ARAMIS QUINTERO: (Matanzas, CUBA 1948)
Poeta, narrador y ensayista cubano. Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad de La Habana. Ha trabajado como Asesor de Educación Artística del Ministerio de Educación de Cuba, profesor de Cultura Cubana e Historia del Arte, crítico de cine, y guionista y director artístico del grupo escénico cubano La Seña del Humor. Ha publicado varios libros de poesía, de literatura para niños y jóvenes, así como libros de textos para la educación. Actualmente reside en Santiago de Chile. Ha publicado, entre otros, siete libros de poesía: Diálogos. Poesía. Edit. Letras Cubanas. La Habana, 1981, Una forma de hablar. Poesía. Edic. Unión. La Habana, 1986, Cálida forma. Poesía. Edit. Letras Cubanas. La Habana, 1987, Como la noche incierta. Poesía (en colab. con L. Lorente). Edic. Matanzas. Matanzas, 1991, La sal estricta. Poesía. Edic. Unión. La Habana, 1996, Voz de la madera. Poesía. Edic. Capiro. Santa Clara (Cuba), 1999 y Caza perdida. poesía. Edic. Unión. La Habana, 2006.
PASO EN LO ALTO
Firme paso en lo alto, desfiladero
que amo. Difícil, ciertamente, mas
no traicionero, sino acoge
mi pie, que cruza
el más amable y entregado a su hierba.
Hondo paso, reducida distancia:
el más amable cruce es el mío,
paso en lo alto que recorro y amo,
si por tan frágil, ofrecido,
por la distante, rechazada lejanía
que es valle o lago y al fin cercanos ojos.
Paso en lo alto, y yo me cruzo, y callas
Mientras algo más hondo que los dos, más fuerte,
calla o habla, es lo mismo, sobre nosotros, votiva hierba,
y es la distancia que no rindes ni rindo,
la distancia que ha ardido en esta suave oblación,
si enemiga y hermosa,
sacrificada, fiel, hermosa, desmentida por este
paso en lo alto, ofrecida feliz, violentada,
qué cruce es este en que hemos puesto piedra de fundación
amada más que la ciudad a que renuncias y renuncio
y amada más que todo
porque podemos removerla, volvernos
y llegarnos a este sitio y edificar de nuevo
y con los mismos nombres, en memoria de
conocidos lugares, repetir este gesto
de fundación, que es nuevo. Y otra vez,
paso en lo alto, tú sonríes.
CÁLIDA, SIMPLE FORMA
la sencillez de estar reunidos
Emilio de Armas.
Mis palabras se han vuelto suave escoria.
Un color va envolviéndolas,
y les va dando ese leve desprecio,
ese callado vencimiento
con que lo nuestro acaba y se olvida.
No tienen voz, se quedan
cada vez más donde las llama
su propio peso, su pobreza.
La poca luz en que estuvieron
-amigo fuego, mínimo-
era la de unas pocas manos
que las pasaban entre sí como el pan.
Cálida, simple forma
de estar aquí nosotros, con lo nuestro.
Y decir poco, apenas algo que ilumine
Brevemente la mesa, tan desnuda,
Y las manos, por un momento duraderas,
Sólo por un momento tan hondamente
Acompañadas.
Luego el pan, solo
se va secando y es barrido.
JUNTO EL FUEGO
Hablan los hombres junto al fuego,
tras los árboles. Casi en el fuego,
como criaturas de la llama.
Son unos pocos hombres, y no tienen
Sino ese fuego, y unas pocas palabras
que dicen como el pan que se entregan.
Hasta ese círculo de luz
no llega el hambre, ni el silencio,
ni las mil bestias de la noche.
Son unos pocos hombres, tras los árboles,
mientras la noche en torno cierra
sin poder acercarse.
COMO UN PÁJARO APOYADO
Como un pájaro apoyado en la nada,
o sobre los mangles de un pantano,
o debatiéndose en el aire.
No como un pájaro, como una lenta, silenciosa barquita
que un día orilla y se detiene,
o la sorprenden unos rápidos y la espuma la traga.
No una barquita, un puente
suspendido en la niebla.
No un puente, un breve cuento
que acaba bien o mal pero acaba.
No un cuento, un largo diálogo,
un vocerío confuso,
un monólogo absorto.
No un monólogo, el llanto
de un niño. De una vieja,
la risa de una muchacha.
No el llanto, no la risa, el silencio
perplejo del actor
que ve de pronto que no hay nadie.
No el silencio, el estruendo
imaginario de las aguas, la catarata irreal.
No el estruendo o las agua, el polvo
seco, finísimo, la arena
interminable del desierto.
No el desierto, la selva
delirante, magnífica.
No la selva, la orilla
del mar, en la que el viento
nos sobrecoge, nos azota, y nos trae las sílabas
sueltas de unas palabras
poderosas, espléndidas,
que dicen que es un pájaro
-sobre la nada, los pantanos, los fieros
remolinos del aire- remontándose.
LO QUE ANHELAMOS
Lo que anhelamos, lo que aún nos falta
después de este fantástico
encuentro, que vale
la mitad, casi toda la vida, es darnos
al fin con la colina
fresca, apartada, libre
bajo la noche abierta y blanca.
Entre los hilos de la hierba,
seguir los hilos, el dibujo
nítido y frío de los astros,
sus nombres centelleantes y la presencia
de su fulgor sin nombre,
de su triunfante realidad, aún deshechas
las figuras y dulces fábulas.
Y aspirando la hierba, las menudas flores,
pasar entre las áureas líneas
de esta esfera de cuarzo,
y adivinar la sombra
remota, inalcanzable.
El mismo aire corta
sobre el mar y los astros
y en nuestras pobres y reducidas
vísceras, ateridas de sombra.
Y un sonido imposible
-silencio, lejanía de los hombres,
suave rodar del mundo,
huir de la vía láctea-
nos habla en el oído y la piel
en una antigua lengua
a veces dulce y cálida, a veces helada.
Un sonido que es sólo, quizás,
ruido de vísceras.
Sólo nos falta hallarnos
esta suave colina
donde la transparencia,
y esa apagada lejanía,
aturden y revelan.
LA MORADA
Un humo nuevo, todavía en la noche,
tiende su escala irreparable al viento.
Qué pocas tablas guardan este sitio.
Qué pocas tablas son el sitio
en que unas ascuas mínimas
quiebran el primer hueso
a la armazón dura y cerrada de la sombra.
Algo se quema entre esas tablas
con el pretexto ingenuo de la leche.
Otro animal, no ya la sombra,
deja su grasa en ese fuego y proyecta
su voz en las paredes, sus gestos,
y azota el techo con el lomo, y sale
lleno de avisos, deshaciédose.
Acaso es nada ese animal, y nada
se quema en esas brasas: sólo
la leche puesta allí, que se quema
subiendo sola en su vasija.
Tras esas pocas tablas,
que en tanto sigan juntas son la casa del hombre.
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