Rogelio Sánchez Molero
Rogelio Sánchez Molero (Ajofrín, Toledo, 1.966)
En Ajofrín, una pequeña villa cercana a Toledo, de las que abrasa el sol estival y viven arrecidas los crudos inviernos castellanos. Allí nací el caluroso julio de 1966. El año de las bombas de Palomares, de la Ley Orgánica del Estado, de la publicación de “Moralidades” de Gil de Biedma y de la antología “Poeta en la calle” del exiliado Alberti.
En la escuela de Ajofrín aprendí las primeras letras y las cuatro reglas. Con apenas nueve años seguí mis estudios en los Maristas de Toledo. Y de allí a la Universidad. En la Complutense de Madrid obtuve la Licenciatura en Derecho.
Desde hace ya más de veinte años trabajo como jurista en diversos ámbitos. Actualmente ejerzo tareas de asesoramiento en instituciones que operan en el ámbito de la cooperación internacional para el desarrollo, el voluntariado y la solidaridad.
Con este primer libro (Memorial de ausencias. Editorial Cuarto centenario Toledo 2.011), nazco al mundo de la Literatura publicada, aunque escribir haya sido para mí una suerte de necesidad. Escribo para saber que sigo vivo, pues cada verso es, en sí, un latido de vida.
Memorial de ausencias. Editorial Cuarto centenario, Toledo. 2.011
DESCUBRIMIENTO
Soy, a fuerza de no ser
más que un náufrago
en una ciudad sin cielos,
sin alma, sin noches,
sin estrellas, sin sentido;
soy, te decía,
un buscador de instantes,
de utopías,
de ráfagas de aliento
en el tráfago violento
de la prisa indefinida.
Ese amante que te espera
camuflado en las espinas
de las rosas del verano;
aquellas manos furtivas
que hoy aguardan el refugio
de tu cuerpo ya aprendido.
Esta mente que te evoca,
esos besos presentidos,
esta presencia, esa huida...
Ayer mismo, agarrado
a la balsa que me salva
del delirio de la nada,
entre los pliegues de un guiño
que hizo el sol
entre los plomizos vidrios,
descubría tu mirada...
Yo dibujé una sonrisa.
CAMINO
Vengo del vientre que duerme en la tierra
fértil y amarga, dura y maternal.
Vengo del hombre que sueña en las piedras
solemnes y duras, altivas y eternas.
Mas, ¿adónde mis pasos me llevan?
Tragué el amargo licor de los silencios.
Aquellos silencios densos
con olor a soledad y amor buscado.
Vi caer y levantarse mil veces al gigante;
y una brisa vestida de primaveras
volteó mis cuartillas; papeles inútiles,
manchados de inútiles reproches.
Yo le escribía a Dios
y no era Dios quien me leía.
Era esa sombra claroscura
que convierte en esencia la existencia,
esa jueza imperturbable
esa dama elocuentemente muda:
mi conciencia.
Desnudo, me aparté de ese camino.
Tapé mis vergüenzas con oros,
sedas y convencionalismos.
Fui, entonces, un probo ciudadano;
que pagaba sus impuestos
a un césar desalmado e inhumano.
Compré al contado un alma nueva
hecha justo a mi medida.
Y medí los tiempos y los besos
que no daba, por no ensuciar
la impoluta hoja de servicios.
Me ahogaba la corbata
con su caricia de Hérmès.
Me estrangulaba la rutina.
Ya no escribía a Dios ni a nadie.
La conciencia no existía
más que en las rancias homilías.
Queriéndolo ser todo,
era nada.
Desnudo, me aparté de ese camino.
Ahora muestro mis vergüenzas.
al fin y al cabo, forman parte de mi historia.
Camino por los trazos
de mis versos mal escritos.
Reparo en los ojos que me miran
con un pregunta azul o verde
y en la voz que me saluda
con una mirada amable y leve.
Hoy escribo para mí y para alguien
cuyo nombre no conozco
o fue siempre conocido.
Entre poema y poema
sigo buscando el camino.
La partida
Me he empeñado en ser un tipo extraño. Que juega al ajedrez en un damero trucado.
No quiero ser el rey de la partida pues siempre acaba muerto o victorioso.
No quiero ser la dama pretenciosa, ufana, jactanciosa y prisionera de su propia vanidad.
No puedo, perdón, no quiero ser el caballo altivo zigzagueante.
Que al mínimo desliz pierde las manos y hasta el brillo de sus crines.
No voy a ser la torre por razones obvias: estoy hecho de carne y sentimientos y no de piedra fría e indiferente.
No estoy en posición de ser alfil. Artero en su deriva siempre al sesgo.
Así pues, no tengo otro remedio, habré de ser peón en este juego.
Aquí quiero que ubiquen mi extrañeza. Pues no deseo ser tan sólo blanco o negro. Absurda reducción a un todo o nada.
Me agradaría más vestir de azul cuando otros lloren a escondidas.
O disfrazar de verde una esperanza y mil deseos.
Podría ser el rojo de unos labios que besan y disculpan.
O un amanecer anaranjado en unos bellos ojos reflejado.
Tendría la ocasión de ser añil en una lágrima.
O el tacto violáceo de las uvas maduras en una boca fresca.
Quisiera ser el luminoso amarillo en la bruma mortecina de los días nublados.
Podría desplegar este arcoíris entre las dos fronteras del tablero.
Caminando sin miedo a la caída sobre las líneas leves del damero.
de Duda del ser
Adverbios
Tal que ayer, repuse en los adverbios.
(De nuevo sale el tiempo a ponerse por medio).
Jamás, es tan sólo una palabra aguda
que cercena las alas del intento.
Siempre, es certeza llana
o vértigo a lo incierto.
Ojalá, es una duda
cargada de esperanza.
Hoy – imparable sucesión de “ahoras”
ya pretéritas- me paro en el borde
de este precipicio del pensamiento.
E intento convencerme de lo cierto:
que son sólo palabras en el viento.
de La piel del aire
Irrealidades
IV
El miedo es un disfraz
con el que nos vestimos
para pasea
por la calle de la realidad.
V
Sangraba tanto el sueño
que hubo que saturar la realidad
con verbos y mentiras.
VI
Una mano abierta
por donde deslizar
los ojos turbios de la vida.
Tal vez lea en sus líneas
el claro devenir de las insidias.
de Nunca nieva en los desiertos
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