Angélica Becker
(1959). Poeta austriaca. Nació en Viena. Hija de diplomático, su formación fue amplia y cosmopolita. Viviendo en Madrid comenzó a escribir su poesía en castellano, con títulos como Figuras y Meditaciones y Definiciones (1968) y Sinónimos de blancura, que fue finalista del premio internacional de Poesía Loewe, de 1991, año en el que también se publicó la recopilación de su obra en el volumen Poesía entera 1965-1990.
ECUACIONES
Una silla es igual a la luna
y un pan es lo mismo que el sol
Mundo de cosas donde cada cosa tiene el valor de todo
Pero el hombre
escondido tras los objetos que reclama para ser hombre
es objeto cualquiera.
Me siento morir a veces...
A Emilia y José Ángel Valente.
Me siento morir a veces, o deseo la muerte.
Alguien me obliga a desvestirme lentamente de mis extremidades,
de mis brazos y piernas, de mi vientre y mi pecho. Una a una,
caen todas mis prendas personales en un gesto muy dulce.
Me siento polvo, ceniza, polen de flores, viento que levemente
aún existe, llenando el espacio con su ser poco tenso.
Pero luego me veo en el espejo, veo poderosas formas humanas
que se concentran en cuerpo, en brazo, en muslo, en pecho,
en cabeza que se alza
hermosamente sobre el hombro, en un cuello esbelto. Veo
vida que vive,
que respira, que incrédula toca
la fría carne del espejo, y la otra, tan cálida,
que duramente existe e, íntegra,
desafía, con valor y perennidad, a la muerte.
(Traducción de Manuel Francisco Reina)
Relato
Naciste sin quererlo.
Tu primer grito pregunta fui, y desafío
A la vida
Y esa vida
Te contestó con su silencio quedo.
Gris la pared amarga de la niñez entre paredes sin colores,
Entre rostros
Escasamente dulces, siempre ajenos.
Ay, tu estar primero en esa frágil
Madera quebradiza del vivir,
¡cuan doloroso!
Estar primero,
Mustio estar en la noche.
Tu madre fue la ausencia de raíces,
Tu gran amor, la soledad, la nada.
Sin conocer la luz, tus ojos ciegos,
Jamás distinguen entre luz y noche,
Y la mudez de aquellos labios fríos que guiaron
Tus iniciales vacilantes pasos,
Cerraron tus oídos al zumbante
Son de la vida alegre, oh alma muda,
Oh sordo corazón, sin pluma leve de un ave leve y blanca,
Viajera.
Tu grave convivir con esa noche
Abrió a tu sentir nocturnas sendas
De turbia y súbita subida al monte turbio
Del yo, en el desierto de tu alma.
Cerradas las ventanas y las puertas, se protege
Tu vulnerable ser
Con sombras de la sombra.
La sola mano amiga que encontraste,
Suaves los dedos de pequeño hermano, señero como tú, y presa
De buitres y cornejas como tú, manjar de hormigas,
Te le arrancara el viento del destino.
Buscó tu soledad la compañía
Y siempre halló la soledad en compañía, buscando en compañía, soledad.
Volviste a encontrar a tu hermano
En otro rostro, en otro cuerpo suave, y su ternura
Fue dulce pasto de esa boca herida.
Mas esa luz tan sólo fue prestada.
Y sueño tan hermoso causó en tu vida acerbas pesadumbres.
Preso de tu sentir, y prisionero
De tu severo corazón sin alas, sufres
Y con desdén destierras el dolor cual mala hierba, y sufres.
Hijo de la nocturnidad, engendras noche.
Del dolor hijo.
El dolor regalas, suprema nada, nada dolorosa.
Pero a la vida,
Tú das las gracias, pues recibes
De ella un rotundo presente
Que, pobre, da su resplandor.
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