martes, 12 de octubre de 2010

ALBERTO RUBIO [1.478] Poeta de Chile


Alberto Rubio 



(Santiago de Chile, 1928-2002)

Nacido en Santiago el 8 de mayo de 1928, hizo sus estudios humanísticos en el Instituto Nacional, San Pedro Nolasco y Escuela Miliar, sucesivamente.

Autor de un libro de poesía, "La Greda Vasija", publicado en 1952 -el cual fue considerado por la crítica como uno de los descubrimientos líricos del último tiempo, Alberto Rubio ha realizado incursiones por el cuento, la novela y el teatro; interesado por lo originario, ha intentado un proceso de rehabilitación del criollismo. En efecto, su obra nos habla del Sur de Chile, del campesino, de los animales, de la naturaleza agreste y agresiva.

Ha publicado, esporádicamente, en revistas algunos poemas y narraciones. Estudiante de Derecho del quinto año en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, Alberto Rubio ha llevado su verdadera vocación -aprovechando la austeridad y pureza lógica y racional que dan los estudios de estas disciplinas-

Rubio tuvo gran respeto por las exigencias de la poesía en verso, y no se dio largonas o farras de palabras zafadas, frívolas, torpes y a tropezones, de ésas de libertos del idioma que llevan las marcas de su esclavitud con vulgaridad de venidos a más, de nuevos ricos de oropel.

Es un poeta que hace honor a su lengua. La buena urbanidad de su vida se expresa en los pocos libros que consintió publicar, el "Cuaderno" con grabados de artista del Taller 99, en cien ejemplares de 1963, y "Trances" de 1987 en la antigua Editorial Universitaria.

Se cree en Chile que no hay sucesores de Gabriela Mistral en poesía. Lo es el poeta Rubio, y como en los verdaderos linajes los rasgos de la abuela están sumidos en un rostro distinto. También ello ocurre en la obra de su contemporáneo amigo David Rosenmann Taub.

Armando Uribe lo considera uno de los más importantes poetas de las letras hispanas. Osses-Vilches señala que es uno de los poetas capitales de la lírica chilena y uno de los mayores exponentes de las letras en español.


Zángano

Zángano que expulsaron las obreras
entró en mi cuarto, ronco y decidido,
buscando un agujero para nido,
cansado de volar por las praderas.

Ojalá hallar un hueco en las maderas
beber la oscuridad del hondo olvido
comerse el propio cuerpo sumergido
renunciando a las mieles y a las ceras.

Anidado en tiniebla de hendidura,
las alas en la red de su atadura,
bebe la oscuridad desesperado

sin poder tiritar con más soltura
ni descansar por fin siendo bocado,
muerta la araña en su tejido al lado.

Erwin Díaz, Poesía chilena de hoy. De Parra a nuestro días,
Documentas, Santiago de Chile, 1988 (Metales Pesados, 2005)





El cactus


Apretada la tierra en la greda vasija
ha tiempo que parió al esbelto cactus.

Cada día lo veo de mañana,
le llamo: -Fiel amigo, esbelto infatigable.

Entonces me obedece el cactus verde,
se adelgaza, se esbelta infatigable,
y yo le digo: -Amigo, amigo verde.

En las tardes parece que envejece.
Pero en cada mañana me lo dice:
-Yo soy verde y esbelto, esbelto infatigable,
leal amigo, reciente, madrugador, delgado.

Le vuelvo a llamar fiel, y él permanece
en la huída de los días.
-¡Anudador de días!- digo entonces.

Y él me junta los días, los engarza
en su esencia delgada.

Así yo tengo el tiempo vuelto cactus:
delgado, fiel amigo, esbelto infatigable,
madrugador, reciente, el joven siempre verde.






La abuela

Se puso tan mañosa al alba fría,
la cerrada de puertas, la absoluta de espaldas,
cosiéndose un pañuelo que nadie conocía.

Se bajó bien los párpados. Con infinita llave
los cerró para siempre. Unos negros marinos
vinieron a embarcarla en una negra nave.

Y la nave, de mástiles de espermas y de velas
de coronas moradas de flores, era el barco
que lleva a extraños puertos a las hondas abuelas.

No hizo caso a nadie: ni a la hija mayor,
ni a su eterno rosario: tan mañosa se puso,
tan abuela recóndita metióse en su labor.

Ni el oleaje de rostros, ni la llántea resaca
pueden ahora atraer su nave hasta esta costa:
¡ni nadie de su extraño pañuelo ahora la saca!





Padre


A Armando


Ni el tronco yo, ni tú la esbelta copa,
ni tallo ni renuevo desgajado.
Ven a la mesa. Escarchará la sopa
de seguir enfriándose a mi lado.
Si no probaras nunca más la cena,
furia, helor en mí: todo, menos pena.

Te pasó por tus fines de semna,
huésped innumerable, apaciguado
por fin en el nidal de una ventana.
¿Cabeceaste? Y al vuelo. Malas veces
punzantes al buscar un abismado
sueño por vida y vino hasta las heces.

Tan joven padre -en todo apresurado-,
creabas prematuro abuelo un día,
suspenso entre contento y resignado
con su creencia de que envejecía
por culpa tuya, un poco adelantado,
no por años ni penas todavía.

¿Se cumplió un vaticinio de gitana,
todo el caer cada segundo, cierto,
blando el cuerpo, el apoyo, hijo de lana?
Me enfurezco: te has muerto.
¿No debiste almorzar esa mañana,
después viajar orondo por el puerto?

Glorioso puerto el logro en el abismo,
cavada universal caverna eterna.
¡Ven! Y vuelve a caer conmigo mismo.
¡Cae! Amortigua el golpe aquí en mi pierna
fuerte de ambos, más mía, sí, que tuya.
¿Presto? ¡A cantarle a Dios doble aleluya!

Si fuéramos cayendo en fiel abrazo
filial, dar el perdón a Dios Destino,
aunque se porte doble y asesino,
ambos en el enredo de ese lazo
tendido en el alfeízar hacia el alba,
sin que me grites: "¡Padre! ¿Quién me salva?"

Mejor solo al vacío, merecida
muerte por ser mayor, padre anhelante
de que plena se cumpla toda vida;
más la vida de un hijo desbordante
de generosidades, fuerzas, dones,
en poco tiempo frutos a montones.

...

La víscera dulzona me atraganta
con su oleaje en salada escaldadura,
honda la llaga sorda que supura.
¿Deleite en el sollozo? ¿Pena santa?
Siempre lo humano del vulgar consuelo
superable mil veces por el hielo.

Tierra sobre el quebranto. Fortaleza.
Erguirme edificando mi futuro,
solar palacio amable muro a muro
donde viva feliz de pieza en pieza...
cuando el muchacho pierde el mundo, todo;
todo el sol, el vivir, ¡y de qué modo!

Me recoja -mejor- árbol de furia
con sus ramas blasfemias en regazos
rencores; goce tenso entre los brazos
frondosos de odio -nunca de lujuria-,
sin rojos frutos hacia tentaciones
gulosas, ni sedantes floraciones.

¿Mejor vivir sin odio, resignado?
Tan evocable ante fecundos huertos,
¿Cómo olvidarlo? ¿En yermos o en desiertos,
sobre glaciares o en un mar nevado?
Si conjuro al demonio de la ira,
basura soy, que Dios tan limpio tira.

¡Eso! Transformarme en un guiñapo,
ser trapo limpiador de un suelo inmundo
de sentimientos. ¡No! Siento profundo
supurando, no pura cosa o trapo,
bola entera de nervios, pesadumbre
de viscoso rencor, viscosa lumbre

nadadora en sus lágrimas rabiosas,
batracio en la penumbra de su pozo
de llanto llovedor hasta el destrozo
con babas siderales, venenosas,
de la Tierra y galaxias que no lava
ni a lenguetadas Dios bajo la baba.

Devorara mi viscera una fiera
de selva que, de noche, repentina,
gracias a una piadosa orden divina,
desde el fondo del sueño me creciera
hasta el nido absoluto del reposo,
ya ni sombra del sol tan alevoso

...

Veloz, cruel de verdores el paisaje,
huertos jocundos como por sevicia
-garfio en mi carne la mortal noticia,
pendiente en autobús tardo mi viaje-;
las frutas, burlas de veneno eterno;
las frescas fresas, brasas del infierno.

Yo no abarcaba el daño, de increíble.
La tierra guarda atroz semilla al fondo.
Los rosales giraron en redondo:
dieron rosa de horror al fin visible.
Verdad malvado, súbita, desnuda,
breve desposa al buen dios de la duda.

Ángel negro el teléfono en mi oído,
batió el anuncio ni hoy más convincente.
¿Final de Armando? ¿Cómo? ¿Un accidente?
Golpe en la boca al ángel maldecido,
témpano interno mi primer sollozo.
¿Morir por nada siendo aún tan mozo?

Su faz, hasta absoluta en un segundo;
la sangre, un vino por traidora espita.
Piedad total -también por mí-, infinita.
¿No me quedaba de él nada en el mundo?
¿Su vida en flor sólo un fugaz boceto?
¡Frutos sus versos, sangre suya el nieto!

Me desprendo. ¿A la noche? Giro el hombro,
brazo al alfeízar: tarde. Mi caída.
La Tierra también cae desprendida.
Morir: mi solitario, enorme asombro.
Me vuelve lo fatal más sabio y fuerte.
¿La vida se me va? También la muerte;

mi afán de contemplar las luces bellas
sentado a la ventana -mortal causa-;
mi vértigo al caer sin pía pausa;
¿pero no asciendo al mar de las estrellas?
Por fin al alba el absoluto ocaso;
choque de sol y luna; Dios; el paso

Por la ventana, al alba, su figura
vi un dia tan gallarda a la salida
suya, en mitad del patio detenida,
dudosa, pese al ímpetu y premura,
que sentí con mi orgullo el raro daño
de un padre fuerte o un hijo rey extraño





El camino


Es el mismo camino que condujo mi infancia.
Aquí está el mismo cerco, allí las zarzamoras
llenándose de polvo, allí la piedra agreste,
y un niño fantasmal que eternamente sigue.

Y el cabello camino verdea con el sauce,
cayendo en hondonada sobre el pecho.

Es el mismo camino. Allí está el horizonte
viviendo de crepúsculo, siguiendo al mismo niño.
Allí la zarzamora cubriéndose de polvo,
mientras miran los álamos testigos en el cerco.

Es el mismo crepúsculo adonde marcha el niño.
Y más allá, la historia que comienza ahora...







Milenario


Me vuelvo esa persona demorosa,
confusa, cuya prisa más la atrasa
cuando sale; no sabe qué le pasa.

¿Las redes o tejidos? ¡Buena cosa!
Los huertos y jardines, tanta rosa,
fruta, alfalfar, viñedo, bestias, casa;

riegos, siembras, cosechas
-labores a sus horas y en sus fechas-,
libres actos rituales suyos, míos,

constante campesino milenario
que se encarna en mis propios albedríos,
ni hosco ni demasiado solitario,

algo sociable, alguna vez parlero;
hombre que vive a gusto,
sobresaltado por el solo susto

de perder, rey feliz, el reino entero,
donde al fin otra fruta ágil madura:
sangre propia enraíza en su escritura.

.....


Se enreda en los olvidos y en las llaves.
Quizá no haya cerrado bien la puerta.
Vuelve. ¿Dio de comer a perros y aves?

Les brinda presa y grano. ¿Listo? -¡Alerta!
-llaman cuclillos de relojes viejos-.
Ni caballos ni tren, coches o naves,

obran milagros hacia los festejos
antípodas, llameantes de entusiasmo
glorioso, que se apaga a estas alturas:

ni a los postres llegaras. Como en pasmo
de amor contemplas siembras, frondas: juras
que no saldrás debido a la tardanza,

sin confesarte nunca esas ternuras,
ni el temor a perder frutas maduras:
quizá la Muerte, súbita su lanza,

allá en la misma fiesta al fin te alcanza.






Mesa del alba


La mesa en la mañana me espera con su silla,
mas se sienta la ausencia familiar a la mesa.
La mesa en la mañana hasta mis ojos brilla,
cuando estoy frente a ella con mi sola cabeza.

Es una gota parda que brilla su rocío,
entre sillas que esperan todo el día pacientes.
Como un rayo de sol a calentar el frío,
un hombre al desayuno se lanza con sus dientes.

Sobre el pardo rocío que desayuno alienta,
es pájaro la lengua de este hombre sentado.
Y conversa con otro que a su lado se sienta,
y también como un rayo de sol sentado al lado.

Y así nace el gorjeo matinal de la casa.
¡A donde brilla un sol que es comedor brillante,
de la cocina vino la vaporosa taza,
desde el mismo horizonte con su día fragante!

Selección: Guido Ferrer




COMENSAL

Arrimado a la esquina de la mesa,
fiel, infinito el son de mi cubierto,
quisiera seguir siendo siempre el mismo Alberto
Rubio resucitado con su presa.

¡Qué olorosa la carne me embelesa
dorada, tan real, y tan despierto
de mis sentidos yo, por fin tan cierto
que la separación de amigos cesa!

Brindis ahuyentan hoy mutuos agravios,
pero injurias del Tiempo corporales
ni dependen jamás de humanos labios

ni de la ingratitud de los mortales,
tampoco del perdón nuestro de sabios
cristianos y felices comensales.











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