lunes, 19 de mayo de 2014

MARÍA SILVA OSSA [11.746]


María Silva Ossa

María Silva Ossa (San Fernando, 15 de agosto de 1918 - Santiago, 28 de septiembre de 2009) fue una escritora y poeta chilena que cultivó los géneros literarios de la poesía y cuento.

Su abuelo fue José Santos Ossa, su hermano el dibujante e ilustrador chileno Coré y su tía la editora de El Peneca Elvira Santa Cruz Ossa. Vivió su infancia en San Bernardo donde habría iniciado sus primeros escritos.

Contrajo matrimonio con el escritor Carlos René Correa6 con el que en 1941 publicaría su primer trabajo literario titulado Cuento y canción, mientras que un año después lanzaría su primera otra individual con el título De la tierra y el aire.2 En 1965 publica El hombre cabeza de nieve que fue galardonado por la sección chilena de la Organización Internacional para el Libro Juvenil.

Fue integrante del Grupo Fuego de Poesía (fundado en 1955) junto a varios otros escritores como José Miguel Vicuña, Mila Oyarzún, Carlos René Correa, Eliana Navarro, Francisca Ossandón y Chela Reyes, entre otras.7 Para el escritor José Vargas Badilla, María Silva Ossa era una «poetisa de lirismo depurado, limpidez de lenguaje y de gran sensibilidad».

Obras

Cuento y canción en coautoría con Carlos René Correa (1941).
De la tierra y el aire (1942).
En la posada del sueño (Santiago: Club de Lectores, 1948).
El hombre cabeza de nieve (1965).
Las aventuras de tres pelos (Santiago: Editorial Lord Cochrane, 1975).
La ciudad y los signos (Santiago: Grupo Fuego de la Poesía, 1978).
Perejil Piedra (Santiago: Cochrane, 1974, 1987).
Cuatro voces (poemas, Santiago: Los Autores, 1988).
Las calzas del brujo (Santiago: Universitaria, 1993, 1997, 2007).
Del origen (Santiago: Eds. Zona Azul, 1995, 1996).
Cuatro duendes, un genio y otras historias (Santiago: Edit. Andrés Bello, 2005, 2008).
Cuentos de hadas y hechiceros (Santiago:Editorial Andrés Bello, 1999, 2001, 2003, 2005, 2010).
El Perro virtual y otros cuentos (Santiago: Zig-Zag, 2007, 2011).






CANCIÓN

En la tarde de boca rosada
las rodillas del día se doblan
y reciben sus faldas de yerbas
niños albos con pies de palomas…
Los anfibios molinos destuercen
sus gargantas de alondras
y los pinos de fierro chapado
alzan largas polleras sin hojas.
Ríe el río en la tierra soñada,
los arrieros retornan al monte:
ancha sed en la estrella del pecho:
¡cien mujeres con brazos dormidos

les entregan diamantes de fuego!






PASO DE MUERTE 

Fría carreta traspasó tu puerta;
en un azul desvelo de colmena
rasgó la sombra y la dejó desierta
y desdobló los aires con su pena.

Soplaba aún la fragua de tu huerta;
maestranza sin fuego, ni azucena,
quebró su voz por no sentirla muerta
y profanó los panes de tu cena.

Por el valle y camino ya extinguido,
en un voltear eterno tu carreta
hace girar tus sienes sin latido.

Mas tú, jinete triste y sin vestido,
que mi cansado corazón aprieta,
en mi sangre sin luna llevo hundido.





Cuento y canción
Cuento y canción
Autor: María Silva Ossa
Santiago de Chile: Nascimento, 1941



CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1941-07-07. AUTOR: MANUEL VEGA
La vida, que en el fondo es buena a pesar de todo, suele ofrecer deliciosas satisfacciones en el orden del espíritu. Una de ellas es, sin duda, el seguir paso a paso el armonioso y ascendente desarrollo de una carrera literaria; la cumplida realización del anhelo soñado por un buen compañero de trabajo; los triunfos de nuestros amigos son también, hasta cierto punto, triunfos nuestros. Por lo menos, así debiera ser en este mundo.

Y ha sido nuestro caso, en estos últimos años, frente a la inquietud artística de Carlos René Correa, joven y fino poeta que debe llenar funciones de cronista para ganarse el diario sustento. Sin embargo, el estrecho contacto con las incidencias menos gratas de la hora que pasa, no ha logrado destruir, felizmente, los sueños mejores de su alma, sedienta de belleza y en constante deseo de perfección. Cada nuevo libro suyo, siempre elegantemente impreso, señala un avance en la senda que el artista ha decidido conquistar y va conquistando.

Todo lo ha logrado en hora temprana Carlos René Correa: el amor de la mujer, la quietud del propio hogar, la animadora prolongación de sí mismo… Y como no es nada egoísta, en este su cuarto volumen, ha querido asociar a la compañera de sus días y a su hijo en la tarea enaltecedora. Y aquí tenemos su “Canto y Canción”, de María Silva Ossa y Carlos René Correa, dedicado a Carlos Correa Silva, “que todavía no sabe leer”. Los nombres se mezclan a los afectos en esta trilogía de la ternura.

El padre y la madre, unidos por el mismo sentimiento, cantan la llegada del hijo con vibrante emoción, pero con distinto y hasta contrario acento. La dicha de la mujer es completa; ni la más leve nube empaña su cielo de felicidad, cuando la poetisa se comunica con la naturaleza y nos hace sentir su hermosura:




“El postigo de la tarde
cerrará su celosía,
la noche abrirá anhelante
su medalla desteñida;
el corcel del viento blanco
romperá su crin de lino,
mientras yo siento en mi alero
que este niño se ha dormido…
Desciende en ondas mi sangre
hasta perderse en su vida;
él es un grumo que ha dejado
mi cuerpo ya florecido,
no en árbol ni estrella fuerte,
sino en dalia de luz viva.
Aún me duele su ausencia
en mi tierra removida,
pero guardo su presencia
en la raíz de mi vida”.




El canto de María Silva Ossa es fuerte y libre, como la sensación que la domina y que ella transmite, espontáneamente, en el juego elegante de sus imágenes atrevidas. El paisaje adquiere sorprendentes colores y relieves en su pluma.

Pero, el tono del padre no carece de melancolía:




“Que no sepa el  hijo
por qué la otoñada
llega con mejillas
de una rosa pálida;
que no sepa el hijo
que hay sal en el agua,
que el dolor lo busca
con su tierra helada…
Que no sepa el hijo
que la luz se apaga
si quiere la muerte
apagar su lámpara.
Haya en torno suyo
canción y guitarra;
amarren sus manos
el nudo del ansia
y si llega el río
a mojar su casa,
haya muchos árboles
y una mano blanca!
Que no sepa el hijo
que la vida es vana
porque lloraría
inútiles lágrimas…
¡Que tenga un caballo
y una cruz de plata!”





Dan tentaciones de citar cada poema de este pequeño breviario de la maternidad frente a la vida, en que dos voces sensitivas se confunden y se completan: la femenina, que surge por primera vez en las letras chilenas y la demuestra, en el cultivo de la moderna lírica, una rara maestría y condiciones prometedoras de grande artista; la masculina, que sigue tejiendo las sedas más finas de sus versos, amorosamente… Debemos gratitud a Carlos René Correa por habernos traído de la mano, delante de sus estrofas, las cristalinas y bellas producciones de María Silva Ossa.




De la tierra y el aire
De la tierra y el aire
Autor: María Silva Ossa
Santiago de Chile: Orbe, 1942


CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1942-07-12. AUTOR: DAVID PERRY
Las mujeres son de una actividad pasmosa. Cuando los feministas clamaban por la liberación espiritual de la mujer, no preveían, sin duda, la ruda competencia, que, andando el tiempo, ésta les iba a presentar en todos los terrenos. En literatura, las damas han superado, por lo menos en cantidad, a sus colegas masculinos. Pero este es un síntoma promisorio. Es mezquino y anacrónico pensar en competencias. Lo que interesa es el ambiente artístico, la intensidad de la vida espiritual de la colectividad, pues solo en un medio favorable de afinación de la sensibilidad, de exaltación de las facultades intelectuales, puede florecer la poesía. Es por esto que saludamos con júbilo al advenimiento de una nueva poetisa, y más cuando ella viene adornada de las cualidades que prestigian a María Silva Ossa, quien se ha liberado de las tradicionales exigencias métricas para dar libre vuelo a su inspiración.

Es difícil tarea la de comentar la poesía de nuevo cuño. Los poetas de este momento agitado y febril que vivimos se ocupan poco del lector. A ellos solo les interesa expresar lo que sienten, lo que bulle en su interior y clama por forma, por canto y ritmo. Que el lector entienda o no es cosa secundaria. Allá él. Es una poesía que ofrece máxima libertad de expresión al artista, y también al lector, que puede interpretar y entender a su manera, de acuerdo con su estado de alma y sus tendencias íntimas. El milagro de la comunión de las almas, de la transmisión de las emociones y los sentimientos, se efectúa gracias a una colaboración, a un connubio espiritual, en que el lector ha deponer también buena parte de inspiración y de calor. Es una poesía para lectores selectos, una prueba de que sube el nivel cultural del público.

María Silva tiene gracia, frescura, belleza de imágenes, intensa feminidad. Su poesía se desenvuelve en un clima de emoción íntima, de recogimiento sentimental, en una atmósfera de confidencia y de ensueño. El amor, la maternidad, la nostalgia, el anhelo de hallar en naturaleza los símbolos de sus emociones, son sus tendencias más acentuadas. Su amor, su tristeza, sus exaltaciones y desalientos, colorean y transforman el paisaje, infunde su alma en la naturaleza, y nos muestra un mundo en que ha depositado su espíritu:



Canción

En la tarde de boca rosada
las rodillas del día se doblan
y reciben sus faldas de yerbas
niños albos con pies de palomas…
Los anfibios molinos destuercen
sus gargantas de alondras
y los pinos de fierro chapado
alzan largas polleras sin hojas.
Ríe el río en la tierra soñada,
los arrieros retornan al monte:
ancha sed en la estrella del pecho:
¡cien mujeres con brazos dormidos
les entregan diamantes de fuego!



Nadie puede dejar de percibir la gran fuerza de imágenes, en esos molinos anfibios y en esos pinos chapados de hierro. Las figuras como éstas abundan en la poesía de María Silva. Sería largo citar los mejores aciertos, y muy difícil. Al que desea escoger un manojo de tropos para idea de un conjunto literario, le ocurre lo que al jardinero de Pedro Prado, que nunca pudo saber dónde comenzaba a florecer la rosa, para cortarla ahí y brindarla a una mujer. Prado, como todos los grandes poetas, solo se expresa en apólogos y parábolas. Este mismo conflicto lo presenta en su parábola de la belleza pura. Un caprichoso monarca quería tener la cosa más bella del mundo en sus colecciones. Un viajero le dijo que lo más bello del mundo eran los ojos de una mujer, otro que era una roca colocada en la cima de la montaña más alta, otro que era cierta flor. El déspota mandó traer la piedra, la flor y los ojos de la mujer. Arrancadas brutalmente de su conjunto, estas cosas poco significaban.

No quiero incurrir en el absurdo del odioso déspota, para que después me aproveche un poeta en sus bellas parábolas y me muestre como ejemplo de necedad. Por eso detengo aquí mi entusiasta comentario, y remito al lector a la hermosa colección de poemas de María Silva Ossa. Allí actuarán sus facultades, en estrecho consorcio con las de la poetisa, en el milagro de la comprensión y creación de la belleza.



Así dice ella, mirando llegar el crepúsculo:



“En la tarde de boca rosada
las rodillas del día se doblan,
y reciben sus faldas de yerbas
niños albos con pies de palomas…
Los anfibios molinos destuercen
sus gargantas de alondras,
y los pinos de fierro chapado
alzan largas polleras sin hojas.
Ríe el río en la tierra soñada,
los arrieros retornan al monte;
ancha sed en la estrella del pecho:
¡Cien mujeres con brazos dormidos
les entregan diamantes de fuego!”







“Sobre el mástil del tiempo te recuerdo:
en una mano la tarde,
la cintura llena
de una quieta arboleda”.
(Amor)



“Tendida sobre la yerba,
la tarde ya no vigila;
¡unas naranjas de sueño
se encienden en sus rodillas!”
(Última Hora)



“Lava, noche, lava
tu pañal de tierra,
que esta noche es casta
como Nochebuena”.
(Lava, Noche, Lava)



“El sol se hirió la cintura
en una roca de mar,
inútil le lava el agua
nunca lo podrá sanar”.
(Mar de anochecer)




“Sayal de Amor”, escrito en metro menor, es flor de esta poeta que, con tanto sentido de la poesía, se inicia de forma prometedora en nuestra rejuvenecida estirpe literaria:




“Teje la niña
sobre su telar
con cien lentejuelas
un blanco sayal.
Vino el sol romero
por verle danzar
sus cien agujillas
sobre el telar.
Como corderillo
tendido se está.
Lamiéndole ardiente
sus manos de pan…
Pero ella muy grave
sigue en el compás,
mientras de sus manos
florece el sayal”.






En la posada del sueño
Autor: María Silva Ossa
Santiago de Chile: Club de lectores, 1948



CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1948-06-20. AUTOR: ALONE
Años atrás, Eduardo Solar Correa, que gustaba estudiar los temas preferidos de la literatura nacional, sorprendíase del poco espacio que el mar ocupaba en la imaginación de este país, todo costa.

Ahora podemos decir que el océano nos invade.

María Tagle usa imágenes marinas, don Bernardo Cruz las prodiga; en este volumen de María Silva, elegante, ágil, modernista, con mucha gracia rítmica y sin pretensiones, casi la mitad de los pequeños poemas se titulan así: “Natividad del mar”, “Mar sin voces”, “Mar en sombra”, “Y como siempre el mar…”

No hay más que convertirse en navegante.

“El sol se hirió la cintura
en una peña del mar
y aunque lo lave el agua
nunca lo podrá sanar.
En una carreta verde
llevan el sol a enterrar;
cinco cirios en el cielo
el viento encendió al pasar.
Los grillos con sus guitarras
cantan canción funeral.
La noche colgó su sombra
en la cabeza del mar”.




No comprendemos por qué la poetisa dejó cojo el tercer verso de este liviano y agradable romancero, cuando era tan fácil componerlo. ¿Tributo a la moda? Hay otros.





Vida y muerte del día
Autor: María Silva Ossa
Santiago de Chile: Zig-Zag, 1957



CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1955-05-01. AUTOR: FRANCISCO DUSSUEL
La formidable pujanza de la lírica chilena es innegable. A cada instante nos sorprende un nuevo libro, que surge como retoño vivo y esplendente de un espíritu ansioso de cantar y expandirse en alas del verso. Los hay excelentes, buenos y regulares. Y, ¿malos, por qué no? Siempre hay un destello de luz, un trozo de vida palpitante y esto basta para que no neguemos toda virtud. Así entendemos la crítica de un poeta.

María Silva Ossa, esposa de un verdadero valor chileno, Carlos René Correa, cuya obra “Comienza la luz”, ya analizamos anteriormente, tiene en preparación un libro de poesía “Vida y muerte del día” (1). Aún permanece en el silencio y en la sombra: no ha experimentado el tormento de la prensa, su segundo alumbramiento, para poder iniciar su peregrinaje literario, lleno de incógnitas dolorosas y brillantes conquistas.

Lo que más nos llama la atención en esta obra, es la extraordinaria vitalidad de esta poesía. Existe en ella un ansia incontenida de transmitir vida, que irrumpe en “Renacer” y se acrecienta arrolladora en cada poema. Aquí las “nubes tienen sentido”, la piedra se transforma “en venas humanadas”, el espino reverdece y la “peña sedentaria / cambiará en un canto / su apagado vivir / de párpados pétreos”.

Poeta profundamente cristiano, sigue en cada cosa el proceso oculto y misterioso de la potencia divina que se oculta celosa al incrédulo. De ahí la avasalladora sugerencia, la novedosa imagen que matiza a cada paso sus creaciones. En “Invierno”:

“Dios alimenta en la gris distancia
la llama perdida de los soles”.

En “Tiempo”, se remonta a la inaccesible altura de la eternidad, en donde “el dulce tiempo de Dios / sobre el océano ardiente de los astros”, perfila y distribuye con generosidad divina, “materia virgen y germinante”, principio del astro y del planeta.

“Génesis” aprisiona en sus versos todo el proceso creador. Metáforas orillantes [sic], cascada de fuerza cósmica, ebullición de palpitante vida, matizan este poema, uno de los más audaces y más bellos. Con exquisita finura de artista, el poeta combina la fuerza de “la vida entre los polos” y “el dorado suspiro de la abeja”. Con todo se mantiene siempre granítico el incontenible río, que fecunda a través de mil formas, hasta que llega “el grito supremo del Universo, salvaje grito de hembra desdoblada”, para dar paso al hombre, “heredero del mar y las colinas…” “condenado a mirar eternamente / con los ojos de Dios, su carne magra / y a beberse la muerte como un vino”.

“Vida y muerte del día” ofrece también un amplio panorama de la naturaleza, tema que se entrelaza y engrandece al conjuro de la visión cósmico-divina del universo. Hay que precisa, eso sí, esta observación. Algunos poemas traducen lo que podríamos llamar “un anhelo objetivo de belleza”. El artista resbala, desarrollo la sugerencia sin ahondar, sin relaciones de orden trascendente. Así, por ejemplo, “Primavera”, “Otoño”, “Invierno” y “Verano”, y muchos otros trozos. “Lluvia” casi anota una imperceptible alusión subjetiva,

“Navegando va la mar
sobre mi casa del llano”,

pero la nota típica de “esta poesía de la naturaleza” es la visión fría, sin color humano. Está bien. No todo ha de ser asimilar y proyectar el “Yo”. Y este es el ángulo desde donde precisamente el poeta contempla y canta hermosamente:

“Su verde crin erecta hacia el abismo,
rompe su éxtasis la resina amarga;
no comprende la ausencia de los nidos
ni siente que la savia lo embalsama”.

(“Pino”).

La “impasibilidad” confiere a esta poesía cierto carácter filosófico. Caudal de ricas aguas, fecundadas por el poeta que contempla a distancia. Se presiente la maternidad en cada poema, que evoca la creación como acción vital generadora y no a través de frías leyes rígidas, entrelazadas con el azar de ocultas y demoníacas potencias. Aun el “viento” es creador y el “perdido canto”, que para otro artista se desvanecería en la noche tenebrosa, adquiere aquí la potencia de un taladro capaz de penetrar la “noche y la distancia / de su menudo corazón al alba” (“Perdido canto”).

“Voz interior” es un cambio de escenario. Ahora el artista entra en escena. Es un subjetivismo sereno, equilibrado. No hay arranques pasionales exorbitados, gritos desgarradores. No se crea por esto que haya menos profundidad. La hondura de un sentimiento no radica en el alarido clamor. Las silenciosas lágrimas lloradas en la intimidad, reflejan a veces con más exactitud la grandeza del dolor.

María Silva Ossa, cosa rara en una mujer, posee cierta contemplación estática, que a algunos podrá parecer estoicismo, pero que en fondo no es sino la resultante de su visión cristiana de la existencia, que capacita al ser humano para observar con serenidad los acontecimientos de la vida. “Huir”, por ejemplo, encierra el inquietante anhelo de elevarse sobre la materia, que aprisiona:

“¡Quiero lavar
en el agua del día
mi paso fugaz
por la materia!”

“Recogimiento” aprisiona el deseo íntimo de soledad, después del contacto bullicioso con los hombres, con el que “el alma se enfría”. Allí puede “contemplar”, el gesto del camino “que es un trato extendido / es atracción inútil”; allí puede discurrir sobre los afanes humanos que deshacen las abejas, “alargan las riberas”, pero que olvidan “el porqué de su esfuerzo”. Esta “irracionabilidad”, tan frecuente en el ajetreo cotidiano del hombre sin Dios, es la que hace que su “felicidad duerma en la muerte”. Como se ve, lo trascendente asoma con frecuencia. Es una tendencia notoria, que llena de luz los cuadros y las sugerencias poéticas.

En “El mar y tú” observamos de nuevo un matiz de este anhelo de lo misteriosamente oculto, pero real. Es un poema de antología, armonioso y sublime, que nos pone en contacto con la fuerza cósmica, palpitante de vida.

“Escucha el vaciarse de los ríos
en sus caderas mórbidas
y el transcurrir de los peces
por su bruñida arteria.

Escucha en la sombra al mar,
es dueño de la vida;
en el lecho del mundo,
volteando en el espacio,
engéndrase a sí mismo”.




Lo que sí desearíamos en este poeta [sic] de innegables méritos y de fecundas potencialidades, es mayor nitidez. No tiene para qué encerrarse en cierto hermetismo que por momento se torna ininteligible. ¿Qué se obtiene con ello? Nada. La genialidad de la idea no está en un decir, que por momentos es vacuo, engendrando un suspenso, que podría significar nihilismo conceptual. ¿Por qué el mensaje poético no ha de llegar a todos? El ser artista lírico radica en la visión sublima, en la relación nueva, en el lenguaje escogido porque la poesía es expresión de subida calidad. Pero todo esto puede y debe entenderse a través de la luz y no de la sombra.

Estas consideraciones nos ha suscitado el hermetismo de varios trozos. Las hacemos porque María Silva Ossa no necesita ocultarse tras la niebla. ¿Para qué? Allí es precisamente donde decae y pierde vigor y luminosidad su poesía.

“Sin llamado” y “Sembrados”, por ejemplo, dan la impresión de dos estilos diferentes. Y ciertamente que preferimos el último poema, en donde campea la límpida expresión y la relación clara.

En “Ceñida a tu camino” se aborda el tema amoroso y en “Entrega” se ahonda hasta la plenitud. No puede menos que llamar la atención la altura con que está tratada esta vivencia. En este aspecto, el poeta se aparta de lo vulgar y frecuente en nuestra lírica, que dejada de Dios, reduce el amor a la pasión y al placer.



“Latido tuyo en mi pecho
savia de sol en mi rosa,
y a tu figura ceñido,
el corazón de mi alcoba”.
(“Secreto amor”).




“La muerte” no podía faltar en poemas de asuntos elevados. Posee una fuerza arrolladora tan irresistible, tan ineludible, que hay que dejarse subyugar. Para el materialista es un tormento, la angustia existencial; para el cristiano es el seguir viviendo eterno, pleno y divino, razón de ser de la vida.

“Quietas en el tiempo” es visión lúgubre de pupilas “que niegan su recinto a la luz inoportuna”.

El pensamiento se esclarece en “Un niño de aire”.



***

La lectura de un libro poético de verdad, siempre deja huellas en el espíritu. “Vida y muerte del día” realiza este prodigio.

Revela un espíritu selecto de elevación y hondura, que por momentos alcanza su objetivo. Muchos poemas son auténticamente líricos en el sentido más propio de la expresión; otros se envuelven en un hermetismo, algún tanto ficticio, en donde las palabras “suenan musicalmente”, pero no evocan. En unos la luz penetra con potentes resplandores; en otros se claridad diluida en donde se presiente la belleza sin lograr alcanzarla en toda su integridad.

Hay imágenes bellas, magníficamente bellas, matizadas por el siempre atrayente hechizo de la vida. Las hay también de relación metafísica, difícilmente alcanzables, pero que aquí existen.

En resumen: “el día vive y muere” en esta obra de sabor netamente cristiano [con] innegables méritos artísticos.



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(1) "Vida y muerte del día" sería recién publicado dos años después, en 1957, por Editorial Zig-Zag. (N. del ed.)





Raíz
Autor: María Silva Ossa
Santiago de Chile: Nascimento, 1965


CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1967-10-22. AUTOR: MARINO MUÑOZ LAGOS
La poesía femenina chilena tiene algunos nombres que emocionan en el limpio trato de las palabras. No muchos. Desde la voz errante y guiadora de Gabriela Mistral se han ido agrupando los decires en forma de libros que atraviesan las ciudades de la patria en manos de los amigos de la poesía.

María Silva Ossa canta con una entonación muy suya. Le hemos visto a lo largo de sus libros, que vienen desde “Cuento y Canción”, pasando por “De la Tierra y el Aire”, “En la Posada del Sueño” y “Vida y Muerte del Día”, hasta arribar a esta “Raíz”, que se anuncia vivificada por la fibra del canto.

Lo que puede existir o lo que no existe, asoma en estos versos que transparentan una congoja que va un poco más allá de lo puramente cotidiano. Veamos esta “Materia viva”, por ejemplo, cuando María Silva Ossa nos dice:



“El muro es tan alto
como el destino del hombre;
pero el hombre y la muerte
caben en un solo guante.
La pasión enciende
sus fósforos
y parpadea en la punta de las venas.
La pasión es grande
cuando incendia el bosque
del corazón”.




Sin embargo, la poetisa no se contenta con entregarnos este fuego interior que le caracteriza. Abre con ternura las pupilas y nos señala una estampa que duele por su acento y que subyuga por la fuerza de su metáfora:




“Venid a ver
el hambre
apenas quieta en los dedos.
Su gemido llama
sin labios
bajo las cortinas mudas.
El trigo es áspero
como la piel de las manos”.





María Silva Ossa entiende que la poesía es labor de comunicación, de conciencia colectiva. Y en esta empresa, tiene hallazgos que absorben por su verismo y belleza.

Cuando la poesía chilena –especialmente la femenina- abunda en tantos nombres que muy poco expresan en sus composiciones o en sus libros, María Silva Ossa destaca por esa sencillez de su canto, que a veces se eleva, y produce el efecto de lo permanente, lo que cuesta olvidar.

Y por ahí, entremezclado en el contexto general del libro, aparece el rubro fosforescente de la imagen: “Bajo la carpa de la lluvia / se adormece la plaza / con una rosa en los cabellos”.




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