martes, 12 de octubre de 2010

1477.- GUILLERMO LOMBARDÍA


Guillermo Lombardía nació en Avellaneda en 1952 y murió en La Plata en 2007. Trabajó en la Agencia Noticias Argentinas. Escribió para el diario El Día de La Plata y el vespertino La Gaceta de Buenos Aires. Fue fundador y codirector de la revista Talita. Publicó tres libros de poemas: El Juego Insensato (1996), Eterna marea (1998) y Mi Marilyn (2005)



ALGUNOS POEMAS DEL LIBRO MI MARILYN
(LEER COMPLETO EN EL ENLACE

http://poesialaplata.blogspot.com/2007/12/nueve_2006.html
POESÍA LA PLATA DE JOSÉ MARÍA PALLAORO).



I

Desde un balcón sin mar aquí en Copacabana
-apenas verdecido por sus manos-
pueden verse las casas más altas del morro Cantagalo
ruidosas de pagode, domingos y feriados;
el cielo fluminense, nunca igual a sí mismo;
los fondos de una mansión carioca de otros tiempos
y cientos de janelas.
En todas ellas puedo leer novelas ejemplares:
cada pequeña vida es la historia del mundo en miniatura.
Pero, antes que nada, en primer plano,
un muro despintado hace las veces de pantalla
sobre la cual el proyector viajero de mis neuronas doidas
imprime las imágenes de un romance inconcluso.
Marisa Monte canta “Chocolate” a mi derecha
y describe la ironía de los años:
aquel cara careta,
a punto de subirse a su cincuentenario,
escribe ahora en el espacio entre las letras
que, según ella, le deja la maconha en el cerebro.


II

Ella de espaldas, cambiándose la blusa,
desvistiendo el tesoro de sus hombros de pájaro,
la curvada columna,
el perfil embriagante de sus pechos,
la nuca prodigiosa sobre la que mis dedos
tocarán algún día el concierto en mi bemol de la lujuria,
me promete en silencio, cerca del aeropuerto,
un exilio dichoso y un puñal placentero
que se hundirá en mi carne hasta besar mis huesos.


III

La guerrillera que duerme a la intemperie
con su mochila leve junto a los pies pequeños y ultrajados,
insolente, altanera, erguida, desafiante,
indócil, imprudente, desmedida, soberbia;
la nadadora contra la corriente,
con sus cabellos de mutantes colores
y esas manos nacidas para empuñar las armas,
se sube al escenario para ser violada
y entre
mostrar los magullones de su almita
tan frágil, ella, detrás de sus trincheras irredentas.


IV

Ella en las tardes de diagonal ochenta,
en un acuario entonces clandestino,
narrando con la gracia de un juglar
el prólogo, la prehistoria que la trajo hasta mí,
no por acaso sino por designio,
del modo en que la vida urde la trama.
Su risa, su risa inolvidable, bailando con la mía
sobre la pista que dibujan en el aire con aroma a café
las cicatrices de dos corazones
que se reencuentran después de un cautiverio
que duró lo que miden varias generaciones.


V

La princesita primogénita de Pringles,
el capricho dilecto de aquel conservador
que se bebió la vida demasiado de prisa.
La heredera del trono
obligada de pronto a asumir un mandato,
a dejar sus muñecas, sus músicas, sus ensueños románticos,
su breve adolescencia,
para enterrar el cuerpo de su padre y cuidar de la tribu,
se entibia ahora en la tarde platense
a la sombra de un árbol centenario,
frente a las fauces de las fuerzas del orden,
y se abre para mí,
para el ansia deseosa de mi lengua
que penetra su boca misteriosa
donde los jugos más sabrosos de la tierra se mixturan.

Se desarma, se desviste, se descalza,
se relaja, se expande, se olvida, se acurruca,
y, después de ese beso interminable,
sus ojos y sus manos, en un lento alejarse,
dibujan la promesa del paraíso eterno.


VI

Escribo ahora desde la tarde diáfana,
bebiendo agua de coco,
sentado en las ondas blanquinegras del calzadón de Copa.
El sol arde en los cuerpos encremados y en la arena
pero el mar está frío, turbulento, ceniza,
Olor a peixe frito, a camarón,
a choclo, a pororó, a sudor penetrante,
a limón, a alho-oleo, a yerbita, a café.
(Mi expreso cotidiano se enfría inexorable
mientras busco palabras como piedras preciosas).
Miro a lo lejos y contemplo el fuerte
detrás del cual la piedra de Arpoador
sostiene la sonrisa de Amy Irving
que se arroja a las aguas encrespadas
para cruzar a nado hasta Leblón y el morro Vidigal.
Otra vez Marisa Monte me distrae:
“Deixa eu dizer que te amo
Deixa eu pensar en vocé
Isso me acalma me acolhe a alma
Isso me ajuda a viver”.
¿Me hospeda el alma?, ¿me guarece el alma?, ¿me la alberga?
Tan solo ella podría decidirlo
desde mi corazón y mi silencio.


VII

En albergues o automóviles franceses
que se mecen al ritmo de la carne caliente,
de pie en una cocina que se pinta de rojo,
en lo hondo del bosque o camino del río,
en la afiebrada cama que alza vuelo en la casa materna,
ella y yo repetimos la antigua ceremonia
como dos animales fabulosos
que se incendian olvidados del mundo,
como fieras sedientas que se beben el agua salina de los cuerpos,
como reptiles que se quedan sin aire en el abrazo,
como bestias que se huelen despacio
y se emborrachan con el olor del otro,
como una nueva especie que se gesta de pronto
desde la comunión sagrada de dos seres.
¿Es un reencuentro, entonces, después de un cautiverio?
¿Es una antigua cita entre dos almas
que fueron separadas hace siglos?


VIII

Una excursión al corazón secreto del placer
en el invierno marplatense
(...ay ciudad del verano que nunca me embelsa
como cuando el frío la enjoya de glamour...)
para arder sin testigos, sin tiempo, sin intrusos,
y escalar hasta la cima de la entrega.
“¿Lo querías? Es tuyo...”
me dice, me grita, me susurra,
y me voy mansamente,
me exilio de mi cuerpo para entrar en el éxtasis del aire.


IX

Y hablar hasta que el sueño vence.
Inventar un dialecto privadísimo
para nombrar las cosas y los seres
como si fuera la primera vez.
Enumerar heridas invisibles.
Sentir la mano tibia del amante sobre la carne viva.
Apagar las distancias a obstinada negación del silencio.
Matar la soledad.


X

No hay nada como verla en trance
frente al brillo nocturno de mis ojos azules
cuando la observo caminar por la arena
buscando la escollera donde rompen las olas
y se bate la espuma.
Nada como mirarla prender un cigarrillo
como si fuera Marilyn
y musitar con su aire de muñeca lujosa:
“si vamos a beber, que sea champagne...”.
Ese gesto de reina destronada que recuerda su estirpe
apenas con los párpados, los pómulos,
o un leve movimiento
de los labios que clausura el pasado.
Esa manera suya
de hurgar en las vidrieras de todos los mercados de la tierra
y elegir indefectiblemente la piedra más preciada
como un diamante puro entre los desperdicios.
La gentil elegancia con que ilumina el mundo cuando pasa.
Ella que ensaya ahora su primera verónica galante.
Deja que el toro embravecido se acerque hasta su cerco áureo,
alimenta la hoguera en que su sangre hierve,
y, en el instante exacto,
desplaza el manto rojo del deseo
con su gracia torera y su cintura experta.
“Querido: la fiesta ha terminado.
El juego ha sido hermoso
y mis pechos recordarán el hambre de tu boca.
Los huecos de mi cuerpo que tus manos enormes descubrieron
guardarán el aroma de estos días para siempre.
Pero hasta aquí llegamos.
No puedo ya pensarte en otra cama
ni imaginar la forma en que otra piel se roza con la tuya.
¿Soy egoísta, posesiva, loca, terrorista?
Pues bien: esa soy yo, me tomas o me dejas”.

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Guillermo Lombardía /
El tren equivocado y cinco poemas más

(Artículo de Osvaldo Ballina
La Plata, febrero de 2008
en Cuadernos orquestados
http://www.abacq.org/cuaderno/index.php)





Mendiga

Ahora que el almíbar destilado por la noche

se escurre entre ademanes de animal perseguido
y un dejo de tristeza por los canales agrios,
vuelvo sobre tu corazón
mendiga cenicienta de los arrabales.

Bailas entre los desperdicios,
te ocultas como un sol
a la mirada de los asperjadores,
y conservas el orgullo de la especie
tatuado en tus pezones.

Ahora que los libres
se hacinan en los sótanos y beben, solidarios,
su licor más amargo,
vuelvo sobre tu aliento
pantera de la sangre.

Y como siempre,
estás,
jamás idéntica,
amamantando a tus tiernos lobizones.

Allí donde se inmolan los corazones limpios
mientras suena la música de los torturadores,
tu piedad resplandece.


(De El juego insensato, 1996)






Preciado oficio

Un emporio de agotadas reliquias,

de criaturas exánimes y de piedras preciosas,
de pequeñas señales que las vidas ignotas
dejan como al olvido
para seguir soñando bajo la luz del mundo,
se despierta entre la espuma frágil,
en la arena caliente de la bahía infinita,
cuando el mar se retira a la casa de fuego.

Entre esqueletos de animales y juncos
cuya sombra desvela la razón cartesiana
brillan los abalorios
arrojados por las naves nictálopes
que siguen las corrientes templadas
tras el rastro invisible de la utópica
ballena del capitán oscuro.

Entre maderos que pueden haber sido
ataúdes o sillas o pianos
hay millones de historias que no fueron contadas,
únicas siempre y ejemplares todas,
esperando la voz que las rescate
y las inflame de sangre y de misterio
en el azar fastuoso de la eterna marea.

El más grande poder,
la mayor majestad sobre la tierra,
el más preciado oficio,
consiste en percibir
en ese interminable bazar de la existencia
los lazos invisibles,
las secretas arterias que animan el milagro
de las afinidades.

Unir lo que se atrae sin remedio
y brindar en el jolgorio de los vivos
a la salud de cada nacimiento.


(De Eterna marea, 1998)







Secreta voz

No hay cena o almuerzo o satisfacción en el mundo
que valga una caminata sin fin por las calles pobres …
Pier Paolo Pasolini

Te veo caminar sin ansiedad,
parsimoniosamente,
por una calle de suburbio americano.
Alegre por el anonimato
apenas uno más en el mar de los sencillos.
Ese rostro tuyo
tallado en roca por un cincel del medioevo.
La frente como plaza en día feriado.
Tanto asombro en los ojos adiestrados
para reconstruir
las historias secretas que insinúan
los gestos de todas las criaturas.

Querido hermano,
¿qué tal si nos sentamos
en esta criolla tardecita,
compartimos un vino de roja transparencia,
y dejamos correr los pensamientos
como animales sabios
que giran alrededor del sueño
de esa cosa
que nos quema en el alma?

Quiero oírte narrar alguna de esas
despojadas parábolas
con las que iluminaste la noche decadente.
Desnuda con tu verbo el pecado
original de esta insolente hora.

¿Te distraes?
Comprendo.
Es ciertamente hermoso ese muchacho que nos mira.
Invita, promete, escandaliza.
Yo prefiero, confieso, ese vaivén moreno
de curvas aceitadas por el licor dulzón de la hendidura.
Pero, al cabo, ¿cuál es la diferencia?
Una misma y secreta
voz es la que nos convoca a la fiesta del mundo
y sólo los hipócritas pueden abrir un juicio
sobre tus elecciones (y las mías).
Ya ha sido dicho, pero jamás redunda:
cae como castigo celestial el rayo del poder sobre los libres.
La libertad, ésa es tu kryptonita.
La cruz que paraliza a los vampiros.
No te apures, hermano, por esta lluvia inesperada.
Son nubes de verano.
Nos están bautizando con sus lágrimas
los ángeles humildes
que viven en el exilio eterno.


(De Eterna marea, 1998)









Una suposición

… la comuna es un lugar donde desaparecen
los funcionarios.
Vladimir Maiakovski

Digamos que he fraguado la escena
y que este agujero negro en mi cabeza
es apenas un truco, un maquillaje.
Todo no ha sido más que un simulacro
para engañar a los verdugos,
supongamos, un bien urdido fraude.
Con otro nombre y otra fisonomía
–ah sueño recurrente
de todo blanco móvil,
del que expone el pellejo
en cada movimiento de sus músculos …–
me escabullo en un pueblo perdido en la montaña
y no soy otra cosa que uno más
de esos rudos paisanos
que sobreviven con mínimas preguntas.
Por supuesto, nada de escribir.
Ni siquiera una línea.
No hay más literatura que los negros relatos
que esos hombres de tierra desgranan en las noches
lluviosas alrededor del fuego.
Que otro perro lidie con el hueso
de encontrar la palabra apropiada para el verso perfecto.
Sólo comer, beber,
trabajar como bestia hasta agotar la fuerza de los brazos,
y después retozar
como un niño en el heno.
Supongamos, incluso, que me esfuerzo
por cerrar los oídos y los ojos
a todas las noticias que llegan como pájaros
exhaustos desde el mundo.
Todo me importa un rábano.
Aceptemos la hipótesis.
¿Crees, de todos modos,
que dudaría en disparar el arma nuevamente
sobre mi sien derecha
si escuchara a este coro de idiotas
modulando la melodía del ocaso?


(De Eterna marea, 1998)








El tren equivocado

De todo esto yo soy el único que parte.

César Vallejo

A través de este cristal que huye
a tantos kilómetros por hora,
con la frente apoyada sobre el fresco rocío matinal
para calmar la fiebre que me abruma,
desfilan los paisajes más extraños.
Una loca sombrilla boca arriba
que gira como un trompo sobre el verde.
Un insólito desfile de modelos
que lucen sus vestidos de campiña
con florcitas celestes y volados azules.
En una pasarela ornamentada por blancas siemprevivas
las muchachas caminan con el sexo apretado
y sus piernas dibujan una coreografía
definitivamente inalcanzable.
Un señor que parece despachante de aduana
con sombrero de copa y moño negro al cuello
increpa a un heladero en su triciclo.
En un cielo tan frágil
se asoma una bandada de helicópteros negros.
Cómo extraño la niebla que cubría a Helsinki
ocultando los coches de alquiler
yermos de pasajeros.
Una cabalgadura necesito
para poder atravesar el parque helado.

Si al menos estuvieran tus ojos esta tarde.
Recuérdame la lluvia sobre los dulces charcos
donde las ranas cantan.
Aspira la fragancia del jazmín del cielo
y tráela hasta aquí
donde manda el crepúsculo.

No me olvides.
Yo soy aquél que jugaba a despedirse
como un valiente Aníbal
pero después temblaba de frío en el destierro.
Esta carne maldita me condena.
Lávame las heridas con tus pequeñas manos.
Me perdí en la estación del mediodía
y me subí al tren equivocado.
Cuando quise bajarme, fue imposible,
y sólo pude ver
un baile de pañuelos que decían adiós.
Únicamente desde tu corazón
puede salir la orden
que cancele este viaje inexplicable.


(De Eterna marea, 1998)









Estrategia criolla

¿Cómo puedes vivir tan descentrado?

Mira a tu alrededor.
Deja que esa corriente
que surge de la base de tu nuca
viaje por tus arterias y tus nervios.
Ése es tu pie.
Apóyate.
Mantente erguido.
Juega.
Ensaya los distintos equilibrios
distribuyendo el peso entre los miembros,
el plexo, la cabeza.
Concentra la energía en la raíz.
Expulsa esos parásitos
que se alimentan de la savia de tus tripas.
Respira hondo.
En la reserva profunda de tus bronquios
están guardados los sabores,
sonidos y fragancias,
que serían materia prima de tu canto.
Abreva de esa fuente, caballo,
come de esa alfalfa.
Y relincha.
Relincha en el silencio de la pradera verde.
Sigue el curso ascendente de esos ramos tupidos
de florecillas blancas.
No importa si en París o en Barcelona
se congela tu sangre mientras tu lengua lame
el corazón de las palabras.
Ese rayo argentino
te cerrará los ojos definitivamente.


(De Eterna marea, 1998)




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