domingo, 12 de septiembre de 2010

JAMES SCHUYLER [1.043] Poeta de Estados Unidos



James Schuyler 



(Chicago, 1923-Nueva York, 1991).

James Schuyler nació en 1922 en Chicago, Illinois. En 1929, tras el divorcio de sus padres, se trasladó con su madre a las ciudades de Washington DC, Buffalo e East Aurora. En 1940 ingresó en Bethany College, y tres años después entró en la Marina, de la que fue expulsado en 1944 tres ser revelada su homosexualidad.


Después de la guerra Schuyler viajó durante dos años (1947-9) por Europa, donde conoció a Truman Capote, Tennessee Williams y W. H. Auden. Durante el mes de abril de 1949 ofició de secretario de Auden en la residencia que el poeta inglés tenía en Ischia (Italia). A principios de la década del cincuenta, ya de regreso en Nueva York, entabla amistad con John Ashbery, Frank O’Hara y Kenneth Koch, con quienes establece el núcleo de lo que terminaría por llamarse la Escuela de Nueva York de poesía. Schuyler padeció frecuentes crisis nerviosas y pasó gran parte de los años setenta en diversos manicomios. En 1979, gracias a una beca de la Frank O’Hara Foundation, se instaló en el famoso Chelsea Hotel de la calle 23. Tras la publicación en 1988 de un volumen de Selected Poems, dio su primera lectura pública de poemas acompañado de su amigo John Ashbery. James Schuyler falleció de un ataque al corazón el 12 de abril de 1991. Dos años más tarde, veía la luz su poesía completa.

De su obra poética cabe destacar los siguientes libros: Freely Espousing (1969), The Crystal Lithium (1972), Hymn to Life (1974), Song (1976), The Fireproof Floors of Witley Count: English Songs and Dances (1976), The Home Book (1977), The Morning of the Poem (1980), con el que obtuvo el Premio Pulitzer, y A Few Days (1985). Fue también autor de tres novelas, Alfred and Guinevere (1958), A Nest of Ninnies (escrita en colaboración con John Ashbery) y What’s For Dinner? (1978).

Del conjunto de sus poemas destaca «Himno a la vida», broche final al libro epónimo de 1974, un poema extenso, en verso whitmaniano, construido con digresiones redobladas, donde la observación de un detalle de la realidad nos lleva a otro por medio de una leve conexión léxica o un eco fónico, tenues enlaces que el poema persigue y explora. Esa animada captura del detalle (de los fenómenos meteorológicos, de mínimos pormenores botánicos) se produce en el insospechado ámbito de la tranquilidad doméstica, en la que el poeta busca –y logra– preservar la gracia inmanente del momento. Esa gracia de la que la obra de Schuyler, revelándola, participa.




De Una ciudad blanca (Gog y Magog, 2012)
Traducciones de Laura Wittner


Un cuchillo de piedra



Querido Kenward,
Qué perla
de abrecartas. Es justo
lo que necesitaba, algo
donde descansar los ojos, siempre
deseado, es decir
es eso que
sentía que me
faltaba pero
no lo sabía, sin uso
real y sin embargo
esencial como una caja
de botones, o los mapas, los verdes
cielos mañaneros, las islas y
canales en la avena, el vapor
del guiso de ostras. Ágata
marrón, veteada como un bosque
por un humo que presenta
la acuosa torsión de la zostera
en rápida concavidad desteñida de
herrumbre. Ondulantes líneas de
atardecer norteño –un Munch
sin la ansiedad– una
insinuación de casi ámbar:
a la nariz, un pensamiento
resinoso, al ojo,
una aguja laqueada, verde
allí donde no hay verde, una
post-imagen presente.
Pulido como un hacha, desnudo
y elegante como un lago,
varonil como un lingam,
petrificado clima de noviembre,
es la cosa justa
¿para hacer qué? ¿Para
abrir cartas? No,
es justamente la cosa, un
objeto, oscuro, feroz
y hermoso en el que
la sorpresa es que
la sorpresa, una vez
que pasa, sigue estando:
en el que disfrutar
no es consumir. Lo
irrecuperable retorna
en un mundo marrón

hecho de madera,

jaspeado de nieve, epi-
centro de tempestad
todavía en piedra.




La luz descansa en capas sobre las hojas.


Arboles, y árboles, más árboles.
Un niño nube trae el diario vespertino:
El Sol de la Tarde. Se pone el sol.
No de manera abrupta o de una vez
un paso lento bajando por el cielo
(es dorado y rosa y apenas verde)
por encima, más allá, por detrás de las hojas
de los árboles. El tráfico suena
y campanas doblan con su sonido de plata
la hora, una melodía, mi amigo
Pierrot. La hora violeta:
el césped verde violento.
Una haya llorona es gris,
una haya roja es rojo cobre.
Cuelgan las redes de tenis
inútiles en la quietud inútil.
Un auto arranca y
susurra a lo que pronto será la noche.
Una pelota de tenis es golpeada.
Un tábano desaparece.
Un cigarrillo que humea.
Un día (tantos y tan pocos)
muere bajando por un cielo endurecido
y las hojas son hojas de cuaderno sobre mi regazo
apenas visibles
en la luz ya sin capas.



UNA CIUDAD BLANCA

Mis pensamientos giran hacia el sur
una ciudad blanca
despertaremos abrazados.
Despierto
y oigo golpetear el radiador
como un corazón de metal
y veo que ha nevado.



DESDE EL CUARTO…

Desde el cuarto del al lado
el amigable golpeteo
de una máquina de escribir eléctrica.
Zumban moscas en el vidrio
de la ventana. Es la época
en que mueren. La casa
está pintada de gris. Los campos
se empelusan de
algodoncillo. Junto al
estanque, un castor roe
un árbol. Esos dientes, tan
filosos. El camino serpentea
colina abajo hasta llegar acá
después se aleja serpenteando.
El bosque está marrón.
El cielo es gris. Qué
silencio increíble en
esta colina rodea
el amigable golpeteo,
el zumbido de la muerte.



JUSTO ANTES DEL OTOÑO

en los intervalos quietos entre vientos de equinoccio
el silencio destella
o en un bosque de abetos
se muestra como troncos rayados, claros, oscuros
vistos entre ellos
todos iguales, cada uno diferente:
un bosque despojado de sus ramas más bajas
que yacen vagamente apiladas junto al sendero
musgosas, con liquen, pudriéndose.

El sol está en el cielo como si fuera su retrato.
A las áster las inclina una brisa
que para plantas más leñosas sería indigno notar.
Varas de oro erguidas como cúspides
o de otro tipo, que señalan en lenguaje gestual indio:
“Por aquí”.

Por la tarde temprano la luna sube al cielo
mientras el sol va hacia el oeste
su luz ingrávida se posa
sobre un zarzal de saucos y cerezos silvestres.
Parece que la luz los presionara
y los tironeara desde arriba
así como una lancha huye de la estela
que parece propulsarla
a través de ilusiones de verde
hechas por árboles negros reflejados en el agua astillada
que toma forma.

¡Maravillosa energía universal,
expresada en una estelar quietud!
La Vía Láctea desplegada
sobre la casa anoche
y las Pléyades
a la vista débilmente exclamaban:
“La mejor forma de ver las estrellas
es mirar un poco hacia un costado”
un universo en su red de espacio
debilitándose, concluyendo, continuando.



La gente que ve subir burbujas

tal vez está nadando, nunca ahogándose,
o sólo sumergiéndose, subiendo.
O mirando peces en una pecera.
O: “¿Vodka con soda, era?.
“Sí, por favor”.

Voy en un tren (Bridgehampton-Nueva York),
Darragh está conmigo, lee Proust;
en francés, por supuesto: papel Biblia,
tapas de cuero marrón, marrón
como las hojas de octubre que pasamos:
encino, supongo. No, todavía
están verdes. Correosas, pero verdes.

Hoy al mediodía, o a la tarde temprano,
fui caminando entre papas aún sin cosechar
(una achicoria estaba en flor, en flor de azul)
hasta Lag Sag; quiero decir, Laguna Sagaponack.
El centeno de invierno la cruzaba con su
increíble niebla verde, tan suave, tan clara,
y los árboles alrededor de una casa amarilla,
árboles que no reconocí, eran
de un intenso rojo oscuro. A la derecha, los arces
hacían su numerito extravagante.
Los perros, las charlas, las cenas,
el insomnio y el sueño:
el pésimo libro sobre V. Sackville-West:
para mí, un fin de semana variadito.
Y sin embargo, me encantó. Siempre
me encantan el jardín y la casa que hizo Bob
y cómo era la primera luz
por las ventanas del cuarto de huéspedes
a través de cortinas violetas. Estar ahí acostado,
mirándola, como quien se sumerge
y, con los ojos abiertos, ve subir las burbujas.



Bote blanco, bote azul

Dos botes
estacionados
y posando en
el soleado
paisaje invernal:
pastos secos, ralos con
manchones verdes
Contra corteza
de color parejo
ramitas gráciles
con brotes rojos
en las puntas:
no lo ves,
el rojo,
y cuando
lo ves, no podés
no verlo
contra un tronco
descamado que,
más alto que tres
hombres uno
sobre otro,
se vuelve
más troncos.
Detrás, espartillo
y juncos en
rápidos rasguños.
Pasa una mujer,
también su perro,
a trancos cortos:
un cuzquito.
El día
no puede ser
más claro,
más luminoso,
pero se aclara,
se aclara,
tanto y tanto
más bajo
la infinita
ausencia de nubes,
espacios glaciales,

misterio sin fin.




Saludo

El pasado es pasado, y si uno
se acuerda de lo que quiso
hacer y nunca hizo, ¿no es
haber pensado en hacerlo
suficiente? Como eso de jun-
tar una de cada una que
había planeado, juntar una
de cada especie de trébol,
margarita, castilleja que
crecían en ese campo
donde estaba la cabaña y
estudiarlas una tarde
antes de que se marchitaran. El
pasado es pasado. Yo saludo
a aquel campo variado.



Virginia Woolf  

Me gustaría haber estado en Rodmell
para parlamentar con Virginia Woolf
antes de que emprendiera
la fatal caminata: "Ya sé que estás
enferma. pero te vas a poner
bien; créeme: yo pasé por lo mismo".
¿Le habría ofrecido tomar
su lugar, morirme yo y que
ella viviera? Creo que no. Cada uno
debe avivar el fuego de su propia
"partícula ardiente", por su bien. Así que no. Pero igual
me gustaría haber estado, antes
de que se llenara los bolsillos de piedras
y se tendiera en el río Ouse.
Angular Virginia Woolf, para quien
las palabras fluían a torrentes

como nublados amarillos sobre las praderas.




En la foto Frank O'Hara, John Button, James Schuyler y Joe LeSueur, 1960.

Aquí un par de poemas de James Schuyler y una entrevista en su residencia final, el Chelsea Hotel. Acá un ensayo de Charles North sobre el verso de Schuyler. Y aquí un enlace para descargar en PDF el poema que le valió el premio Pulitzer, The Morning of the Poem.




POEMA

¿Qué tal ser una hoja de roble
si tuvieras que ser una hoja?
Imagina que pudieras vivir tu vida de nuevo
sabiendo lo que ya sabes
Imagina que tienes un montón de dinero

“Aléjate de mí, idiota insignificante”.

Cae la noche a principios de marzo,
eres como el olor del desagüe 
de un restorán donde el paté de la casa
es una lonja de frío asado alemán 
húmedo e indefinido. Te falta encanto.




FEBRERO 

Una chimenea, respira una pequeña humareda. 
El sol, a quien no logro ver
como hace un poco de rosado 
no puedo ver bien en el azul. 
El rosado en cinco tulipanes 
a las cinco PM el día antes del primero de marzo. 
El verde del tallo y las hojas del tulipán 
como algo que no puedo recordar, 
como encontrar una cebolla del pantano 
lejos y hace mucho tiempo. 
Porque entonces era diciembre 
y el sol caía sobre el mar 
cerca de los templos que fuimos a visitar. 
Una ola verde se agitaba en el mar violeta 
como el edificio de la ONU en bellos atardeceres, 
verde y húmeda 
mientras el cielo se ponía violeta. 
Algunos almendros 
Tenían algunas flores, como copos de nieve 
salidos de la nada rosados a causa de la luz. 
Un silencio gris 
en el cual los caminos subían por la segunda avenida 
hacia el cielo. Apenas 
iban a remontar la colina. 
Las hojas verdes de los tulipanes en mi escritorio 
como la luz del pasto sobre la carne 
y una campanario verde de cobre 
y rayos de las luces que empezaban a brillar. 
No logro sobreponerme 
a como todo parece funcionar en conjunto 
como una mujer que recién se asomó a su ventana 
y se queda parada llenándola 
con su hijo en los brazos. 
Pareciera estar tan lejos. ¿Acaso es la luz 
la que hace ver tan rosada a la guagua? 
Puedo ver sus pequeños puños 
y el agitarse de las tetas de la madre. 
Está cada vez más gris y dorado y frío. 
Dos leones del tamaño de perros enfrentados 
en las puntas de una techumbre. 
Es el polvo amarillo dentro de los tulipanes. 
Es la forma de los tulipanes. 
Es el agua en el vaso donde están los tulipanes. 
Es un día como cualquier otro. 




POEM 

How about an oak leaf 
if you had to be a leaf? 
Suppose you had your life to live over 
knowing what you know? 
Suppose you had plenty of money 

“Get away from me you little fool.” 

Evening of a day in early March, 
you are like the smell of drains 
in a restaurant where paté maison 
is a slab of cold meat loaf 
damp and wooly. You lack charm. 




FEBRUARY

A chimney, breathing a little smoke. 
The sun, I can’t see 
making a bit of pink 
I can’t quite see in the blue. 
The pink of five tulips 
at five p.m. on the day before March first. 
The green of the tulip stems and leaves 
like something I can’t remember, 
finding a jack-in-the-pulpit 
a long time ago and far away. 
Why it was December then 
and the sun was on the sea 
by the temples we’d gone to see. 
One green wave moved in the violet sea 
like the UN Building on big evenings, 
green and wet 
while the sky turns violet. 
A few almond trees 
had a few flowers, like a few snowflakes 
out of the blue looking pink in the light. 
A gray hush 
in which the boxy trucks roll up Second Avenue 
into the sky. They’re just 
going over the hill. 
The green leaves of the tulips on my desk 
like grass light on flesh, 
and a green-copper steeple 
and streaks of cloud beginning to glow. 
I can’t get over 
how it all works in together 
like a woman who just came to her window 
and stands there filling it 
jogging her baby in her arms. 
She’s so far off. Is it the light 
that makes the baby pink? 
I can see the little fists 
and the rocking-horse motion of her breasts. 
It’s getting grayer and gold and chilly. 
Two dog-size lions face each other 
at the corners of a roof. 
It’s the yellow dust inside the tulips. 
It’s the shape of a tulip. 
It’s the water in the drinking glass the tulips are in. 
It’s a day like any other. 

Traducciones: RODRIGO OLAVARRÍA
http://sunrecords.blogspot.com.es/










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