REMIGIO ROMERO Y LEÓN
Abogado, escritor y poeta cuencano nacido el 21 de octubre de 1871.
Realizó todos sus estudios en su ciudad natal recibiendo las sabias enseñanzas de los Hermanos Cristianos, y luego de graduarse de Bachiller pasó a la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad de Cuenca donde en septiembre de 1893 obtuvo el título de Abogado de los Tribunales de Justicia del Ecuador. Por esa época, al tiempo que desarrollaba su actividad profesional fue nombrado Profesor de Derecho Internacional de la Universidad de Cuenca, donde impartió sus sabios conocimientos a los estudiantes que día tras días asistían a ese centro de educación superior.
Está considerado como uno de los renovadores de la poesía ecuatoriana, y sus hijos -los Romero y Cordero- también han enriquecido las letras de nuestra patria.
Su obra, aunque no es muy amplia, es muy bella: «Fue el poeta de la tradiciones cuencanas, comarcanas. Demostrándolo, allí están sus «Leyendas Olvidadas». Y poematizó también, los nuevos sucederes de la región y del País, haciéndolo siempre con llaneza, con una fina y elegante llaneza» (Lucio Salazar Tamariz.- Una Comarca y sus Destellos, p. 168).
Dejando una herencia de poesías sencillas pero de magnífico colorido, murió en su ciudad natal el 2 de julio de 1942.
Batallón de reservistas
Cantando un yaraví de la montaña,
en torno al pabellón que el viento ondea,
que alegres van los mozos de la aldea
llamados por la Patria a la campaña.
Secreta y dulce voz que nunca engaña,
les hace comprender, ¡hermosa idea!,
que al pelear por la Patria, se pelea
por la novia, la madre y la cabaña.
Generosos heraldos de la gloria
no abrigan, en sus pechos esforzados,
de bastarda ambición la ruin escoria;
sin odio y sin rencor, esos soldados
sólo buscan la muerte o la victoria,
porque saben amar y son amados.
Mis juguetes
Cansado de estudiar la ciencia humana,
difícil cuanto vana,
uno a uno, en mi mesa revolvía
los premios de Colegio y la corona
que la fortuna conquistome un día,
sin observar que me escuchaba atenta
desde el umbral del cuarto, juguetona,
mi bulliciosa, así locuaz María,
persona que no cuenta
cuatro años todavía,
pero que es, sin embargo, una persona
de muchas campanillas y muy mona.
-Papá, me dijo al cabo la pilluela,
¿por qué es Ud. bribón: por qué ha escondido
esos lindos juguetes que ha tenido?
-¡Juguetes! -exclamé fingiendo asombro,
y ella de su candor en el exceso,
me repitió entre guiños habladores:
-Esos lindos, con cintas de colores
que yo quiero comprar con todo un beso.
Por un beso en tu boca fresca y pura,
el mundo todo en mísero estipendio;
un beso de tu boca es el compendio
de mis castos ensueños de ventura,
pues en esa tu boca sonrosada
veo unidas, en íntima armonía,
¡las gracias de tu madre idolatrada
y la santa dulzura de la mía!
Ven; guarda, cuidadosa, estos juguetes
con que el mundo falaz quiere engañarme,
y acércate a besarme,
porque el mezquino corazón del hombre,
para no sucumbir en su amargura,
necesita los besos -no te asombre-
de un ángel, como tú, todo ternura,
y los nobles juguetes de la gloria.
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