzaba en mi casa los fines de semana
relatando cuentos
que nacían en el puerto, extendiéndose hacia
alta mar.
En las noches de carnaval nadie bailaba como él,
nadie piropeaba
a las muchachas con arrogancia, coqueteo y graciosa
picardía.
"Mi música es el oleaje de la marea que sube y baja",
repetía entre sorbos de pisco,
mientras continuaba recitándonos su vida
que repentinamente transformaba en canción.
Deambulando
a lo largo de la playa
cantos de alta mar
Tío Antonio
“Tengo tanto y nada; y si tengo algo que decir,
no tengo nada;
y si tengo la palabra, no tengo el tiempo para hablar,
pero tengo todo;
y sin la nada y el tiempo no puedo nombrarte
y, por lo tanto, nada tengo”,
decía el tío Antonio, después de su último trago.
De tanto y nada
se tambalean
las palabras
Canciones y acertijos
Manolo tenía la sabiduría quebrada por una carcajada.
Entre tartamudeos nos ilustraba en literatura, álgebra,
lógica,
reflexiones astronómicas y juegos de azar.
Los lunes: días de lectura; preguntas metafísicas
casi inoportunas sobre textos filosóficos, que ni él
podía resolver.
Los martes: apreciación musical con la tía Chita
escuchando el girar de los discos como gira la luna.
Después, jugar con el balón, como malabaristas,
disparando
al portero que cuidaba su valla construida por remos
de chalanas.
Y más tarde: canciones, acertijos, charadas,
trabalenguas.
Ocultos en los arenales encendíamos nuestros primeros
cigarrillos,
temiendo ser descubiertos por alguna sombra delatora.
En cada casa tañían campanas con sonidos diferentes,
invitándonos
al almuerzo perseguidos por las cariñosas reprimendas
de mamá Adela.
Vivíamos protegidos por la imaginación y la incertidumbre,
escuchando cuentos de terror que nos impedían dormir.
El motor de kerosene, que Fortunato encendía, iluminaba
nuestras literas hasta cerca de la medianoche.
Entonces, empezaba a brillar un viejo candil dibujando
el perfil
de nuestros rostros hacia la danza de las constelaciones.
Viejo candil.
La oscuridad parpadea
en la sombra
Juegos de medianoche
Los cubiletes golpeaban la mesa mezclada por el humo
y el azar.
"Cinco quinas, seis senas, ocho trenes, nueve dones,
cuatro ases, ¡dudo!...", gritaba don Fernando.
Sonaban las bolas blancas y rojas del billarín,
en perfectas circunferencias sobre el paño verde.
El amanecer se nublaba, embriagado por largas
conversaciones
y anécdotas recurrentes que desempolvaba el tapete
azul.
En aquellas madrugadas amanecía el sol esbozando
palabras inconclusas y desarticuladas.
Nos levantábamos rodeados por copas vacías
de martinis,
vasos de whisky y un bosque de botellas de cerveza.
La sobremesa se extendía hasta lo más prolongado
del atardecer.
Después, los carros desaparecían por la ruta
del horizonte
hasta el siguiente fin de semana,
cuando retornaban con nuevas ocurrencias
a poblar la risa y agitar nuestros ingenuos
corazones.
Madrugada:
por la orilla se escuchan
¡risotadas!
III
Escondido en un peñón
Esperaba escribir un cuento en el agua acerca
de la sonoridad
de los pantanos, acerca del sonido del sol.
Rodeado por zumbidos de moscas, espantaba la mañana
sofocada
por el calor. "¿Quién soy?" preguntaba a la conciencia.
"¿Quién eres?" respondía la duda, alejándome
una vez más.
La poesía hace uso de la palabra como vehículo
de verdad
y se desnuda en la boca entre el canto de las aves.
No sabía que alejándome hacia los montes vería
con mayor claridad
la luminosidad respirando dentro de mi cuerpo.
No sabía
que escondido en un peñón escucharía a las sombras
hablándole
al misterio. Paseando por el atardecer sentí la brisa
alejándose
como voces que alguna vez tocaron tu piel
y lavaron tu cuerpo. Por eso sigo preguntando
a la conciencia:
¿quién soy? Y la duda no responde, alejándose
cada vez más.
Las ideas corren
mas mi escritura es lenta:
reflejos en el agua
Hacia la mar
Los pescadores salían a la mar desenredando aparejos
que tendían en el vientre del océano.
Cerros grises y empedrados yacían altivos, y
de sus faldas
descendían pelícanos, patillos, piqueros,
camino al destierro de las peñas.
Erizos, estrellas, lapas, agonizaban pegadas entre rocas
calcinadas
por el sol y pequeñas gaviotas desnudando el infinito
que desciende de las cumbres al oleaje constante
y repentino.
Desde la fauna marina resonó una voz como el gemido
sordo
de un extraño viento surcando las venas de la orilla.
Y un cuerpo herido volvió a estremecer el firmamento
hacia la pregunta de los ángeles perdidos.
Arena dorada:
el silencio de los cuerpos
descalzos
Reposo del océano
Descendió de los farallones un sinnúmero de aves
picoteando la luz envenenada.
No sé si el amanecer era amanecer
o el trasnochar de una sombra a otra.
Un sonido transformó en bullicio el universo
y sólo la escarcha y las heladas fueron palabras
a pronunciar.
Entre millones de ojos, la luz decantó el alba
y crujieron los ausentes corazones
que curan la desdicha con la calma.
El tiempo agonizaba como el parpadeo de una frase
hacia la oración interminable de desconsolados
cuerpos,
Pero el grito penetraba fósiles,
ballenas, peces gigantescos e intrépidas aves;
ahí por donde escuchamos los crujidos de un temible
agujero.
Hacia el misterio
del océano, se desprenden
los piqueros
Los acantilados
Al agua le dolían las pisadas de fugaces gaviotas
ahuyentadas por el tiempo.
Volvían barcas lejanas a dormir junto al atardecer,
desnudando la palabra que bendice la mañana.
Las peñas salpicadas por las olas extendían
el quejido
de la marea y su grito se desvanecía
con la niebla constante que habita los acantilados.
Aves blancas y negras girando en perfecta armonía
volaban hacia el destierro desnudando
esa extensa imagen que congrega la luz y la sombra.
Ahí nacieron las voces fatigadas de los dioses,
ahí durmió mi piel labrada por el sol,
como una mano que te oculta y te abraza.
Lentamente
la noche se acodera
entre las barcas
El eco
Un eco de polvo estalló en las altas cumbres,
que moría con el atardecer y la pregunta no resuelta.
Miraba el océano cada vez que pronunciaba tu nombre
y el misterio fugaz repicando hacia el silencio.
La brisa de la orilla envolvía mi corazón roto,
agujereado,
pensativo, y era la palabra sin respuesta
la única verdad que al sentirla se desvanece.
El eco del polvo volvía sobre mí durante
las madrugadas:
un viento enfermo que no te deja respirar,
como un pájaro muerto
que al abandonarse te despierta.
Entonces se detuvo una voz bajo esa luz descascarada
encendiendo toda la ensenada.
Breve estruendo.
Despierto aún escucho
mi propia voz
Canasto de peces
Traigo en un canasto de peces un libro escrito
por el mar.
Sílabas tendidas a lo largo de la orilla,
limpiando con precisa pulcritud las escamas ocultas
en las peñas.
Un olor extraño a santuario quebrado entre huellas
de arena,
como si fuera el misterio golpeando continuamente
la mente
de un sol tímido alumbrando el pensamiento de una piedra
agonizante.
Traigo en un canasto de peces un libro escrito
por el mar,
un oleaje oculto en mis entrañas.
Sobre el camino
los canastos desparraman
gotas de luz
Detenido
Detenido, junto a las olas que despiertan,
arrincono el paso de los años y esas palabras
que hieren los sonidos y el mar que se agranda
en las olas que pasan y pasan resonando bajo la piel,
mientras las piedras golpean la brisa y el recuerdo
de los nombres fatiga el cuerpo de la niebla
que despierta entre las peñas cuando miro el mar
entre los años, detenido.
Entre la niebla
viaja una ola
que nadie ve
Jugando con guijarros
Multiplicaré las piedras haciéndolas resonar
como quien compone una canción que jamás escucharás.
Jugando con guijarros limpiaré el horizonte
que baña mi cuerpo
y hablaré de sonidos imperfectos a lo largo
de la orilla.
Ensuciaré el cielo con la mirada más inocente
y no preguntaré a nadie sobre nada,
porque mi corazón es la eterna duda
que golpea contra los arrecifes el destino
de la niebla;
porque soy yo el que duerme sobre la arena,
rozando la textura y el resplandor de la madrugada;
porque soy yo el que te habla, el que te grita,
y no puedes responder.
Por el acantilado
vaga el destino
de la niebla
IV
Puertas y ventanas
Abrir puertas y ventanas:
La luz del amanecer entre gritos de gaviotas
y el sonido descolorido de las barcas que suavemente
golpean el embarcadero.
Cerrar ventanas:
El silencio de un dios enjaulado que despierta
desnudando sombras y el perfil de la ensenada.
Abrir ventanas:
Cientos de peces varados en la arena por las aguas,
cubriendo pulcramente el brillante resplandor
de las escamas.
Cerrar puertas:
Mi madre sacudiendo la mañana, sacudiendo el polvo
que se enreda en su piel, y su voz como una campana
resonando por todo el litoral.
Abrir puertas:
Los niños preguntando al mar por su extensión,
cantándoles a las olas,
a los ojos de las piedras, cantándole a la duda,
cantándole a la luna.
Cerrar puertas:
Las horas oscuras de mi padre entre el intenso
olor de las peñas
y esa cueva por donde la noche permanece detenida,
bostezando
como puertas que se abren y ventanas que se cierran.
Puertas y ventanas:
sólo algunas guardan
secretos
Ensueño
Soy parte de las algas sucias abandonadas
en la orilla
envuelto en un hedor que va destiñendo
mi palabra
y me vuelvo sol y salto sobre las estrellas
que me gritan
y sobre las rocas navega y se hunde el aliento
del ahogado
y no puedo salir a la superficie y tiemblo
cada vez más
mirándote con espanto y siento el golpe
de tu rostro
lacerándome la frente, sujetando tus manos
y no puedo tocarte
ni observar el cielo y me revuelco sobre
mi almohada
tratando de respirar y alguien vuelve y su grito
es de sal
y desconsuelo y las conchas que suenan
me ensordecen
y no puedo controlar una avalancha de tierra
y plumas
que trae la paraca que sopla y sopla en el arenal
que me cubre,
que me tapa y no entiendo tu respuesta porque
no tiene pregunta
y gimo y me agoto luchando entre ángeles
cansados
que me zamaquean y me despierta un cristal
que se quiebra
y es la voz de Emilia arrullándome con su ausente
corazón.
Es aquí donde te dejo
invisible punzada
de la noche
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