sábado, 9 de octubre de 2010

1427.- CARLOS LÓPEZ DEGREGORI


Carlos López Degregori nació en Lima, en 1952. Estudió en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (1970-1972) y en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá , Colombia (1973-1977), donde obtuvo el título de Licenciado en Literatura. Ha realizado también estudios de Postgrado en el Instituto de Cooperación Iberoamericana en Madrid en 1990. CLD empezó a publicar a fines de los años setenta y es uno de los poetas más talentosos e insulares de las tres últimas décadas en el Perú. Sus ocho libros publicados hasta la fecha conforman un verdadero universo poético cerrado sobre sí mismo con sus propias reglas, personajes, mitos y códigos intransferibles.

Ha obtenido el primer premio de poesía en los Juegos Florales de la Universidad Javeriana (Bogotá, 1976), el primer premio en la bienal de poesía de la Asociación cultural japonesa del Perú (1990) y el primer premio en el Concurso Internacional de poesía el Olivo de Oro (1997). Es miembro del Comité Editorial de la revista Lienzo. Ha publicado también numerosos artículos y ensayos dedicados a la poesía peruana e hispanoamericana en medios especializados del Perú y el extranjero y en volúmenes colectivos. Ha publicado los poemarios Un buen día (1978), Las conversiones (1983), Una casa en la sombra (1986), Cielo forzado (1988), El amor rudimentario (1990), Lejos de todas partes (1994), Aquí descansa nadie (1998), Retratos de un caído resplandor (2002) y Flama y respiración (2005). Sus poemas figuran en importantes antologías peruanas e hispanoamericanas.





Flama y respiración

Escucha: es el Pájaro Relámpago.

Y no suena como un reloj ni como un diente ni como una rueca
hilando en la oscuridad del río ni como el canto duro de las olas.

Solo suena muy adentro de la almohada: sencillamente suena
como flama crudelísima:

como si alguien respirara.

Carmen Ollé, Antología de la poesía peruana:
Fuego abierto, Lom Ediciones, Santiago de Chile, 2008







EL TALENTO Y EL AMOR

A las siete en punto, después del llanto helado de mi perro, desde hace treinta y cuatro años cierro la peluquería.

Me reúno con ese animal y voy barriendo todo el pelo acumulado en el día.

Odio el espejo desportillado, la navaja insensible, el olor dulzón del cabello sin lavar. Envidio los ojos desolados de mis clientes, las marcas secretas que diferencian sus cabezas.

¿Por qué entre todos los talentos no me tocó el amor?

Camino dormido sosteniendo una tijera y duermo porque gira esta silla y mi corazón es una correa de afilar interminable.

Me hice peluquero por fatalidad.

De tanto cortar pelo no aprendí a segar las cabezas.

( De Cielo forzado)





RETRATO DE SU AMOR DE BEBER

Ustedes, Fulgor - Purísima - Aldana,
son mi amor de beber:

mi desesperación de estar siempre a su lado
porque ya no puedo dejarlas
ni perderlas
ni encontrarlas

y son mi lecho de niebla,
el altar del más humano sacrificio.

Aquí les entrego mis ojos
para que se contemplen en ellos

mis manos para que las acaricien,
las escriban, las sostengan

mi sangre
para que viaje por su sangre
un alcohol imposible

mi luna torva, mis alas, mis estrellas,
mis punzones,
mis crímenes.

Escuchen:
ya están volando ebrios los mares hasta pulverizarse,
saltan los ojos,
silban los túneles oídos,
huyen las ciudades en su viaje mortal
y hay un ruido de cascos
persiguiéndolas.

Ustedes, Fulgor - Aldana - Purísima,
son las tres una misma y santa persona
y una sola boca:

las tres calzan un solo zapato de cristal
rebosando de vino
al que bajo mis labios:

y arden sus piernas, sus pechos, sus cabellos
iluminando esta oscuridad.

(De: Retratos de un caído resplandor.)







TODA LA NOCHE HABLASTE CON LOS ÁRBOLES

Pasé toda la noche hablando con los árboles.

Les decía una palabra y ellos se alejaban sacudiendo sus ramas, aterrados en el viento nocturno.

Les decía otra palabra y corrían todavía más, como una luna huyendo de otra luna o la sombra que se levanta en el bosque para saltar a otra sombra más vasta.

¿Pero qué les decías a los árboles?
¿Les contabas historias de ciego terciopelo?
¿Encendías de carbón sus corazones en un anuncio mortal?
¿Les hablabas dormido?
¿Los seguía volando tu lengua desprendida desde el sueño?

No lo sé.

Yo sólo hablaba con los árboles y ellos temían mis palabras: como si guardaran algo que no cabe en ellas: el revés de lo que podemos decir:
y es un grito imposible
de ira
de castigo
de amor.

(De: Flama y respiración.)






La boda

En Aldebarán nadie tiene ojos. Las pocas flores que allí crecen
huyen de los fogones.
Las bestias y los hombres se esconden terrosos
apretados
enferman con la luz.

No sé por qué me invitaron a una boda en Aldebarán
o fue por risa
o por crueldad
pero allí estuve
y ahora de regreso sólo puedo decirles
que en Aldebarán los ciegos se casan con las ciegas
y danzan hasta morir en su fiesta de carbones
golpeando palos
campanillas
con sus caballos de fieltro
con sus perros que ladran a los ruidos
y cuando ya nadie queda
cantan al final ciegos los gallos
anunciando
ninguna claridad.







Retrato de Aldana entrando por los pies

Ella entrará por los pies
besando tus diez uñas con fervor
para que crezcan en ellas flores cárdenas,
estrellas, torbellinos.
Ella enredará sus cabellos en tus piernas
caminará tu vientre marcando cada pliegue,
cada lunar, cada hueso,
el falso lugar del corazón
y se tenderá en este cielo de sábanas sucias
y se ahogará contigo en este río de oro.

Ella posará sus labios en tus labios
hundirá sus ojos en tus ojos
te arañará con todo el amor que cabe en sus pestañas
se enroscará en tus oídos golpeándote con yunques y martillos
y repetirá
muere mueremueremueremueremuere.






A mi señora de los lobos

Nada es más carbón que tu nombre encendido de carbones.
Nada es más puerta que derribar todas las puertas
hasta que mis pies y manos
se deshagan.
Nada es más largo que abordar un taxi para buscarte
en las calles vacías
o reventar persiguiéndote
miles de caballos.
Nada es más santo
que implorarle al santo
para que te traiga con sus disciplinas.
Nada es más oscuro que amenazar al farero
para que se atreva a iluminarte.
Ni en la noche ni en el día ya te encuentro,
Mi Señora de los Lobos,
ni en la cabecera de la cama
ni en los pies
ovillada de espinas.
Y es muy difícil no saber
si reinas en los sótanos,
en las torres,
en las carnicerías,
en la blancura que abraza silenciosa
a los cuerpos dormidos.

he aprendido a maldecirte,
Mi Señora de los Lobos.
He probado la risa, el olvido, la crueldad:

y si deben pasar así mis años
sólo una cosa voy a pedirte:

ruega para que no desista:

ruega para que sea de nieve
por ti
mi última palabra.

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