Francisco Luis Bernárdez (Buenos Aires, 5 de octubre, 1900 - Buenos Aires, 24 de octubre de 1978) fue un poeta y diplomático argentino.
Sus primeros años
Francisco Luis Bernárdez nació en Buenos Aires. Era hijo de padres españoles, y a los veinte años viajó a la patria de sus ancestros. Vivió en España desde 1920 hasta 1924, donde leía a los poetas modernistas que lo influenciaron en sus primeros libros. Trabajó como periodista en Vigo, donde fue redactor de "Pueblo gallego". Allí se relacionó con figuras como Ramón María del Valle-Inclán, los hermanos Antonio y Manuel Machado, y Juan Ramón Jiménez. También se radicó por un breve período en Portugal.
La renovación literaria
Cuando volvió de España, Francisco Luis Bernárdez se unió al grupo de Florida, también llamado grupo Martín Fierro, una agrupación informal de artistas de vanguardia que significó una parte importante en la renovación literaria y estética argentina durante las décadas de 1920 y de 1930. Así, Bernárdez apoyó en este período el ultraísmo y, en general, las corrientes europeas propias de esta época.
En 1925, Bernárdez trabó amistad con el por entonces poco conocido Jorge Luis Borges, con quien gustaba de recorrer los suburbios en largas caminatas.1 Bernárdez participó de la segunda época de la revista Proa en las Letras y en las Artes, animada por un grupo literario integrado por Ricardo Güiraldes, Alfredo Brandán Caraffa, Pablo Rojas Paz y el propio Borges.
Letras y diplomacia
Luego, trabajó en el diario La Nación. Desde 1928 escribió para la revista Criterio, en la que habían participado o participarían literatos de renombre, como G. K. Chesterton, Baldomero Fernández Moreno, Gabriela Mistral, y Jorge Luis Borges, entre otros.3 Además, integró el grupo fundador del diario El Mundo.
En 1937, fue nombrado secretario público de la Biblioteca Municipal «Miguel Cané» en el barrio de Boedo, e hizo ingresar a Jorge Luis Borges, quien trabajaría como auxiliar catalogador entre 1937 y 1946.1 Esa biblioteca, decana de las bibliotecas públicas de la Ciudad de Buenos Aires, ganaría más tarde fama internacional por ser el primer puesto público en que Borges trabajó y escribió.
Ya escritor con tonos netamente cristianos, participó -al igual que el escritor Leopoldo Marechal y el pintor Ballester Peña- de Convivio, encuentro de artistas cristianos que constituyó el marco para debatir diferentes aspectos y problemas del arte en sus variadas manifestaciones.5 Asimismo, participó en la publicación homónima. Leopoldo Marechal y Francisco Luis Bernárdez eran muy amigos, tal como lo refiere Marcelo Sánchez Sorondo:
Nos habíamos conocido [con Bernárdez] en las postrimerías de la década del 30 en las tertulias de la librería de Enrique Lagos cuyos anaqueles se apilaban en el subsuelo próximo a la entrada de la amplia casona de la calle Reconquista donde tenían su sede los Cursos de Cultura Católica. [...] Francisco Luis Bernárdez y Leopoldo Marechal que reinaban con idéntico esplendor en el Olimpo de las letras eran por entonces amigos inseparables. A ciertas horas de la tarde, vecinas de la noche, era imposible encontrarse con uno sin toparse con el otro. [...] Nos reuníamos en los cursos y desde allí nos encaminábamos a un boliche situado también en la calle Reconquista cuyo nombre, de maravilla musical y ecuestre -La Corneta del Cazador- al punto sugería el vuelo vertical, en estampida, de halcones y azores empedernidos tras la presa... Allí, en ese bodegón de reminiscencias venatorias nos sentábamos a la mesa los tres. Y mientras Marechal con su cabeza leonina, su pipa soñadora y su mirada en lontananza, optaba por el mutismo complaciente, Paco Bernárdez con su voz desnuda, casi metálica, que se prestaba al sarcasmo, refería anécdotas chispeantes...
Marcelo Sánchez Sorondo
En 1944, asumió en la recién creada Subsecretaría Nacional de Cultura como director general de Cultura Intelectual, al tiempo que Leopoldo Marechal era designado director general de Cultura Estética en la misma Subsecretaría. Entre 1944 y 1950, Bernárdez fue director general de Bibliotecas Públicas Municipales. En 1945, junto con Vicente Barbieri, Leónidas Barletta, Ricardo Molinari y Adolfo Bioy Casares, conformó el jurado que galardonó con el primer premio de prosa de la Municipalidad de Buenos Aires a la obra Uno y el Universo, primer ensayo publicado por Ernesto Sabato.
Fue ministro de Procedimientos Públicos. Cuatro años mas tarde ingresó a la Academia Argentina de Letras. Luego del golpe de Estado de 1955, fue incorporado al servicio extranjero de Argentina, como embajador en Madrid, hasta 1960. Se jubiló como ministro plenipotenciario. En sus últimos años quedó ciego, aunque conservó siempre su actitud jovial y entusiasta y su amor por las letras.
Obra literaria
Sus primeros trabajos fueron Orto (1922), Bazar (1922) y Kindergarten (1924) , escritos siguiendo los principios del ultraísmo. Junto con Alcándara (1935), lo conectaron a la era postmodernista, pero en esta última obra ya comienza a diluirse el ultraismo para aparecer pinceladas de lo que sería más tarde su barroquismo conceptuoso y original.
Desde la publicación de El buque (1935), trató temas de espiritualidad con el estilo clásico de Paul Claudel y Charles Péguy. Esta nueva fase fue representada por trabajos como Cielo de tierra (1937), La ciudad sin Laura (1938) -inspirada en la persona de su propia esposa-, Poemas elementales (1942), Poemas de carne y hueso (1943), El ruiseñor (1945), Las estrellas (1947), El ángel de la guarda (1949), Poemas nacionales (1950), La flor (1951), Tres poemas católicos (1959), Poemas de cada día (1963) y La copa de agua (1963).
Ya en su madurez, su poesía se identificó por un tono lírico y romántico, influido por los poetas místicos, pero conservando su forma particular de enfocar la belleza de la vida, con un canto de serena fluencia. Bernárdez es uno de los muy escasos poetas argentinos que asumió el catolicismo en su creación.
Se caracterizó por la belleza de sus sonetos, por sus poemas de extenso metro (fue creador de un verso de 22 sílabas), y por su profundidad filosófica (por ejemplo, en La noche). Su traducción poética de los himnos litúrgicos del Breviario Romano, que aún hoy se rezan en algunos conventos argentinos,5 y sus trabajos en prosa, casi todos verdaderamente poéticos, completan la obra de este notable escritor argentino.
Premios y distinciones
Por su obra El buque (1935), Francisco Luis Bernárdez fue galardonado con el Premio Municipal de Poesía de Buenos Aires.
Por sus obras Poemas elementales (1942) y Poemas de carne y hueso (1943) se le concedió el Premio Nacional de Poesía (Argentina, 1944), premio que en anteriores ediciones recibieron poetas de la talla de Baldomero Fernández Moreno (1926) y Leopoldo Marechal (1940).
Amor antiguo
Amor antiguo, cuya sombra empaña
Mi cariñosa propensión de ahora,
Eres como una sombra de montaña
Sobre el encendimiento de la aurora.
Amor antiguo, cuya pesadumbre
Traba la agilidad de mi alegría,
Eres la tiranía de la cumbre
Contra la libertad del mediodía.
Amor antiguo, cuya voz sofoca
La nueva vocecita del cariño,
Eres palabra de proyecta boca
En una boca inédita de niño.
Amor antiguo, cuyo sentimiento
Hace caber el mundo en nuestro llanto,
Eres el alma convertida en viento
Y eres el viento convertido en canto.
Amor antiguo, cuya remembranza
Cada amorosa perspectiva cierra,
Eres esa emoción que sólo alcanza
Quien se acuerda del mar desde la tierra.
El destello
Aunque el cielo no tenga ni una estrella
Y en la tierra no quede casi nada,
Si un destello fugaz queda de aquella
Que fue maravillosa llamarada,
Me bastará el fervor con que destella,
A pesar de su luz medio apagada,
Para encontrar la suspirada huella
Que conduce a la vida suspirada.
Guiado por la luz que inmortaliza,
Desandaré mi noche y mi ceniza
Por el camino que una vez perdí,
Hasta volver a ser, en este mundo
Devuelto al corazón en un segundo,
El fuego que soñé, la luz que fui.
Estar enamorado
Estar enamorado, amigos, es encontrar el nombre justo de la vida.
Es dar al fin con la palabra que para hacer frente a la muerte se precisa.
Es cobrar la llave oculta que abre la cárcel en que el alma está cautiva.
Es levantarse de la tierra con una fuerza que reclama desde arriba.
Es respirar el ancho viento que por encima de la carne se respira.
Es contemplar desde la cumbre de la persona la razón de las heridas.
Es advertir en unos ojos una mirada verdadera que nos mira.
Es escuchar en una boca la propia voz profundamente repetida.
Es sorprender en unas manos ese calor de la perfecta compañía.
Es sospechar que, para siempre, la soledad de nuestra sombra está vencida.
Estar enamorado, amigos, es descubrir dónde se juntan cuerpo y alma.
Es percibir en el desierto la cristalina voz de un río que nos llama.
Es ver el mar desde la torre donde ha quedado prisionera nuestra infancia.
Es apoyar los ojos tristes en un paisaje de cigüeñas y campanas.
Es ocupar un territorio donde conviven los perfumes y las armas.
Es dar la ley a cada rosa y al mismo tiempo recibirla de su espada.
Es confundir el sentimiento con una hoguera que del pecho se levanta.
Es gobernar la luz del fuego y al mismo tiempo ser esclavo de la llama.
Es entender la pensativa conversación del corazón y la distancia.
Es encontrar el derrotero que lleva al reino de la música sin tasa.
Estar enamorado, amigos, es adueñarse de las noches y los días.
Es olvidar entre los dedos emocionados la cabeza distraída.
Es recordar a Garcilaso cuando se siente la canción de una herrería.
Es ir leyendo lo que escriben en el espacio las primeras golondrinas.
Es ver la estrella de la tarde por la ventana de una casa campesina.
Es contemplar un tren que pasa por la montaña con las luces encendidas.
Es comprender perfectamente que no hay fronteras entre el sueño y la vigilia.
Es ignorar en qué consiste la diferencia entre la pena y la alegría.
Es escuchar a medianoche la vagabunda confesión de la llovizna.
Es divisar en las tinieblas del corazón una pequeña lucecita.
Estar enamorado, amigos, es padecer espacio y tiempo con dulzura.
Es despertarse una mañana con el secreto de las flores y las frutas.
Es libertarse de sí mismo y estar unido con las otras criaturas.
Es no saber si son ajenas o si son propias las lejanas amarguras.
Es remontar hasta la fuente las aguas turbias del torrente de la angustia.
Es compartir la luz del mundo y al mismo tiempo compartir su noche obscura.
Es asombrarse y alegrarse de que la luna todavía sea luna.
Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea de ser hombre es menos dura.
Es empezar a decir siempre y en adelante no volver a decir nunca.
Y es además, amigos míos, estar seguro de tener las manos puras.
La ciudad sin Laura
En la ciudad callada y sola mi voz despierta una profunda
resonancia.
Mientras la noche va creciendo pronuncio un nombre
y este nombre me acompaña.
La soledad es poderosa pero sucumbe ante mi voz enamorada.
No puede haber nada tan fuerte como una voz cuando esa voz
es la del alma.
En el sonido con que suena siento el sonido de una música lejana.
Y en la energía remota que la mueve siento el calor
de una remota llamarada.
Porque mi voz es una chispa de aquella hoguera que eterniza
lo que abrasa.
Porque mi amor es una chispa de aquella hoguera que eterniza
lo que abrasa.
Para poblar este desierto me basta y sobra con decir una palabra.
El dulce nombre que pronuncio para poblar este desierto
es el de Laura.
Las cosas son inteligibles porque este nombre de mujer las ilumina.
Porque este nombre las arranca de las tinieblas
en que estaban sumergidas.
Una por una recuperan su resplandor espiritual y resucitan.
Una por una se levantan con el candor y la belleza que teman.
La obscuridad desaparece mientras el sueño silencioso se disipa.
Por este nombre de los nombres hasta la muerte sin palabras
tiene vida.
Ya no resuena entre las cosas el gran torrente de las noches y los días.
El tiempo calla y se detiene para escuchar esta perfecta melodía.
Mi vida entera permanece porque este nombre que recuerdo no me olvida.
Porque este nombre me sostiene con emoción desde su tierna lejanía.
Cuando mi boca lo ignoraba, la soledad era más honda que el silencio.
Cuando mi boca estaba muda, mi corazón era invisible como el viento.
Se conocía que vivía por la canción que lo tenía prisionero.
Pero vivía en otro mundo; para las cosas de este mundo estaba muerto.
La pesadumbre de las horas era más íntima que nunca en aquel tiempo.
Porque las noches eran largas; porque los días de las noches eran lentos.
La tierra estaba más obscura porque faltaban las estrellas en el cielo.
El manantial de donde brota la luz que alumbra el corazón estaba seco.
¿Qué hubiera sido de mi vida sin este nombre que pronuncio en el desierto?
¿Qué hubiera sido de mi vida sin este amor que me acompaña desde lejos?
Lejos está la dulce causa del corazón, de la cabeza y de la mano.
Pero su ausencia es la del río, que con la fuente que lo llora vive atado.
Nunca he sentido como ahora la vecindad de la mujer que estoy cantando.
Cuando el amor está presente no puede haber nada escondido ni lejano.
La luz del fuego que me alumbra, ¿no es la que alumbra el corazón del ser amado?
La llamarada que me quema, ¿no es la del fuego en que se quema sin descanso? Aunque las leguas se interponen entre nosotros, ya no pueden separarnos.
Porque el amor que vence al tiempo no puede estar sino a cubierto del espacio.
Entre la dicha y mi existencia la diferencia que hubo ayer se va borrando.
El ser que nombro es el que, siendo, me da una vida sin dolor ni sobresalto.
La lágrima
No sé quién la lloró, pero la siento,
Por su calor secreto y su amargura,
Como brotada de mi desventura,
Como nacida de mi desaliento.
Quizá desde un lejano sufrimiento,
Desde los ojos de una estrella pura,
Se abrió camino por la noche oscura
Para llegar hasta mi sentimiento.
Pero la siento mía, porque alumbra
Mi corazón sin esa luz sin tasa
Que sólo puede dar el propio fuego:
Rayo del mismo sol que me deslumbra,
Chispa del mismo incendio que me abrasa,
Gota del mismo mar en que me anego.
La palabra
En cada ser, en cada cosa, en cada
Palpitación, en cada voz que siento
Espero que me sea revelada
Esa palabra de que estoy sediento.
Aguardo a que la diga el firmamento,
Pero su boca inmensa está callada;
La busco por el mar y por el viento,
Pero el viento y el mar no dicen nada.
Hasta los picos de los ruiseñores
Y las puertas cerradas de las flores
Me niegan lo que quiero conocer.
Sólo en mi corazón oigo un sonido
Que acaso tenga un vago parecido
Con lo que esa palabra puede ser.
Romance
Aquellas cosas profundas
Que yo apenas entendía.
Desde que el amor las nombra
Me parecen cristalinas.
Aquel tiempo de otro tiempo,
Que sin gloria transcurría,
Desde que el amor lo empuja
Tiene lo que no tenía.
Aquella voz apagada
Es una voz encendida
Desde que el amor de fuego
Su fervor le comunica.
Aquella frente desierta.
Aquella frente perdida.
Está mucho menos sola
Desde que el amor la habita.
Aquellos ojos cerrados
Están abiertos y miran
Desde que el amor les muestra
Riquezas desconocidas.
Aquellas manos desnudas
Ya no son manos vacías
Desde que el amor las llena
Con su propia maravilla.
Aquellos pasos sin rumbo.
Aquellos pasos sin vida.
Ya tienen rumbo seguro
Desde que el amor los guía.
Aquel corazón oscuro
Luce una luz infinita
Desde que el amor lo alumbra
Con su verdadero día.
Aquel pobre entendimiento
Tiene una fuerza más limpia
Desde que el amor lo inflama.
Desde que el amor lo anima.
Aquella pluma de siempre
Vive una vida más viva
Desde que el amor la mueve,
Desde que el amor la inspira.
Aquel mundo sin objeto
Tiene una razón precisa
Desde que el amor eterno
Lo sustenta y justifica.
Aquella vida de antaño
Responde a peso y medida
Desde que el amor confunde
Su existencia con la mía.
Romance de la niña cordobesa
En su vecindad el tiempo
Parece que no corriera,
Pues el invierno es verano,
Y el otoño, primavera:
Las noches se vuelven días,
Los días no tienen fecha,
Y cuando el sol se termina
Parece que el sol empieza.
Sus ojos siempre lejanos
A pesar de su presencia,
Porque miran de muy lejos
Aunque miren de muy cerca,
Son dos pájaros oscuros,
Desterrados de la tierra:
Uno se llama nostalgia
Y otro se llama tristeza.
Las mañanas y las tardes
De Córdoba son más bellas
Que las del resto del mundo
Porque la frente las sueña;
Y las noches de los otros,
Para mí no puede haberlas,
Han aprendido su oficio
En la de su cabellera.
Su voz es como el arroyo
Pensativo de la tierra,
Que dulcifica el paisaje
Por más huraño que sea,
Pues aunque sus aguas dulces
Van pensando en lo que piensan,
Dejan como por descuido
Una flor en cada piedra.
En mi vida he visto nada
Como sus manos morenas
Para alumbrar mi camino
Con la luz de sus estrellas:
La derecha me señala
El rumbo de su cabeza.
Y el seguro derrotero
De su corazón la izquierda.
Su presencia es como el vino
Que, junto a la chimenea,
Toma el viajero cansado
Para recobrar sus fuerzas,
Mientras el viento y la lluvia
Están llamando a la puerta,
Como queriendo decirle
Que en el camino lo esperan.
Quiero vivir en un mundo
Maravilloso que tenga
Su frente por horizonte
Y sus ojos por fronteras,
Sin más noches que la dulce
Noche de su cabellera,
Ni más estrella de plata
Que la de sus manos buenas,
Soñando mañana y tarde,
Por única recompensa,
Con el laurel de su nombre
Para ceñir mi cabeza,
Y dando todas las voces
Musicales de la tierra
Por una sola palabra
De la niña cordobesa.
Silencio
No digas nada, no preguntes nada.
Cuando quieras hablar, quédate mudo:
Que un silencio sin fin sea tu escudo
Y al mismo tiempo tu perfecta espada.
No llames si la puerta está cerrada,
No llores si el dolor es más agudo,
No cantes si el camino es menos rudo,
No interrogues sino con la mirada.
Y en la calma profunda y transparente
Que poco a poco y silenciosamente
Inundará tu pecho de este modo,
Sentirás el latido enamorado
Con que tu corazón recuperado
Te irá diciendo todo, todo, todo.
Soneto
Si para recobrar lo recobrado
Debí perder primero lo perdido,
Si para conseguir lo conseguido
Tuve que soportar lo soportado,
Si para estar ahora enamorado
Fue menester haber estado herido,
Tengo por bien sufrido lo sufrido,
Tengo por bien llorado lo llorado.
Porque después de todo he comprobado
Que no se goza bien de lo gozado
Sino después de haberlo padecido.
Porque después de todo he comprendido
Que lo que el árbol tiene de florido
Vive de lo que tiene sepultado.
Soneto II
Firme en la majestad y en la armonía
De su maravillosa arquitectura,
Cuya seguridad serena y pura
Es más fuerte que el tiempo y su porfía,
Tu casi celestial topografía
Alza la claridad de su estructura,
Dando cuerpo de paz y de dulzura
Al alma de la eterna poesía.
Y hace que, confundidos y abrazados,
La letra y el espíritu inflamados
Unan su voluntad y su poder,
Para vivir en el espacio frío
Y en el tiempo dramático y sombrío
Con la luz y el calor de un solo ser.
Soneto a la doncella lejana
Inaccesible al viento que suspira
Por apagar la luz de su cabello,
Inaccesible al pálido destello
De la estrella lejana que la mira.
Inaccesible al agua que delira
Por llegar a la orilla de su cuello,
Inaccesible al sol y a todo aquello
Que alrededor de su persona gira,
La doncella en su mundo de diamante
Inclina la cabeza lentamente
Para escuchar en el remoto mundo:
El eco de un latido muy distante,
La resonancia de una voz ausente
Y el sonido de un paso vagabundo.
Soneto ausente
El sentido del tiempo se me aclara
Desde que te ha dejado y me has traído,
Y el espacio también tiene sentido
Desde que con sus lenguas nos separa.
El uno tiene ahora canto y cara
Porque vive de habernos dividido,
Y el otro no sería conocido
Si no nos escondiera y alejara.
Desde que somos de la lejanía,
El espacio, que apenas existía,
Existe por habernos separado.
Y el tiempo que discurre hacia la muerte
No existe por el tiempo que ha pasado
Sino por el que falta para verte.
Soneto de la encarnación
Para que el alma viva en armonía,
Con la materia consuetudinaria
Y, pagando la deuda originaria,
La noche humana se convierta en día;
Para que a la pobreza tuya y mía
Suceda una riqueza extraordinaria
Y para que la muerte necesaria
Se vuelva sempiterna lozanía,
Lo que no tiene iniciación empieza,
Lo que no tiene espacio se limita,
El día se transforma en noche oscura,
Se convierte en pobreza la riqueza,
El modelo de todo nos imita,
El Creador se vuelve criatura.
Soneto de la unidad del alma
Yo que tengo la voz desparramada,
Yo que tengo el afecto dividido,
Yo que sobre las cosas he vivido
Siempre con la memoria derramada;
Yo que fui por la tierra desolada,
Yo que fui bajo el cielo prometido
Con el entendimiento repartido
Y con la voluntad multiplicada;
Quiero poner ahora la energía
De la memoria, del entendimiento
Y de la voluntad en armonía
Con la memoria que no olvida nunca
Con el entendimiento siempre atento
Y con la voluntad que no se trunca.
Soneto del amor milagroso
Aquel entendimiento que callaba
Tiene toda la voz que no tenía,
Y aquella voluntad que estaba fría
Tiene todo el calor que le faltaba.
Aquel entendimiento que ignoraba
Tiene la ciencia de que carecía,
Y aquella voluntad que no quería
Tiene el deseo que necesitaba.
Porque para que el uno se levante
Del sueño en que vivía sumergido
Es suficiente con que yo te cante.
Porque para que aquella no se muera
De la muerte que hubiera padecido
Es suficiente con que yo te quiera.
Soneto del amor victorioso
Ni el tiempo que al pasar me repetía
Que no tendría fin mi desventura
Será capaz con su palabra obscura
De resistir la luz de mi alegría,
Ni el espacio que un día y otro día
Convertía distancia en amargura
Me apartará de la persona pura
Que se confunde con mi poesía.
Porque para el amor que se prolonga
Por encima de cada sepultura
No existe tiempo donde el sol se ponga.
Porque para el amor omnipotente,
Que todo lo transforma y transfigura,
No existe espacio que no esté presente.
Soneto enamorado
Dulce como el arroyo soñoliento,
Mansa como la lluvia distraída,
Pura como la rosa florecida
Y próxima y lejana como el viento.
Esta mujer que siente lo que siente
Y está sangrando por mi propia herida
Tiene la forma justa de mi vida
Y la medida de mi pensamiento.
Cuando me quejo, es ella mi querella,
Y cuando callo, mi silencio es ella,
Y cuando canto, es ella mi canción.
Cuando confío, es ella la confianza,
Y cuando espero, es ella la esperanza,
Y cuando vivo, es ella el corazón.
Soneto grabado en el tronco de un árbol
Aquel afán de ser, árbol amigo,
Que me dejó grabado en tu corteza
Fue tan grande y de tal naturaleza
Que mientras vivas viviré contigo;
Pues hasta cuando el tiempo, su enemigo,
Me haya borrado de tu fortaleza,
Y estén muertas la mano y la cabeza
Que me han dejado aquí, como testigo,
Aquel afán de vida que me inflama
Subirá con tu savia confundido
Y, en un último esfuerzo de su ardor,
Se asomará al temblor de cada rama,
Al sagrado calor de cada nido
Y al silencio feliz de cada flor.
Soneto interior
Aquí donde la tierra es menos tierra,
Donde el agua es el agua del olvido,
Donde el aire es un aire sin sonido
Y donde el fuego ya no mueve guerra;
Aquí donde la tierra se destierra,
Donde el agua carece de sentido,
Donde el aire prefiere estar dormido
Y donde el fuego su pasión encierra;
El hombre de mirada pensativa
Substituye las cosas de su casa;
La tierra, con su carne fugitiva,
El aire, con el aire de su aliento,
El agua, con su propio sentimiento,
El fuego, con el fuego que lo abrasa.
Soneto lejano
Bello sería el río de mi canto,
Que arrastra por el mundo su corriente,
Si dicho canto no naciera en cuanto
El río se separa de la fuente.
Bello sería el silencioso llanto
De la estrella en la noche de mi frente
Si dicha estrella no distara tanto
De quien le da la luz resplandeciente.
Bello sería el árbol de mi vida
Si la raíz de amor lo sostuviera
Sin estar alejada y escondida.
Bello sería el viento que me nombra
Si la voz que me llama no estuviera
Perdida en la distancia y en la sombra.
Hola, quisiera saber si por favor podrían decirme en qué año fue publicado "LA PALABRA" y en qué libro se encuentra. Desde ya muchas gracias, muy buena la información. Saludos
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