Joaquín Nicolás Aramburu
(CUBA, 1855 - 1923 )
Joaquín Nicolás Aramburu nació en Guanajay, provincia de Pinar del Río. Siempre demostró un gran aprecio por su provincia natal. Fue un hombre de muchos oficios, entre los cuales se incluye el de lector tabacalero.
En la literatura cubana se reconoce a Joaquín Nicolás Aramburu como poeta y novelista. Desde su juventud se dedicó al periodismo. En Guanajay colaboró en varias publicaciones y fundó otras; De La Luz (1885-1894), El Criollo (en La Habana cerrada por el gobierno en 1895 por sus ideales separatistas) y El Occidente (en Guanajay después de la guerra). Colaboró en varias publicaciones nacionales, incluyendo una sección a su cargo del Diario de la Marina por cerca de veinte años. También aportó su talento en publicaciones extranjeras.
Entre halagos Dollero, 1921, lo describe de la siguiente forma: “En letras, nos parece Joaquín N. Aramburu el más grande, el más talentoso entre todos los escritores vueltabajeros, tanto por la brillantez y la robustez de su estilo castizo, que no cansa, como por la profundidad de sus conceptos. En los escritos de Aramburu hay un acendrado amor a Cuba, una filosofía sana y honda, un apego jamás desmentido a la verdad, un civismo sin quijoterías, un conocimiento exacto de los defectos de la raza y de los problemas que esos defectos la acarrean.”
PLÁCIDO
Tranquila el alma, la mirada quieta,
inocente, sin miedo y resignado,
llega al suplicio, a muerte condenado,
el gran mestizo, Plácido el poeta.
Rota la lira que cantó discreta
las glorias de su pueblo infortunado,
yace bajo las plantas de un soldado
que ni talento ni virtud respeta.
Ya cae el buen cubano sin mancilla;
Dios no ha escuchado su dolor profundo
por más que le invocara en la capilla.
Pero del genio que brillo fecundo
aún repite la voz en nuestra Antilla:
¡Ay, que me llevo en la cabeza un mundo!
LA MAÑANA EN EL SITIO
Ya la primera luz de la mañana
baña el altivo monte y la colina
y, cual níveo celaje, la neblina
se reconcentra y flota en la sabana.
Por el techo, de verde palma cana,
se filtra el humo azul de la cocina;
pica, con sus polluelos, la gallina
el maíz que un muchacho le desgrana.
Relincha el potro; zumba la colmena
que sale en pos del néctar de las flores;
cerca del surco, de impaciencia llena,
la yunta está de toros bramadores
y el guajiro a la puerta de la choza,
bebiendo a sorbos el café, se goza.
A Dios
¿En dónde está ese Dios que no me oído
cuando mil y mil veces le he llamado
con gritos de dolor desesperado,
en el naufragio de mi bien perdido?
¿En qué lugar del mundo se ha escondido
que en vano por doquiera le he buscado,
y en la lucha indefenso me ha dejado,
del mal esclavo, de la duda herido?
¿Arriba estás? Pues ve desde la altura
esta contienda desigual y horrible
que el mismo tiempo que mi vida dura.
Y si aún me juzgas corazón sensible,
amante y resignado en mi amargura,
pedirás, con ser Dios, un imposible.
El componte
Ved la víctima allí. Sangran sus brazos
bajo la cruel presión de las esposas;
hieren su oído frases injuriosas
y su espalda terrible latigazos.
Ya le arrancan las ropas a pedazos,
ya le imputan mil faltas bochornosas;
no son hombres: son águilas sañosas
que desgarran su carne a picotazos.
Ya rodó en tierra. De su triunfo ahíta
se yergue y ríe la insolente saña
y en pos de nuevas víctimas se agita.
¡Cómo nos burla la cultura extraña,
al ver que aún la Inquisición maldita
funciona en tierras de la pobre España!
La bijirita
Hay en mi Cuba un pobre pajarillo
que vive libremente en la espesura;
no seduce con trinos de ternura
ni ostenta plumas de variado brillo.
Volando de la jagua al mamoncillo
solo su amada libertad procura;
que él no puede vivir en jaula oscura
ni llevar en el pie dorado grillo.
Cuando un infame aprisionarlo quiere,
tras el alambre el infeliz se agita
y pocas horas de tristeza muere.
¡Oh, sí! Yo quiero ser la bijirita:
que a mí también la esclavitud me hiere,
mi paz enturbia, y mi ilusión marchita.
Sol sin fuego
Hizo Dios tu poblada cabellera
de un jirón de la noche tenebrosa,
y tu pequeña boca primorosa
de una tarde gentil de primavera.
Del astro de más brillo de la esfera
tomó la luz de tu mirar la diosa,
y de un alba de Abril, la pudorosa
mejilla que al clavel envidia diera.
Hizo tu planta breve, de la brisa
que se pasea en el vergel ameno,
de un rayo de la luna tu sonrisa,
de un diáfano celaje tu albo seno;
mas, ¡ay! formó tu corazón, tan solo
del blanco hielo que condensa el Polo.
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