Felipe Sassone
Felipe Sassone Suárez, (Lima, 10 de agosto de 1884 - Madrid, 11 de diciembre de 1959), fue un escritor y periodista peruano de origen italiano que vivió casi toda su vida en España. Destacó sobre todo como dramaturgo acertado y prolífico, aunque también abarcó con solvencia el género poético, el narrativo y el ensayístico. De notable oratoria, se destacó como conferencista ameno y fluido. Incursionó también como tenor de ópera, torero, comediante y actor de cine.
Hijo de Egidio Sassone (napolitano) y Delfina Suárez (sevillana). Sus estudios escolares los cursó en el Colegio Santo Tomás de Aquino. En la Universidad Nacional Mayor de San Marcos cursó dos años de Filosofía y Letras y uno de Medicina (1902-1905). Abandonó sus estudios movido por su inclinación a las letras y la música; en algún periódico limeño popularizó su seudónimo El Nene, que utilizaba para publicar crónicas taurinas. Bohemio empedernido, sus aventuras amorosas escandalizaron a un sector de la tranquila sociedad limeña de su tiempo, por lo que decidió abandonar su país.
Tenía veinte años cuando empezó a viajar por todo el mundo, deteniéndose en especial en Italia, donde se aficionó a la ópera y se dedicó al canto como barítono; frecuentó las tertulias literarias de París y Madrid, donde terminó por afincarse (1906). Colaboró en múltiples diarios (ABC sobre todo), y revistas (Blanco y Negro, La Esfera, Nuevo Mundo, Mundo Gráfico) y participó en colecciones de novela corta como La Novela Semanal, La Novela de Hoy y El Cuento Semanal.
En 1909 retornó a Lima y al año siguiente pasó a Buenos Aires, para nuevamente volver a España en 1914. En 1936, al estallar la Guerra Civil española, se refugió en el consulado peruano en Madrid y en agosto de ese año salió clandestinamente de España con el apoyó del embajador Óscar R. Benavides.
Durante los años de la guerra civil española (1936-1939) vivió en el Perú, donde hizo campaña en favor de Franco, y finalizada aquella, retornó a Madrid. En 1950 nuevamente pasó a Lima, pero al año siguiente fue nombrado agregado cultural en España, permaneciendo en la capital española hasta sus últimos días. Se casó con la tiple sevillana de zarzuela y actriz María Palou (1891-1957), con la cual creó una compañía teatral que dirigió y representó muchas de sus obras.
Obra
Novelas y cuentos
Inició su actividad literaria escribiendo novelas imbuidas de erotismo y sensualidad, que sacudieron el ambiente limeño. A partir de 1912 se enfocó más en la dramaturgia, aunque sin dejar del todo el género novelístico.
Malos amores (1906)
Almas en fuego (1907)
Viendo la vida (1908)
Vórtice de amor (1908)
En carne viva (1910)
Ladrón de vida y amor (1911)
Un marido minotauro y sentimental (1912)
La espuma de Afrodita (1916)
Bajo el árbol del pecado (1918)
El tonel de Diógenes (1918)
Cambio (1922)
Shock (1922)
Por qué no aplaudió Nelly (1924)
Y el amor es otra cosa (1924)
A todo amor (1926)
Más fuerte que la muerte (1926)
El fruto en sazón (1926)
Lo menos 99 (1929)
Pérez y Pérez (1930)
Carlos V, hombre extraño (1930)
Currita Valdés (1943)
Nacer, pasar, morir (1945)
La casa sin hombre (1953)
Teatro
Su labor más empeñosa y acertada lo desenvolvió en el teatro, como autor y director de compañías teatrales. Sus piezas teatrales merecieron los elogios de la crítica y el público y le situaron en los puestos dominantes del teatro español de su tiempo. Estrenó, entre otras, las siguientes obras:
De veraneo (1910)
Vida y amor (1910)
El miedo de los felices (1914)
La muñeca de amor (1914)
Hidalgo Hnos. y Cía.
La canción del Pierrot (1915)
El intérprete de Hamlet (1915)
El último de la clase (1915)
Lo que se llevan las horas (1916)
Volver a vivir
Adán o El drama empieza mañana
Una mujer sola
La princesa está triste (1916)
La señorita está loca (1919)
La rosa del mar (1921)
A campo traviesa (1921)
Calla, corazón (1923)
Paradoja
Tres cadenas perpetuas
Como una torre (1936)
Su producción sobrepasa el medio centenar de piezas hasta 1936, en que se dedicó en exclusiva al periodismo; retornó al teatro, sin embargo, con Preludio de invierno (1947), Un rincón... y todo el mundo (1947) y Yo tengo veinte años (1951), obras mucho más profundas.
Poesía
También escribió buenas poesías de aire modernista, de tipo sensual y erótico o elegíaco, reunidas en los siguientes poemarios:
Rimas de la sensualidad y el ensueño, que leyó en el Ateneo de Madrid en 1910.
La canción del bohemio (1917)
A Santa Rosa de Lima (1937)
Parva familia (1939)
Sus mejores versos (Madrid: Los poetas, 1928); recopilación.
La canción de mi camino (1954), que contiene casi toda su obra poética.
Crónica y ensayo
De un errante. Cartas a Jack. Kaleidoscopio de prosas (Madrid: Imprenta de Jaime Rates Martín, 1910), selección de artículos de crítica literaria
Por la tierra y por el mar (Madrid: Renacimiento, 1930), libro de viajes.
El teatro, espectáculo literario (1930)
Por el mundo de la farsa [Palabras de un farsante] (Madrid: Renacimiento, CIAP, 1931), crítica literaria.
Casta de toreros (1933)
Fugitivo de España (1936)
España, madre nuestra (1938)
El “caso” de Manolete (1943)
María Guerrero: (la grande) primera actriz de los teatros de todas las Españas (Madrid etc.: Escelicer, 1943), biografía de dicha actriz.
Pasos de toreo: pequeña historia de un artista grande (Madrid: Aguilar, 1949), biografía del torero Antonio Mejías.
Estos mis papelitos, madre (1953)
De la mano de su amiga Imperio Argentina, participó en 1933 como actor secundario en la película "Melodía de Arrabal," rodada en los estudios Paramount de París. En dicha cinta, la actriz malagueña compartía estrellato con el gran Carlos Gardel.
Poseedor de un buen estilo, de notable calidad de página, escribió unas amenas y excelentes memorias, La rueda de mi fortuna (Madrid: Aguilar, 1958), y se hizo famoso por su oratoria fácil y agradable para dar conferencias.
LA CANCIÓN
DEL BOHEMIO Y OTROS POEMAS
FELIPE SASSONE
DEDICATORIA
A RUBÉN DARÍO
Pongo en las primeras páginas de
este libro, a guisa de prologo,
que no puede tenerlo más honro-
so, por el recuerdo que supone,
el nombre del dulce, hondo y
altísimo poeta y el artículo ne-
crológico con que le dije adiós.
Desde la nueva estrella donde
brilla la gloria de tu alma in-
mortal, venga un rayo de piadosa
luz hasta la pobre obscuridad de
mis rimas, ¡oh suave maestro in-
olvidable!
¿Ha leído usted?... ¡Pobre Rubén!
Don Ramón del Valle Inclán me daba la
noticia funesta, enrojecidos por el llanto los
ojos brujos.
— ¡Es horrible! ¿Con quién comentaré aho-
ra mi Lámpara maravillosa? Rubén hubiera
tomado su whisky, yo mi pildora de cáñamo
índico, y nos hubiéramos internado en el mis-
terio. El era un hombre que estaba en con-
tacto con lo misterioso.
Y mientras así decía el maestro de las So-
natas, unas lágrimas brillaron en los crista-
les de sus quevedos, y la ambigüedad de sus
barbas tembló bajo la voz doliente.
Rubén Darío ha muerto, me repito yo aho-
ra, y estaba enamorado de la vida, porque
como era poeta, e hiperestésico y sensual,
amaba «la celeste carne de la mujer», y aun-
que se moría un poquito en todos los tramon-
tos, volvía a nacer, renovado, en todas las
auroras. Estaba enamorado de la vida, y te-
nía la noble inquietud del más allá; algo así
Gomo la intuición de otra existencia, en pía-
XIV
nos superiores; algo así como el miedo teosó-
fíco a una futura perfección de la inteligen-
cia, que hiciese más amplias las evocaciones,
que retrocediera más allá de la vida humana,
que tornase más agudo el inútil dolor de los
recuerdos. Y había cantado esta inquietud
de su alma grande en versos admirables por
la hondura del pensamiento y por la grave-
dad de la emoción:
«Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto...
y el temor de haber sido, y un futuro terror...
y el espanto seguro de estar mañana muerto...
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
y no saber a dónde vamos
ni de dónde venimos. >
La amargura de esta filosofía, que bucea-
ba en los misterios del no ser o del ser eter-
no; el tedio inenarrable, tan propio de las al-
mas bien nacidas, y la tortura de sus nervios,
siempre en tensión por su excesiva sensibili-
dad, lleváronle a buscar el bien supremo del
olvido en el placer intenso y rápido de lo»
amores fáciles, y en las alucinaciones del
amarillo brebaje de los viajeros, de la pó-
cima verde y lunar de Verlaine y del oro lí-
quido e hirviente de la viuda Cliqcot.
Más de una vez, en el París galante o en
XV
el Buenos Aires cosmopolita, durante el alba
que seguía a las noches de sensualidad, el
pobre poeta, brumoso de spleen y luminoso
de aurora, ebrio del amor de las peripatéti-
cas y de whisky, de ajenjo y de champaña;
abatíase en un diván profundo como su pena,
y me hablaba de la muerte.
— Felipe — decíame, mientras acariciaba las
solapas de su smoking — revela a la posteri-
dad que el poeta se muere y que el poeta ves-
tía de seda.
¡Pobre Rubén! Era ingenuo como un niño
y sensible como una mujer; como las muje-
res y como los niños solía parecer cruel, y,
poeta, era también de una sencillez pueril y
de una femenina complicación pecadora.
Pero era poeta y supo escurrir la última gota
de las palabras, que son vasos preciosos y
exquisitos, según San Agustín. Su arte tuvo
la firmeza, la brillantez, el calor, la profun-
didad, la blancura, el aroma, la serenidad,
la unción y la armonía del sol, del mármol,
del mar, de los cisnes, de la luna, del cielo
azul, de la pradera verde, de las rosas y de
las formas de mujer. Provisto de las gafas
de Quirón, el centauro omnisciente, metióse
en el laberinto de todas las escuelas: fué Ver-
laine, antes y después de Rimbaud; fué grie-
go con Jeati Moreas; fué ciclópeo con el abue-
lo Hugo; fué carnavalesco y lunar con Ban-
XVI
ville; tuvo la sensualidad triste de Hallar-
mee, y el luciferismo de Baudelaire; amó a
las buenas mozas y al bon vino del arcipreste
y de Berceo; fué místico con Santa Teresa;
horaciano con Garcilaso; bucólico con el mar-
qués de Santillana; cívico y pagano con Car-
ducci; melancólico con Heine; inquieto con
Goethe; fastuoso con D'Annunzio; frondoso
con Rudyard Kipling; cerebral y cósmico
conWhitman, y así como su carne y sus hue-
sos de errante viajaron por todos los países,
así su alma viajó por los estros de todos los
poetas; pero su personalidad limpia, origi-
nalísima y sincera, supo «tocar su flauta para
los habitantes de su reino interior y su her-
mano, el ruiseñor, quedó contento de su me-
lodía».
Porque en España, desde los buenos tiem-
pos de D. Luis de Góngora y Argote, abuelo
espiritual de Rubén, no surgiera el poeta cor-
tesano y amable; porque la sonoridad quin-
tanesca y vacía de mediados del siglo xix ha-
bía roto la serenidad de la forma y carecía
de novedad en las sensaciones, Rubén Darío,
asqueado del presente prosaico, creyendo de-
masiado incierto el futuro para darle forma
plástica, fué a buscar en el pasado sus moti-
vos poéticos y tras sus evocaciones griegas
y francesas del siglo xviii — la Francia helé-
nica del Trianón — apareció con su espíritu
XVII
helenizado y suave, enamorado de la belleza
y de la frivolidad galante, como un pagano
y como un abate madrigalista. Después... el
buen hexámetro griego un tiempo, latino pos-
teriormente con Virgilio divino, halló mo-
rada española en La Salutación del Optimista,
y el matiz, la nüance — que nosotros no te-
níamos, los pirriquios,los trocaicos y los yám-
bicos, que libertaron al ritmo un tiempo
apresado en las férreas hebillas de los acen-
tos de la métrica al uso, — revivieron al verso
momificado, tornáronle ágil, sinuoso y on-
dulante como una cinta, y por la pluralidad
y la fuerza de las sensaciones, por la mila-
grosa sabiduría de las evocaciones y recrea-
ciones mitológicas y arqueológicas, sin en-
cerrarse en el simbolismo, ni en el decaden-
tismo, ni en el mallarminismo, ni en el rus-
kinismo, sin ponerse librea de lacayo, halló
hasta el modo de poetizar — merced al hondo
enlace de las relaciones lejanas — el tráfago
prosaico de la vida contemporánea y mer-
cantil en su Canto a la Argentina, y en las
postrimerías, tras de saludar nuevamente a
su amiga la Primavera en su segunda compo-
sición a Madame Lugones, «porque el arte es
eterno y Apolo es inmortal», lloró con mís-
tico renunciamiento todas las melancolías
de su carne harta en su edificante oración
En la Cartuja/
XVIII
¡Ha muerto el primer lírico de la raza la-
tina! Ya no le veré más a la puerta de las ta-
bernas parisinas, esparcir su tedio bajo la
fronda del bulevar y soñar con Grecia mien-
tras chupaba la miel que siempre llevara en
un bote de latón en un bolsillo de su ameri-
cana, acaso porque todo un enjambre de
áticas abejas había reencarnado en el cuerpo
rijoso y ultrasensible de aquel indio choro-
tega que tenía manos de marqués.
Lírico hortelano de los huertos de América,
hizo un injerto precioso en los huertos de Es-
paña, y el caudaloso río de su numen trajo
aguas de renovación al mar inmenso de la
poesía castellana.
En las erguidas ceibas de los bosques ni-
caragüenses han enmudecido sinsontes y
turpiales, y los ruiseñores de España están
llorando la muerte de su hermano mayor.
Sobre el pedestal que han formado las pie-
dras innúmeras con que le lapidaron beo-
dos y filisteos — callados para siempre por
respeto a la Pálida, — se levanta, en el cielo
ya, la gloria del poeta; yo, pobre escribidor
obscuro, que aprendí, como todos los moder-
nos, a tocar con un dedo unas notas en el
clave maravilloso de su idioma, le envío por
las olas y en el viento, tal la Margarita de su
cuento rimado, una lágrima, la de mi admi-
ración, la de mi gratitud, la de mi afecto, la
XIX
de mi razón de ser, que ha de evaporarse so-
bre la tumba donde yace la efímera vesti-
dura de aquella grande alma eterna, bajo el
sol ardiente de su Nicaragua natal.
LA CANCIÓN DEL BOHEMIO
A mi amigo, el gran actor
Francisco Morano.
Canta, bohemio, canta!
Con la sonrisa entre los labios, con el sollozo en la garganta,
libre el metro, libre el ritmo
canta, a capricho, tu canción!
Alza en un brindis como un vaso lleno de sangre el corazón!
Venza, bohemio, a la tristeza
de tu cantar el claro son;
canta, bohemio, la belleza
canta el amor, la rebelión.
Canta, bohemio, canta
con la sonrisa entre los labios, con el sollozo en la garganta!
Y entonces, alta la frente,
más en alto el corazón,
el bohemio impenitente
lanzó al aire su canción.
Del ensueño soy cruzado, soy un pálido bohemio,
siento el arte por el arte, sin buscar jamás el premio,
y odio, loco de idealismo, la razón útil y seria:
Caballero soy del hambre, de la risa y la miseria.
Y aunque se oigan los lamentos de mi espíritu que llora,
y aunque hiérame en el alma lo prosaico de la vida,
siempre triunfan los arpegios de mi risa redentora,
siempre brotan rojas flores de la sangre de mi herida.
Aborrezco la rutina de las formas anticuadas,
aborrezco lo postizo de las famas usurpadas,
y al rugir los aristarcos en el aire vibra inquieta,
la sonora rebeldía de mis sueños de poeta.
Y así, un poco iconoclasta y otro poco estrafalario,
de tiranas academias mi buen gusto me emancipa
y persigo por el cielo, con afán de visionario,
las volutas caprichosas que hace el humo de mi pipa.
Amo sólo de las cosas las ocultas relaciones,
quiero, más que las ideas, las extrañas sensaciones,
que el pensar es para el sabio y el sentir para el artista
en la ilógica doctrina de mi credo modernista.
Por rebelde, sin abrigo en mis noches invernales,
vago en busca de una forma que vislumbro en lontananza,
la esperanza que me nutre la acaricio y la bendigo,
porque mi alma soñadora se calienta de esperanza.
Amo el gótico milagro de las viejas catedrales,
la mayúscula historiada que se exhibe en los misales,
la solemne melodía de los cantos gregorianos
y el devoto panteísmo de los místicos cristianos.
Y aunque sabios enfatuados, con afán cientificista,
hagan burla del misterio y me ordenen que no crea,
Jesucristo fué un bohemio, fué un poeta y un artista
y es muy dulce la doctrina del Rabí de Galilea.
Mi yantar tengo inseguro y las nubes son mi techo;
pero llevo un gran tesoro de ilusiones en el pecho
y lucir puedo orgulloso la virtud y la entereza
de llorar con mis ideas y reir con mi pobreza.
Ilusiones y esperanzas son mi pan de cada día,
y doliente y esforzado, sueño mucho, poco vivo;
mas merced a los favores de mi ardiente fantasía,
.si no vivo lo que sueño, sueño todo lo que escribo.
Abogado del absurdo, la embriaguez y el desatino,
voy tocado con mi fieltro, que es mi yelmo de Mambrino,
caballero sobre el ritmo de mi verso resonante,
como el loco Don Quijote galopaba en Rocinante.
Sin que logre doblegarme la esquivez de mi fortuna,
que la fuerza de mi ensueño es más fuerte que mi suerte,
voy diciendo mis endechas amorosas, a la luna,
caminito de la vida, caminito de la Muerte.
Vivo solo, pobre, altivo.
Si no vivo lo que sueño, sueño todo lo que escribo.
Siempre en busca de una forma
que de mi arte ha de ser norma;
la querida,
la soñada,
la que es siempre perseguida,
la que nunca es alcanzada,
y así en lucha con mi suerte,
voy errando,
voy vagando
caminito de la vida, caminito de la Muerte.
Sin sosiego, sin fortuna,
voy diciendo mis endechas amorosas a la luna;
mi bohemia se alimenta
de las cosas que le cuenta
mi exaltada fantasía,
y orgulloso de mi ensueño, de mi amor y mi poesía,
soy un rey lleno de andrajos, soy hampón con hidalguía,
y doliente y esforzado, todo espero y nada quiero,
porque el hambre y la miseria me han armado caballero!
LA CANCIÓN DE ITALIA
Giá l'aquila d'Austria
Le penne ha perdute:
II sangue d'Italia
E il sangue Polacco
Bevé col Cosacco;
Ma il cor li brució.
Stringiamci a coorte
Siam pronti alia morte:
Italia chiamó.
(Goffredo Mamelí Inno-1829-1249).
Una canción patriótica te pido,
¡oh musa! Da al olvido
la algebraica armonía
y el poso amargo de filosofía
de sabios y de músicos germanos
que no son tus hermanos;
canta el azul profundo de los cielos
latinos e italianos,
bajo los cuales duermen mis abuelos,
y haya en tu acento vibración de guerra,
que la sonora tierra
de los más dulces sones
— ¡Italia de mi raza, Italia mía! —
cambia su melodía
por el ronco tronar de los cañones.
i Italia, Italia, Italia!
El bárbaro invasor, como la ninfa,
huya de Apolo y muera en la Castalia,
ahogado entre la unía
de tu vertida sangre;
los extranjeros barcos retadores
en su recia palangre
aprisionen tus bravos pescadores,
y de esa misma fuente cristalina,
sangre de tu patriótica proeza,
resurja pura, en toda su pureza,
nuestra raza inmortal. ¡Madre latina!
Gabriel y anunciador, su voz angélica
lanzó tu bardo en la trompeta bélica.
La clara voz de oro
te trajo, como un épico tesoro,
de las dos irredentas el lamento,
de Trieste y de Trento,
que por el corazón y el pensamiento,
por la dulce cadencia veneciana
que aun canta en el acento
de sus madonas, son tierra italiana
y quieren guarecerse en tu bandera.
¡Lo han de lograr! Ya hierve la frontera
de soldados; el pueblo ya ha sentido
del odio largo tiempo adormecido
el despertar violento e instantáneo;
¡ya flamean al sel las banderolas,
y ya de patrio amor rugen las olas
en el latino mar Mediterráneo!
Ya vibra, como en lírico cordaje,
una canción guerrera
entre todas las frondas del paisaje;
canta en el llano, canta sobre el monte,
y la repite el viento, que aprendiera
la lección de heroísmo que le diera
Giusseppe Garibaldi en Aspromonte.
¡Oh tú, patria sonora como un nido!
¡Tierra de artistas, tierra de pintores,
del naranjo florido
y de los ruiseñores,
tus poetas!
Hierve sangre en el zumo de tus viñas
y se eriza de agudas bayonetas
el tranquilo verdor de tus campiñas.
Y como protegiendo a tus legiones,
que habrán de renovar antiguas glorias,
los gigantes aviones,
entre el clamor de la trompetería,
son aladas victorias
que en el azul profundo,
te prometen de nuevo como un día,
el imperio del mundo.
¡Roma, del Universo soberana!
¡Oh vieja Cisalpina
fiera y republicana!
La generosa grey garibaldina
al trono te cedió por patriotismo,
y pagana y cristiana a un tiempo mismo
— Pompeya, el Vaticano, el Foro, el Duoino-
hoy, por la noble acción de tus mayores,
eres pueblo de libres soñadores
bajo el tercer monarca galantuomo.
¡Dulce Italia, península de encanto,
hermana de esta España que amo tanto!
¡Oh patria del soneto
que un tiempo a nuestro Greco cobijaste,
y que, gentil, llamaste
a un pintor español, Lo Spagnoletto;
por entre tus jardines enervantes,
paseara un día su melancolía
Don Miguel de Cervantes,
que contigo soñaba
y que tu poesía
amaba
y comprendía.
Tu Florencia, tu heráldica Florencia.
la tierra de las flores,
de la estatua y del plinto,
tiene, como Valencia,
los hijos soñadores
y artistas por instinto.
La playa de tu Nápoles replet
está de sal de nuestra Andalucía,
y es pueblo de palillos, pandereta,
vino, amor, sol y pena y alegría.
Y los áureos naranjos sicilianos,
y los huertos cercanos
al Arno florentino,
son en verdad reproducción galana
del policromo carmen granadino
y de la hermosa huerta valenciana.
Noble patria italiana,
vergel extraordinario,
tierra de mis mayores,
en todo eres hermana
de este bendito suelo hospitalario
donde duerme el amor de mis amores.
¡Oh helénico y latino monumento,
que la historia del arte entero abarca!
¡Oh noble patria del Renacimiento!
Bajo tu limpio cielo diera cima
Guido D'Aiezzo a la difícil rima
del soneto, que esclava hizo Petrarca;
bajo tu limpio azul cantara el Dante,
y nacieron, pensaron y soñaron
Giotto, Alberti, Bramante,
Tasso, Bembo, el Ariosto, Maquiavello,
Brunellesehi, Ghiberti, Donatello,
Yerrocchio, Miguel Ángel, Perugino,
Fra Angélico, Gentile da Fabiano,
Rafael, Botticelli y el divino
Leonardo, el gran toscano,
orgullo y gloria del linaje humano.
Sagrada es cada piedra de tu suelo;
mas si el atroz flagelo
del bárbaro te mega la victoria,
no importa, que el influjo de tu gloria
eternamente quedará en la historia,
como la Grecia que, vencida un día
por Roma, con helénica entereza,
plena de luz y plena de armonía,
cayó, pero está viva todavía
por la inmortal acción de la belleza.
Triunfa o muere. La raza te bendice;
y si ha sonado para ti la hora,
acuérdate que el verso tuyo dice:
Un bel morir tutta la vita onora.
Pero no morirás; tu ideal latino
encontrará su nueva Solferino,
y se unirá triunfante a la fragancia
de las rosas de Francia
el heráldico lirio florentino.
A las francesas huestes trasalpinas
únete, pues que esperan la victoria
de tu misión fraterna,
y corona de gloria
a las siete colinas
de la ciudad eterna.
¡La raza espera y juzgará la historia!
|¡A la victoria, Italia, a la victoria!!
Ya truenan los cañones
y la fusilería;
ya los bélicos sones de la trompetería
rasgan el aire humeante!
Retumba el redoblante,
se estremece la tierra;
va las revueltas crines
■
de los caballos, locos por la guerra,
se enredan en las lanzas y espadines,
y entre toda la masa detonante,
el animoso son de los tambores,
se yergue un pabellón de tres colores
donde dice: ¡Saboya, y adelante!
Al terminar la victoriosa gesta,
sobre la ruda testa
de la romana loba fundadora,
lanza su himno triunfal hasta los cielos
el chantecler de Galia.
Yo digo amén, ¡oh madre redentora,
tumba de mis abuelos,
Italia, Italia, Italia!
LA CANCIÓN DEL REGRESO
Alejado de ti, patria querida,
te embelleció el recuerdo, y mi cariño
soñó que era la tierra prometida
la pobre tierra en que jugué de niño.
Aspiré la nostálgica fragancia
de candor y bondad que me ofreciste,
y hoy vuelvo a ti, donde rió mi infancia,
a derramar mi llanto de hombre triste.
Y por hacer un alto en el camino
tan largo, tan penoso, tan desierto,
llego con mi bordón de peregrino
a buscar en un árbol de mi huerto
y en el hogar de mis progenitores,
dos consuelos de sombra y de tibieza,
para el sol estival de mis amores
y para mis inviernos de tristeza.
En una noche azul y majestuosa
fué una línea de luces la bahía,
como una dentadura luminosa
que, viéndome llegar, me sonreía.
Pero llegué a tus playas, y me pesa
porque te vi más bella en lontananza:
no hay dádiva que valga una promesa,
ni realidad mejor que una esperanza.
Vago por mi ciudad; voy conociendo
nuevamente lo que antes conocía,
y en los rostros amigos descubriendo
una expresión de tedio que no había.
De repente hallo trunca una calleja;
hay una casa medio derruida:
¡y está sin ñores la herrumbrosa reja
y no asoma la bella prometida!
La vieja casa en que nací no es mía:
por lances de fortuna fué a otro dueño,
¡ya no es la que era un tiempo mi alegría!
¡ya no puedo dormir el mismo sueño!
Ya no puedo dormir, porque me agobia
de revivir mi vida la locura,
mi otra vida, con besos de la novia,
sin vanidad y sin literatura.
Y estoy triste, y mi madre, con cariño,
me repite de Dios el santo nombre,
mi madre, que aún me quiere como a un niño,
sin comprender mis inquietudes de hombre.
Y mi padre, mi padre que me adora,
puritano, severo, moralista,
sufre, maldice, se avergüenza y llora
por mi amoral sensualidad de artista.
Todo está igual y todo diferente,
entre el hoy y el ayer hay un abismo:
¿Es que cambió de espíritu mi gente?
¿O es que mi corazón ya no es el mismo?
Es que ha pasado Cronos, y su paso
dejó huella en los seres y en las cosas,
surcó de arrugas una tez de raso
y se llevó el perfume de unas rosas.
Y me llenó la mente de verdades,
y me cubrió de canas la cabeza,
y al verde fruto de mis mocedades
le dio la madurez de la tristeza.
De noche, entre la sombra que me envuelve,
mientras mi vida hacia la muerte avanza,
lloro por el pasado que no vuelve
y siento que se aleja la esperanza.
Todo lo que llevé ya no lo traje
al regresar hacia la patria mía;
mi pobre corazón perdí en el viaje
y sigo estando lejos todavía.
Mi pobre corazón sin inocencia
que saboreó la bíblica manzana,
a la sombra del árbol de la ciencia
en el jardín de alguna cortesana.
Y volveré a partir, tal es mi vida:
a la inquietud de mi ambición me inmolo;
cerca o lejos de ti, patria querida,
siempre triste he de estar, y siempre solo.
Siempre llorando por las mismas penas
por el Perú suspiro en tierra extraña;
dice «Italia» la sangre de mis venas,
y aquí mi corazón me grita «¡España!»
Cara a lo ignoto marcho decidido
para volver a ti, cuando perdido
haya la certidumbre de ser fuerte,
a esperar en la cárcel de tu olvido
|la libertad suprema de la muerte...!
LA CANCIÓN DEL SABIO JOVEN
Una tarde de otoño, me encontré de repente
bajo unos sauces tristes, en un jardín doliente,
y vi en las aguas muertas de una oculta fontana
los surcos anacrónicos de mi arrugada frente
y el blancor prematuro de mi cabeza cana.
En el jardín sin flores de mi estudiosa vida,
comprendí, contemplando mi imagen dolorida
en el cristal del agua que la reprodujera,
que estaba en pleno otoño, con la ruta perdida,
tal vez porque no supe buscar mi primavera.
Ella debió pasar, hecha mujer, un día
junto a mí, que, curvado sobre un libro, bebía
de una engañosa ciencia el cierto desencanto...
¡Ya estaba mi alma seca por la sabiduría
y ya mis ojos ciegos de haber leído tanto!
Porque sólo a la ciencia le rendí vasallaje,
porque en mis mamotretos a estudiar me contraje,
nunca bebí en las fuentes del placer y el dolor,
y no vi, de los libros en el falso miraje,
la verdadera vida ni el verdadero amor.
Y hoy, sin gustar las mieles de un amor hondo y tierno,
voy con mi ciencia inútil hacia el reposo eterno,
y muy joven el cuerpo, pero el alma cansada,
me marcho por el blanco camino del invierno,
a dormir en el lecho que me tiende la nada.
CANCIÓN DE PRIMAVERA
Esta vaga inquietud de primavera
que a tu belleza de emoción llenara
en la verde quietud de la pradera,
brilla en los oros de la tarde clara
y en los rizos de tu áurea cabellera.
El carmín de tus labios sensuales
que con tus besos al amor inmolas,
triunfa de tus mejillas virginales,
como la sangre de las amapolas
en la rubia extensión de los trigales.
Los arroyos su música de plata
del campo en los rincones más floridos
dicen en fresca y juvenil cantata,
y vibran en tu carne los sonidos
y el paisaje en tus ojos se retrata.
Va cayendo la tarde. Los pastores
conducen el rebaño a los rediles;
el sol va ya amenguando sus ardores,
y el eco de las flautas pastoriles
resuena como un cántico de amores.
Tú sigues ensoñando en la pradera:
los candidos albores de una toca
monjil, la luna finge, y yo quisiera,
viendo tu soledad que a amar provoca,
apagar en la fuente de tu boca
esta vaga inquietud de primavera.
LA CANCIÓN DEL DESEO
Tener el alma llena de locas ambiciones,
sentirse el cuerpo joven y el corazón sin miedo,
y una clara mañana, ardiente y deslumbrante,
sobre el azul del agua, bajo el azul del cielo,
en un barco pirata zarpar hacia la ignota
región donde florecen las rosas del ensueño.
Vivir como un soldado la aventurera vida,
de Flandes y de Italia en los antiguos tercios;
recorrer a caballo las tierras conquistadas
al aire en sangre tinto el rutilante acero,
y venciendo a los hombres mirar a las mujeres,
los labios encendidos en amoroso fuego.
Surcar muchos océanos y cruzar muchas tierras;
en todas las regiones sorprender un misterio;
mirarse de las chinas en los ojos oblicuos;
en el Japón dormirse bajo los crisantemos,
y estudiar en Atenas, entre estatuas desnudas,
sabias y voluptuosas doctrinas de los griegos.
A caza de elefantes ir a la India remota;
descifrar en Egipto de la Esfinge el secreto;
ir a robar tesoros hasta el harem de un persa;
embriagarse de mirra que arda en los pebeteros;
atravesar del Cáucaso la vasta cordillera
por una circasiana de lindos ojos negros,
y llegar a Florencia donde soñaba el Dante
a robar las medallas que labró Pisanello.
En España, extasiarse con sus hembras gitanas,
eon su música alegre, con sus bravos toreros;
visitar de Granada los cármenes floridos,
de Castilla la Vieja los colosales templos;
temblar viendo pintada la terrible tragedia,
que tiene cada rostro en los cuadros del Greco;
aprender la elegancia que D. Diego Yelázquez
puso en las actitudes de sus retratos regios,
y volar con las brujas de Francisco de Goya
que pintó en sus caprichos el cielo y el infierno.
En París, aturdirse de Úricos placeres;
postrarse ante la tumba de Napoleón I,
y evocar en Yersalles una fiesta galante
del siglo franco helénico, del siglo dieciochesco,
con pastores y duques, y empolvadas marquesas,
con violines lejanos y abates que hagan versos.
Y luego ya cansados de tan inquieta vida,
una noche de invierno bajo amoroso techo,
mientras la lluvia azota con furia los cristales,
cabe el hogar sentarse rodeado de los nietos
y contar nuestra historia sonriendo bondadosos,
ya solo florecidos de canas y recuerdos,
esperando la helada visita de la Muerte,
sin ambición el alma y el corazón sin miedo.
RETRATOS
MI PADRE
Bajo la noble plata de sus canas
luce el griego perfil serenamente,
como si fuese la expresión viviente
de todas las virtudes espartanas.
Sobrio el gesto y enérgico el vocablo,
a la vez bondadoso y altanero,
con la actitud heroica de un guerrero
y las barbas de apóstol de San Pablo.
¡Oh padre mío, generoso y noble!
Dios quiera que yo siempre pueda verte
recio y erguido como un viejo roble,
pues te amo con amor tan sin medida,
que a pesar de lo duro de mi suerte,
¡te he perdonado que me dieras vida!
JACINTO BENAVENTE
Triunfador en el arte de Talía,
este mefistoíélieo poeta,
nos lanza en cada frase una saeta
que hiere de belleza y de ironía.
Hay un ritmo interior de poesía
de su prosa en la música secreta,
y hace a su cruda sátira, discreta,
un leve dejo de melancolía.
Es triste y es cruel, porque es humano;
mas con la risa hiriente de un Silvano
disimula la hiél que hay en su pluma,
y brilla su reir de acíbar lleno,
como sobre una copa de veneno
brilla el ópalo alegre de la espuma.
JI
Así, a la vez satánico y faunesco,
hasta al herir es delicado y fino,
como un buen caballero florentino,
elegante, cruel y principesco.
Sin descender jamás a lo grotesco,
sabe de picardías, con el tino
de un abate o de un conde palatino
madrigalizador y versallesco.
Y en tanto que en poéticos jardines,
al arrullo de húngaros violines
que hablan de amores en la lejanía,
las marquesas sonríen a los pajes,
sobre la clara seda de los trajes
prende la roja flor de una ironía.
1IJ
Es una inmensa bóveda su frente;
los ojos, negros y barrenadores,
son sabios en pecados y en amores
que descubrieron misteriosamente.
La barba negra, puntiaguda, hiriente
bajo los finos labios burladores,
como la de los faunos violadores,
es mitológica y concupiscente.
Y su musa variada ríe y llora,
y satiriza, y se conmueve, y ama,
y así es felina zarpa enfurecida
en blanca y cruel Gata de Angora,
es ternura y amor en Señora ama,
y en Por las nubes, porvenir y vida.
RUBÉN DARÍO
Este poeta egregio, poeta sin segundo,
que dio a la vieja métrica su nueva orientación,
nació en lejanas tierras, allá en el Nuevo Mundo
que descubrió el ensueño de Cristóbal Colón.
«Padre y Maestro mágico», señor Rubén Darío,
nacido bajo el beso de americano sol!
Por tu apellido, persa; por tu nombre, judío; *
por tu espíritu, heleno; por tu verbo, español!
Del viejo padre ciego, que en Grecia cantó un día,
por un raro milagro aprendiste el cantar;
la miel de abejas áticas trajéronte a porfía
en tropel los centauros con raudo galopar.
La pánica siringa y la apolínea lira,
para tañer tus versos los instrumentos son.
En las Dianas y Venus tu griego amor se inspira.
Para estudiar te pones las gafas de Quirón.
Con Horacio y Virgilio fuiste luego latino,
el desusado hexámetro lograste aprisionar,
y hecho español el metro de Virgilio divino,
la canción optimista te pusiste a cantar.
Gonzalo de Berceo y el Arcipreste de Hita
su verso castellano dijéronte también;
los poetas de Francia se dieron en ti cita,
desde el ciclópeo Hugo al ambiguo Verlaine.
Suenan violines húngaros en tus rimas galanas,
un abate suspira si haces un madrigal,
y las polifonías de orquestas wagnerianas
en el estruendo vibran de tu marcha triunfal.
Tu arte, a la vez de gracia, de ensueño y de locura,
es firme como un mármol y leve como un tul:
del noble cisne tiene la candida blancura,
y las serenidades de un limpio cielo azul.
Tal tu verso, diamante de innúmeras facetas;
tal tu verso, tesoro de rara variedad,
por el cual han pasado escuelas y poetas,
surgiendo sobre todos tu personalidad.
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