lunes, 11 de marzo de 2013

ROSARIO DE ACUÑA [9.411]


Rosario de Acuña

Rosario de Acuña y Villanueva (Madrid, 1 de noviembre de 1850 - Gijón, Asturias, 5 de mayo de 1923).

Poeta. Feminista. Librepensadora española. Cultivó todos los géneros literarios, reflejando en ellos sus ideas comprometidas con la emancipación de la mujer y el anticlericalismo. También hizo manifiestas sus convicciones republicanas y su apasionada defensa de la libertad y el humanismo en medio de la  España del Concordato, por lo que fue calificada como "harpía laica", "hiena de putrefacciones" o "trapera de inmundicias".

Rosario de Acuña es una escritora en cuyos trabajos se advierte un militante y vanguardista pensamiento feminista, sorprendente dada la época y, por tanto, polémico, que, junto con sus convicciones republicanas y su apasionada defensa de la libertad y el humanismo, le iban a ocasionar graves contratiempos a lo largo de su vida.

Nacida en el seno de una familia acomodada, Rosario de Acuña, hija de Felipe de Acuña y Solís y de Dolores Villanueva y Elices, recibe una educación amplia, muy cuidada y esmerada, siendo la suya una formación familiar y autodidacta, tutelada por su padre.

Muy pronto se despierta en ella la vocación literaria y empieza a escribir versos. Su primera colaboración aparece en 1874, en una revista popular y de gran difusión, La Ilustración Española y Americana. En febrero de 1876 se estrena en el Teatro del Circo de Madrid su primera obra de teatro, Rienzi el tribuno, que obtiene un éxito clamoroso y la da a conocer al gran público. Esta pieza, que era una llamada a la libertad en un momento poco propicio para ello, llama mucho la atención y merece el interés de la prensa de la época y el elogio de críticos tan acerados como Clarín.

Rosario de Acuña decide vivir en Pinto (Madrid) donde construye una casa "Villa-Nueva". Dos meses después de su brillante estreno teatral, contrae matrimonio con un joven de la clase media-alta madrileña, el teniente de Infantería Rafael de Laiglesia y Auset. Antes de terminar el año el matrimonio se instala en Zaragoza, ciudad a la que es destinado el militar. La relación no le proporciona la felicidad deseada, por la infidelidad del marido, por lo que se refugia en la escritura, estrenando otros dos dramas, Tribunales de Venganza y Amor a la Patria, a los que sigue una obra de gran belleza, La siesta (1882). A partir de 1884 la separación del matrimonio es un hecho. Además, en 1901 enviudará.

Que Rosario de Acuña fue una mujer adelantada a su época lo demuestra su intervención en el Ateneo de Madrid, cuyas tribunas nunca habían estado abiertas a las féminas. En la primavera de 1884 protagoniza una velada poética que también fue controvertida.

Por entonces ya es una escritora muy conocida, con abundante obra publicada (prosa, teatro, lírica) y asiduas colaboraciones en los principales diarios ( El Imparcial, El Liberal... y revistas españolas ( Revista Contemporánea, España...).

También hay un progresivo acercamiento suyo a los sectores sociales y culturales que apoyan los republicanos y más afines al libre pensamiento que, en aquel tiempo, defendía la separación de la Iglesia y el Estado.

La polémica que rodea a Rosario de Acuña la alimenta ahora (1886) su iniciación en una logia de adopción masónica, la Constante Alona de Alicante, con el nombre simbólico de Hipatia, que nunca abandonará pues en la firma de escritos suyos va a aparecer solo o junto a su verdadero nombre. Entre 1886 y 1890 su vida es muy agitada: viaja, conoce gente, propaga los ideales de la masonería, se prodiga en recitales y discursos por Galicia, Asturias, Andalucía, el Levante...

En 1891 estrena en el teatro madrileño de La Alhambra otro de sus grandes dramas, «El padre Juan», pieza en tres actos que la convierte en una mujer de teatro tal como se entiende en la actualidad, pues se encarga de la producción, los escenarios y el vestuario, alquila el teatro, dirige la obra, y es la autora del texto y de la puesta en escena. Se trata de un obra anticlerical que, aunque levanta ampollas en la sociedad conservadora, obtiene un rotundo éxito de público. Pero a pesar de haber superado la censura previa y contar con el permiso pertinente, el gobernador de Madrid la prohíbe. La suspensión casi la lleva a la ruina.

Este duro revés le reafirma en su defensa de la emancipación de la mujer y le lleva a viajar por Europa. Al regresar deja Madrid y, en compañía de Carlos Lamo Jiménez —un joven que había conocido en Madrid en 1886 y que nunca la abandonará— y la hermana de éste, Regina, va a vivir a Cueto (Cantabria), donde hace realidad uno de sus sueños: montar una granja avícola. Rosario de Acuña, profunda conocedora del campo y de la naturaleza, llega a convertirse en una experta en avicultura, hasta el punto de acudir a la primera Exposición de Avicultura celebrada en Madrid en 1902 con una colección de artículos publicados en el diario El Cantábrico de Santander y lograr una medalla por su labor de difusión de la industria avícola.

En 1909 comienza la construcción de su solitaria y humilde casa en La Providencia (Gijón), sobre un acantilado, donde vivirá hasta su fallecimiento, después de que los dueños de la finca en que había montado la granja, sometidos sin duda a presiones, le rescindieran el contrato. En la decisión de fijar su residencia en la villa de Jovellanos son decisivos los ruegos en tal sentido de los directivos del Ateneo-Casino Obrero de Gijón.

En 1911 se traslada a vivir a su nueva casa. Pero la polémica vuelve a llamar a su puerta. Esta vez viene de la mano de «La jarca de la Universidad»un artículo que le envía a Luis Bonafoux, editor del periódico francés El Internacional de París, en el que muestra su indignación y utiliza la ironía para criticar los insultos de un grupo de estudiantes a universitarias extranjeras en Madrid, artículo que, reproducido también en El Progreso de Barcelona, causa un gran escándalo y motiva, incluso, una huelga de estudiantes que tiene un masivo seguimiento. Tal y como se ponen las cosas y ante la perspectiva de ir a la cárcel, Rosario de Acuña opta por huir a Portugal. Dos años después, en 1913, regresa del exilio con el gobierno liberal del conde de Romanones. A su vuelta a Gijón se convierte en un icono.

Fallece en su casa de La Providencia el 5 de mayo de 1923, siendo enterrada en el cementerio civil de Gijón. La manifestación de duelo fue extraordinaria.

Lo que algunas personas dijeron de ella:

Ella ha abordado todos los géneros de la literatura, la tragedia, el drama histórico, la poesía lírica, el cuento, la novela corta, el episodio, la biografía, el pequeño poema, el artículo filosófico, político y social, y la propaganda revolucionaria.

Benito Pérez Galdós

Dichosa usted, señora, que puede brillar entre los hombres por su talento, y entre las mujeres buenas por su bondad. Natural es, por consiguiente, que merecer el afecto de usted, alegre y envanezca a su respetuoso y apasionado amigo y servidor

Manuel Tamayo y Baus.


A una gaviota
 
Tú que cruzas las revueltas
            Ondas del mar,
Oye el eco que te manda entre el aura
            Mi cantar.
 
            ________
 
Eco triste y melodioso que se pierde
            En derredor,
Eco que del alma brota, cual un grito
            De dolor.
 
            ________
 
Yo quisiera sobre el mundo levantar
            Mi pensamiento,
Como allá en la mar te elevas
Desplegando tu plumaje
            En el viento.
 
            ________
 
Yo quisiera, con mi alma,
A través de los espacios
            Seguir tu vuelo,
Fijando las esperanzas
Que en ella moran
            Sólo en el cielo.
 
            ________
 
Yo quisiera del humano no ver nunca
            La maldad,
Y vivir, como tu vives,
Siempre libre y venturosa
            En constante soledad.
 
            ________
 
Yo quisiera que mi cuerpo,
Desprendido de la vida,
            Durmiese en calma,
Y á la mansión de la gloria,
Reina de paz y de amores,
            Volase el alma...
 
            ________
 
Pero ¡ay! que mi pensamiento
            Gime en cadenas,
Cuyos fuertes eslabones forman
            Las penas.
 
            ________
 
Y siempre volando en torno
            De la esperanza,
La dicha que él ambiciona
            Jamás alcanza.
 
            ________
_
Y contemplo tristemente
            Los desengaños,
Que brotan  con la experiencia,
Con los dolores del alma,
            O con los años.
 
            ________
_
Y va mi vida siguiendo
            Triste carrera,
Y de romper con el cuerpo
Que la aprisiona insensato
            Ya desespera.
 
            ________
_
Tú que escuchaste los cantos
que del alma se escaparon
            Como un suspiro,
Llévalos entre tus alas
Y no dejes que se pierdan
            Con tus giros.
 
            ________
__
Déjalos en las regiones
De otros mares
            Más hermosos,
El aura tal vez los lleve
Donde vi pasar los días
            Venturosos.
 
            ________
 
Allí morirán  sin eco,
Que  nunca tuvo respuesta
            Mi canción...
¡Llévatelos y no olvides
Que entre sus notas va envuelto
            El corazón!
 
            Gijón, 1874.
El Correo de la Moda, Madrid, 10 de diciembre 1882, p. 362.
Reproducido en El Cuerpo de los vientos. Cuatro literatos gijoneses, pp. 74-76.
 
 
 
Casualidad
 
Soñé, y en la dormida inteligencia
Vi al humano, con ansia desmedida,
Buscando los principios de la vida
Y dudando a la vez de su existencia;
 
Vi al ocio revestido de prudencia,
Vi la igualdad tornarse fraticida,
Vi la diosa Razón entumecida
Y en el caos a Dios y a la conciencia.
 
Vi una raza luchando con la muerte,
A Europa envuelta en sangre y desgarrada,
Más lejos, sin girar, la tierra inerte;
 
Y aún de mi sueño aquel horrorizada,
Me despertó, con peregrina suerte,
De un loco que pasó la carcajada.
 
(Revista Contemporánea, V, Madrid, 15 de agosto 1876, p. 20)
 
 
 
Un cuento
 
Paróse ante las puertas de la vida
         Un inocente niño
Y preguntó: “¿Para encontrar caricias,
Flores, arroyos, pájaros y nidos,
Me pudierais decir por dónde marcho?”
         “No conozco el camino:
Más adelante encontrarás un guía,”
          Le respondió el Destino.
 
            _______
 
Tornóse en joven, y con ansia loca
          Preguntó en su delirio:
“Para encontrar amores y riquezas,
Estimación, virtud, gloria y amigos,
Me pudierais decir por dónde marcho?”
           “No conozco el camino:
Si le quieres hallar, búscale sólo”;
             Le respondió el Destino.
 
            ________
 
Llegóse el Tiempo; con su lento paso
            Trocó el calor en frío.
El joven, en anciano transformado,
De penas y dolores perseguido,
Preguntó con un resto de esperanza:
“Me pudierais decir por dónde sigo
Para encontrar la paz, la paz del alma?”
               “No conozco el camino,
Sólo puedo decirte que le busques;”
               Le respondió el Destino.
 
               ___________
 
Al salir del alcázar de la vida,
Cuentan los que la han visto,
Que preguntaba el alma por el cielo
Y nadie le dio señas del camino.
 
1880.
(El Correo de la Moda, Madrid, 2 de febrero 1883, p. 35)
 
 
 
Soneto
 
¡Igualdad! ¡Casta virgen que aparece
Revestida de mágicos fulgores,
Y que ofrece a los hombres sus amores
Mientras el alma en la ilusión se mece!
 
Su vaga forma ante la vista crece,
Les invita a luchar por sus favores,
Y apenas se proclaman vencedores,
Cuando al irla a tocar, desaparece.
 
¡De Libertad y de Justicia hermana,
Su imperio tiene en la mansión divina
Y allí la encuentra la razón humana
 
Cuando al destino de su fin camina,
Que en este mundo de flaqueza vana
No se la ve jamás, se la adivina!
 
1880
(Asta Regia, Jerez de la Frontera, 16 de abril 1883, p. 7)
 
 
 
El fin de un año
       Soneto
 
¡Ya ha muerto! En los abismos del olvido
lo sepultó el rodar de nuestra esfera:
¡polvo queda no más, sombra ligera
de todo aquello que en la tierra ha sido!
 
El tiempo se lo lleva confundido
Con mil años y mil ¡quién lo dijera!
Tan solo el hombre en su soberbia espera
Que llegará a contar los que han huido.
 
¡Un año que ha pasado! Hacerle cargo
por ser largo, o ser breve, es bien aleve,
¡Quién le pudo llamar feliz o amargo!
 
¡Quién a medirle por compás se atreve!
Para el que halló la juventud fue largo,
Para el que vio la ancianidad fue breve.
 
(Las Dominicales del Librepensamiento, Madrid, 18 de enero,1885, p. 4.)
 
 
 
Pensamientos
 
¿Qué es la luz? El beso de las constelaciones
a través del espacio; el saludo de la humanidad
por medio de la historia; el triunfo del amor
sobre el egoísmo. ¡Oh, luz, bendita seas!
 
La caridad es la única virtud que puede transformar
La tierra en morada de ángeles.
 
¿Qué eres felicidad?... si renuncio a encontrarte
no ceso de reír, así que te busco y te persigo
ya estoy llorando.
 
¿Qué soy? ¿Por qué soy? Dos interrogaciones
formidables que se abren como abismos sin fondo
a la diestra y a la siniestra del hombre,
si se acerca a ellas; se para y no logra ver más
que sombras espesísimas, si camina sin mirarles
sigue las huellas del bruto... ¿Cómo acertaremos?
 
(Las Dominicales del Librepensamiento,  Madrid, 8 de febrero 1885, p. 3.)
 
 
 
A la memoria de Víctor Hugo
       La herencia del genio
 
Entre olas de placeres y dolores,
Luchando siempre, sobre el mundo avanza
La humanidad, siguiendo a la esperanza,
Astro que irradia ardientes resplandores;
 
Cantan sus muchedumbres mil primores,
Y cuando piensa que lo eterno alcanza,
Se inclina de la muerte la balanza
Y se hunden en la sombra sus amores.
 
Pasa, cual humo, al fin desaparece,
Y en el silencio de la noche rueda:
En tanto el alma de los genios crece,
 
De un siglo entero el pensamiento hereda,
En estelas de fuego se estremece,
Y al fin en lo inmortal luciendo queda.
 
Las Dominicales del Librepensamiento, Extraordinario en  honor de Víctor Hugo, Madrid, 28 de mayo 1885, p. 2. (Con frecuencia los poemas, artículos, etc. eran reproducidos en distintas publicaciones después, este soneto lo sería en la publicación masónica, La Humanidad, Órgano oficial de la Constante Alona, n.º 8, año III, n.º 15, Alicante, 30 de mayo 1885, p. 119.)
 
 
 
La libertad
 
¡Oh! libertad, fantasma de la vida,
Astro de amor a la ambición humana,
El hombre en su delirio te engalana,
Pero nunca te encuentra agradecida.
 
¡Despierta alguna vez! Siempre dormida
cruzas la tierra, como sombra vana:
Se te busca en el hoy para el mañana,
Viene el mañana y se te ve perdida.
 
Cámbiase el niño en el mancebo fuerte
Y piensa que te ve ¡triste quimera!
Con la esperanza de llegar a verte.
 
Ruedan los años sobre la ancha esfera
Y en el último trance de la muerte
Aún nos dice tu voz: ¡espera! ¡espera!.
 
 (De Rienzi el Tribuno)
Las Dominicales del Librepensamiento, Madrid, 1 de marzo 1883, p. 3. (Este soneto se encuentra reproducido en infinidad de medios de la época, de modo especial como ilustración de las críticas positivas que sucedieron al estreno del drama, en verso,  Rienzi el Tribuno <1876>)
 
 
 
El otoño
 
Templa su fuego el sol bajo el nublado;
Las nieblas rompen sus tupidos velos,
Desciende la lluvia, y arroyuelos
De límpido cristal recoge el prado.
 
Pájaro amante, insecto enamorado,
Sienten, última vez, ardientes celos;
Marchan la golondrina y sus polluelos;
Se adorna el bosque de matiz dorado.
 
¡Ya está aquí! El mar levanta sus espumas
y acres perfumes a la tierra envía...
¿Quién no le ama? Entre rosadas brumas,
 
coronado de mirtos y laureles,
viene dando a las vides ambrosía,
vertiendo frutas, regalando mieles.
 
El Programa, Número Extraordinario, “El Otoño”,  Sevilla, 1 de octubre 1899, p. 1.
 
 
 
Las dos nubes
 
Una nube sombría
cruza el espacio,
yo me llamo tristeza
va murmurando;
soplan las auras
y sus negros crespones
se desparraman.
_____
 
Otra nube muy blanca
volando llega,
yo me llamo alegría
dice á la tierra;
soplan los cierzos
y sus leves cendales
van esparciendo
______
 
Y la blanca y la negra,
 veloces pasan;
á una llevan los cierzos
y á otra las auras;
penas, placeres,
son nubes de la vida;
   ¡dejad que vuelen!
 
El Cantábrico, Santander, 11 de septiembre 1901, p. 1. (Este poema fue leído, con otros de la autora, en Gijón en una velada celebrada a favor de los presos y publicado al día siguiente en el diario El Noroeste, 27 de marzo 1911, p.2) Reproducido en El cuerpo de los vientos. Cuatro literatos gijoneses, p. 77.
 
 
 
Las cumbres
 
Se sube y quedan valles y cañadas
En rincón apacible y escondido;
Se deja, abajo, la quietud del nido,
Se busca, arriba, abismos y emboscadas;
 
Al fin de penosísimas jornadas
Se llega, si el cansancio no ha vencido,
A ventisquero por el sol bruñido;
 A rocas por el rayo quebrantadas.
 
También las almas de pasión henchidas,
Ascienden, en jornadas, a las cumbres
Del oro, del saber o de la gloria;
 
Muchas por el cansancio son vencidas;
Las que llegan ¡qué horribles pesadumbres
Tienen que compartir con la victoria!
 
El Cantábrico, Santander, 6 de noviembre 1901, p. 1.
 
 
 
La marea
Canción
 
Ya se escucha en las orillas
El rumor de la marea;
Vendavales de dolores
Traen sus olas turbulentas.
Son lamentos y sollozos de incontables muchedumbres,
Que sufrieron el martirio bajo el yugo de la fuerza;
         Viene henchida de agonías;
                ¡Ya se acerca!
 
                          I
Es el grito del espanto del minero que sucumbe
Asfixiado por el fuego, en la entraña de la tierra,
Siendo el lodo del abismo tenebroso su mortaja,
         No dejando más que el hambre
                   Por herencia.
 
                          II
 
Es el grito del que cae de una cumbre del palacio,
Jaspeando con su sangre el vestíbulo de piedra,
Donde luego, vanamente, clamarán sus pequeñuelos,
             Cuando vayan mendigando
                     Por las puertas.
                    
                          III
 
Es el grito, sin consuelo, de la inmensa desventura
De la virgen que se vende, de la virgen que se entrega,
Fustigada en su abandono por el látigo del hombre,
       Y agobiada de cansancio
              Y de miseria.
 
                     IV
 
Es el llanto de amargura de la infancia sin amparo,
Que tirita, escarchada por el hielo su cabeza,
Disputando, fieramente, con los perros vagabundos,
                  El mendrugo enmohecido
                        De la cena.
 
                               V
 
Son los ayes de los pobres desvalidos viejecitos
Que agotaron, trabajando como honrados, la existencia,
Y se mueren solitarios en rincón abandonado,
             Siendo escarnio de los hombres
                 Su tristeza.
 
                        VI
 
Son los gritos de los seres humillados y vencidos
Que formaron hondos mares con sus lágrimas de pena,
¡hondos mares tormentosos, de corrientes desbordadas!
                    Donde rugen huracanes
                           Y centellas.
 
                                 ___
 
                   Ya se escucha en las orillas
                    El rumor de la marea;
                    No habrá rocas, ni aún las altas,
Que resistan los embates de sus olas turbulentas,
                    Viene henchida de agonías;
                     ¡Ya se acerca!...
 
El Cantábrico, Santander, 27 de febrero 1902, pp. 1, 2. (Reproducido en la CNT, Madrid, 22 de agosto 1936, p. 1)
 
 
 
Los envidiosillos
 
La envidia, en sus negruras repugnantes,
Tiene también su mérito, y su alteza,
Y lleva un sello de inmortal grandeza
Cuando alienta en el pecho de gigantes.
 
¡Quién sabe si el Quijote de Cervantes
Fue una sonrisa amarga de tristeza
Al ver rendida su genial cabeza
Entre tantas de imbéciles triunfantes!
 
Esa envidia del genio, que ennoblece,
No es la vuestra ¡malvada camarilla
Del odio ruin, que achica y envilece!
 
Vosotros sois, cual perro de trailla,
Que a la vista del látigo enmudece
Y ante indefensa res soberbio chilla.
 
El Cantábrico, Santander, 22 de abril 1902, p. 1.
 
 
 
El soneto póstumo
 
A mi madre, Dolores Villanueva, viuda de Acuña,
aquí yacente desde 1905.
 
 
Ya estoy contigo, madre; nuestras vidas
caminaron por sendas diferentes,
llegando, al fin, cansadas y dolientes,
á dormir en la muerte, confundidas.
 
Por filial y materno amor unidas,
queden en paz eterna nuestras mentes,
cual dos opuestas ramas ó corrientes
de un solo tronco ó manantial nacidas.
 
¡No despertemos nunca, madre amada!
¡Más sí al mandato del poder divino
el yo consciente surge de la nada,
 
uniendo tu destino á mi destino,
llévame entre tus brazos enlazada
y sigamos las dos igual camino!
 
Rosario de Acuña, muerta en 19...
 
El Noroeste, Gijón, 3 de Mayo de 1923. Reproducido en El Cuerpo de los vientos. Cuatro literatos gijoneses, p. 78.
 
 
 
El lirio silvestre
 
A mi buena amiga Ricarda Valenciaga de Bonafoux
 
 
En la orilla del límpido arroyuelo,
sobre el verde tapiz de la pradera
te engendra la risueña primavera
cuando aún la escarcha se transforma en hielo.
 
Perfumado y erguido, desde el suelo
presta aroma á la brisa placentera,
y la pintada mariposa espera
libar su cáliz para alzar el vuelo.
 
De transparente y nítida blancura,
o violado, con briznillas rojas,
es la gala y encanto del estío
 
y es un símbolo eterno de hermosura
al desplegar el manto de sus hojas
esmaltadas con perlas de rocío.
 
El Noroeste,  Gijón, 15 de agosto de 1924. N.º Extraordinario. (Publicado con el epígrafe "Un soneto inédito")
Reproducido en El Cuerpo de los vientos. Cuatro literatos gijoneses, p. 78.
 
 
 
Más allá de la muerte
 
Cuando la muerte tienda sus alas
sobre las sienes de mi cabeza,
y con sus duros labios de esfinge
bese mi frente pálida y yerta.
 
Cuando en sus brazos llegue a enlazarme,
y mis oídos oír no puedan,
y mis palabras no hallen sonidos,
y mis pupilas  se queden ciegas.
 
Cuando ya nada del mundo pase
por los umbrales de mi conciencia,
recostada junto al abismo,
espere solo la paz eterna.
 
En ese instante supremo, el alma
mandará al cielo su luz postrera,
la última ráfaga de sentimiento,
la última chispa de inteligencia.
 
Con esa chispa, con esa ráfaga,
como fatídica visión horrenda,
irá el recuerdo, vivo y perenne,
de la católica romana iglesia...
 
y por encima de mi sepulcro
surgirá entonces mi anatema,
grito del alma que, eternamente,
irá diciendo = ¡maldita sea ¡ =
 
(“Escrita en 1910, revisada en 1917. Para que se publique al otro día de mi muerte”).
 
El Motín, Madrid, 12 de mayo 1923. (Le acompañaba esta nota: “Ultima poesía de doña Rosario, que depositó en manos de una joven de Tremañes —Gijón—  á quien profesaba gran cariño, para que se publicase cuando muriera, y que me honro en publicar”).
Reproducido en El Cuerpo de los vientos. Cuatro literatos gijoneses, pp. 79 – 80.
 
 
 
Mi última confesión*         
 
El día terminó; la noche llega;
he sentido, he pensado y he llorado;
amé y odié, pero jamás ha dado
asilo el alma á la pasión que ciega.
 
La fé en el porvenir mi ser anega;
constante y rudamente he trabajado;
sufrí el dolor con ánimo esforzado
y sembré mucho, sin hacer la siega.
 
Gané el descanso en la región ignota
donde reina la paz del sueño inerte;
pero la luz que de la mente brota
 
y en ruta eterna sus destellos vierte
será encendida en estación remota.
¡Tendré otro día al terminar la muerte!
 
            Gijón, 1922.
El Motín, Madrid, año XLIII, n º 26, 30 de junio 1923.
 
*Iba acompañado de la siguiente nota de la Redacción: "Soneto inédito que se ha encontrado al abrir el cofre donde guardaba los originales doña Rosario de Acuña, soneto que no había hecho conocer a nadie"
 
Reproducido en El Cuerpo de los vientos. Cuatro literatos gijoneses, p. 80.
 


Ecos del alma

    Raro capricho la mente sueña,  
será inmodesta, vana aprensión.  
       Tal palabra  
       no me cuadra;  
       su sonido   
       a mi oído  
       no murmura  
       con dulzura  
       de canción;  
       no le presta   
       la armonía  
       melodía  
       y hace daño  
       al corazón.  

    Tiemblo escucharla; ¿será manía?   
Oigo un murmullo cerca de mí:  
       no me cuadra  
       tal palabra,  
       que el murmullo  
       que al arrullo   
       de la sátira  
       nació,  
       me lastima  
       con su giro  
       y un suspiro   
       me arrancó.  

    Si han de ponerme nombre tan feo,  
todos mis versos he de romper;  
       no me cuadra  
       tal palabra,   
       no la quiero;  
       yo prefiero  
       que a mi acento  
       lleve el viento,  
       y cual sombra   
       que se aleja  
       y no deja  
       ni señal,  
       a mi canto,  
       que mi llanto   
       arrebate  
       el vendaval.  


En las orillas del mar

A MI MADRE

Madre: si esto que escribí
Lograse al fin agradar,
El lauro no es para mí,
Que es de mi ser el pensar,
Y el ser te lo debo a ti.

                        Rosario

Madrid, Marzo 1874



EN LAS ORILLAS DEL MAR

Si quieres aprender a rezar,
Ve a las orillas del mar.
(Proverbio castellano)


Sobre la mar en calma, comprende el más impío
Que lámparas los astros de tu santuario son.
(Álbum de un loco. ZORRILLA)



INVOCACIÓN

Pobre es mi voz para cantar tu historia,
Piélago extenso, do el Señor se mira;
¡Cómo podré decir la inmensa gloria
Que tu grandeza colosal respira!

Pero mi acento alcanzará victoria,
Ecos sonoros logrará mi lira,
Si unes tu encanto al pensamiento mío
Prestándole belleza y poderío.



CANTO I

Brotó la creación de entre la nada,
En los pliegues de un manto de zafiro,
Envolvióse la tierra enamorada…
¡Era la mar que la siguió en su giro!

Piélago inmenso, su confín se ingnora;
Crestas movibles de rielante plata
Ocultan las riquezas que atesora,
Bordando en curvas su grandeza innata.

Transparente cristal donde se miran
Los astros que, prendidos en la esfera,
Del espacio infinito en torno giran
Con inmutable y eternal carrera;

Le sirven, como marco, a su grandeza
Montes helados de nevada cumbre
Y desiertos sin fin, cuya aspereza
Abrasa el sol con su dorada lumbre.

Los continentes besa cual amante,
Y en las blancas rompientes de su espuma
Levanta arrullos, que la brisa errante
Arrebata al pasar entre la bruma
......................................
......................................
.....................................

Cuando el hombre en su ribera
Contempla su majestad,
Del cielo en la limpia esfera
Presiente la eternidad,
Santo fin que al alma espera.

Y abarca la inteligencia
En los giros de su vuelo
La sublime Omnipotencia,
La inmensidad de otro cielo
Y el seno de la conciencia.



CANTO II

El hombre ante él inclina la cabeza
Y siente de entusiasmo henchida el alma,
Bien al mirar su indómita fiereza
O al contemplarle en su tranquila calma.

Miradle en ella; suave se desliza
Besando en perlas la menuda arena
O la esbelta palmera que se riza
Con aura leve, que el espacio llena.

En mil festones, cual de nívea pluma
Orla la inmoble y solitaria roca,
Hermoso cinturón de blanca espuma
Que enamorado sus cimientos toca.

En los espacios, limpio azul ondea
E impregna con su claro transparente
Onda que perezosa se recrea,
Jugando con la arena dulcemente.

Al retirar sus perlas desprendidas
Leves arrullos por do quier levanta,
Notas que entre las auras van perdidas
Cual los trinos que el ave dulce canta.

El horizonte limpio de celaje
Su última línea sonrosada viste,
Y el lento susurrar del oleaje,
Ruboroso y amante se hunde triste.

Las lindas aves, cuyo nido mueve
De la corriente el perezoso giro,
Su plumaje, tan blanco cual la nieve,
Peinan, lanzando juguetón suspiro.

De su graciosa y nítida cabeza
Leves ostentan sus brillantes galas,
Reinas del mar dominan su grandeza
Con las ligeras plumas de sus alas.

Aparece en la tersa superficie
Un habitante del profundo seno,
Agita levemente y con molicie
De su cola el arqueado remo;

Esparce en torno un círculo rizado,
Y saltando atrevido en el ambiente,
Cual un ramo de conchas nacarado,
Hace brotar desparramada fuente.

A los rayos del sol brilla un momento
El oro limpio de su hermosa escama,
Y al hundirse veloz en su elemento,
Deja movida su voluble calma.

Prende en sus alas la liviana brisa
Rumor confuso de bajel velero,
Y en la playa lo vierte cual sonrisa,
Unido a la canción del batelero.

Y el pescador, en su ligero barco
Apresta redes que llenar confía,
Y la vela flotante tiende en arco,
Y en las ondas del mar su esquife guía.

Hilo de plata y de topacios rojos
En madejas sin fin el sol derrama,
Y turbios quedan de mirar los ojos
Su mano de oro, de zafir y grana.

Dulce y grandioso cuadro a nuestra vista
El mar presenta en su terrena calma.
¡Qué ser hay en el mundo que resista
La sublime impresión que inspira el alma!

Cómo dejar al corazón sereno
Sin emitir la voz que en él levanta
La inmensa majestad de que está lleno,
Y que le dice al pensamiento “¡Canta!”

¿Qué inteligencia habrá que no conciba
Un más allá feliz y venturoso,
Y en su grandeza colosal perciba
Los umbrales de un mundo más hermoso?

Cómo mirarle en calma y en su orilla,
Sin decirle al mortal: “¡Ser desgraciado,
“Cuál  la luz que en tus sentidos brilla,
“Que vives entre luchas desgarrado,

“Ellas te roban de tu corta vida
“La santa paz que disfrutar debieras,
“Y pasa tu existencia inadvertida
“Como pasa también la de las fieras!

“Y vuela el tiempo, y contemplar no puedes
“Los mil encantos que tu muerdo encierra,
“Y encontradas pasiones en sus redes
“Innobles te sujetan a la tierra.

“Y en los goces ficticios que te brindan
“Caminas sin mirar tanta belleza;
“Cuida que las pasiones no te rindan
“Y humillen, para siempre, tu cabeza!”.

Esto pensamos del humano orgullo
En las orillas del tranquilo mar,
Y en los leves sonidos de su arrullo
Los ecos dicen: “¡Aprended a orar!”

Y se pierde en el cielo la mirada
Rápida atravesando el firmamento,
De sacrosanta fe vuela impregnada
Entre las alas del ligero viento.

Latiendo vibra el corazón amante
Al impulso del amor diviso,
Faro deslumbrante de luz brillante
Que enseña al hombre su inmortal destino.

Y comprendemos en aquel momento
La grande, inmensa majestad de Dios,
Que al solo impulso de su breve acento
Miles de mundos desparrama en pos.



CANTO III

En ruda tormenta el mar admiremos,
No siempre dormido en calma se ve;
El temple del alma tal vez probaremos,
Tal vez en sus pliegues prendamos la fe.

Un velo tupido de pardos crespones
En líneas flotantes oculta la luz,
Doblado se acerca en mil nubarrones
Y entolda los cielos con negro capuz.

El mar, que presiente los besos del viento
Se mece al impulso de ruda presión,
Rugiendo amenaza con sordo lamento
Y una ola levanta cual raudo turbión.

Sobre él una racha veloz se desliza
Rodando en las olas con sórdida voz,
Las crestas del agua doblándose riza,
Y pasa y se pierde marchando veloz.

El mar, que la siente, con doble rugido
Deshace su furia creciéndola más,
De intensos vaivenes sintiéndose henchido
Desborda sus aguas con rudo compás.

Revueltos turbiones de formas extrañas
Se lanza en rauda, confusa legión,
Las crestas movibles de inmensas montañas
Destrozan los nidos del cándido alción.

Cascadas de espuma sus cumbres desprenden,
Atruena el espacio su voz colosal,
Y roncos silbidos los ámbitos hienden
Con rápido giro y estruendo infernal.

Abismos inmensos de hondura insondable
Entreabren horribles los senos del mar,
En ellos el viento que cambia variable
Doblando las olas, las hace rodar.

Los genios del agua, tal vez temerosos
Esparcen en ella oscuro color,
Y sombras confusas de tintes verdosos
La prestan aspecto que inspira terror.

Creciendo en instantes la furia del viento
Se torna en inmenso terrible huracán,
Se ensaña en las ondas, y al mundo en su asiento
Coloso moviera, cual nuevo Titán.

Revueltos los mares con fuerza increíble
Se lanzan en forma de inmensa espiral,
Sacúdele el viento, la encuentra movible,
Y en montes de espuma deshace el raudal.

¡Ay! pobre del barco que entonces alcanza
Pues débil cual caña se empieza a romper;
En antro sin fondo rugiendo lo lanza
Y sólo en despojos los llega a volver.

Se apiñan las brumas en calma aparente,
Furiosas las nubes chocando entre sí,
Entreabren su seno bordando el ambiente
Con hebras de fuego, de grana y turquí.

En mágicas luces y extraños perfiles
Se lanzan veloces a hundirse en el mar,
En chispas brillantes deshechas a miles
Su tumba movible las hace oscilar.

El trueno vibrando con ronco sonido
Del cielo en la esfera se siente rodar,
Lejano se pierde cual lento quejido
Que el aire en sus alas prendiera al pasar.

Llenando el espacio de horrible grandeza
Su voz desparrama cual ruge el león,
Retumba en los ecos, su inmensa fiereza
Semeja un terrible, gigante dragón.

En vuelo cansadas las aves marinas
Exhalan gemidos de triste pesar,
Al ver que sus nidos se pierden en simas
Y nunca sus hijos les vuelve la mar.

Por no abandonarlos tardaron su vuelo
Y aliento a su pecho comienza a faltar,
Extienden la vista buscando en su anhelo
La roca que asilo les pueda prestar.

Inútil mirada: el negro horizonte
Ingrato les niega la ansiada quietud,
Ni tronco, ni playa, ni barco, ni monte,
Ni roca escarpada, ni agreste talud.

Dobladas sus alas, turbados sus ojos,
De angustias henchidos se sienten morir,
Y al fin sus helados y mustios despojos
Del mar en el seno se vienen a hundir.

Los monstruos que tienen su reino en los mares
Huyendo se lanzan a su honda región;
Allí las cavernas les prestan hogares
Do esperan tranquilos que pase el turbión.

El cuadro completa algún grito ahogado
Que en eco perdido el viento robó.
¡Ay, pobre infelice de aquel que lo ha dado,
Ya todo en el mundo para él acabó!


Librepensadora española. Cultivó todos los géneros literarios, reflejando en ellos sus ideas comprometidas con la emancipación de la mujer y el anticlericalismo. También hizo manifiestas sus convicciones republicanas y su apasionada defensa de la libertad y el humanismo en medio de la  España del Concordato, por lo que fue calificada como "harpía laica", "hiena de putrefacciones" o "trapera de inmundicias".



La marea

Ya se escucha en las orillas
el rumor de la marea;
vendavales de dolores
traen sus olas turbulentas.
Son lamentos y sollozos de incontables muchedumbres
que sufrieron el martirio bajo el yugo de la fuerza;
viene henchida de agonías;
¡Ya se acerca!

Es el grito del espanto del minero que sucumbe
asfixiado por el fuego en la entraña de la tierra,
siendo el lodo del abismo tenebroso su mortaja,
no dejando más que el hambre
por herencia.

Es el grito del que cae de una cumbre del palacio,
jaspeando con su sangre el vestíbulo de piedra,
donde luego, vanamente, clamarán sus pequeñuelos
cuando vayan mendigando
por las puertas.

Es el grito sin consuelo de la inmensa desventura,
de la virgen que se vende, de la virgen que se entrega
fustigada en su abandono por el látigo del hombre
y agobiada de cansancio
y de miseria.

Es el llanto de amargura de la infancia sin amparo,
que tirita, escarchada por el hielo su cabeza,
disputando fieramente con los perros vagabundos
el mendrugo enmohecido
de la cena.

Son los ayes de los pobres desvalidos viejecitos
que agotaron, trabajando como honrados, la existencia,
y se mueren solitarios en rincón abandonado
siendo escarnio de los hombres
su tristeza.

Son los gritos de los seres humillados y vencidos
que formaron hondos mares con sus lágrimas de pena;
¡hondos mares tormentosos de corrientes desbordadas,
donde rugen huracanes
y centellas!

Ya se escucha en las orillas
el rumor de la marea;
no habrá rocas, ni aún las altas,
que resistan los embates de sus olas turbulentas;
viene henchida de agonías;
¡Ya se acerca!...



La gaviota

Océano, no tiemblo, no me espantas;
tus olas imponentes
se quiebran espumosas a mis plantas
y los pardos celajes de tu cielo,
de la centella henchidos,
siempre quedan vencidos
por mi gigante y poderoso vuelo;
busco en tus tempestades
la codiciada presa,
cruzo sin descansar tus soledades,
arrostro el huracán y salgo ilesa,
y en el peñón desierto,
por los cielos tan solo conocido,
tengo el tranquilo puerto,
alcázar de mi amor y de mi nido.






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