Miguel Ramos Carrión
Miguel Ramos Carrión (Zamora, 1848 - Madrid, 8 de agosto de 1915) fue un dramaturgo, periodista y humorista español. La ciudad de Zamora le honra con el nombre de una calle céntrica, así como el Teatro Ramos Carrión.
Biografía
Empezó a colaborar en El Museo Universal, semanario muy leído que dirigía este gran dramaturgo del Romanticismo. Fundó el semanario satírico Las Disciplinas y sus chascarrillos, versos jocosos, cuentos humorísticos llenaron las páginas de Madrid Cómico, Blanco y Negro, El Moro Muza (de La Habana), El Fisgón, Jeremías, La Publicidad, La Libertad, etcétera. Usó los seudónimos Boabdil el Chico y Daniel.
Su primera obra, escrita mano a mano con Eduardo Lustonó, se la aceptó el famoso empresario Arderius, quien la estrenó en su no menos célebre teatro "De los Bufos" el año 1866. La pieza se titulaba Un sarao y una soirée y obtuvo un éxito muy halagüeño. Desde entonces se dedicó a escribir para el teatro y sus éxitos se sucedieron durante cincuenta años, escribiendo en total cerca de setenta obras, algunas en solitario y otras en colaboración. Su última obra se titula Mi cara mitad, y fue representada en 1908 en el teatro Lara.
Se especializó en comedias y zarzuelas y colaboró con autores como Vital Aza, con quien formó uno de los dúos de dramaturgos cómicos más famosos de su época, con obras como Los sobrinos del Capitán Grant, El chaleco blanco, La tempestad, Agua, azucarillos y aguardiente, La bruja, El noveno mandamiento, La careta verde y La mamá política, entre otras, traducidas muchas de ellas al francés, alemán, inglés, sueco, portugués, italiano y hasta al esperanto; con Eduardo Lustonó, Eusebio Blasco, Salvador María Granés, Carlos Coello, Pina Domínguez, José Campo-Arana, Estremera o Antonio Ramos Martín, su hijo, nacido en 1885, licenciado en Filosofía y Letras, bibliotecario del Casino de Autores y secretario de la Sociedad de Autores y su Montepío, y como dramaturgo dedicado principalmente al sainete. Ramos Carrión tuvo también otro hijo dramaturgo, José Ramos Martín, nacido en 1892, que fue también periodista.
Los títulos más conocidos de Ramos Carrión son las zarzuelas Agua, azucarillos y aguardiente (1897), con música de Federico Chueca, Un sarao y una soirée (1866, con Lustonó), La gallina ciega, Los sobrinos del capitán Grant etc. Aparte de con Chueca, trabajó también con los compositores Caballero, Ruperto Chapí y Arrieta.
Bibliografía
Javier Huerta, Emilio Peral, Héctor Urzaiz, Teatro español de la A a la Z, Madrid: Espasa-Calpe, 2005.
EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS
Desde la ventana de un casucho viejo
abierta en verano, cerrada en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de rubio cabello
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientas la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.
Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
marchan en dos filas pausados y austeros,
sin más nota alegre sobre el traje negro
que la beca roja que ciñe su cuello,
y que por la espalda casi roza el suelo.
Un seminarista, entre todos ellos,
marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso, flexible y esbelto.
Él, solo a hurtadillas y con el recelo
de que sus miradas observen los clérigos,
desde que en la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio cabello
la mira muy fijo, con mirar intenso.
Y siempre que pasa le deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros.
Monótono y tardo va pasando el tiempo
y muere el estío y el otoño luego,
y vienen las tardes plomizas de invierno.
Desde la ventana del casucho viejo
siempre sola y triste; rezando y cosiendo
una salmantina de rubio cabello
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.
Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos,
su seminarista de los ojos negros;
cada vez que pasa gallardo y esbelto,
observa la niña que pide aquel cuerpo
marciales arreos.
Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego,
parece decirla: ¡Te quiero!, ¡te quiero!,
¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!
¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero!
A la niña entonces se le oprime el pecho,
la labor suspende y olvida los rezos,
y ya vive sólo en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros.
En una lluviosa mañana de inverno
la niña que alegre saltaba del lecho,
oyó tristes cánticos y fúnebres rezos;
por la angosta calle pasaba un entierro.
Un seminarista sin duda era el muerto;
pues, cuatro, llevaban en hombros el féretro,
con la beca roja por cima cubierto,
y sobre la beca, el bonete negro.
Con sus voces roncas cantaban los clérigos
los seminaristas iban en silencio
siempre en dos filas hacia el cementerio
como por las tardes al ir de paseo.
La niña angustiada miraba el cortejo
los conoce a todos a fuerza de verlos...
tan sólo, tan sólo faltaba entre ellos...
el seminarista de los ojos negros.
Corriendo los años, pasó mucho tiempo...
y allá en la ventana del casucho viejo,
una pobre anciana de blancos cabellos,
con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.
La labor suspende, los mira, y al verlos
sus ojos azules ya tristes y muertos
vierten silenciosas lágrimas de hielo.
Sola, vieja y triste, aún guarda el recuerdo
del seminarista de los ojos negros...
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