miércoles, 15 de agosto de 2012

7420.- MAGDALENA CAMARGO LEMIESZEK





Magdalena Camargo Lemieszek es panameña, nacida en 1987 en Szczecin, Polonia. Egresada de la Universidad de Panamá, donde obtuvo la licenciatura en Lengua y Literatura Española, y de la Universidad Tecnológica de Panamá, donde realizó el Diplomado en Creación Literaria. Ha publicado el poemario Malos hábitos y ha representado a Panamá en diversos festivales internacionales de poesía.

Ganadora en 2012 del Premio "Gustavo Batista Cedeño". 







El sueño

a José Mauricio

Hubo un venado,
el corzo más frágil de todos los corzos,
su pelambre era una red de rubíes 
poblada de cangrejos blancos.
En lugar de cascos, 
caminaba sobre cuatro perfectas y delgadas manos:
limpios dedos de virgen,
y en la oquedad de los anillos,
tristes líneas marcadas de lado a lado.

Entró orgulloso al bosque
y ansiosas las ramas se agitaron,
las hojas se hicieron lenguas
y en un oscuro idioma le cantaron.
De flores y espinos el viento amasó frutos:
perlas, lloraron los búhos;
lámparas, aullaron los lobos;
estrellas, rieron las liebres;
soles, gimieron los zorros.
Todo lo pobló el resplandor de la semilla y de la carne,
convulsos ardieron los racimos,
y los pájaros vibraron atados a los cuernos.

Las hogueras separaron el lodo de la sombra,
y médula y puñal
se levantaron de la noche,
único símbolo de lo inefable...

El venado, hambriento, mordió el fruto,
y perlas fueron sus labios
y soles fueron sus dientes
y lámpara fue su lengua
y luz fue su saliva
y la saliva derramada se hizo sangre
y la sangre se hizo tierra
y la tierra se hizo hombre.





Cuchillos y luces

Hojas de cristal se mecen sobre sí mismas,
el viento del verano hincha las frutas
y los nubarrones de abril no son más que un mito lejano.
Hace falta la lágrima infinita,
el cuchillo de luz,
la raíz amarga.

Allá, al otro lado del mundo,
ya no existo.

Aquí, hundida,
como un guijarro en la arena,
busco razones.






Biała

Pronto hubo para mí una soledad abierta
—como una jaula—
y el rugir de un mar plateado.

No hubo, entonces, más silencio.
Sábanas blandiéndose en el patio.
Un caballo de nieve, tranquilo,
de todos el más manso
y vienes tú, niña mía,
vestida de blanco:
hija de la rama,
de la hoja,
hija de todos mis llantos.
Vienes a que escriba en tu pecho
lo que tenía callado:
líneas, círculos, figuras,
mis cuentos
sobre tu seno de mármol. 
Guardas cada una de mis voces
como un tesoro en tu mano.

Niña mía, niña de blanco,
abismo perfecto
¿Qué sería de mí sin tu bosque encantado?






Nublado

Abro 
los 
cofres 
de 
la 
lluvia 
para 
sepultar 
ahí 
mis 
ojos.







Cierro mis ojos

a Pac

De pronto no sé que buscar en esta ciudad.
Jorge me canta,
una Vespa espera la luz verde
y yo me vuelvo hacia el pasado…
Una pausa:
yo contra un muro viejo de  madrugada,
con mi vestido azul,
tomando el vino de tu boca.
Cuánto fantasma…
Cuánta cueva secreta…
y oscura.
Conocer tus dunas desiertas,
las estepas frías,
los cristales persas,
los murales de Damasco…
Como quien se embarca en una caravana
sólo con tomarte de la mano.

Ahora. Las anemonas y los tulipanes se mecen bajo el agua.

Cierro mis ojos. 







Memorias

Tokio despierta
y su corazón tiembla:
cae la estrella.

Fussa, 7 de enero de 2003. 







Pescando

a M.

Tus manos sobre mi pecho
se aferran como redes.
¿Qué has pescado?
Un par de caracoles fríos por el miedo
esconden peces vivos en la arena.
Ahí abajo,
corre la sal por los aires,
a la espera
de sus olas. 








Casa de la palabra

Dijeron que yo estaba vacía
que no había en mi cuerpo la voz del mar
—cuando amanece—
que estaba hueca como una pipa en la orilla
con el corazón drenado de todas sus aguas para siempre.
Dijeron también que no había polvo en mis manos
ni flores naciéndome del pecho
ni pájaros construyendo sus nidos en mis ojos
pero no era cierto
porque nací con la palabra habitándome hasta la asfixia
y así, sin siquiera darme cuenta,
hacinados en el calor de mis corredores
llevo todos los signos de la tierra. 








Veinte

                    “Señor
                    Tengo veinte años
                    También mis ojos tienen veinte años
                    y sin embargo no dicen nada”
                                            Alejandra Pizarnik


Veinte veces vi mi corazón abierto.
Era un puño de sangre dividido
y guardaba siete ramas,
un pez muerto
y cien agujas.

Te veo
puerta perfecta en la distancia
veinte comprimidos
veinte besos en esta madrugada.
Veinte pasos me separan del abismo…

y de mis alas. 








Juegos de cama


Hoy he estado desnuda en la cama largo rato. Viendo tu cuerpo, desnudo también, junto al mío. Tu cuerpo que por ser tuyo ciertamente me pertenece. Y es esa certeza de posesión absoluta lo que de pronto, mientras enciendo un cigarro, me abruma.

Me da un poco de miedo ver tu senos dormidos, uno descansando sobre tu brazo, el otro sobre el otro. El pelo que te cubre los ojos cerrados, y que, aún sin verlos, sé que han de estar meciéndose frenéticamente bajo el influjo de los sueños. Temo también a tus labios, que ligeramente entreabiertos, se te van secando con las horas, y viéndolos así de quietos sé que no han de hacerme daño.

Mi miedo es la urgencia. Me urge que te quedes a mi lado. Me urge alargar este espacio, alargar tu sueño, tu inmovilidad, el pasivo y vulnerable reposo de tu cuerpo.

Una serpiente de humo se arrastra hasta tu muslo. Yo sé que has de dejarme cuando despiertes. Haz de ir a vivir en el mundo de las gentes con tus ropas, con tus máscaras y con tus odios. Me dejarás sola pensando en las cosas que he debido hacer para que te quedaras, en lo que he debido decir, y en lo que he debido quedarme callada.

Mi miedo no es otra cosa que este momento en el que dejas la divina lejanía del sueño, es la oscuridad que se aleja anunciando la mañana. Te miro y lo sé…esta es la hora en la que los cuervos me devoran los ojos, para que vuelvan a nacer y vuelvan a devorarlos, una y otra vez, eternamente.









El jardín

a mi madre


En los días en los que soy una niña todavía, la vida es un cisne nadando entre los juncos; es tu mano apretando la mía, fuerte, en un sendero de pinos altos y negros. Ahora he crecido. No soy bella, madre, es cierto. Mi voz no sirve para cantar, tampoco.

Pero yo espero, mamusia, espero aunque no hayan vuelto. Tú dijiste que todos los pericos que huyeron de mis jaulas volverían a visitarme, a contarme como es amarrarse, en listones verdes, a las nubes. Yo sigo mirando las palmeras vacías esperando su regreso. Es la misma casa, la misma caja de arena, los mismos gusanos venenosos; pero las palmeras, mecidas por el frío, aguardan vacías.

¿Cuánto tiempo, madre? ¿Diez, quince, veinte años? No sé…No importa realmente. El tiempo no transcurre en la memoria. Por eso, sentada en la misma piedra, busco la rosa en tu mano, con su cofre de sonrisas.








Lalka

a ti, a tu voz de muchacho


Es cierto, amor mío, que no estoy al norte.
No hay flores de sílice en mis jardines. 
Me habitan zorros transparentes,
la escarcha tatuada en el rostro de las ramas,
y un piélago sin islas,
abierto frente a ti como una mano.

No soy la vera de tu viaje
ni la aurora agitándose como un pañuelo en la noche interminable,
por meses arrojada contra los relojes,
por meses, de pie, entre nosotros. 
Ahora sabemos que el frío también es un lenguaje,
y que la vastedad de la tundra aguarda como otro paraíso.

No olvides, amor, la turbia porcelana de mi cuerpo,
el almidón de mis trajes cambiado por polillas,
el pelo derramado, revuelto por la sombra,
hoy que el siete es la premonición de nuestro abismo,
el sombrío perfil de nuestra cuerda,
el ángulo triste 
y la caída. 








Espejos


                    “Días en los que una palabra ajena 
                    se apodera de mí,
                    voy por esos días sonámbula y transparente”
                                            Alejandra Pizarnik


El espejo ilumina los contornos de cada una de mis máscaras
y vierte sobre mí este temor de encontrar todos los espacios invadidos 
por un aire ajeno, incendiario.
Frente al círculo premonitorio de los ojos, 
el tiempo es un animal que acurrucado a mis pies se bebe las horas. 
Su lengua teje los hilos de los que colgaré mañana. 
Del balanceo lúdico de su cola se desprenden las voces que se desdoblarán en mi garganta,
es él quien afila el arsenal que los días lanzarán en mi contra, 
los que me harán dejar olvidados, tras de mí, un manojo de cabellos, 
un brazo, un resquicio del muslo,
en el cine de cuarta, en el chirriar de un ascensor de los ochenta, 
o en un café bullicioso frente a la bahía hinchada de venenos… 
hasta que la ciudad se haya tragado todo 
y no me quede más que un humor a sombra 
y otredad.

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