Antonio Espina
(Madrid, 1894-1972)
Antonio Espina es el más significativo ejemplo de escritor destruido, partido en dos, como la historia de España, por la guerra civil. En la preguerra fue unánimemente considerado como uno de los nombres señeros de la nueva generación. Era poeta con personalidad propia, que se permitió acercarse a la vanguardia sin dejar de advertir las limitaciones de su versión española. En 1920 escribía: «Al ultraísmo -¿para qué vamos a andar con rodeos?- le falta talento [...]. Está formado por una colección de señores muy simpáticos todos, pero de pocas ideas en la cabeza. Se nutre de escritores faltos de sindéresis o de fracasados de otros sistemas» («Arte nuevo», en Esparta, núm. 285). Pero no sólo era poeta: destacó también como ensayista ingenioso y mordaz, heredero de Quevedo y de Larra, como narrador de la estética novísima y como maestro en el arte, entonces tan de moda, de la biografía. En los años treinta fue adquiriendo un compromiso político cada vez mayor. En julio del 36 fue gobernador civil de Baleares. Detenido y encarcelado, en 1937 intenta suicidarse. Ese intento frustrado le salvó paradójicamente la vida, al determinar su ingreso en una residencia para enfermos mentales. La posguerra transcurrió para Espina primero en España, luego en el exilio francés y mexicano, finalmente de nuevo en España. Escribe mucho, con su nombre o con diversos seudónimos, pero del original creador que fue apenas queda una sombra: ahora es un escritor de oficio, un periodista que ha de ganarse la vida con trabajos de encargo, un patético escritor destruido que pasa de la primera fila al borroso coro de su generación, del que el benemérito empeño de estudiosos recientes -cada vez más numerosos- no acaban de hacerle salir.
En 1964, con el título de El alma garibay, publicó una nueva edición, corregida y reducida, pero no mejorada, de sus dos únicos libros de versos, Umbrales (1918) y Signario (1923). «Nunca más escribí versos desde aquellos años», declara en el prólogo. Federico de Onís caracterizó su poesía con las siguientes palabras: «En su poesía llega el modernismo a su total descomposición, preparada por la vía postmodernista de la ironía sentimental. El arte originalísimo de Espina está más allá de ésta como de aquél: está en el punto muerto que hay entre el acabamiento definitivo y el nuevo comenzar. En este punto se mueve con máxima libertad: da piruetas en el vacío sin peso ni resistencia; juega como quiere con los elementos desarticulados e inertes -116- de la realidad. Es un arte como el de Quevedo: nihilista, negativo, destructor; arte caricaturesco de muecas y contorsiones cómicas, muy serias y tristes en el fondo, expresión de la verdad eterna, de nuestra nada vacía y desnuda bajo la faz del artificio y el capricho. La poesía de Espina no es todavía ultraísmo puro, aunque en la negación de lo anterior haya llegado tan lejos como él, porque el pasado -el romanticismo- está en ella de cuerpo presente en la parodia grotesca y el humorismo sarcástico con que intenta huir y evadirse de él».
La versión que se reproduce de sus poemas es la de la primera edición, no la de la desafortunada corrección tardía.
Obra poética
Umbrales (versos), Madrid, Ángel Alcoy, 1918.
Signario, Madrid, Índice, 1923; 2.ª ed., Madrid, Anaquel de Poesía, 1984.
El alma garibay. Verso y prosa, Madrid, Renuevos de Cruz y Raya, 1964.
Poesía completa (ed. Gloria Rey Faraldos), Madrid, Fundación Santander Central Hispano, 2000.
Bibliografía
AYALA, Óscar, «Introducción», en Antonio Espina, Las tertulias de Madrid, Madrid, Alianza, 1995, págs. 9-29.
BARRERA LÓPEZ, José María, «Texto visual en las primeras vanguardias (Aproximación hermenéutica)». en Antonio Chicharro y Antonio Sánchez Trigueros eds., Actas del III Simposio Internacional de la Asociación Andaluza de Semiótica, Granada, Universidad, 1990.
_____. «Antonio Espina», en García de la Concha, V., Poetas del 27. Antología comentada, Madrid, Espasa Calpe, 1998, págs. 593-604.
BERNAL, José Luis, «Los frutos de la Vanguardia Histórica», en Fidel López Criado (ed.), Voces de vanguardia, A Coruña, Universidade, 1995, págs. 101-104.
GULLÓN, Germán, «Una invitación a la vanguardia: la poesía de Antonio Espina», en Ínsula, núm. 529 (1991).
MÁS FERRER, Jaime, «Antonio Espina: el poeta romántico de la vanguardia española», en Ínsula, núm. 529 (1991).
REY FARALDOS, Gloria, «Introducción», en Antonio Espina, Ensayos sobre Literatura, Valencia, Pre-Textos. 1994, págs. 9-86.
_____. «Presentación», en Poesía completa, págs. XI-XLV.
Tiniebla
Ronda el diablo la plácida estancia,
el diablo de la cola encarnada...
La Hora se extiende en abismos,
en sensuales lengüetas de llamas.
Que no pase el rojo Poniente encendido.
¡Cerrar las ventanas!
Que la nieve resbale en el vidrio,
que la vida sonría en la escarcha
o en las formas sin forma del viento,
o en el drama sin fondo del alma.
La lucha por fuera, descanso por dentro.
¡Cerrar las ventanas!
Cerrad las ventanas,
que no entren amores ni glorias,
irónicos gestos de la mueca humana,
sólo quiero en mi estancia
silencios y sombras.
¡Cerrar las ventanas!
Claro de luna
Por la estrella que vuela en el aire
en la noche sosegada,
y por el giro de esa estrella que vuela en la noche
y se apaga.
Y por la leyenda de los ojos que mienten
y mandan.
Y por esa sosegada noche
de la estrella lejana...
Risa de amor que dice: estrella... estrella...
palabras... palabras...
El jardín pálido que la Luna esmalta,
capa blanca del diablo,
damasco chino, amarillo de la Luna nevada...
ya no estabas.
Yo lo sabía porque el piano sonaba
a sombras raras.
Yo lo sabía,
sólo la loca tecleaba,
la Luna bruja de la capa blanca.
Y entonces vi del astro amarillo
el rubio de oro, oro del astro
de la Ignorada.
Supe de la leyenda de los ojos que mienten
y mandan.
Y de la Noche caía la Luna blanca.
Risa del mal que dice amor... amor...
de la estrella incendiada.
[Umbrales]
El bello desconocido
Cual
signo feeral del lívido astral
retrato,
luce su vidente, alma de inocente
serpiente,
el gato.
¡Monseñor El Gato!
Por
raro dolor, de espectro y de flor
de lis,
dormida vigila, despierta rutila
experta pupila
gris.
¡Su Eminencia Gris!
Es
lindo maltés, de mirar finés,
mogol.
Al rondar la Muerte, sus pasos advierte.
¡Salta de la Muerte
al Sol!
¿Relámpago,
alcohol?...
¿O
luz de resol,
o
un
girasol?
Sofrosine
En esta pieza amable, gabinete y guarida,
donde el ricto filósofo en silencio acrisolo
sobre muelle chaise-longue mi persona tendida,
gusto el grave placer de sentirme muy solo
y muy grano de arena en mitad de la vida.
Qué poco me interesa el exterior ciclón
y el mundanal ruido de la existencia loca,
cuando, ausente, dormido, sereno el corazón,
con un fuego en la estufa y un cigarro en la boca,
filosofo tumbado en mi blanda chaise-longue.
Medito. Eternos temas universales
prosiguen su errática, melancólica o bufa,
divagia taciturna, por mis parques mentales,
mientras crepita, fulge la lumbre de la estufa
y se resuelve en música la lluvia en los cristales.
El de delante
Va siempre delante. Manos a la espalda,
indeterminado. Viste de oscuro.
Avanzo, avanza.
Paro, para.
Va siempre delante.
Siluetado en mancha.
Va siempre delante.
(Es el de delante.)
Nunca le adelanto. Ni por esos campos.
Ni por estas calles. Surge del asfalto.
De la lunería
de un escaparate.
Le crucé en su duelo. Se cruzó en mi duelo.
-Señor mío -dije. Señor mío -dijo.
El no dijo nada. Yo no dije nada.
(¡Oh, el adelantado que jamás se alcanza!)
Al que nunca alcanzo,
pues si avanzo, avanza
y si paro, para.
Va siempre delante
su luctuosa mancha,
va siempre delante.
(Es el de delante.)
¡Sombras en el muro!
Fas
Todo individuo gana en personalidad
detrás de una cortina.
Y aumenta más, si es una máscara.
Y más aún, si la cortina se mueve... sin
que nadie la mueva.
Don Cacique (óleo)
Personaje torvo.
Malsín.
Al fondo la dramática sierra de Pancorbo.
Sobre la nariz
espejuelos verdes
donde se ojeriza turbio mal cariz.
Tipo de Satán,
mano de Caín.
Muy Rey de los Naipes y muy sacristán.
El semblante jalde,
capisayo gris,
empuñada en alto la vara de Alcalde
y
a pesar de eso,
un breve infeliz
de malas costumbres y muy poco seso.
(Personaje torvo
de un pueblo de la áspera sierra de Pancorbo.)
¡Oh!
Lejos de París...
Fin de lectura
Libros ingleses, americanos,
franceses, griegos, hispanos, chinos.
Libros que tratan las mismas cosas
y en varias lenguas dicen lo mismo.
Fatiga intensa de nuestros días,
del Verbo esclavo en frase escrita,
de laberintos alfabetarios
y hondos naufragios en mar de tinta.
Este afán nuevo, fiebre moderna
de explorar fuera lo que no hay dentro,
amustia el alma como flor muerta
entre las páginas del tomo impreso.
El Hambre, la Hembra, el texto vivo
¿dónde está escrito? ¿Hay que leerlo?
No hay que leerlo, porque no existen
analfabetos de ese Evangelio.
¡Libros que tratan las mismas cosas
y en varias lenguas dicen lo mismo!
Libros ingleses, americanos,
franceses, griegos, hispanos, chinos.
Concéntrica VI
Raro misterio insoluble.
Último fin del saber.
La luz ignora que luce.
El agua no tiene sed.
Y en el fondo del espíritu
nuestro ser
ignora al ser.
Concéntrica VIII
Entre el «Ven» de la voz de no sé cuál secreto
y el «Adiós» de un pañuelo que despide a lo lejos,
el Alma
lleva sus dudas próximas
rumbo a los días nuevos.
(Así avanzamos por la selva espesa,
con un poco -¿poco?- de avidez por todo
y un mucho de dolor de inteligencia.)
Acaso es noble este destino nuestro.
Quizás es bello contemplarse hermético,
entre llamadas de ensoñados gritos
y adioses de banderas en el viento.
[Signario]
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