lunes, 11 de octubre de 2010

CAROLINA ESSES [1.467]


CAROLINA ESSES 

Nació en Buenos Aires (Argentina) en 1974. Es licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. También realizó estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. 

Publicó los libros de poesía, Duelo, junto a Mercedes Araujo y Cecilia Romana (Ediciones en Danza, 2005), Temporada de invierno (Bajo la luna, 2009), que resultó finalista en el concurso de poesía Olga Orozco organizado por la UNSAM y Versiones del paraíso. Ediciones Del Dock. Buenos Aires. 2016. 

Poemas suyos forman parte de las antologías Hotel Quequén (Sigamos enamoradas, 2006), Poetas Argentinas 1961-1980 (Ediciones Del Dock, 2007) y Quedar en lo cantado (Ediciones El fin de la noche, 2009); y han sido traducidos al francés en Poésie récente d’Argentine. Une anthologie possible (París, Reflet de Lettres, 2013). Es autora de varios títulos de literatura infantil. 

Como periodista escribe para diferentes medios gráficos. Tiene tres hijos y trabaja en la programación de la Casa de la Lectura.



Paisaje

Mis pies avanzan como flechas sumergidas.

Con el agua hasta la cintura
me alejo de tu círculo de sombra.

Quisiera registrar este momento: la luz blanca,
la resistencia blanca del agua, el cuenco pulido
donde apoyo un pie, el otro.

Caminar hasta la otra orilla no parece posible.
Regresar tampoco.

Todo centro es un lago que tiembla.



Visita

Habían atravesado la estepa
como quien recorre un lecho muerto.

Yo era parte de la roca,
la vertiente.

Al llegar mi madre dijo “en este borde no hay arena
ni caracoles.”

Los alimenté como a cachorros
y durmieron en mi cama.

El recuerdo no se concentra en un punto,
se expande sobre una superficie
elástica. Sin variación
mi cuerpo siempre
en el mismo momento del salto.

Al regresar mi padre dijo: tu casa
era el lago.

Yo había pensado más bien
en el hueco de la roca
cubriéndome
como si me alejara.


*



El lugar de lo mismo
aves como hijas

con su perfil de sombra iluminado
una de las hijas posa para el padre.
sonríe apenas

como si estuviese sola
y el tiempo se enredara
entre las nervaduras del agua.

aves aún más pequeñas la abandonan.
dejan un cauce abierto.

repiten en el plano del aire
el plano suspendido de los peces.

aquí, en lo lacustre
la orilla de las hijas
se desliza y se aparta

ahueca el monte de agua
y navega por esa línes quebrada
donde un pacto vacila

o se desgrana
en puntos cada vez más tenues.

¿y las que desvían su curso
detrás?

¿y mi curso
detenido?

De, Duelo, Ediciones En danza,
Buenos Aires, 2005.

__


Y SI FUESE el Capitán Frío?
¿Si el granizo que amenaza con
helarnos las entrañas
fuese sólo una pequeña muestra
de la artillería de un villano
dispuesto a barrernos de la faz del planeta?
¿Correrías de mi mano aún sabiendo
que detrás viene, no el destino
con su compasiva escala de valores
sino la tabla rasa de la nieve?




UN INSECTO flota.
Se hunde.
Desaparece en el fondo turbio del agua.
Mis instrumentos sirven para extirpar
alas, aguijón,
pero éste se ahoga
resbala desde el borde rojo del balde
hacia el agua enjabonada
y nos deja
a los siete años
con nuestro afán de disección intacto
nuestra necesidad de ver las partes sueltas
desprendidas, de un tábano.




SALIR EN BUSCA de elefantes
y encontrar sólo perros pequeños
deambulando por la sábana.
En el camino dejar la túnica
el enjambre florido, a los pies de una acacia.
Desoír el recelo de los hombres.
Mirar cómo calman la fiebre
mujeres, en sus pozos de agua.
Engendrar con ellas el paisaje, moldear
su botánica, nuestra red de filiaciones.

Sentarnos sobre piedras nuevas
a conversar de cosas sin importancia.

Temporada de invierno, Bajo la Luna,
Buenos Aires, 2009




Te imagino en un edificio casi vacío
de esos que suelen usarse para oficinas.
El pelo negro envuelto en una toalla.

Leo tu novela. ¿Es verdad que esos años
fueron así de difíciles? ¿Que el aire
te resultaba espeso, que a duras penas te abrías paso?

Caminamos. Las luces se van encendiendo
el asfalto cede al verano
y sos mucho más veloz que yo
más optimista

cuando me agarrás fuerte de la mano
porque cambia la luz de los semáforos
y si corremos, decís
podemos llegar juntas y a tiempo.

De Bucólico paisaje 




Herencia

Fue como si una mano levantara las hojas secas y otra
se encargara de revolver el aire
agitarlo, desparramar semillas, polvo
pájaros, billetes, insectos.
Ella tenía un pañuelo al cuello
y un pantalón años setenta
que ya no serviría después de esa tarde.
Se detuvo debajo de un toldo.
Fue como si una mano diera vuelta el presente
lo desparramara en piezas sueltas.
Mi madre perdió un embarazo como consecuencia
de la mala sangre. Nunca aclara a qué
se refiere cuando dice: perdí un embarazo
como consecuencia de la mala sangre
pero en mí, se ve
quedó el resabio de líquidos más pesados
y menos dulces que lo habitual.



INVIERNO 2002

Como en el momento del despegue
con la espalda presionando el respaldo
resisto la inercia del recuerdo.
Lucho contra la garra de un cóndor
que quiere llevarme de vuelta.



SIN TÍTULO

Lo que guardamos
celosamente en invierno
sale a la luz en primavera.
Hilachas, pelusas
polvo
que ahora vuela
dorado como polen.
Así nacen malos poemas
sobre el aire libre
la tibieza
y el devenir flor
de lo que cerrado
podría guardar algún secreto.




***


Un día, te prometo, voy a quedarme en casa
a coser todos tus botones.
Sacos, camisas, contaré los ojales
buscando en cada prenda la pieza que falte;
no voy a conformarme con que se adapte a las otras
deberá ser igual, idéntica en color y tamaño.
Un día, te prometo, voy a ordenar los placares
quiero poder responder algo cuando preguntes
dónde esta tal o cual cosa.
Y un día, también
haré los dobladillos que hoy improvisás
plegando la tela para adentro
en un simulacro que a veces falla
y deja entrever mis pocas cualidades de costurera
y tu casi nula capacidad para mentir.
Quizás le encuentre el gusto
a quedarme junto a la ventana
enhebrando la aguja
arriba y abajo, la mano con el hilo
concreto
ya no el imaginario
sino el que en la práctica existe
transparente sí
casi invisible
azul sobre azul, negro sobre negro
y ensimismada en mi labor
quizás renuncie a todo lo demás.


//


Supimos hacer de la orilla una casa
a la altura de las circunstancias
pensamos: nada puede llevarnos de vuelta
estamos a salvo
y nos dimos a la tarea de construir una familia.
Nuestros hijos crecerían entre juncos
les lavaríamos el barro de las piernas
cuando atravesaran descalzos la laguna.
El frío, como un pájaro de mal agüero
habría quedado atrás, olvidado
en una bolsa de plástico negra
a los tumbos por la montaña.
Cuento los días que faltan para la primavera.
Pero algo me dice que no vendrán tiempos mejores.
Acuno, doy el pecho –mi parte más preciada
enseño a balbucear primeras palabras;
endurecida la mandíbula
los ojos fijos en una imagen que se yergue
detrás de mí, o sobre mí
o sobre todos
mi hijo se despereza.





Había que retratarse la una a la otra
mirarse como en un espejo. Laura tomó el lápiz para dibujarme.
¿Ves?, dijo la profesora y corrigió un trazo
acá la boca se pierde en una línea fina, desaparece.
Nunca había pensado en mi boca de esa manera
pero ahí estaba el hilo delgado de la forma
como la cuerda por donde un audaz equilibrista
podría medir la entereza de su oficio.
¿O era la voz? Un timbre apenas audible
porque es mejor, alguien alguna vez me dijo
confundirse entre la multitud, que quedar al descubierto.



//


No sabíamos que el aceite derramado traía
mala suerte. La idea había sido freír unas papas
cortarlas en rodajas y echarlas todas al mismo tiempo
en una sartén descolorida. Los caracoles-
agregó mi madre mientras raspaba el piso negro
la superficie cubierta de pequeñas motas doradas-

cualquier cosa, en realidad, que provenga del mar
también es portadora de mala fortuna.
Nosotras mirábamos desde el sofá
atentas a la ceremonia imposible: borrar
las huellas de la desgracia futura.

De: Bucólico paisaje (inédito)





Versiones del paraíso. Ediciones Del Dock. Buenos Aires. 2016.


Nada cambiaba y a la vez

todo se volvía tibio más amable.
Las lavandas erguidas
militantes en su causa natural
como diciendo
acá el alimento, la casa;
el perfume de la salvia
el viento que dibuja el contorno
de pinos como iglesias.

Puedo verte: abrís ventanas
acomodás muebles, barrés
lo que fue dejando el día
todo es luminoso y no hay dudas
tu mano se apoya en mi espalda
mi brazo en tu nuca.
Vamos, vamos, decís
mientras suena Ben Harper
y marcás con el dedo índice
el ritmo de la música
si hasta los chimangos cantan
en la noche iluminada.

Cierro los ojos.
Te ofrezco, al fin
mi mejor versión del amor.

//

¿Qué pájaro querría hacer nido
en medio de la flor del cardo
por más rosadas o azules
que sean sus agujas?
Un pájaro pequeño, pienso
lo suficientemente pequeño
como para no conocer
todavía el dolor.
Jamás vi un pichón posarse
sobre esas flores.
Sin embargo me ocupo de cortar
las que nacen en los cardos de mi jardín.
No es fácil. Hace falta cierto empeño.
Ignorar tu mirada de reprobación.
Como si no entendieras lo importante
que es salvar al hipotético pájaro
de la pena; como si no supieras
que espero un niño
del tamaño de un pájaro
para el comienzo del verano.



Portugal

Saliste de casa como quien se va a un país lejano.
Portugal, podrías haber dicho.
Una pareja de turistas camina hasta los acantilados.
¿Son pájaros o es la espuma que golpea al bies la piedra
allá abajo
donde adivinaron un mar revuelto y oscuro?
Lo extraño era que ese rincón de Portugal
no se parecía a la Europa domesticada por el turismo
ni a la agreste fotografía de playa.
Lo que veían, era otro paisaje;
salvo que lo negro de las rocas
se transformara por arte de magia en arena
y el vacío en una superficie generosa
dispuesta a alivianar el peso de cualquier caída.
Por eso te saludé desde la puerta:
Adiós amor mío, que te vaya bien,
desanudé de un tirón mi bata
y me sumergí
en la mórbida cadencia de nuestras sábanas.



Fotografía en París

La mujer sonríe, inclina la cabeza hacia atrás
extasiada;
el hombre mira a cámara, sostiene un bebé.
Se adivina el follaje de un parque
el clic de una máquina digital en automático.
Convivo con el gesto desproporcionado
de una mujer que no conozco.
La foto –un amigo de la infancia que está enfermo
y vive en París, dice mi marido– deambula por la casa
como un espejo deformado de nosotros tres.

Ramas que se arquean sobre nuestra calle
inundan el barrio de una sombra apacible.
Los rayos llegan a destiempo, empeñados en caer
siempre un poco detrás nuestro.
Y no es el ritmo, ni el carácter de la marcha
sino la pregunta, ¿cuál de nosotros se extravía
cuál muere, cuál es el que nos prolonga?







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